Facundo Caivano
Z El señor de los Zombis La supervivencia se elige
Vol. I
Primera edición: diciembre de 2019 ©Grupo Editorial Max Estrella ©Editorial Calíope ©Facundo Caivano ©Z, el señor de los zombis. La supervivencia se elige vol.1
ISBN: 978-84-121004-9-5
Grupo Editorial Max Estrella Calle Doctor Fleming, 35 28036 Madrid Editorial Calíope [emailprotected] www.editorialcaliope.com
A mi novia, a mi familia, a mis amigos y a todos aquellos que me vieron crecer en el mundo literario.
PRÓLOGO: NADIE ES NORMAL... CAPÍTULO 1: ZETA CAPÍTULO 2: ¡¡CORRE!! CAPÍTULO 3: ADMIRADORA SECRETA CAPÍTULO 4: EL DÍA ROJO CAPÍTULO 5: PELIGRO CERO GARANTIZADO CAPÍTULO 6: BIENVENIDOS A LA NACIÓN ESCARLATA CAPÍTULO 7: EXPLOSIVOS CAPÍTULO 8: DESACUERDO DE PAZ CAPÍTULO 9: ESTE ES EL FIN DEL MUNDO, MUCHACHO CAPÍTULO 10: LA PUERTA Z CAPÍTULO 11: ESTO NO ES UN ADIÓS CAPÍTULO 12: LOBO SOLITARIO
Estimado diario, Hoy es otro día más que pasa en este infame mundo devastado por esos monstruos come hombres… y voy a ser honesto, todos fantaseamos alguna vez con que esto pasara, me incluyo. Pero una vez que llegas hasta este punto, te das cuenta de la realidad de las cosas. Esto no es un juego, no es una película. El mundo que conocíamos ya no volverá… Las personas que conocíamos ya no volverán, y las que ahora conoces y conocerás, tarde o temprano, no volverán… y si lo hacen espero no estar cerca. En estos días vivir es un lujo, no perdón, sobrevivir si es un lujo; de vida ya no queda nada, y el matar o morir nunca estuvo tan presente en la mente de las personas. Yo en lo personal no confío en nadie. Ni en los monstruos, porque te matarían para poder comer… ni en los humanos, porque te matarían para poder comer. ¿Cómo se puede sobrellevar esta situación? ¿Cómo se puede sobrevivir a esto? ¿Cómo pude hacerlo yo, siendo un chico normal? Bueno, me atrevo a responder al menos la última pregunta… Nadie es normal. Nunca lo fuimos.
Prólogo: Nadie es normal...
“Colón encontró hombres que se alimentaban de carne humana; sus vecinos le llamaban caníbales...” PEDRO MÁRTIR DE AUGLERÍA.
La lluvia golpeaba con fuerza en aquella ventana de marcos de madera y vidrios rotos; algunas gotas repiqueteaban feroces e ingresaban salpicando el rostro del muchacho, mientras él por su parte, se abocaba a desordenar cada cajón y revolver cada estante que encontrara en esa pequeña cocina. Pero la búsqueda se tornaba difícil al encontrarse abrasado ante la oscuridad de la noche, y si no se apuraba, esa vieja linterna de plástico extinguiría su luz en cualquier instante. Abrió el último cajón y una sonrisa se proyectó en su rostro al encontrar lo que por tantos días había estado necesitando, guardó su tesoro en la mochila con apremio y se colocó de pie, pero en ese momento algo detrás de él le impidió el paso. Sintió en su nuca un abrasador aliento putrefacto; su cuerpo tembló y se volteó con prisa. Pudo observar con disgusto como dos frías e inertes esferas de un iris grisáceo se perdían apuntando a ninguna dirección en particular. Se trataba de una chica, o al menos eso era antes. A juzgar por su piel blanquecina con deterioros severos de podredumbre recorriendo todo su cuerpo; con apenas una sombra de cabello asomándose en un cráneo que se encontraba abierto en dos partes; y de una contextura en extrema esbelta, daba a la certeza que eso ya no podía denominarse humano. La chica bramó un grotesco sonido gutural antes de arrojarse al ataque. El muchacho retrocedió espavorido chocándose contra una mesada de mármol azul y apenas fue capaz de interponer sus brazos para contener a su atacante. Justo en ese instante, para agravar la situación, otro monstruo más ingreso a la cocina desde una puerta a su izquierda, seguido por otro más, que se acercó desde una segunda entrada a su derecha. Un trueno resonó en la distancia. El muchacho maldijo. Tanteó con su mano en algún lugar de la mesada de mármol, encontró un abrelatas pero lo desechó, no era lo que quería. Siguió rebuscando con presteza hasta que sus dedos encontraron lo que necesitaba. En sus veinticuatro años de vida, jamás se imaginó a si mismo teniendo que atravesar la frente de una quinceañera con un cuchillo de cocina. Ahora era rutina de todos los días. Arrojó el cadáver de la muchacha hacia su derecha para bloquear uno de los monstruos; por su tamaño y un aspecto arrugado de hombre mayor, posiblemente sería padre de la chica de cabeza partida. Utilizó esa brecha de tiempo ganado para atravesar de una tajada la mandíbula de la criatura que había ingresado por la izquierda; el cual por su pequeña contextura y similitud con la quinceañera, podría tratarse del hermano menor. En ese segundo, para cuando el padre de la chica monstruo pudo recomponerse, el joven ya había hundido el cuchillo en su ojo. La criatura gimoteó antes de caer al suelo. El chico se apresuró en tomar su mochila y colgársela al hombro para salir de ahí. En el pasillo pudo escuchar el rechinar desesperado de unas pisadas en lo alto de la escalera que ansiaban por descender; no pensaba quedarse a averiguar si había más familiares con ganas de saludar, por lo que recorrió el pasillo a toda velocidad. El muchacho embistió la puerta con el hombro logrando salir de la casa, y aunque imaginó que sus problemas disminuirían al llegar afuera, no hizo más que empeorar. En una oscura pradera rodeada de árboles, un relámpago desgarró el cielo, mostrando en un segundo, con su luz, a decenas de
criaturas que avanzaban hacia la casa. —Mierda… No había tiempo para pensar, solo para matar, tomó su pistola y continuó corriendo. Si esta era su última noche, no iba a dejarse caer sin luchar. Sin disminuir la marcha, el muchacho alzó su arma al frente con seguridad y convicción, apuntó a cualquiera de las tantas sombras que se acercaban a él, y entonces… se cayó. Una rama que sobresalía de la tierra provocó que tropezara y cayera al suelo estrellando su cara en el barro. Su arma escapó de su mano volando tras los pies de una de esas criaturas. El muchacho se arrastró hacia atrás desesperado, rodó y se colocó de pie en un segundo. Luego intentó correr hacia la dirección contraria, pero más monstruos se acercaban desde la casa, dejándolo sin ninguna vía de escape posible. Llevó su mano a su cabeza deslizando sus dedos entre su oscuro cabello. Sin un arma de fuego cerca y con decenas de criaturas caníbales acercándose desde todos los flancos; con un clima intenso y desfavorable, y una pésima visibilidad del entorno, el chico no vio más remedio que sonreír ante la desgracia. Junto aire en sus pulmones y lo exhaló con lentitud. De su cinturón extrajo el cuchillo que había tomado de la cocina, y de su mochila sacó una navaja de cacería. Depositó el resto de sus cosas en el suelo y se colocó en posición defensiva. Sus ojos pardos se asentaron en su primer objetivo mientras su mirada comenzaba a traslucir una concentración absoluta. No pensaba morir ahí. Avanzó con energía elevando al aire un potente y sonoro grito que descargó con todo su ser mientras atravesaba con su navaja a la primera de sus víctimas. »Estimado diario, hoy es otro día más que pasa en este infame mundo devastado por esos monstruos come hombres….« El joven esquivó un zarpazo de parte de un hombre alto con una enorme y fea nariz, que disfrutó por rebanarla con su navaja. Pateó a una mujer en las piernas, escuchó uno de sus huesos quebrarse y aprovechó para finalizarla de un fugaz corte. »…y voy a ser honesto, todos fantaseamos alguna vez con que esto pasara, me incluyo.« Un regordete y maloliente hombre lo sorprendió desde la espalda, su mordida se dirigió rauda hacia el brazo del chico, pero la hoja del cuchillo llegó antes, atravesando el rostro del regordete. Mientras tanto el muchacho evadió a un par de mellizos rubios que curiosamente continuaban juntos después de quien sabe cuánto tiempo infectados; frunció el ceño ante ese hecho y los asesinó clavándoles los cuchillos en la cien a cada uno, regalándole una muerte conjunta, digna de hermanos. La ironía lo hizo sonreír, pero esa sonrisa se borró cuando otra criatura lo sujetó de los pies haciéndolo caer. »Pero una vez que llegas hasta este punto, te das cuenta de la realidad de las cosas. Esto no es un juego, no es una película.« Una patada bastó para zafarse y colocarse de rodillas. Los relámpagos se divertían esa noche, coreando su estruendosa melodía en el aire, mientras el viento golpeaba con fuerza los árboles, unificándose con la lluvia. »El mundo que conocíamos ya no volverá….« El joven dio una fuerte tajada al cráneo de un hombre mayor y se deshizo del cuerpo empujándolo al frente; quizás fue por el agua, o porque sus fuerzas comenzaban a desvanecerse, pero ese último movimiento hizo que soltase su navaja quedándose solo con un arma en la mano. »Las personas que conocíamos ya no volverán….« La quijada de un infectado que vestía un traje de bombero se desplazó de su lugar al recibir un
gran derechazo; luego bastó solo un empujón para provocar que otra de las criaturas retrocediera perdiendo el equilibrio. El joven ya no se molestaba en asesinarlos, solo se interesaba por mantenerlos alejados lo más posible. …»y las que ahora conoces y conocerás, tarde o temprano, no volverán… y si lo hacen espero no estar cerca.« El repugnante y nauseabundo rostro de un hombre con una barba negra espesa y llena de sangre se acercó al del muchacho luego de haberlo tumbado al suelo. El joven logró juntar fuerzas para alejar su cara de las incansables dentelladas de la criatura y con sus últimos rezagos de energía pudo arrojarlo hacia un lado. »En estos días vivir es un lujo, no perdón, sobrevivir si es un lujo; de vida ya no queda nada, y el matar o morir nunca estuvo tan presente en la mente de las personas.« El hombre intentó incorporarse pero el muchacho ya había hundido su cuchillo entre algún lugar de su barba. En ese instante otro monstruo se acercó desde el frente, el joven se echó hacia un lado con agilidad, rodando y levantándose en el mismo segundo, pero abandonando su último cuchillo en aquella poblada y ensangrentada barba. »Yo en lo personal no confío en nadie. Ni en los monstruos, porque te matarían para poder comer… ni en los humanos, porque te matarían para poder comer….« El joven concentraba sus últimos recursos de energía en empujar y embestir a aquellas inagotables criaturas. Uno de ellos logró sujetarlo de la ropa en el último momento para atraerlo a los fríos brazos de la muerte. » ¿Cómo se puede sobrellevar esta situación?.« El chico sujetó al monstruo de la cabeza y lo apartó de él con una feroz patada, luego aprovechó el aturdimiento para escapar. » ¿Cómo se puede sobrevivir a esto?.« Evadió a uno, luego a otro y a otro más, y finalmente se arrojó al suelo en un gran salto. » ¿Cómo pude hacerlo yo, siendo un chico normal? Bueno, me atrevo a responder al menos la última pregunta….« Una pistola Beretta descansaba en el frio césped, merced de una cárcel de barro, que fue rápidamente liberada tras ser tomado por el muchacho, quien giró su cuerpo tras el salto y se colocó de rodillas. Limpió su arma y llevó la corredera hacia atrás. El sonido del metal al desplazarse fue como una melodía para sus oídos. »Nadie es normal…« Volvió a sonreír mientras alzaba su arma al frente. …»nunca lo fuimos.«
Capítulo 1: Zeta
“La muerte soluciona todos los problemas... Si no hay hombres, no hay problemas” JOSEPH STALIN.
Los bordes del orificio continuaban escociéndose en aquella piel arrugada y viscosa una vez que la bala lo atravesó. Su rostro escuálido y sin vida cayó al suelo en un golpe rotundo. —Al fin, el último —pensó el chico en voz alta. Las grisáceas nubes comenzaron a desplazarse hacia el horizonte y la lluvia había tendido a disminuirse. La oscuridad de aquella basta pradera comenzó a iluminarse con una luna, que apenas ahora, comenzaba a manifestar su majestuoso brillo blanco. Los centenares de cadáveres se pudrían enterrados en un compuesto de barro y césped, descansando de forma definitiva. Mientras tanto, el muchacho quitó el cargador de su pistola y emprendió un conteo de munición que duró menos de lo que le hubiera gustado. —Solo cuatro balas más… supongo que bastará. El joven fue camino a recoger su mochila, aunque tuvo que apartar a uno de esos monstruos para conseguirla. Ya equipado con todas sus pertenencias, y vivo de milagro, el muchacho volvió a retomar su marcha, pero algo inmensamente aterrador resonó a sus espaldas. No había sido un trueno esta vez, la tormenta ya se había apaciguado bastante, el ruido había sido un brutal grito proveniente del segundo piso de la casa. Se trataba de un alarido gutural agudo y ronco a la vez, originado en lo más profundo de la garganta del mismísimo diablo; sabía que lo que vendría no sería nada bueno, ya lo había escuchado en ocasiones anteriores. Muy malas ocasiones. Una criatura saltó desde la ventana del segundo piso. Su cuerpo se inclinó hacia adelante en la caída y su cabeza se estrelló sin más en el suelo; el resto de su cuerpo se dobló como un acordeón y se desparramó de forma totalmente irregular y espantosa. Aquella cosa comenzó a contorsionar su cuerpo; a pesar de la enorme distancia que los separaban, el joven podía escuchar como aquellos huesos crujían para volver a su posición natural. La criatura logró colocarse en dos pies pero con el torso quebrado hacia atrás. Lentamente su cabeza fue alzándose del suelo; su hombro también se encontraba descolocado, pero lo torció de manera grotesca acomodándolo en su lugar. Le tomó unos segundos llegar a incorporarse por completo, segundos en los cual el muchacho volvió a equiparse con su arma de fuego. A simple vista aquel ser parecía bastante escuálido, pero inusualmente fuerte para ser capaz de aguantar tal caída; tenía la piel arrancada de su cuerpo, mostrando todos los tejidos internos y partes de sus huesos se dejaban apreciar en su rostro; su mandíbula burbujeaba en sangre y su aspecto aparentaba el de un esqueleto. Sus ojos, apenas lo único en buen estado que conservaba, traducían una ira volcánica que se concentraba directamente en el muchacho, y su respiración era rápida y agitada, como un lobo rabioso, desesperado por devorar a su presa. Sabía que esta cosa era distinta a las demás con las que había luchado, su modo de operar, sus habilidades y su hambre asesina lo volvía el depredador más mortífero de todos. La criatura volvió a escupir ese grito aterrador, evidenciando que comenzaría a atacar y comenzó a correr. Su cuerpo se desplazaba raudo en una carrera que tenía como meta el exterminio del muchacho de ojos pardos; el joven alzó su arma, apuntó a la cabeza y disparó. La criatura automáticamente se echó
al suelo para evadir el proyectil y continuó la marcha utilizando como punto de apoyo sus manos y sus pies, incrementando de sobremanera su velocidad. El joven se paralizó; aquel ser avanzaba con una rapidez preocupante, descartó la idea de escapar corriendo, no lo lograría. Optó por su plan de contingencia, uno no muy elaborado y muy poco profesional, pero era lo único que había logrado traer a su mente en esos críticos segundos. Ya se había enfrentado antes a bestias como estas y sabía que disparar a quemarropa no serviría de nada más que para gastar sus últimas tres balas. Bajó su arma, respiró, y dejó caer su mochila al suelo. Esperó paciente a que la criatura se acercara y estuviera a unos pocos metros de distancia delante de él; si mal no recordaba de experiencias pasadas, este tipo de monstruo efectuaría un salto justo antes de echarse sobre su presa para cazarlo desprevenido por el aire. —Puedo hacerlo… —murmuró concentrando toda su atención en la criatura. El monstruo se aproximó raudo, solo quince metros los separaban. El joven sacudió sus hombros y aligeró su cuerpo. Diez metros; la criatura avanzaba cada vez más. El muchacho resonó los huesos de su cuello e inhaló aire. Cinco metros; podía escuchar cada pisada violenta y su exasperada respiración a una corta distancia. Exhaló lo último de aire que quedaba y flexionó sus rodillas. Justo a un metro y medio de distancia, la criatura apoyó el peso de su cuerpo sobre sus manos, contrajo las piernas, y dio el salto de gracia. Era ahora o nunca. El joven previno el movimiento de su enemigo y saltó conjuntamente hacia atrás, quedando en una posición paralela con la criatura. En el salto, el monstruo había adquirido demasiada altura, quedando justo por encima del joven, dando un infructuoso mordisco al vació que rozó su cabello. Al mismo tiempo, el muchacho alzo con agilidad los brazos a cuarenta y cinco grados por sobre su cabeza, y efectuó un disparó a ciegas para terminar cayendo de espaldas al suelo. La criatura cayó más adelante revolcándose hasta toparse con un árbol. Por suerte para el joven su disparo había sido certero dándole justo en el cuello, pero sabía que eso no era suficiente para los de su tipo, debía rematarlo. Tomó nuevamente su arma, se incorporó como un rayo y antes de que el monstruo pudiera hacer algo más, le disparó de nuevo en la cabeza. —Todo lo que está muerto, debe quedarse muerto —recitó por lo bajo recuperando el aliento. Rápidamente salió del lugar. Cruzó una arboleda cercana, dejando atrás a aquella aterradora y solitaria casa en medio de la nada. Al pasar entre uno de los árboles, un monstruo quiso sorprenderlo y utilizó su última bala en él. Continuó bordeando árboles y evadiendo criaturas, hasta que finalmente pudo salir a la ruta. A unos pocos metros lo esperaba su vehículo; una vieja y deteriorada casa rodante clásica de color negro opaco; presentaba diversas abolladuras esparcidas en todo su chasis y las ruedas delanteras se encontraban ligeramente desinfladas. Aun así a él no le importaba, con el tiempo ya le había tomado un cariño especial. Era un vehículo que le gustaba atesorar como parte de su propiedad y con eso era más que suficiente. Ingresó, puso en marcha el vehículo y comenzó a conducir lejos del lugar, mirando con sus afinados ojos a través del retrovisor, mientras observaba divertido como algunos monstruos salían desde el bosque y lo perseguían a trote lento, para luego perderse en el lejano horizonte. Tras pasar una media hora intentando buscar un lugar pacífico, estacionó junto a un cono de sombra entre unos árboles cuya copa se curvaba hacia un lado y caía en cascada hacia el suelo, ocultando con sus hojas al vehículo. Apagó el motor y se dirigió a despojarse de la ropa que había mojado. Pasó otra media hora más que consistió en una buena ducha de agua fría y alistarse con algo
más cómodo y seco. Dentro de la casa rodante los muebles eran estrechos y pequeños, pero a pesar de eso también resultaba muy acogedor. Tras el asiento del conductor se hallaban dos sillones pequeños extendidos a lo ancho, con una mesa central del mismo color que mezclaba el blanco crema con el amarillo. Frente a la mesa había una mesada con una cocina eléctrica, y un microondas embutido en una estantería que llegaba hasta el techo. Más atrás una puerta conectaba a un reducido baño con ducha integrada; y llegando al fondo, en la última puerta había una habitación que contenía cuatro camas cucheta, las cuales solamente una se encontraba libre; el resto estaba desbordado de variados objetos que el muchacho conseguía por el camino y los acumulaba ahí, pretendiendo algún día ordenarlo todo. De un estante extrajo un libro viejo de hojas amarillentas y arrugadas. Se sentó en la mesa y comenzó a escribir de forma serena. En el libro detallaba todas las cosas que había hecho desde que el mundo se había ido a la ruina hace poco más de seis meses, procuraba siempre colocar hasta el más mínimo detalle, aunque había cosas que no se sentía orgulloso de recordar, de todas formas se esforzaba siempre por escribir todo lo que le pasaba. Debía hacerlo así. »Querido diario, hoy es otro día más que pasa en este maldito infierno. No tengo muy en claro la fecha exacta en la que estamos, pero supongo que es enero. Hoy las cosas no resultaron muy bien, ingresé a una casa abandonada en busca de suministros y me topé con varios de esos monstruos….« —No… ¿qué estoy diciendo? —el joven tachó la palabra y siguió la escritura. »Me topé con varios de esos zombis (Nota: Debo dejar de negar los hechos, y acepar lo que son realmente… son unos putos zombis). Bien, me topé con ellos, fue una lucha dura, la lluvia no ayudaba en lo absoluto. Creí que moriría ahí… pero supe arreglármelas ante toda adversidad. La noche fue difícil, pero al menos ahora sé cuáles son mis límites (Nota: Odio las armas blancas, son muy resbaladizas). Pero con lo que definitivamente no esperaba encontrarme era con un zombi Parca. Su rostro es horrible y siempre me lleva a recordar cuando me atacó uno encapuchado, se parecía a la jodida muerte en persona. Gracias a Dios no encontré ninguna otra clase más, o estaría frito. La verdad es que tampoco vi a ningún humano hace algún tiempo… no desde aquel día. Pero tampoco es que quiera, por suerte mi vieja artimaña de utilizar ropa color negra todavía me funciona para mantener a las personas alejadas. Aunque admito que no estaría nada mal encontrarme a una linda chica de mi edad. Preferentemente rubia y que esté vagando sola. No es que no se sepa, pero la abstinencia en un hombre se sufre bastante, más en estas solitarias épocas«. El joven soltó una risa y cerró el diario. —Claro, como si fuera a pasar. Su estómago crujió. Se levantó de su asiento, fue hacia su mochila y extrajo de ella su tan preciado y valioso tesoro; sus ojos brillaron al verlo y su rostro esbozó una sonrisa impregnada de emoción ante su adquisición más difícil: Mostaza. Abrió su libro de recetas; hacía muchísimo tiempo que quería probar cocinar ese pollo al horno con limón, mostaza y papas. Había conseguido todos los ingredientes necesarios a lo largo de una semana, y había estado alimentándose a base de una comida enlatada para poder darse ese merecido festín de sabores cuando más lo deseara… aunque no sería esta noche. Su cuerpo estaba totalmente agotado y sus parpados pedían a gritos un poco de descanso. Guardó la mostaza junto con los demás ingredientes, mañana tendría el mejor almuerzo en mucho tiempo. Abrió uno de los cajones de la mesada y sacó una lata de comida de una pila inmensa que había allí amontonada. Odiaba comer comida enlatada, hacía semanas que había conseguido un cargamento con cientos de latas, pero jamás había logrado encontrar un mísero abrelatas para poder abrirlas. Siempre que lo hacía tenía que utilizar un cuchillo, y a pesar de haber probado diversas maneras en tanto tiempo, nunca lograba abrirlas sin derramar y hacer un enchastre asqueroso.
Suspiró. —Bueno, para el hambre no hay pan duro, ni latas duras, supongo. Decidió comer esa asquerosa comida una vez más y tumbar su cuerpo en la cama. No demoró más de unos segundos en caer directo a la reconfortante actividad nocturna. *** Al día siguiente el sol había extinguido los últimos rezagos de las turbulentas nubes de la noche anterior. La humedad del suelo se evaporaba ante el calor, provocando un ambiente pesado y difícil de digerir. En resumidas palabras la ruta era un completo horno. Mientras se dedicaba a manejar con la ventanilla abierta y el viento golpeando su rostro, disfrutaba del paisaje a su alrededor. Una vasta y verde pradera vacía lo acompañaban desde hacía varios kilómetros; la vista resultaría perfecta de no ser por los cadáveres pudriéndose en las calles y los autos abandonados y volcados. No tenía mucha música para escuchar, más que unos viejos casetes de bandas antiguas de Rock, algunos más conocidos que otros. Le gustaba cantar a viva voz para mantenerse cuerdo; gracias a una de sus clases de psicología que había tomado hace mucho tiempo atrás, había llegado a la conclusión de que en este nuevo mundo debía tomarse las cosas, con un ligero y casi infantil grado de humor, o se volvería loco de soledad tarde o temprano. Había pasado ya toda la mañana conduciendo, el sol se encontraba en lo más alto del cielo y sus tripas ya comenzaban a manifestar sus deseos de comer ese pollo con limón y mostaza; aun así primero quería encontrar un lugar para estacionar y sabía que en algún momento debería de toparse con una gasolinera en donde podría, con suerte, encontrar un poco de combustible y registrar si el mercado contenía algo útil para saquear. Su vida en este infernal mundo se reducía básicamente a eso: manejaba, registraba, comía, volvía a manejar, volvía a registrar, escribía, manejaba otra vez, registraba otra vez y se echaba a dormir. No era la típica vida sedentaria y cómoda que uno esperaría tener en un apocalipsis, acuartelado en una guarida con toneladas de comida y armas por todos lados. »Pura fantasía ,«pensaba él. Sabía que si de verdad quería sobrevivir, debía ser cauteloso y viajar siempre. Permanecer en constante movimiento, evadiendo ciudades, asentamientos humanos o grupos de supervivientes. La soledad era lo único que lo mantenía vivo, quitando el fatídico peso de cuidar de otra persona. Tenía integrada la costumbre de viajar siempre por rutas desiertas, donde no se veían gran cantidad de esos seres. Tenía su camino cuidadosamente trazado y solo se desviaba de vez en cuando. En cambio, sabía que ingresar en una ciudad o un pueblo era todo un infierno. No podrías entrar y salir sin pagar una cuota de mordidas en alguna parte de tu cuerpo. De repente algo llamó su atención. Se trataba de una silueta que se dibujaba a lo lejos en el horizonte. Decidió disminuir la velocidad por si se encontraba con un zombi Parca de nuevo, si era así debía ser rápido y matarlo mientras este no lo viera o habría problemas, dado que este tipo pueden fácilmente tumbar un auto si se lo proponen. Para su ventaja, tenía conocimientos, de experiencias pasadas, que esta clase de zombis son casi tan sordos como ciegos. Si bien pueden ver, solo es a corta distancia y son lo bastante sordos como para no escuchar el motor de un auto si este pasa relativamente lejos de su posición; pero al sonido de un disparo siempre suelen acudir al instante y propendiendo su característico y feroz aullido de guerra. A medida que se fue aproximando pudo reconocer la silueta y deducir que esta vez no se trataba de una de esas criaturas, sino que se trataba de una persona. El joven se acercó lo bastante como para apreciar mejor los detalles de aquel individuo. Una melena de cabello largo y negro, recogido en una
cola de caballo que le llegaba hasta la mitad de la espalda dio a reconocer que se trataba de una simple chica, caminando sola y aparentemente exhausta. —Yo te había pedido una rubia —habló a su diario como si se tratase de una persona más. No lo hacía siempre, pero sí de vez en cuando. No, no estaba loco. Por más que fuera una mujer, le resultaba sospechoso el hecho que una muchacha deambulara sola por la ruta, así que decidió realizar un paneo visual a los alrededores para investigar si no había nadie más con ella, sea zombi o humano; pero lo único que había era más pradera, cadáveres regados por el suelo y un racimo de autos destruidos. Más de lo mismo que acostumbraba ver. La muchacha al percatarse del vehículo comenzó a agitar los brazos en señales de ayuda. El joven resolvió estacionar a un lado de la chica y se decidió a abrir la puerta de la casa rodante. Del otro lado lo esperaban unos hermosos y penetrantes ojos verdes, que tradujeron una mezcla de incertidumbre y temor al ver la indumentaria oscura del muchacho, pero su semblante cambió al apreciar mejor el rostro de un joven con el cabello oscuro, que usaba peinado de manera desprolija hacia arriba. Con unos lúcidos ojos pardos, que en la oscuridad podrían confundirse con un color negruzco. El cuerpo del joven era delgado y de una musculatura algo definida. Sus rasgos faciales aparentaban al de un muchacho de unos veinte años o más y a simple vista parecía una persona inofensiva por su aspecto bonachón. Pero la muchacha sabía que las apariencias podrían engañar, por lo que resolvió sacarse sus dudas con una pregunta. —Tú, ¿perteneces a la…? —comenzó a decir, observando su vestimenta, pero fue interrumpida por el joven. —No —sus palabras eran seguras y no parecía tener intenciones de mentir. El joven dio un paso al frente, bajando el escalón del vehículo que los separaba y apuntó a la muchacha con su pistola; era una Beretta modificada con un diseño personal de un color rojo en la parte superior y detalles que mezclaban a la perfección el negro y el dorado. Al joven le fascinaba esa arma, nunca iba a ningún sitio sin ella, para él, era como su amuleto de buena suerte. —No lo tomes a mal —comenzó la charla el joven—. Espero que entiendas que esto lo hago por precaución. —¿Por qué me apuntas? —preguntó ella en un sobresalto—. No soy un monstruo. —Eso lo veo, pero eres una persona. —Exacto. —Pues por eso. —¿Qué? El chico suspiró. —No confío en las personas, ¿sabes? Pero tampoco puedo ser tan cínico de dejarte aquí y hacer de cuenta que no te vi. —Yo soy la que debería desconfiar de ti, después de todo, pareces uno de…—pero nuevamente fue interrumpida. —Solo soy precavido, no dispararé si no intentas nada raro y te repito que no soy uno de ellos. —Mira, necesito ayuda —comenzó a hablar la chica—. ¿Podría ir contigo? No seré un estorbo, ni una amenaza. Ni siquiera tengo armas —la chica de intensos ojos verdes alzó sus manos en son de paz mientras daba un giro completo para demostrar su veracidad. El muchacho la examinó de abajo hacia arriba y por poco se le resbala el arma de la mano al ver semejante figura; su cuerpo era perfecto, como si hubiera sido esculpido por ángeles. Si no estuviesen ahora en el mundo que viven, juraría que antes de todo esto, esa chica era una modelo, salvo claro,
que ahora con ropa sucia y maltrecha. A primera vista ya le había parecido muy atractiva, pero intentó no pensar en eso y enfocarse. —Mira, no soy idiota —dijo en un tono serio y adoptando una expresión relajada—. ¿Me explicas cómo una chica puede sobrevivir en medio de esta ruta, sola y sin ningún armamento? —Mi munición se acabó hace unos días, estuve vagando sola desde entonces. Antes tenía un grupo de seis personas que viajaba conmigo, pero los mataron a todos... —guardó silencio unos segundos —. Solo yo pude escapar… — sus ojos se humedecieron y su rostro se ensombreció. El joven dejó escapar nuevamente un suspiro a la vez que se frotaba la cabeza. —Lo siento linda, pero no te creo. Tu acto es bueno, no digo que no. La historia triste del grupo muerto y las lágrimas están bien, pero sigue siendo una mentira —comentaba el joven, sin dejar en ningún momento de apuntarla con su arma—. En otras circunstancias te hubiera creído, de verdad, pero dile a quien sea que esté contigo que salga ahora y no te pasará nada. Lo juro. La chica se postró de rodillas ante él y juntó las palmas de sus manos en señal de súplica. —Por favor, te lo ruego. Solo quiero vivir un poco más, puedes llevarme contigo y haré lo que quieras —insistió ella con una mirada desesperada—. Por favor, solo baja el arma. El joven se limitó a mirarla dubitativo, no creía nada del pequeño acto de la chica. De vez en cuando alzaba la mirada hacia el horizonte y a los lados para ubicar a alguien cercano, pero no pudo encontrar nada sospechoso más que árboles, arbustos y cuerpos en putrefacción. —Bueno te ofrezco un trato —comenzó a decir el joven con seriedad—. Primero, no voy llevarte conmigo —la muchacha al oír eso se exaltó y lo observó con sorpresa, no imaginó que diría que no —. Pero tranquila, te dejaré un cargador aquí y a doscientos metros de distancia siguiendo por la ruta, te dejaré la pistola correspondiente a ese cargador; es una pistola Beretta que encontré, diseñada especialmente para las mujeres. Hago esto simplemente para que no comiences a dispararme cuando me vaya. También te voy a dejar algo de comida para que puedas sobrevivir unos días más. Será suficiente para ti. —¿Qué? —preguntó la joven en una mescla de confusión y molestia—. ¡Pero sería una muerte segura! —¡Nada de eso! Si te las has arreglado tan bien solita y sin ningún armamento, así que ahora será pan comido para ti, ¿o me equivoco? —Baja el arma, es lo único que necesito —la voz de la oji verde destilaba cansancio, como si la situación se estuviera alargando demasiado. —No lo creo —canturreó el joven. La chica hizo un gesto de resignación, perdió la vista hacia el suelo y dio un largo y relajado suspiro, hasta que finalmente se decidió a dejar de actuar. Alzó su cabeza para volver a mirarlo, pero esta vez algo había cambiado, su mirada ya no era la misma. —Me sorprendes, no te pude engañar en ningún momento —dijo la muchacha y realizó una señal con su mano derecha—. Celebro tu audacia. Pero déjame decirte que eres un testarudo, si no me hubieses apuntado desde un principio esto no hubiese tenido que pasar. Una luz roja en forma de un diminuto punto molestó la visión del joven y se trasladó apuntando directamente a su pecho. El muchacho reaccionó raudo y acercó el arma a la chica, está vez con más determinación que nunca. —No creas que voy a achicarme por un láser apuntándome a la distancia, ahora no pienso dejar que te vayas —añadió el joven con seguridad—. Si me voy, te llevo conmigo. Sus palabras eran firmes y consistentes, no admitía duda alguna. —¿Estás seguro? —inquirió la chica sin quitar la sonrisa desafiante de su rostro.
—Por supue… —pero un severo golpe en su nuca lo sacudió arrojándolo al suelo. El joven se desplomó echando su arma, para que fuera tomada por la chica de ojos verdes. —Repito la pregunta, ¿estás seguro? —comentó mientras apuntaba al aludido con su propia pistola. El chico se limitó a mirarla desde el suelo sin mover un solo musculo, no tenía otra alternativa, veía como varias personas que simulaban ser cadáveres se levantaban y entraban a su casa rodante. Intentó recordar los rostros de alguno de ellos mientras ingresaban; un sujeto de peinado militar y rostro de pocos amigos, era quien lo había noqueado por la espalda; una chica morena y de cabellos oscuros, era quien había apuntado el rifle a distancia; por último, la preciosa mujer que lo había estafado. —Espero que sepas que hacemos esto por precaución —recitó la joven. —Esperen…—alcanzó a decir el muchacho antes de que partieran—. Tengo una carpa ahí dentro, en una bolsa de color verde, les agradecería inmensamente si pudiesen dármela, solo para pasar la noche. Me parece un intercambio razonable dado que les estoy dando mi único vehículo de transporte. Pero nadie contestó la petición, lo siguiente que se escuchó fue un sonoro coro de risas continuado por el motor que rugió al encenderse y comenzó a alejarse. Al mismo tiempo que el muchacho veía como su casa rodante se movía, interceptó la mirada de aquella estafadora; quizás por un segundo percibió una leve mueca de arrepentimiento, pero fue incapaz de cerciorase ya que el vehículo se había alejado aún más, dejándolo a la deriva. —¡Maldita hija de puta! ¿Cómo pude caer en esa? —expresó el joven furioso, mientras golpeaba el suelo con su puño—. Y se llevó mi arma, la muy perra… —en ese momento se dio cuenta de algo. Sus ojos se abrieron en par ante la cruel y devastadora verdad que su mente le reveló en ese segundo —. ¡El pollo! —definitivamente esa era la pérdida que más le dolía—. ¡¡Hija de perra!! Pero en ese mismo instante, el coche se detuvo a unos cuantos metros. A lo lejos pudo apreciar que lanzaban una bolsa a la calle y reanudaban su viaje. Eso sorprendió al muchacho quien se apresuró para llegar al lugar donde habían dejado la bolsa. Deseaba en sus adentros que fuera la misma bolsa que les había pedido y no la basura que se había acumulado en la semana y había olvidado bajar del vehículo. Al llegar al lugar no pudo evitar festejar, al menos les habían dejado su carpa, pero ahora algo más se sumaba a su lista de preocupaciones. —Por favor, que no se hayan dado cuenta —murmuró preocupado mientras revisaba el interior de la bolsa. Pero respiró aliviado al encontrar dentro un arma que tenía guardada ahí para casos de emergencia y una pequeña memoria externa adherida a un listón, que se colocó de collar para no perderlo. La memoria tenía el tamaño de un lápiz pequeño, de color blanco con unos particulares grabados que databan las siglas: ADS—. Bien, un poco de suerte es mejor que nada. Y entonces, ahí estaba, solitario otra vez… sin su pollo a la mostaza, ni ninguna otra comida, con una sola arma en mano para defenderse de las amenazas latentes y con una carpa para poder resguardarse durante la noche. Comenzó a caminar. —Bien, tranquilo. Primero tengo que conseguir un vehículo para buscar a esos infelices que me robaron. Cuando lo haga, recuperaré mis cosas y mataré a esos bastardos uno por uno —dijo para sí mismo, mientras empuñaba su arma con fuerza—. No pueden descubrirme. No puedo correr ese riesgo… *** El joven abrió suavemente sus ojos, pero la incandescente luz del sol que traslucía el fino telón de
su carpa le provocó un poco de dificultad para conservarlos abiertos. Se incorporó con pereza, mientras estiraba sus brazos y expulsaba de su boca un sutil bostezo. Luego se sentó, intentando hacer el mínimo ruido posible, tomo el arma que descansaba bajo su improvisada almohada de hojas secas y divisó a sus alrededores, tratando de reconocer alguna sombra en las cercanías, pero al no ver nada sospechoso decidió salir al exterior para retirarse de la zona. —Que tranquilidad, podría seguir durmiendo todo el día, pero mejor me pongo en marcha. El chico se puso manos a la obra y comenzó a alzar un cadáver que yacía en la entrada de la carpa para arrastrarlo hacia otro lado. La noche anterior había utilizado un método bastante eficaz para repeler zombis indeseados, que había aprendido en el pasado de la mano de un buen leñador. El truco consistía en formar un círculo con cuerpos putrefactos y malolientes, para que los zombis no pudiesen distinguir el olor a carne fresca y sangre caliente que emana de los organismos vivos y que solamente ellos pueden discernir. Luego de apartar los cuerpos y armar su equipo, el cual no era mucho, el joven prosiguió su camino por la ruta hacia donde suponía que debería haber una estación de servicio no muy lejos. Caminó durante kilómetros bajo el rayo de un potente sol, que hoy en día resplandecía como nunca. Tenía demasiado calor, de vez en cuando se secaba la traspiración de su frente con la manga su camisa azabache; eso ocasionaba consecuentemente que tuviese sed y hambre. Mucha hambre. Todo se remontaba al día anterior, no había comido nada desde que esa mujer y su grupo lo habían asaltado, y su suerte para conseguir un vehículo escaseaba tanto como sus deseos por continuar caminando. Suspiró, sabía que no tenía más opción que continuar. En la pesada y extensa caminata, el chico se limitaba a mirar el suelo, donde emanaba un calor inmensurable. De vez en cuando se daba el lujo de entretenerse observando hacia las lejanías del horizonte, esperando atrapar la ilusión óptica del charco de agua formado por el sol y el asfalto. Continuó marchando por el sendero durante un buen rato, evadiendo zombis que deambulaban sin rumbo alguno, hasta que a lo lejos, logró avistar un cartel enorme; de color azul, con el inconfundible logo de una gasolinera muy reconocida. Al fin había llegado, su objetivo estaba cercano y eso lo animó a encabezar un trote ligero hacia el lugar. No importaba si se encontraba cansado para correr, muy pronto ya podría resguardarse del severo sol y poder encontrar algo para poder alimentarse o refrescarse. Al momento de llegar, miró con detenimiento hacia todos los ángulos posibles en busca de algún infectado escondido. No podía darse el lujo de confiarse en este podrido mundo, pero por suerte, solo llegó a explorar un par de cadáveres postrados en el suelo, lo cual le recordó aquella penosa ocasión en la que aquellos embusteros se hicieron pasar por muertos en la ruta para luego golpearlo por detrás. Cobardes. Solo para asegurarse resolvió patear y zarandear los cuerpos. Nada pasó. El joven emprendió marcha al mercado de la estación, observó con detenimiento la puerta de vidrio, se hallaba completamente destruida. Presentaba una enorme comisura en el centro, como si alguien lo hubiera atravesado con el cuerpo entero. Avanzó a través del agujero de la puerta para no ocasionar mucho ruido, siempre intentaba ser lo más sigiloso posible al adentrarse a un lugar desconocido. Trató de evadir los cristales esparcidos en las baldosas y comenzó a rebuscar visualmente algo de utilidad. Pudo percibir con facilidad un fuerte olor a pólvora en el ambiente, quizás alguien ya había pasado por aquí, quizás quienes habían robado su casa rodante ya habían limpiado todo el lugar, adueñándose de toda la comida o bebida posible de ser hallada. Resignado, resolvió seguir buscando algo por lo cual toda esa ardua caminata valiera la pena, pero se desanimó al encontrar todas las góndolas vacías y las heladeras destruidas. El muchacho maldijo en su interior mientras dirigía su mirada al último lugar que no había registrado aún: el mostrador.
Al acercarse detrás de la caja registradora encontró varios billetes esparcidos entre la mesada y el piso, gesticuló una mueca de desdén, en este nuevo mundo el dinero ya no tenía la menor importancia. Su vista se dirigió hacia un trozo de hoja amarilla que estaba mezclada entre los billetes. Parecía haber sido puesta ahí a propósito, y si no fuera por el hecho que ese trozo de papel le resultaba extrañamente familiar no lo habría recogido. Al tomarlo pudo confirmar sus sospechas. Era de una de las hojas del diario el cual solía escribir, pudo reconocerlo con facilidad por el estilo de numeración en el dorso. Confundido y extrañado, comenzó la lectura: »Estimado propietario de la camioneta: Espero que no te moleste que haya tomado una de las hojas de tú diario«. Un escalofrío recorrió el cuerpo del muchacho al leer esas últimas palabras. —Mierda, si alguien lo leyó…—el muchacho continuó la lectura. »No lo leí ni nada parecido, solo estoy usando las hojas en blanco para escribirte este mensaje. Tampoco dejaré que nadie más aquí lo lea, tienes mi palabra.« —Que educación —aun así, el joven no sabía si podía confiar en ella totalmente. »Si llegaste a leer esto significa que aún te encuentras con vida. Eso es bueno, yo no quería que nada de esto pasara, si no hubieras sido tan necio y me hubieras hecho caso todo esto sería muy distinto. ¡Eres un tonto!.« —¿Acaba de enojarse? »En fin, seguro que tendrás sed, así que te deje una cantimplora llena que tenías aquí, y también un poco de comida enlatada, había demasiadas así que supongo que te gustan. Están detrás del mostrador.« —¿Es broma? Tenía muchas otras cosas ahí, ¿por qué justamente…? Bueno, da igual —el muchacho revisó debajo de la mesada y tomó la cantimplora, para beberla con fervor. Sintió un enorme alivio recorriendo y refrescando su estómago. Un poco del agua se volcó en su ropa, así que decidió dejar un poco para más tarde. Debía racionar bien sus existencias o no durarían mucho. Se guardó la cantimplora, comió un poco de la comida, la cual ya se encontraba abierta para facilitarle las cosas y luego guardó poco menos de la mitad para después. Prosiguió con la lectura: »Espero que no haya resentimientos entre nosotros, lo hacíamos por sobrevivir, no sabes todo por lo que hemos pasado. Hasta la próxima. Sam«. —¿Sam, eh? De repente el sombrío silencio del lugar fue interrumpido por un molesto y continuo ruido que gradualmente se fue escuchando más fuerte. El joven se alertó y dirigió sus pasos con apremio hacia la ruta. Evidentemente el ruido se escuchaba lejano pero muy intenso. Se trataba de una moto que se acercaba a gran velocidad desde el horizonte. El joven de cabello desarreglado encogió sus hombros, llevando sus manos a la cabeza, y no era para menos, ese sonido resultaba una alarma para que cualquier criatura en las cercanías pudiera oírlo. En especial un zombi Parca. Mal asunto. El muchacho entrecerró sus ojos para enfocar hacia el punto de interés. A medida que aquella infernal maquina se acercaba, también lo hacía algo más; algo con cuatro patas, una cola larga y un hocico alargado lleno de rabiosos dientes que brotaba una espuma blancuzca mientras dentellaba al aire feroces ladridos. Se trataba de un animal infectado que buscaba con ferocidad el almuerzo del día. El joven notó como el animal aumentaba su velocidad intentando rebasar al hombre de la moto; acercándose desde su lateral a una distancia muy peligrosa. El zombi canino tomó carrera para saltar al ataque, el conductor se sobresaltó e intentó vanamente aumentar la velocidad, pero fue inútil, el can ya estaba suspendido en el aire, a un palmo de distancia
de asestar una brutal dentellada. Pero entonces, se escuchó un disparo a la distancia, seguido de un silbido ensordecedor que rozó al conductor y atravesó la cabeza del animal, desperdigando trozos de carne y sangre sobre el hombre. El cuerpo del perro rodó por el asfalto mientras los restos de su cráneo se deterioraban y salían volando en forma de pequeños pedazos rojizos. El conductor fue atravesado por un enorme torrente de alivio en todo su ser, inmediatamente intentó identificar a su salvador. Era un joven de cabello negro desarreglado y peinado hacia arriba. Usaba una camisa negra, pantalones negros y básicamente toda su indumentaria era completamente negra. Tragó saliva; podría tratarse de uno de ellos, pero aun así, movido por la inercia de la situación decidió seguir su instinto y detenerse. Después de todo, si todavía no lo había matado, era una buena señal. ¿O no? Clavó los frenos de forma instantánea y se ubicó delante del muchacho. Al detenerse por completo, se tomó su tiempo para limpiarse su rostro de la sangre y se acomodó una gorra de lana verde que escondía su poblada cabellera castaña. Decidió ser el primero en hablar. —Eh, tú. ¡Escucha! —habló de forma apresurada, observando sobre su hombro con un semblante que traducía un notorio miedo—. ¿Necesitas que te lleve? Necesito un tirador que me cubra la espalda. —¿Tirador? —inquirió el joven de ojos pardos, su voz y su aspecto no parecía concordar con una persona de malas intenciones—, ¿a qué te refieres? El conductor se limitó a apuntar a su retaguardia con un gesto de su cabeza. El joven de negro observó hacia el horizonte y lo que vio lo dejó sin habla. Contó rápidamente a seis monstruos caninos acercándose a toda velocidad, bramando una serie de ladridos y aullidos perturbadores que estremecerían hasta al más valiente y haría orinar de miedo al más fuerte. —Ya entendí, ¿pero cómo quieres que les dispare de espaldas? —inquirió el joven un tanto nervioso. —Ingéniatelas, pero hazlo rápido o te dejaré aquí. El muchacho de negro repasó cada objeto que poseía intentando idear un plan que los pudiera sacar de esa peligrosa situación. Sabía que no podía disparar de espaldas, sería un acto muy arriesgado, debía de tener buena visibilidad y posición para disparar y solo podía lograr eso de una forma. —¡¿Qué esperas?! El muchacho se limitó a no hablar y actuar rápido. Prosiguió a sacar de su bolsa una resistente soga que tenía para amarrar su carpa. Luego dejó la bolsa en el suelo, ya no la necesitaría, sujetó la soga por el torso del conductor, se sentó de espaldas a este, y ató el otro extremo a su pecho, sujetándolos a ambos. Realizó varios nudos seguidos para evitar que la soga se aflojara y no correr el riesgo de terminar estampillado al asfalto. —¿Funcionara? —preguntó el conductor, quien ya comenzaba a acelerar la moto. —Eso veremos, ¡vamos! La moto quemó llantas y salió disparada hacia la ruta dejando una humareda blanca en el camino. Mientras tanto, los monstruos caninos seguían aproximándose cada vez más. Uno de ellos casi los alcanza en el arranque, pero el joven de negro se encargó de ejecutarlo con su arma. Ya solo faltaban cinco más. —Por cierto, me llamo Renzo —se presentó el conductor mientras evadía autos y cadáveres en la ruta—. ¿Cómo es tu nombre? —¿Te parece que estamos para presentaciones ahora? —contestó evadiendo el tema, mientras
seguía disparando infructuosamente a los canes, que eludían sin problema sus disparos—. Trata de ir estable, no puedo darle a ninguno así. —Solo espera que se acerquen y dispara. —¡Eso intento! El muchacho intentaba seguir con la mira del arma al canino más próximo, pero la moto se mecía demasiado como para efectuar un disparo certero. Se resignó a dejar el arma quieta el tiempo suficiente para que uno de ellos pasara por delante de su línea de tiro; fue cuestión de presionar el gatillo justo en el momento preciso. La bala se hundió en el hocico del animal, quien dio un gimoteo agudo antes de echarse al suelo para sumarse a los demás cadáveres que abundaban en la ruta. Repitió el proceso con otro, quedando solo tres más. —¡Toma eso, perro mugroso! —gritó el chico de negro, envalentonado por la situación. Otro perro infectado se acercó aumentando su velocidad y dio un potente salto intentando sorprenderlos desde el aire; pero el joven volvió a acertar otro disparo, aunque esta vez en su cuerpo. El monstruo canino cayó directo hacia ellos, pero fue evadido por Renzo, quien ladeó la moto hacia un lado con habilidad. —¡Estuvo cerca! —gritó el conductor. Ya solo quedaban dos. Los perros comenzaron a correr abriéndose por los laterales; el muchacho apuntó a su izquierda, luego a su derecha. Disparó en vano, intentando darle a cualquiera, pero las balas solo se perdieron por algún lugar de la ruta. Resolvió que no debía descuidar sus municiones de esa manera, pero ambos animales se acercaban de forma preocupante y los nervios jugaban muy en contra. Uno de los canes volvió a adelantarse colocándose frente al vehículo. Los tenían rodeados y probablemente intentarían atacar a la vez; una conducta que no resultaba muy propia de una raza que actúa por simple instinto. Pero no había tiempo para detenerse a pensar en eso, sabía que esos perros estaban movilizados por un extraño virus que modificaban sus características; tales cómo su velocidad, su fuerza y su hambre asesina; y que debía acabar con ellos antes de que fuese demasiado tarde. El joven de negro decidió que sería oportuno asesinar al can más crítico. Así que sin poder girar su torso hacia atrás por completo, el chico intento disparar repetidas veces a ciegas. »A la mierda el ahorro de balas ,«pensó. Por suerte para él, para el conductor, y para la vida útil de su cargador, uno de los disparos alcanzó a dar en la pata del can, haciendo que se resbale y caiga de forma estrepitosa. El conductor trató de frenar para poder evadir el cuerpo, pero su intento fue en vano, el zombi canino impactó en la rueda trasera haciendo que la moto diera un brusco giro de ciento ochenta grados, deteniéndose por completo y provocando que el conductor quedase enfrentado, cara a cara, con el último endemoniado y apestoso perro. —Es todo tuyo —dijo el joven de negro—, dispárale sin piedad. Renzo se apresuró y retiró de una funda que llevaba en su cinturón una pistola semiautomática. Se dispuso a disparar, atravesó a su objetivo con la mirada y frunció el entrecejo intentando adquirir una concentración absoluta. Alzó su arma al frente, aferró su mano al mango, y luego de unos pocos segundos… volvió a meter la pistola en su funda. —¿Qué haces?, ¿estás loco? ¡Dispárale de una vez! Renzo había colapsado en nervios y ansiedad, su asustadiza mirada no se desviaba del can que se acercaba imponente. Volvió a desenfundar su pistola, y de la misma forma que antes, volvió a guardarla al momento que recitaba en voz baja un número.
—Dos… El joven de negro había dejado abierta su boca ante el asombro, pero no se detuvo en razonar, no había tiempo para eso. En cambio, intentó quitarse a toda prisa la cuerda que los unía para disparar por sí mismo, pero al haberla ajustado demasiado la operación le resultaba imposible. El can zombi estaba tan solo a unos cuantos metros de distancia de ellos; Renzo volvió a repetir el proceso aún más nervioso. Sus manos temblaban recalcitrantes, su frente traspiraba a cantaros, y por lo bajo, seguía murmurando números. —Tres… Sin embargo Renzo no cesó, volvió a desenfundar y enfundar el arma por última vez, y ahora, en un tono seguro gritó. —¡Cuatro! —alzó la cabeza con el fin de apuntar a la bestia de una vez por todas, pero ya era demasiado tarde. Antes de poder actuar, el monstruo canino estaba en el aire, a punto de desgarrar su cuerpo con sus afilados colmillos, pero en ese mismo segundo, el muchacho de negro ya había descartado totalmente la idea de desatar el nudo y optó por una salida menos ortodoxa. Usando todas sus fuerzas giró su cuerpo hacia un lado, empujando a la vez, con su mano izquierda la cabeza de Renzo y colocando ambos cuerpos de perfil. Inmediatamente con su otra mano alzo con agilidad su arma, y sin pestañar, disparó contra el can reventándole el hocico, mientras el peludo cadáver pasaba volando entre medio de los dos, desparramando su vida en el asfalto. La cuerda terminó por ceder y ambos cayeron al suelo junto con la moto. Ninguno de los dos intentó levantarse, intentando respirar y calmar el subidón de adrenalina que corría por sus venas. Por muy poco, habían logrado sobrevivir victoriosos a esas letales bestias, pero cierto inconveniente no pudo dejar pasarse de largo y el joven de negro se aventuró a preguntar sobre eso. —¿Qué mierda fue todo eso? —rompió el silencio el muchacho, alzando su torso. Renzo no contestó, su cara seguía pálida como la nieve y sus ojos reflejaban un desbordado temor interior, mezclado con una pisca de frustración. Todo aquello no tenía lógica para él, pero tampoco sentía que debía dar explicaciones a nadie. El muchacho de cabellos oscuros bufó desviando la mirada, era evidente que Renzo no iba a responderle, por lo que decidió no insistir al respecto. De todas formas no le importaba. —Bueno, creo que es mejor que sigamos caminos separados. Tu moto hace demasiado ruido para viajar en ella, así que te agradecería que me dejases en un pueblo y no volviéramos a cruzarnos jamás. —Cómo quieras, pero tendrás que esperar —contestó Renzo finalmente—. Necesito que me des un poco de tiempo y silenciaré el sonido de la moto. —¿Por qué no lo hiciste antes, si sabias cómo hacerlo? —No tuve tiempo… —Genial —comentó el muchacho sin mucha paciencia mientras revisaba sus municiones—. Apúrate entonces. Renzo acomodó la gorra a su cabeza una vez más y se dispuso silenciosamente a realizar el trabajo. El muchacho de cabello oscuro se sorprendió al ver la cantidad de herramientas que podían llevarse en una riñonera. —¿Eres mecánico o algo por el estilo? —se vio tentado a preguntar. —En efecto, era ayudante de un grandioso mecánico que me enseño muchas cosas, no hay nada que se pose sobre ruedas que yo no sepa arreglar —dijo Renzo muy seguro de sí mismo. —¿Arreglas autos?
—Sí, entre otros vehículos. —¿Camiones? —También. —¿Tanques? —No. —Es un vehículo. Renzo no respondió. —Tengo un monopatín averiado, ¿me lo arreglarías? —¿Te estás burlando de mí? —preguntó elevando el tono y colocándose de pie. —Tranquilo, solo bromeo. Te veo tenso. —Está bien —comentó Renzo dejando sus herramientas—. ¿Quieres liberar tensiones? Podrías comenzar por decirme algo sobre ti; tu edad, tu nombre... o tu nación. —No estoy con ellos, puedes respirar, y estoy en medio de los veinticuatro ¿tú? —Veinticinco, ¿entonces porque tu vestimenta negra? —Mantiene alejado a los vivos, mientras yo me encargo de mantener alejado a los muertos. Renzo se llevó la mano al mentón en un gesto reflexivo. —Suena lógico —sus gestos faciales se aflojaron y el joven se permitió hablar con más soltura y tranquilidad. Después de todo, lo único que le preocupaba era que el sujeto frente él no fuese uno de ellos—. ¿Y cómo te llamas? El joven hizo una mueca de disgusto, llevándose la mano a la cabeza, recorriendo su cabello con sus dedos. Siempre adquiría esa maña cuando se encontraba incómodo. El muchacho desvió sus ojos de lugar, enfocándolos en el suelo y dio un leve suspiro. —Mi nombre es… —balbuceó dubitativo—. Bueno la verdad es que no conozco mi nombre, no lo recuerdo. Tengo amnesia selectiva. Renzo se sorprendió al oír eso, nunca había conocido a nadie con amnesia, pero trató de disimularlo por simple cortesía. —¿Amnesia selectiva? ¿Qué no son todas iguales? —No, para nada. Mi amnesia solo provocó que olvidara mi nombre y un determinado suceso — explicó evitando dar más detalles—. Pero puedo recordar todo lo demás; mi infancia, por ejemplo, o a mis padres. —¿Y tú apellido? —Supongo que por asociación amnésica, tampoco recuerdo eso. —Pareces saber mucho sobre ese tema. —Estudié psicología unos cuantos años, pero nunca pude terminar la carrera, creo que sabrás porqué. —Entiendo, me pasó lo mismo —Renzo no lo había notado anteriormente, pero al desviar su mirada, pudo apreciar algo peculiar bajo la manga de aquel sujeto—. ¿Y eso? ¿Cómo te hiciste esa cicatriz? —¿Qué, esto? —dijo alzando un poco la manga de su camisa y dejando al descubierto la totalidad de la gran cicatriz ubicada en su brazo izquierdo, la cual tenía una forma muy particular—. Es una larga historia, otro día quizás te la cuente. —Parece una Zeta. —En efecto, eso es. Renzo quedo mirando la cicatriz durante un momento; dos líneas horizontales semionduladas eran unificadas por una tercera línea transversal que daba la impresión de la letra Z. El mecánico se
preguntó porque una persona podría tener una cicatriz con esa forma, quizás pertenecía a una secta, o un grupo, ¿o habría sido por accidente? De cualquier manera, lo más raro de ese sujeto no resultaba ser solo eso, sino que también no recordaba su nombre. ¿Estaría diciendo la verdad? Había muchas dudas rondando en su cabeza, pero él no era quien para indagar sobre la vida privada de nadie, también portaba con sus propios secretos. Se frotó el mentón durante unos segundos, hasta que una idea iluminó su rostro. —Bien, entonces te llamare así —dijo Renzo—. Cómo no hay manera de saber tu nombre, hasta que lo recuerdes, o hasta que nuestros caminos se separen, te voy a llamar: Zeta. —¿Zeta? —inquirió el muchacho divertido—. Menudo apodo, pero… me gusta, es mucho mejor que Junior. —¿Qué? —Nada, nada. —Bueno, decidido entonces —dijo Renzo extendiendo su brazo al frente con la palma abierta—. Un gusto, mi nombre es Renzo Xiobani, pero puedes llamarme Rex. Ese es mi apodo en el taller… era mi apodo en el taller. El joven de negro sonrió y le devolvió el saludo estrujando con firmeza su mano. —Es un placer, Rex. Mi nombre está en proceso de ser recordado, pero por el momento puedes llamarme… Zeta. —¡Pero qué asco de apodo! —¡Púdrete!
Capítulo 2: ¡¡Corre!!
“Aquel que busca un amigo sin defectos… se queda sin amigos.” PROVERBIO ÁRABE.
—¿Te falta mucho? —pregunto Zeta impaciente con los brazos cruzados y golpeando el suelo repetidas veces con la punta de su pie. —No, ya casi termino, asegúrate que no se acerque ningún zombi, o ninguna persona. El joven obedeció a regañadientes y se posicionó en medio de la calle, observando ambos extremos del horizonte. Pero para su tranquilidad, no veía nada que llamase su atención, ni zombis, ni rastro de vida alguna. Aburrido de no hacer absolutamente nada, resolvió observar a ese excéntrico sujeto alto con una gorra de lana verde que lo sobrepasaba por media cabeza. Llegó a su mente el anterior episodio donde había tenido dificultades para dispararle a aquel putrefacto can, un comportamiento extraño sin duda alguna. Zeta no creía que se tratara de simples nervios o temor, ya que tomando en cuenta sus propias experiencias vividas, él también había pasado muchas situaciones al borde del colapso nervioso, pero jamás le había sucedido algo como eso. Pensó que especular no serviría de nada si quería saber de verdad lo que le ocurría a Renzo, pero para eso necesitaba indagar más en su pasado. De momento la única información que poseía de él era que sabía arreglar motos pero no tanques. —Ya está hecho —anunció Rex arrancando el vehículo. El motor apenas se escuchaba al aumentar de revoluciones—. Tarde un tiempo, pero como mi padre decía: Si no lo revisas al menos cuatro veces, no sabrás si todo está seguro. —¡Finalmente! ¿Ya nos podemos ir? —Lo siento pero esta es mi moto y seguiré solo —las palabras de Rex fueron serias. Zeta apretó el puño y sus dientes; una vez más lo habían estafado, una vez más lo dejarían solo a la deriva. Pero esta vez no iba a dejar que eso pasara, midió a ojo la distancia entre su mano y su arma, preparado para disparar en cuanto la moto acelerase y entonces… —¡Solo bromeo! Puedes subir —Rex se volteó con una sonrisa en el rostro y una mirada relajada —. ¿Qué pasa? Te veo tenso. —Ten cuidado con esas bromas, podrían salirte mal —el joven subió a la parte trasera del vehículo. —Tú empezaste —dijo Rex mientras aceleraba e ingresaba a la ruta. —Impresionante, ronronea como un gatito. Buen trabajo —lo felicitó Zeta. —Gracias… ¿Y tú qué? ¿Te diriges a algún lugar? —inquirió Rex. —Por ahora solo busco a quienes me robaron mi casa. —¿Tu casa? ¿Y qué te robaron de ahí? —Te estoy diciendo que mi casa. Rex sacudió la cabeza sin comprender. —No estoy entendiendo, ¿se llevaron toda tu casa? —Es una casa rodante. —¿Por qué no solo dijiste eso? —Eso fue lo que hice. —En fin —suspiró Rex—, yo me dirijo a una ciudad. Está aproximadamente a unos dos días de
distancia. —¿Qué harás ahí? —Estoy pensando unirme a un grupo, escuché que la Nación Escarlata abre sus puertas a todo tipo de personas sin discriminación y con ganas de ayudar. —explicó mientras ajustaba su gorra de lana a su cabeza para evitar que se le volara. —Que coincidencia, yo también iba hacia allá antes de que me robaran y me dejaran en medio de la nada. —¿Tú perteneces a esa nación o piensas unírteles? —Ninguna, prefiero estar solo. —¿Y porque ibas hacía allá? —Digamos que tengo algo que a ellos les podría interesar, dejémoslo ahí. El silencio predominó durante las siguientes horas, hasta que algo comenzó a aproximarse en las lejanías. Un cartel indicaba un poblado próximo y Zeta decidió investigarlo, debía buscar su camioneta fuera donde fuera y ese lugar parecía un buen punto para empezar. —Necesito parar en ese pueblo, puede que los ladrones de mi casa estén ahí. —No hay problema, además necesito cargar más gasolina a la moto o no llegaremos muy lejos. Rex viró la moto a una salida de la ruta que daba ingreso al pueblo, cruzando bajo un gran arco blanco en la entrada, el cual se encontraba destrozado y corroído por el pasar de los años. La presencia de muertos vivos en la zona era preocupante, pero si hacían las cosas con cautela y rapidez, no supondría problema alguno. Al doblar en una esquina se toparon con una plaza; era pequeña, con un pintoresco estanque de aguas danzantes que había dejado de funcionar hace años, y una estatua en su centro, rodeado de viejos robles ubicados simétricamente; pero lo que más llamaba la atención de todo el panorama, era que el lugar se encontraba hasta el cuello de zombis deambulando sin rumbo alguno. La cantidad que había era tal, que muchos chocaban entre sí al pasar, y alguno que otro tropezaba con los cadáveres en el suelo; se podía apreciar cerca de los bancos, como unos pocos agraciados tenían el lujo de engullirse un animal, imposible de reconocer con tanto rojo en su alrededor. —No hay nada que hacer aquí —Rex habló bajo—. Mejor dar la vuelta. —Espera, mira por ahí, ¿lo ves? Al otro lado de la plaza —susurró Zeta. —Sí. Una gasolinera, pero ya viste como está el lugar, y la única forma de llegar es cruzando por la plaza. Zeta se llevó la mano al mentón intentando idear una estrategia. —No hace falta ir en la moto, podemos ir a pie —infirió mientras abandonaba el vehículo—. El centro de la plaza tiene menos zombis que las calles, si cruzamos sigilosamente puede que no nos detecten. —Es una locura —se opuso Rex—. Te estarías metiendo a la boca del lobo. —Si nos camuflamos pasaremos desapercibidos, seremos un diente más del lobo. —Esa analogía no me brinda mucha seguridad, ¿sabes? —Está bien, seremos un lobo más. Créeme, va a funcionar —afirmó Zeta mientras se acercaba a un cadáver solitario en la calle—. Este podría servirnos. —¿Qué harás con él? —inquirió el joven mecánico, acercándose también él al cadáver—, ¿arrancarle las tripas y colgártelas al cuello? —¿Quién puede ser tan enfermo para hacer algo así? —Zeta cargó el cuerpo con ayuda de Renzo —. Solo lo llevaremos cargando hasta allá, hay tantos que no creo que nos detecten. —¿Estás realmente seguro de esto? Será una carga si tenemos que huir corriendo.
—No hará falta. No podrán olernos —Zeta no pudo evitar toser— ¡Dios! Ni yo mismo puedo olerme, este tipo carga una peste que, o morimos por los zombis, o por su olor. Rex tenía sus dudas acerca del plan, cruzar entre medio de un centenar de esos monstruos sería la última cosa que se le cruzaría por la cabeza, pero su nuevo compañero de viajes parecía el tipo de persona insistente y cabeza dura que persuadiría con facilidad a cualquiera. Los primeros metros que recorrieron arrastrando al cadáver con ellos fueron los más intensos para el mecánico, pero la prueba de fuego llegó al mezclarse con la horda de muertos. Sus pasos eran cautelosos y guardaban siempre una prudente distancia entre ellos y los zombis merodeadores. Rex intentaba controlar su respiración, pero su agitación era muy evidente; su frente transpiraba sin control y sus ojos se movían de un extremo a otro, cuidándose de no tropezar con nada, teniendo en claro que un mínimo tropiezo podría significar el fin de su corta historia. Por otro lado, a través de la putrefacta y podrida cabeza del cuerpo que estaba arrastrando, su compañero se veía muy tranquilo a pesar del peligro potencial que acontecía alrededor de ambos. El muchacho de cabellos en punta parecía tener sus nervios completamente bajo control. Algo que admiró y envidió a su vez. Luego de atravesar casi toda la plaza y liberarse de la tempestad de criaturas hambrientas de carne fresca, los muchachos pudieron permitirse caminar con más soltura. Rex divisó la estación de servicio en la calle del frente; a diferencia de la plaza, las criaturas no abundaban. Zeta dejó el cuerpo en el suelo y se permitió volver a respirar, inhalando una gran bocanada de aire. —Gracias por los servicios prestados, compañero. —¿Cómo sabías que no nos verían? —inquirió Renzo curioso de no estar siendo destripado ahora mismo. —Conozco un par de trucos —fue lo único que respondió Zeta mientras avanzaba hacia su destino. La gasolinera tenía un aspecto muy antiguo y descuidado, se podía apreciar con facilidad que ya era así desde antes del apocalipsis; aunque un par de columnas tumbadas y gran parte del techo derrumbado, daba a la certeza de que algo malo había pasado. Podría tratarse de un enfrentamiento, pero no había restos de vainas de balas por ningún lado, y era evidente que ninguno de esos debiluchos zombis de la plaza podría causar tanto desastre. Zeta comenzó a preocuparse, solo conocía una cosa que podría ocasionar una destrucción de tal calibre, pero rechazó esa idea. No había nada amenazador alrededor, no tenía por qué preocuparse. Intentó dejar de lado sus sospechas y abocarse en no perder demasiado tiempo con sus pensamientos. —Rex, ¿podrías buscar algo en donde colocar la gasolina? Yo revisaré si hay algo comestible ahí dentro —comentó acercándose a la puerta del mercado. —No hay problema. Yo me encargo. —Genial —Zeta volteó hacia la puerta y algo del otro lado lo alertó provocando que diera un paso hacia atrás. Un repugnante hombre de unos cuarenta años, de piel oscura y ropa maltrecha, se encontraba pegado al muro vidriado junto a la puerta. Su rostro estaba cubierto parcialmente de sangre y una fracción de su cráneo se encontraba completamente expuesta; sus manos se posaban sobre el vidrio, queriendo alcanzar al muchacho. Zeta ingresó por la puerta sin perder de vista al monstruo, esperando el momento en que se volteara para atacar, pero nunca lo hizo. La criatura seguía en su vano intento por cruzar el cristal, sin prestar la más mínima atención al muchacho. Al no resultar peligroso decidió dejarlo así hasta encontrar algo con lo que poder matarlo de manera más sigilosa, sin tener que usar su pistola.
Luego de una intensa e infructuosa búsqueda de provisiones, en donde lo único en buen estado era un paquete de cigarros y una lata a medio terminar de una bebida energizante, Zeta se rindió. La idea de comenzar fumar lo sedujo por un instante, pero no tenía la costumbre y en este mismo momento, tampoco tenía ganas de meterse un vicio nuevo. Lo cierto era que jamás le había gustado, y a pesar de ser el final de los días, era algo que no sentía deseos de probar. Arrojó el paquete al suelo y se dispuso a terminar la lata de energizante que haba encontrado sobre el mostrador. Al momento de tomar, algo se cayó de la base de la lata, parecía un pedazo de papel muy bien doblado. La curiosidad lo llamó a desdoblarlo con rapidez, y descubrir en él, una nota. La letra era idéntica a la de la carta de esa tal »Sam,« pero esta vez el papel era distinto. No le prestó mucha atención y comenzó la lectura: »Esta nota va dirigida a la persona de la casa rodante negra«. —Supongo que la aclaración está de más, pero lo dejaré pasar. »Espero que hayas podido llegar hasta aquí con vida, me siento algo mal por lo que te hicimos, sinceramente no creo que seas una mala persona, solo un poco desconfiado«. —¿Desconfiado? »Pero no podemos culparte, este mundo provoca este tipo de emociones. Yo creo que mereces una oportunidad, no deberíamos haberte dejado ahí, y por más que lo intenté, no pude convencer a mi grupo para volver por ti.« —Que considerada. Gracias… »Pero pude convencerlos de otra cosa. A la vuelta de esta manzana te dejamos un vehículo, tiene gasolina, tiene comida y tiene municiones. Podrás transportarte con tranquilidad y sobrevivir al menos por unos tres días, pero eso será suficiente. Espero que esto compense, al menos un poco, el haberte robado. Si estás dispuesto a perdonarnos, y espero que así sea, nos encontraremos de nuevo en la Nación Escarlata«. —La Nación Escarlata… Era inevitable no pensar en las coincidencias; una vez más la dichosa Nación Escarlata era el punto de objetivo, tanto para su nuevo compañero de viaje Rex, como para esta peculiar ladrona de casas rodantes y su grupo. Todo parecía converger en ese mismo lugar. Un pinchazo de curiosidad ingresó en su ser. ¿Qué tendría de especial esa nación? Zeta siempre había preferido la soledad, era lo único que lo había mantenido con vida por tanto tiempo. Su mente seguía firmemente la premisa de que los grupos numerosos tienden a fantasear con una falsa esperanza de vida, que tarde o temprano acabará en una desastrosa desilusión, ya había vivido en carne propia ese espantoso sentimiento y bajo ninguna circunstancia iba a permitirse volver a experimentarlo. En ese momento, una presión repentina fue ejercida con severidad en sus hombros y lo obligó a reaccionar con rapidez zafándose en una sacudida. Pudo ver de reojo un zombi intentando alcanzarlo, ese mismo que hacía unos segundos se entretenía intentando cruzar el cristal; ahora su entretenimiento consistía en efectuar la mejor mordida posible en cualquier parte del cuerpo del muchacho. Zeta se apartó de manera brusca, pero no pudo percatarse de las góndolas a su lado. La estructura se desplomó y el joven cayó encima de forma estrepitosa. El monstruo no dudó un segundo en arrojarse sobre el muchacho. Rex escuchó el escándalo y no tardó en acudir a la ayuda. Una vez dentro, sus ojos tradujeron la escena en un segundo, y su mente le dio la orden a su mano de tomar su navaja con rapidez, pero algo pasó, su mente quería ayudar a su compañero en apuros, pero su cuerpo actuó por sí solo y la navaja volvió a su funda. Rex volvió a tomar la navaja, su corazón comenzaba a palpitar más rápido, odiaba tener que realizar ese ritual, odiaba esa insistente y molesta presión en su pecho, pero no había manera de que pudiera impedirlo. Volvió a guardar la navaja.
En ese segundo, Zeta seguía su lucha de fuerzas contra la horrible criatura. Pero al estar debajo, su posición resultaba desventajosa; sus brazos comenzaban a agotarse, no soportaría mucho más. El monstruo acercó su mandíbula al hombro del muchacho, ya no podía resistir, su fuerza cedió y el zombi ganó la partida. Su boca se expandió, dejando caer hilos de saliva mezclada con sangre sobre Zeta. La mordida fue inminente, el zombi apretó sus dientes con fuerza. Zeta cerró sus ojos por impulso y ahogó un gemido de dolor. El zombi sacudió su boca, algo había interferido entre su comida y él, algo duro y metálico. Rex había llegado justo a tiempo para colocar la hoja de su navaja en la boca del monstruo, y con un movimiento brusco, le cortó la mitad del rostro, y con otro más, terminó con su vida incrustando la hoja en su cráneo. —¿Estás bien? —preguntó Renzo, ayudando a alzar a su compañero. —Considerando que casi me orino en los pantalones, estoy bastante bien —respondió Zeta, sacudiéndose la ropa—. La próxima vez esperaré hasta el momento límite antes de salvarte, ¡verás que divertido es! —Estás vivo, eso es lo que cuenta. —Te aseguro que será lo mismo que yo te diga —Zeta salió por la puerta a paso acelerado, Rex lo seguía por detrás. —¿Conseguiste algo útil ahí dentro? —Además de un buen susto, nada. —Yo tampoco —dijo Rex en un suspiro—. Este lugar está vacío, no hay combustible por ningún lado. —No importa, tengo algo mejor —dijo Zeta mostrándole la nota. —¿Qué es esto? —¿Recuerdas que te dije que me robaron? —Sí. —Al parecer, una chica tiene un importante cargo de conciencia por eso y decidió ayudarme — explicó Zeta divertido. Rex se frenó al terminar de leer la nota y observó a Zeta con seriedad. —También se dirigen a la Nación Escarlata. —Exacto, pero de momento me interesa más la parte del vehículo —Zeta volvió a retomar el paso —. Este lugar me tiene un poco nervioso, mientras antes salgamos de aquí será mejor, y ese auto es la mejor salida. —¿Y tú le crees? —No lo creeré hasta verlo, pero no nos matará averiguarlo —Zeta volvió a tomar el cuerpo del cadáver—. Ayúdame, no hay que perder tiempo. Los chicos volvieron a utilizar el mismo método para cruzar la plaza con la ayuda de su amigo zombi, pero esta vez, algo estaba distinto en Zeta. Ahora él era quien repasaba con la mirada cada rincón y cada esquina de las calles, buscando a alguien… o a algo. Una vez llegaron a su destino, Zeta fue el primero en montar la moto. —¡Vamos, no pierdas tiempo! —Está bien —comentó Rex subiendo del lado delantero, pero antes de arrancar el vehículo, decidió sacarse una última duda—. ¿Qué es lo que tanto te preocupa? Zeta resopló. —Es solo una corazonada, pero creo que no deberíamos estar aquí. Podría haber un… —En eso si tienes razón. No deberían estar aquí —una voz ronca y grave se escuchó detrás de los
jóvenes—. Si mueven un solo musculo sin que yo se los ordene, los dejaré con un hermoso agujero en el pecho. —¿Qué? —Rex observó hacia atrás en un acto reflejo. —Parece que no me estas entendiendo. Inmediatamente Zeta dio un pequeño golpe por la espalda a su compañero. —No te muevas, solo mira hacia el frente. —Mierda —balbuceó Rex entre dientes. —Estén atentos porque no lo repetiré. Si escucho una sola voz salir de sus mugrosas bocas, no solo les dispararé, sino que los dejaré lo suficientemente vivos para que estos caníbales tengan un festín con sus entrañas —aseveró—. Les recomiendo que no me obliguen a tener que hacerlo. Aunque si hacen todo correctamente les dejaré conservar sus armas. Zeta apretó los dientes. La impotencia subía por su cuerpo como fuego, sentía deseos de defenderse o luchar, pero sabía que sería en vano; desde su posición lo único que podía hacer era obedecer. —Primero alzarán sus armas muy despacio. Así, excelente, ahora arrójenlas —ambos obedecieron lanzando sus armas a la calle—. Ahora solo tienen que bajar de la moto. Al que sea tan idiota de mirarme, creo que no hace falta que le repita lo que les voy a hacer. Los jóvenes obedecieron al pie de la letra sin emitir palabra alguna. —Ahora, si son tan amables, acuéstense en el suelo boca abajo. Perfecto —el ladrón subió a la moto, pero decidió decirles una última cosa antes de marcharse—. Si fuera ustedes, me iría pronto, este lugar es muy peligroso, y no lo digo por los caníbales que están por ahí. En este pueblo hay algo grande, mucho más grande. Les recomiendo tener cuidado. Lo siguiente que escucharon fue el motor de la moto y como se alejaba de ellos, Zeta no perdió tiempo y se levantó tan rápido como pudo; buscó su arma, e intentó apuntar al ladrón, pero este ya se había perdido de su visión virando en una esquina. —¡¡Mierda!! ¡Esto se volvió una puta costumbre! —exclamó Zeta pateando el suelo—. No sé a quién odio más, si a los putos zombis o a los putos ladrones. En ese momento, a unos pocos metros, una figura se comenzaba a asomar por una esquina. Su complexión física era aterradoramente enorme; su estatura oscilaba los tres metros de alto, con unos músculos inflados como globos y una cabeza calva gigante, proporcional a todo su voluminoso cuerpo. Rex sintió repulsión al ver que su piel se encontraba arrancada y estirada, como si apenas alcanzara para envolver semejante criatura; parte de su mandíbula estaba destruida y repulsivos chorros de sangre brotaban de ella. Zeta al verlo sintió como el miedo se encendía por todo su cuerpo, llenándolo de adrenalina, su corazón comenzó a latir tan fuerte que juraba que podía sentirlo. El gran zombi llevaba consigo una señal de transito que arrastraba con una de sus manos; la criatura se detuvo y fijó la mirada en los dos jóvenes, volteándose hasta tenerlos de frente. —¿Recuerdas esa pregunta que me hiciste sobre si me preocupaba algo? Creo que ahora queda más que explícito —comentó Zeta retrocediendo con extremo cuidado. El zombi se acercó un paso hacia ellos, bramando un sonido gutural grotesco y aterrador. —¿Nos puede escuchar? —preguntó Rex con terror, sin quitarle la vista de encima. —No —respondió Zeta casi en un susurro—. Él puede vernos. Rex torció la mirada hacia Zeta incrédulo, luego volvió a avistar al monstruo quien se acercaba cada vez más. —Hijo de…
—Corre… ¡Mierda, corre! Consumidos por el miedo y dejándose llevar por la adrenalina, ambos jóvenes emprendieron una veloz carrera. Rex se desvió para recoger su arma, probablemente la necesitaría luego, y reanudó el paso tras Zeta. El monstruo se percató de su huida y enfureció, o al menos eso le pareció a Zeta, quien no se animaba a voltearse para averiguarlo, pero de todas formas el gruñido que desprendió la bestia fue indicio suficiente. La mole de poco más de tres metros de músculos se llevó el poste a la espalda con ambas manos, y de un movimiento veloz, lo arrojó con fuerza hacia ambos. En un intento de medir la distancia entre esa abominable criatura y él, Rex observó a su retaguardia en un vistazo rápido; el letrero de tránsito surcaba el aire girando a gran velocidad hacia ellos. El joven actuó raudo, empujó a Zeta a un lado y se deslizó en el suelo de costado para evadir el golpe. El muchacho sintió el zumbar del poste volando peligrosamente cerca de su cabeza y rebotando en el suelo, para impactar contra uno de los monstruos y terminar su recorrido estrellándose en una vidriera. Ambos se incorporaron con una rapidez movilizada por el temor y la adrenalina. La desesperación también hizo acto de presencia al ver como cada uno de esos monstruos se alborotaban por el estruendo y se arremolinaban como abejas al golpear un panal. En un segundo un grupo cercano de muertos ya los habían visto y se aproximaban a saludarlos. Los muchachos se encontraron metidos en una encrucijada mortal; escapar cruzando entre un centenar de zombis alertas y dispuestos a devorarlos, o enfrentar a uno solo, con una ira asesina titánica, que valía por cien. La respuesta fue obvia. Los muchachos ingresaron una vez más a la plaza. El sudor emanando de sus poros y su respiración agitada al correr fue un importante factor delator para lograr tener la atención de los zombis cercanos. El miedo se mezclaba a la perfección con la adrenalina impulsando cada paso de Rex; empujando y golpeando a cada ser que se le aproximaba por los laterales. Por otro lado, Zeta abría el camino con su arma de fuego. La dupla se movía con agilidad entre los muertos dejando atrás al monstruo gigante. Luego de salir del infierno mismo, sus pisadas los llevaron hacia la calle donde podían moverse con mayor libertad; pasaron la gasolinera y siguieron su camino, hasta que un chillido aterrador les sumó a los muchachos un nuevo peligro a la lista. Zeta sacudió su cabeza hacia todos los ángulos posibles para detectar la providencia de aquel irritante sonido, pero aún sin poder verlo, no tenía duda alguna de que se trataba de un zombi Parca. Enseguida trató de idear un plan que los sacara, al menos de momento, de ese terrorífico apuro. Observó en la manzana de en frente, una puerta de madera algo deteriorada, en una de las casas a su izquierda que pedía a gritos que la tumbaran. A simple vista tenía el aspecto de un almacén casero, a juzgar por sus ventanas, las cuales se hallaban selladas con unas resistentes persianas de metal, el lugar ideal para un escondite improvisado. Zeta tomó la delantera aumentando la velocidad de sus pisadas; un súbito ardor comenzó a abrazar las piernas del muchacho indicando que pronto llegaría su límite, pero su fuerza de voluntad quebró esa barrera, y decidido, tomó un último impulso y se arrojó con ferocidad hacia la puerta. Los dos metros del tablón de roble oscuro se fueron abajo, el joven se vio arrastrado por la inercia hasta impactar contra una pared. El golpe había sido tremendamente duro, su hombro acarreaba las consecuencias con un incesante dolor que no tenía planes de marcharse pronto. Zeta temía habérselo dislocado, pero no era momento para reparar en eso, debía escapar ahora y sanar luego. En ese segundo, el monstruo gigante efectuó un salto elevándose unos cuantos metros y acortando considerablemente la distancia; otro salto más lo dejó a unos pocos pasos de Rex. El joven mecánico
no tardó en ingresar, pero el gigantón lo siguió de cerca intentando pasar por el hueco, aunque gracias a una pisca de suerte para el dúo, el cuerpo del zombi resultó demasiado grande como para ingresar no más que su musculoso brazo, el cual sujetó a Rex por su chaqueta. Rex sintió la brutal fuerza de la criatura en toda su espalda, arrastrándolo poco a poco hacia él, sus brazos se irguieron hacia el frente buscando desesperadamente algo por lo que aferrarse, pero no hubo suerte. El muchacho fue jalado hacia atrás una vez más, no había nada que pudiera hacer, se sentía como ser arrastrado por una locomotora. Pero justo en ese momento, Zeta intervino con audacia, dos disparos consecutivos al rostro de la bestia provocaron la distracción suficiente como para liberar a Rex de sus putrefactos dedos. —¿Por qué tardaste tanto? —inquirió Rex intentando recuperar el aliento, y su alma. —Ahora sabes cómo se siente. —¿Estás chiflado? ¡Casi me atrapa! —Hey estás vivo, es lo que cuenta. Salgamos de aquí. Un retumbar en las paredes alertó a los muchachos, el monstruo ahora estaba completamente enfurecido y decidido a abrirse camino a cuesta de golpes. Zeta y Rex se movieron rápido y cruzaron a la siguiente habitación cerrando la puerta a sus espaldas. Zeta ladeó su cabeza en todas las direcciones buscando, con extrema dificultad entre la oscuridad, alguna salida de emergencia; para su suerte, el destino los agracio con un ventanal vertical lo suficientemente grande como para que una persona pasara al otro lado. El único problema era la altura, pero nada que una mente habilidosa y un escritorio ubicado convenientemente cerca no pudiesen solucionar. —Por aquí… —guio Zeta, apenas podía pronunciar las palabras correctamente, estaba agotado por el escape y adolorido por la caída, y esto todavía no terminaba. Sin perder más tiempo, Zeta subió al escritorio e intentó forcejear la ventana para abrirla, al fallar en los primeros diez segundos de intento, su desesperación lo llevó a quebrar el cristal con la culata de su arma. Mientras tanto, los golpes del zombi gigante dejaron de escucharse y todo se sumió en un perturbador silencio que indicó los muchachos que ese monstruo ya había logrado pasar la primera puerta, y que sería cuestión de segundos que los encontrara. Zeta trepó el ventanal y cruzó lo más rápido que pudo, pero llevándose consigo una profunda herida en su mano al posarla sobre un vidrio en punta, del otro lado, lo esperó un pequeño patio de césped, cercado con vallas de madera, y sin restos de criaturas carnívoras cerca. Rex entre tanto, esperaba con notorio nerviosismo su turno para pasar, observando constantemente hacia la puerta, rezando mentalmente que no apareciera ese monstruo, pero justo en ese instante, sus nervios se tensaron al máximo al ver como la puerta se desplomaba en el suelo, mientras un enorme y cuasi carcomido rostro impregnado de sangre y odio lo observaban desde el otro lado. Ya había llegado. —¿Qué estas esperando? ¡Vamos! —gritó Zeta del otro lado del ventanal. Rex no se había dado cuenta que su compañero ya había cruzado; sus piernas temblaron más de lo normal al subirse al escritorio con la incesante presencia de aquella criatura sobre sus hombros. Una imagen mental pasó por su cabeza mientras trepaba el ventanal, en la cual era aplastado por el zombi antes de cruzar, pero para su suerte eso no fue lo que pasó. Al poder pasar ya la mitad del cuerpo hacia el otro lado, Rex se permitió observar al interior. Su corazón por poco se detuvo al ver al monstruo a escasos metros acercándose a una velocidad descomunal. El joven mecánico no tuvo oportunidad de pensar ni de actuar, por lo que decidió dejar caer su cuerpo al exterior, al mismo tiempo que el zombi gigante atravesaba el muro en una estampida que barrió a Rex entre una pila de escombros y pedruscos. El cuerpo del muchacho rodó
estrepitosamente entre el suelo y los escombros, hasta que se detuvo a unos cuantos metros del monstruo. El zombi se perfiló en su dirección, como si eso no hubiera sido suficiente para él, tenía que exterminarlo con sus propias manos y no dejar rastro alguno de su existencia. Uno de sus pies quebró un ladrillo al pisar, pero eso no le importaba, ese monstruo no sentía dolor ni misericordia, y estaba a punto de demostrarlo. Zeta se alegró de haber tomado distancia para no recibir ese precipitado impacto y se apresuró en tomar su arma y apuntar a la bestia. En el segundo en que su ojo se alineo con la mira, y luego con la cabeza del monstruo, un pensamiento cruzó como un rayo por su mente. El monstruo no lo había visto. Su atención se centraba en Rex, quien después de esa caída, era muy poco probable que pudiese terminar en una sola pieza. Era la carnada perfecta para el escape perfecto. Su sentido de la ética intentó hacer acto de presencia ante ese pensamiento y demostrarle al joven que esa decisión solo la tomaría un cobarde. Pero lo cierto era que él tenía mucho miedo y escapar era probablemente la acción más sensata e inteligente que podía hacer, pero como ese zombi atravesando el muro, sus valores morales atravesaron esa idea con una conjetura simple, pero a la vez, totalmente irrefutable. —Yo no soy así —se dijo Zeta para sí mismo y efectuó el primer disparo. La bala salió del cañón del arma y se dirigió directamente a la parte posterior de la cabeza del gigantesco zombi, este solo se detuvo, pero no pareció inmutarse, solamente se llevó la mano a la cabeza y se la frotó como si la bala se tratase de un simple mosquito. Zeta sin ceder siguió disparando, intentando atinar todos los disparos al mismo lugar, sabía que si disparaba cerca de la zona del bulbo raquídeo que se encontraba cerca de la parte posterior e inferior de la cabeza, causaría una muerte instantánea, un principio básico en los humanos, pero no estaba seguro si también se daría en los »no muertos«, y mucho menos en este gigantón. Luego de una serie de disparos que asombraban por su certeza, el zombi se desplomó en el suelo emitiendo un feroz chirrido de dolor. Finalmente una de las balas había dado a su cerebro, aunque el costo se pagó con un cargador entero, dejando a Zeta sin más municiones. Rex que todavía seguía consciente, apartó un par de escombros que se situaban sobre él, y pidió ayuda a su compañero, Zeta fue inmediatamente a socorrerlo, lo ayudó a incorporarse y revisó sus heridas, por suerte no contenía nada de extrema gravedad. —¿Puedes continuar? —preguntó Zeta. —Sí, solo estoy un poco aturdido…—el mecánico guardó silencio—. Por un segundo pensé que me dejarías. Zeta no se animó a responder, el comentario lo había tomado completamente por sorpresa, pero para su suerte no tuvo que hacerlo, ya que un horrible sonido interrumpió el recreo de los muchachos, insertándolos nuevamente en otra situación de riesgo más. Era ese escalofriante y agudo grito que habían oído cuando escapaban, pero esta vez se escuchaba mucho más cerca. Zeta se giró y vio a través de una valla de madera a un zombi que los acechaba, ese a quien denominaba Parca, por su horrible rostro esquelético y aterrador. El zombi saltó la valla con habilidad y sin problemas, quedando de pie frente a los muchachos. Pese a la escasez de cabello en su desfigurado cráneo, se apreciaban las facciones de lo que antes podría haber sido una mujer de familia, hija de alguien, probablemente también madre de alguien y esposa de otro alguien más. Ahora solo era una criatura más del montón en este nuevo mundo devastado, que buscaba algo que comer, y ya lo había encontrado. Zeta y Rex retrocedieron por mero reflejo, pero no había mucho espacio para ganar ventaja, y
escapar no era la solución en un patio tan pequeño y cerrado. —No me quedan… —dijo Zeta mostrando su cargador vacío a la vez que retrocedía y se alejaba de su compañero—. Te lo dejo. —Bien... —aceptó Rex temeroso, mientras sacaba su arma de su funda, invadido una vez más por sus exhaustivos e incontrolables impulsos internos—. Uno… —susurró mientras volvía a guardar el arma y la volvía a desenfundar—. Dos… —sus manos sudaban y temblaban, lo cual no ayudaba en nada a calmarse. La zombi Parca se cansó de esperar, ya había medido a sus objetivos y se decidió a atacar, agazapó su cuerpo con agilidad posándose sobre sus brazos, y de dos veloces zancadas se dirigió hacia Rex, quien se encontraba desenfundado ya por tercera vez. La criatura al estar suficientemente cerca dio el salto de gracia. Rex ya no tenía más tiempo, no llegaría a completar su ritual y lo sabía. Su cuerpo se paralizó en un instante, sus ojos se expandieron, su respiración se cortó y su corazón le pareció detenerse automáticamente, y como si de una película se tratase, todo le pareció ir más lento. Lo único que alcanzaba a ver eran los grises y muertos ojos de aquella criatura, pudo ver su reflejo por un instante, y en ese momento, toda su vida entera pasó delante de él en un solo segundo. Cada recóndito recuerdo, cada momento vivido, cada experiencia ganada, cada situación placentera. Recordó todo lo bueno de su vida, en ningún momento pensó en las cosas malas que le habían sucedido, todo era bello en sus recuerdos, su primera vez montando una bicicleta, y su primera vez arreglándola; su primer beso; su primer amor; sus cumpleaños más significativos; su graduación; su viaje de egresados. Todo pasaba por su mente en un destello. Imaginó a toda su familia frente a él, en la puerta de su casa, observándolo y sonriendo, dándole un espacio ahí, junto a ellos. Silenciosa y casi instantánea, una lágrima se dejó deslizar por su mejilla. Quería ir con ellos. Con su padre, con su madre, con sus abuelos, con sus tíos, con sus primos, con sus amigos, con su novia... Una sonrisa se formó en su rostro, deseaba ir ahí, seguido de un leve e insonoro suspiro, estaba tan cerca, y entonces, fue cuando sus ojos se cerraron, y entonces… fue cuando se entregó a lo peor.
Capítulo 3: Admiradora secreta
“Si te caes siete veces, levántate ocho.” PROVERBIO CHINO.
Rex se entregó a lo peor, cerró sus ojos e inhaló profundo esperando el inminente final, pero había olvidado un detalle, algo que no tuvo en cuenta y que lo sorprendió de lleno. Escuchó unas pisadas fuertes resonar, pero no podrían ser del monstruo, aún seguía en el aire, en picada hacia él. No, esas pisadas aproximándose eran de alguien más, alguien a quien había olvidado por un segundo, alguien que no pensaba dejar que muera tan fácilmente.
En ese momento, Zeta se lanzó en el aire embistiendo al Parca, interfiriendo con su trayectoria. Ambos rodaron por en el césped por la inercia, y por azares del destino fue Zeta quien quedó sobre la criatura. Desorientado y aturdido, lo primero y más inteligente que atinó a hacer fue propenderle un puñetazo en la cara. Mal pensado. Eso solo enfureció más al zombi, quien soltó un grito desgarrador, y de un rápido movimiento, le devolvió el golpe a Zeta, arrojándolo hacia un lado. La criatura se movió con agilidad y saltó hacia el joven aprisionándolo contra el suelo. Sin posibilidad alguna de escapar, el Parca acercó su mandíbula al muchacho y expandió su boca para asestar una brutal dentellada, que fue irrumpida en el último segundo por una bala atravesando su cráneo. La sangre salpicó en el rostro de Zeta, quien se apresuró por quitársela. Unos pocos metros más atrás, Rex se encontraba sosteniendo su arma mientras pronunciaba en un suspiro. —Cuatro… Zeta exhaló aliviado, decidió finalmente aflojar sus músculos y dejarse tumbar en el suelo. El cielo se apreciaba bastante gris y nublado, en unas horas seguramente comenzaría a llover, o quizás no, nunca fue bueno prediciendo el clima. Su madre por otro lado, tenía un don para ese tipo de cosas, recordó un viaje en el que volvían de sus vacaciones en auto y la lluvia sacudía con fuerza el parabrisas, su padre había hecho un comentario preguntando cuando dejaría de llover tanto, a lo que su madre le respondió que pararía en cualquier momento. Pasado unos cuantos segundos la lluvia paró repentinamente y Zeta juró que su madre era una adivina. El joven no pudo evitar sonreír al recordar ese momento, y tampoco pudo evitar que sus ojos se humedecieran en el mismo segundo. Desde que todo este caos había empezado, el paradero de sus padres era todo un misterio para él y recordarlos resultaba bastante doloroso. —¿Estás bien? —inquirió Rex sacándolo de sus pensamientos. —Sí —respondió mecánicamente secando sus lágrimas—. Nunca estuve tan cómodo teniendo un cadáver encima, deberías probarlo. —Levántate de una vez, aquellos no tardarán en llegar —Rex señaló a un montón de zombis del otro lado del hueco en el muro que había destruido el gigante. —Bien —Zeta se incorporó haciendo a un lado al cadáver e intentó ubicarse mentalmente—. Si conseguimos llegar a la calle y volver al sur, estaríamos cercanos al vehículo que nos dejó esa chica. —¿Recuerdas donde quedaba? —No debería estar tan lejos —comentaba Zeta mientras saltaba la valla que conectaba a una segunda casa. Rex fue detrás de él. Si seguimos adelante sin toparnos con… olvídalo —Zeta tomó el cuchillo de Rex y se lo insertó sigilosamente a un zombi que merodeaba por el patio—. Si seguimos adelante sin volver a toparnos con otro zombi y llegamos a la calle, solo tendremos que bajar una manzana y encontraremos el vehículo. —Dudo que sea fácil con el escándalo que armamos allá atrás —susurró el mecánico, mientras se adentraban a la cocina de la casa. —Gracias —dijo Zeta devolviéndole la navaja a su dueño, mientras tomaba un cuchillo grande de unos cajones de la cocina—. Esto nos servirá —también tomó una piedra de afilar de la estantería y se dirigió junto con su compañero—. Yo creo que será fácil, después de todo, se concentrarán en el escándalo que hay en la plaza. —Dios te escuche. Ambos se encaminaron hacia el pasillo y Zeta despejó el sector de un par de monstruos. No se molestaron en encargarse de los del living, continuaron por el pasillo hasta la puerta principal y salieron al exterior. Un grupo reducido los esperaba afuera, por suerte para ellos, ninguno era lo
bastante peligroso como para tener que usar el arma de fuego de Rex. Zeta se encargó de eliminar a todos, mientras Rex ofrecía apoyo por detrás, pero sin intervenir, puesto que debería realizar su ritual y tardaría demasiado. A penas el último cuerpo cayó, ambos encararon hacia la calle de manera cautelosa. —Debería estar cerca —Zeta buscaba el vehículo entre todos los que había abandonados y destruidos por la calle. —¿La nota mencionaba como era el auto? Su color al menos. —No, pero seguro debe ser ese de ahí —señaló el joven de cabellos en punta a un vehículo negro con una letra “s” dibujada en la puerta—. La letra debe ser por Sam. —¿Así se llama tu admiradora? —Solo subamos. —Primero déjame cerciorarme que no tenga algún tipo de alarma puesta —dijo Rex mientras revisaba el frente del parabrisas en donde suele colocarse el dispositivo de alarma. —La vida es corta para esperar —comentó Zeta sentado dentro del auto, con una sonrisa triunfante—. Si hubiera una alarma ya habría sonado. Sube o te dejo. —Pero que impaciente, ¿qué te costaba esperar? —murmuró Rex a regañadientes a la vez que se subía al asiento del acompañante del conductor. —Aquí hay otra carta —informó Zeta mientras arrancaba otra hoja de su diario del volante y se la pasaba a Rex—. Vas a tener que leerla esta vez, yo me encargo de sacarnos de aquí. Zeta no perdió tiempo y arrancó el auto con la llave que ya se encontraba colocada. El barómetro marcó el tanque de gasolina a la mitad y los muchachos se vieron tentados a exclamar una enérgica serie de gritos de felicidad. Zeta aceleró a toda marcha y se direccionó hacia la salida del pueblo. —¿Quieres pasar por la gasolinera para saludar a nuestros amigos? —bromeó Zeta. —No gracias. No quiero encontrarme con otro »grandote« y que use el auto de patineta. —Grandote… —repitió Zeta sonriente—. Es un buen apodo para esa clase, y por cierto, el que te atacó antes los llamo Parcas. —¿Parcas? ¿Cómo la muerte? —Exacto, ¿sigo derecho? —No, primero gira por la derecha y luego recto hasta la autopista. —De todas formas si queremos llegar a la Nación Escarlata tenemos que conseguir llenar el tanque. Lo que tenemos es poco todavía —Zeta observó a su copiloto de reojo—. Hey, ¿qué haces? —Leo tu carta, ¿Sam es por Samara o Samantha? ¿Samuel quizás? —preguntó Rex entre sonrisas. —Si vas a leerla, por lo menos hazlo en voz alta. —Está bien, veamos… dice: »Querido idiota cara de nabo….« —¡Vete a la mierda! No dice eso… —Está bien, está bien. Dice lo siguiente: »Querido idiota cara de nabo….« ¡Te juro que dice eso! »Si llegaste hasta aquí entonces sigues vivo, y estoy segura de que lo que te dejé en la guantera te servirá para tu viaje. Tómalo como un pequeño presente….« Rex detuvo la lectura y abrió la guantera con curiosidad. —Esto es increíble, tu admiradora nos dejó comida y agua —comentó Rex mientras revolvía las cosas de la guantera—. Y esto es de no creer, dejó un arma cargada. Esta chica es un ángel. —Déjame adivinar… ¿Comida enlatada? —Sí, y hay para varios días. —Mierda, ¿de nuevo? Esta chica es un demonio —susurró Zeta por lo bajo. —Seguiré leyendo la carta:» Deberías plantearte pasarte por la Nación Escarlata, quizás podamos
encontrarnos nuevamente y arreglar este gran malentendido. Te esperaré si es que decides ir. Saludos, Sam«. Amigo, esta chica está entregada en bandeja de plata, seguro que le gustaría pasar contigo una hermosa noche apocalíptica de luna llena. —¿No te parece raro? —inquirió Zeta mientras continuaba manejando por la ruta. —¿Qué cosa? —Que todo ocurra alrededor de la Nación Escarlata. Tú querías ir, yo también, y ahora esta chica y su grupo están ahí. No lo sé, pero a mí me parece raro. —En estos días no hay muchas opciones tampoco —comentaba Rex mientras bajaba la ventanilla del auto y posaba su codo en el borde observando el recorrido con temple—. ¿Crees que está buena? —Ni idea, nunca fui a esa nación, pero dicen que es la más tranquila… —Estoy hablando de la chica, ¿está buena? —Y yo de la nación, y si esta buenísima, pero eso no tiene nada que ver, me robo mi casa rodante… no voy a dejar las cosas así. —¿Y qué piensas hacer? Llegar a la Nación Escarlata vestido con ropa de la Nación Oscura, ¿y entrar a disparar a los que te robaron? Si me lo preguntas es bastante exagerado solo por una camioneta. —Si soy tan sospechoso, ¿porque viajas conmigo? —preguntó Zeta con seriedad. —No me malinterpretes, al principio pensaba que eras uno de esos desquiciados asesinos de la Nación Oscura, y pensaba matarte cuando te descuidaras, pero al salvarme del Grandote y de ese, ¿cómo lo llamabas? Parca. Llegué a la conclusión de que no pareces una mala persona. —Pero eso pasó hace unos momentos —comentó Zeta frunciendo el ceño—. ¿Ósea que lo acabas de decidir ahora? —Así es —contestó el mecánico con una sonrisa—. Entonces, volviendo al tema, ¿por qué tanto aprecio por esa camioneta? —No es la camioneta lo que me interesa, es lo que estaba dentro de la camioneta lo que me preocupa. —¿Y qué es eso de tanta importancia? —Rex sintió el disminuir de la velocidad del auto, al parecer, esa pregunta había tocado un nervio en Zeta. —No puedo decírtelo, lo siento —su voz se escuchaba apagada y su mirada se hallaba perdida en el horizonte—. Es algo… de gran valor para mí. —Entiendo —Rex palpó su gorra verde con nostalgia y observó por la ventanilla—. No tienes que decirme nada, supongo que todos tenemos secretos. —Quiero hacer una parada aquí, mi herida me está matando —dijo el joven a la vez que perfilaba el vehículo hacia una banquina y lo estacionaba. Ambos se bajaron y registraron el baúl, no encontraron nada ahí, así que procedieron a sentarse en él para poder comer un poco. Zeta arrancó la manga de su camisa para envolverla en la herida de su mano. —Tendrás que manejar por el momento, hasta que cicatrice. —No hay problema, ¿y qué tal tu hombro? Esa caída fue tremenda. —Me duele con algunos movimientos, ¿sabes algo de medicina? —Nada. Solo pregunté por educación —contestó Rex con comida en la boca. —Está bien —Zeta también comenzó a comer—. Tengo que pensar conseguirme otra ropa. Rex dejó la comida, tomó la manga de la camisa de Zeta que aún se encontraba sana y la arrancó de un fuerte tirón. —Así quedará parejo.
—Gracias. Bien, entonces… —comenzó a decir Zeta mientras se engullía una gran porción de picadillo de carne—. Creo que es hora de hablar de algo que debimos hablar desde hace mucho tiempo. Rex frunció el ceño, confundido, a su vez que se refrescaba la garganta bebiendo el agua que Sam les había dejado. —¿De cómo te hiciste esa cicatriz en forma de “Z”? —No, eso puede esperar. —¿Entonces? —Hablaremos de una vez, de tu trastorno obsesivo compulsivo. Rex tragó saliva y un súbito calor recorrió todo su cuerpo. No esperaba hablar de eso justo ahora, no estaba preparado, desde luego, nunca lo estuvo. Jamás había hablado de eso con nadie y tenía sus dudas de si era buena idea confesarlo con Zeta, por lo que de momento intentó restarle importancia. —¿Qué hay que saber? Simplemente me pasa al desenfundar el arma… —explicaba con una expresión dolorosa y de resignación en su rostro. —¿Solo así? ¿No te pasa con nada más? —Con las armas blancas pasa lo mismo —las respuestas de Rex eran tajantes, no pensaba hablar más de la cuenta. Zeta se llevó la mano al mentón y observó con detenimiento a su compañero, actitud que incomodó un poco al joven mecánico. —Está bien, entonces solo te sucede cuando tienes que defenderte, ¿no es así? —¿Qué es esto? ¿Ahora resulta que me vas a analizar? —expresó Rex con un tono elevado de voz. La idea no le gustaba en absoluto. —No. Nunca podría analizarte —Zeta hablaba con temple—. Solo quiero ayudarte, conversar sobre el tema, como un amigo, ¿alguna vez hablaste con alguien sobre esto? —No, nunca. Zeta asintió. —Debe ser duro y bastante molesto tener que repetir una y otra vez ese ritual cada vez que alguien, o algo, te ataca. —No tienes ni idea de lo que es… —su voz comenzaba a temblar y su mente repasaba de forma vívida cada momento al borde de la muerte que había experimentado—. Simplemente… no puedo dejar de hacerlo. Es algo…—el joven suspiró—, muy agotador. —¿Hace cuánto que te pasa esto? —Zeta no era un experto, pero se veía venir la respuesta. —Desde el día rojo. El famoso día rojo. Zeta lo conocía bastante bien, era aquel día que había marcado la vida de todo el mundo; en donde todo este desastre se había desatado, el día en que los vivos comenzaron a morir, y los muertos, a vivir. —Exactamente, ¿qué pasó ese día? —inquirió Zeta. —Nada… Rex tuvo que alejarse del auto y del inquisidor muchacho, las preguntas que hacía eran muy personales, apenas se conocían y quería saberlo todo de su vida, ¿con que propósito? No era su amigo, no era su compañero, no era nadie. Solo un sujeto desconocido que se había encontrado en la ruta. —¿Estás bien? Otra pregunta más, lo único que hacía era formular absurdas y molestas preguntas. Una fuerte ira comenzó a subir por el cuerpo de Rex; se giró y apuntó con el dedo a Zeta.
—¡No te incumbe lo que me haya pasado! ¡A nadie le interesa! No me conoces, no sabes nada de mí, nadie lo sabe. El silencio fue inevitable, pero luego de una débil mueca de Zeta, que evidenciaba que algo había captado, cortó el silencio con otra pregunta. —¿A quién te refieres? —¿Qué cosa? Me refiero a ti, idiota, solo estamos tú y yo. —No, para ti hay alguien más —dijo Zeta observando fijamente a Rex—. Cuando dijiste que »a nadie le interesaba lo que te pasaba«, no estabas hablando solo de mí, parecía que hablaras de alguien más —comentó el joven—. Como si hubiese alguien que ya no se encuentra en tu vida, o quizás, que ya no se encuentra con vida. Rex apartó la mirada, era señal de que Zeta estaba cerca, solo debía insistir un poco más. —¿De quién hablabas cuando dijiste que a nadie le interesabas? Rex guardó silencio, una enorme bola de angustia se formó en su garganta, un nudo que apenas podía contener y con el cual pudo dejar escapar unas pocas palabras sin verse tentado a romper en llanto. —Mis padres… —Rex fijaba su mirada en el suelo mientras una lágrima escapaba de sus azules ojos—. Yo… los vi morir. —¿Quieres contarme como paso? —No. Como dije, no te incumbe —sus respuestas volvían a adoptar la modalidad tajante de un principio. —Sé que duele, pero si quieres que te ayude… —¡No recuerdo haberte pedido ayuda! —Escucha, solo estoy tratando de entender un poco lo que te pasa —Zeta se acercó al mecánico —. ¡Quiero ayudarte a que la próxima vez que te enfrentes a una situación, no tengas que perder tanto tiempo haciendo ese estúpido ritual! —¡Con contártelo solo empeorará más las cosas! —¡Claro que no! —Zeta ya había perdido la paciencia—. Debes sacarte esa mierda que traes encima. No puedes vivir con eso dentro de ti. —¡Ese es mi puto problema! —Rex gritaba furioso, sin importarle si alguien o algo lo escuchaba —. ¡No necesito tu ayuda para nada! —¡¿Estás demente?! —ninguno de los dos controlaba su tono de voz—. ¡Casi nos matan por tu ritual! ¿Y dices que no necesitas ayuda? —¡Sé defenderme solo! —se excusó Rex—. Lo hice siempre y seguiré haciéndolo. —¿Sabes qué? Es mejor así, no sé porque quise ayudarte, pero me ahorras el trabajo de escuchar tu patética historia —Zeta cerró el baúl del vehículo con fuerza y se alejó para continuar camino—. Solo eres un cobarde. En ese momento un fuerte golpe hizo que Zeta reaccionara y se volteara. Rex le había dado un potente puñetazo al vehículo en un ataque de ira. —¡Los mataron! —el mecánico rompió en llanto; sus brazos se apoyaban al baúl y su cabeza se hundía entre sus hombros preso de la angustia—. ¡Esos monstruos los mataron en frente mío! —su extremo dolor interior se expresaba en cada silaba deformada que salía de su boca al hablar—. ¡Yo no pude hacer nada! —¿Vas a dejar que te ayude? —inquirió Zeta sin moverse de su posición. Rex tardó en reaccionar, pero finalmente luego de tanto insistir, Zeta pudo lograr que el joven mecánico accediera.
—Está bien. —Cuéntame, ¿cómo paso? Quiero que me digas cada detalle, por más ínfimo que te parezca. —Yo… —Rex secaba sus lágrimas mientras hablaba, finalmente estaba dispuesto a contarlo todo, pero las situaciones y las vivencias se mezclaban en su cabeza—. No sabría por dónde empezar. —Comienza por el principio, tenemos tiempo. —No lo creo, mira al cielo. Zeta alzó su cabeza y observó como una gran cantidad de nubes negras y grises flotaban sobre ellos. Una gota cayó cerca de su ojo, y luego otra más, hasta que finalmente comenzó a llover. Ambos se refugiaron dentro del auto y se quedaron ahí, en silencio, observando y escuchando la reconfortante melodía que les ofrecían las gotas de lluvia al impactar por todo el lugar. Zeta aprovechó la oportunidad, el clima había relajado las tensiones de hace unos momentos, se pasó al asiento trasero desde dentro del auto y se recostó sobre una de las puertas, donde Rex no pudiese verlo. Creyó que resultaría mejor así. —No me gusta manejar con lluvia, los Zombis se alertan mucho más cuando llueve, así que, ¿por qué no empiezas? —Preguntó Zeta—. Ahora si tenemos mucho tiempo. Rex soltó un suspiro y continuó observando lo relajante de la lluvia frente de él, algo en ella le brindaba una escasa pero amena sensación de paz que hacía muchísimo tiempo que no experimentaba. El joven se puso cómodo en su butaca; arregló su gorra y prosiguió a hablar. —Está bien, todo comenzó en… El taller Xiovani’s, uno de los talleres más grandes y famosos, ubicado estratégicamente en las afueras de la ciudad, el lugar ideal donde la gente se detiene antes de salir de un gran viaje, por lo que la clientela era muy abundante. Contaba con todo para reparaciones y mantenimiento de propiedades automotoras; el edificio se extendía en un gran recinto techado y amurado con ladrillos rojos; en los laterales interiores se apreciaban un sin fin de herramientas y accesorios que variaban de tamaño y color, entre ellos, unos dos pilares de ruedas anchas se erguían unificando sus puntas y brindando el aspecto de un imponente arco que funcionaba de entrada principal. Cada persona que entraba siempre echaba un vistazo al arco sobre sus cabezas, lo que en el mayor de los casos, incentivaba a que las personas volvieran. Ese día, Roberto, el dueño del mejor taller de la ciudad, había atendido el local toda la mañana, con la sola ayuda de su asistente Juan, ya que Rex no había podido asistir hoy. —Roberto, ¿pudiste ver las noticias de ayer? —preguntó su asistente mientras cambiaba el escape de un automóvil. —Si hablas de ese estúpido corte en donde sale el presidente. Si, lo vi —el gigantesco hombre de poco más de dos metros de altura contestó mientras se quitaba la grasa de las manos con un pañuelo —. Una broma pesada de mal gusto si me lo preguntas. —No lo creo, da mucho que pensar… —Juan era un hombre que llamaba la atención por su delgado y escuálido cuerpo; y a razón de la escasez de cabello, que escondía en una gorra azul, le gustaba dejarse crecer un poco la barba. —Solo a los que creen esas patrañas —Roberto, muy a diferencia de su asistente, se caracterizaba por su altura y sus enormes brazos; recientemente había probado dejarse un voluptuoso bigote negro que frecuentemente acariciaba con sus dedos. —Tienes que admitir que fue muy extraño, no creo que nadie pueda hacer una broma así, menos con un presidente. —No seas ingenuo, lo que ocurrió no tiene el mínimo sentido. Todos los canales de aire fueron
cortados para trasmitir a alguien con una máscara de gas, encerrado en una habitación, y que solo por mencionar un par de palabras con una voz similar a la del presidente ya todos piensan que es él. Yo no le creo. —Está bien, su rostro no se ve, pero su voz era idéntica. —¿Por qué no se quitaba la máscara entonces? ¡Es falso, Juan! Los chicos de hoy en día hacen maravillas con las computadoras, no te dejes engañar —Roberto le dio unas palmadas en la espalda a su asistente con humor—. No es la primera vez que pasa, ni la última. —Pero sus palabras preocuparon a todas las redes sociales, están como locos —explicaba Juan—. Nadie entiende cómo pueden interrumpir los canales de aire, además, no hay noticias del presidente, nadie sabe dónde está. —No hay necesidad de saber dónde caga todo el mundo, Juan. Ese es el problema con las redes sociales, si el presidente no aparece inmediatamente todos sospechan. La rapidez con la que se propaga la información en estos tiempos provoca que la gente tenga menos paciencia y se formulen teorías alocadas y sin fundamento. —Lo que la gente le preocupa es el mensaje que dio —a Juan también le preocupaba, le importaba mucho la actualidad de su país y siempre quería estar al día con las noticias, y está en particular no era una que dejaría pasar desapercibida—. «No salgan a la calle, resguárdense bajo tierra si es posible y protejan a sus familiares«. —Solo quieren que tengas miedo, ¿es por eso que no querías trabajar hoy? —La gente especula con bombas nucleares. Algunos hasta ya se atrincheraron. —No seas cobarde Juan, ¡no va a pasar nada amigo! —el hombre rio como si todo lo que dijera Juan se tratara de un chiste—. Si hasta ahora no pasó nada, es porque ya no pasará. Ahora necesito que te encargues de calibrar las ruedas, luego mide el aceite. Cuando termines, el cliente dejó una batería nueva en el baúl del coche, quiere que la cambiemos, hoy en día la gente no hace absolutamente nada por sí misma. Pero es mejor, más ganancia para nosotros. —Entendido —contesto Juan a la vez que abría el capó del auto para medir el aceite. Decidió dejar morir esa conversación, después de todo, era imposible convencer a su jefe. —¡Hey Renzo! —saludó Roberto sacudiendo su canoso cabello—. ¿Cómo te fue hijo? Rex acababa de volver de su universidad, llevaba su cabello peinado perfectamente hacia un lado y vestía ropa muy formal; un elegante traje negro, con una corbata que se había soltado al llegar, y llevaba un maletín negro en una mano. —En realidad, no pude dar el examen. Mi profesor de derecho penal faltó, lo cual es raro, porque jamás había faltado a una clase —explicó Rex—. Intentamos llamarlo pero tampoco atendió su celular. —Seguro se habrá atrincherado como los demás —acotó Juan con gracia. —¿Cómo? —¡No le hagas caso! Ve a cambiarte que seguro ya almorzaremos, y ¿cuándo piensas cortarte ese pelo? —dijo Roberto mientras sacudía el poblado cabello marrón de Rex. —Así como está me gusta —contestó el joven cruzando el taller para dirigirse a su casa. Roberto no quería que Juan le llenara a su hijo la cabeza de ideas absurdas y se lo hizo saber con una aterradora mirada. —¡Vamos, vuelve al trabajo! *** —¿Qué vamos a comer? —preguntó el viejo Xiobani mientras entraba al comedor de la casa tras
finalizar su jornada laboral. La casa de los Xiobani era un lugar pequeño, pero muy acogedor; gran parte del espacio de la propiedad había sido utilizada para construir el taller, por lo que la casa en su totalidad contaba con una pequeña cocina anexada a una sala de estar y un pasillo estrecho que comunicaba con las habitaciones. El lugar a pesar de su sencillez se encontraba decorado con muchísimos adornos desperdigados perfectamente por la casa. Marta, la esposa de Roberto y madre de Renzo, se encargaba de que cada puntilloso detalle de su hogar se encontrara en perfecto estado. Los cuadros de la familia alineados a la perfección sobre una mesa en la sala; el juego de veinticinco platos decorativos amurados en forma de espiral en el muro más vistoso de la casa; el sofá, a una prudente distancia del televisor, sin que estropeara el paso al comedor y la mesa redonda ubicada justo al centro, en donde la luz radiaba en su máximo esplendor. —¡Buenos días! No te vi en toda la mañana, ¿no me vas a saludar? —preguntó su mujer—. Esas costumbres no tienen que perderse. —Buenos días mi cielo, disculpa fue un descuido —Roberto la saludó con un beso para disculparse. —Comeremos algo sano esta vez, una sopa de verduras —respondió la mujer orgullosa de su comida. —¿Enserio? ¿No hay nada de carne? Necesito algo sólido. —Hay algunos pedacitos de carne en la sopa, no te quejes. —¡¿Alguien vio mi gorra?! —exclamó Rex desde su habitación. —¿Qué nunca se va a quitar esa fea gorra?—Roberto tomó asiento—. Se la voy a quemar cuando duerma. —¡En la esquina de tu cama! —Ya la había encontrado mamá, gracias —dijo Rex sentándose junto a su padre, observando la mesa e intentando acertar con su olfato el almuerzo que había preparado su madre—. ¿Qué comeremos hoy? ¿Carne con verduras? —Casi, sopa de verdura. Algo sano para variar —Marta colocó el plato de sopa frente a Rex. —La carne también es sana —acotó Roberto. —¿No tiene carne? —inquirió Rex con preocupación. —Hay pedazos de carne en la sopa. —Marta, ¿podrías encender la televisión? —preguntó Roberto con amabilidad. Marta obedeció a su marido y encendió la televisión para finalmente tomar asiento. —¿No vendrá a comer Juan? —No, dijo que tenía unos asuntos en la ciudad. —Deja las noticias —comentó Rex mientras comía—, quiero ver si pasan algo sobre el presidente. —Otro más que cree en patrañas, es todo falso Renzo, no pasan nada porque fue una simple broma. —De todas formas, ¿no te parece raro? El presidente sigue ausente y en las noticias no se habla nada sobre el tema. —En eso si te doy la razón —lo secundó Roberto—. Estos sujetos nunca pierden tiempo a la hora de criticar al presidente, es como si no existiera. ¡Mierda, esto está caliente! —No comas tan rápido, espera a que se enfrié —advirtió Marta a su marido y luego se dirigió a su hijo¿ .—Y qué tal Sofía¿ ?No va a venir hoy? —No, hoy comenzaba a trabajar de repartidora en una pizzería en el centro de la ciudad. Le pagan bien considerando que su jefe es un idiota.
—¡Qué bueno! Es un gran trabajo, comunícale mis felicitaciones —exclamó Marta con una sonrisa angelical en su rostro. A pesar de rascar los cincuenta años mantenía una bella figura y aparentaba más joven de lo que era. —Gracias mamá. Se lo diré. —¿Qué pasa con esta televisión? —Roberto intentaba reparar la mala sintonía con un efectivo método de palmadas al aparato, lamentablemente no había funcionado esta vez, la imagen se deterioraba constantemente hasta que se volvió completamente oscuro. Los sonidos que se escucharon a continuación resultaron algo perturbadores, una composición de estática, pisadas y objetos pesados moviéndose, con una mezcla de fuertes golpes y murmullos que no cesaban. Roberto habría jurado que había escuchado una explosión o un disparo a lo lejos. Luego la oscuridad de la imagen fue tomando nitidez y color, la diminuta emisión de una linterna iluminó a un único hombre en la sala, o al menos, al único al que enfocaban. Roberto realizó una mueca de confusión al percatarse de quien era. —¡El presidente! —evidenció Rex con sorpresa—. Sabía que ocurría algo raro… La cámara enfoco mejor el rostro de la persona ahí sentada, se vio claramente la tez del presidente de la nación, con la mirada perdida en algún lugar del suelo, parecía cansado y muy agitado; tenía un poco de sangre en su camisa, debajo de un chaleco anti balas negro, y en su mano sostenía un arma de poderoso calibre. —Tenemos poco tiempo, la señal no va a durar mucho, ¡dilo de una vez! —exclamó una voz detrás de cámaras. A Rex le resultó muy raro la vestimenta que llevaba el presidente y el hecho de que llevaba un arma podría aumentar su inquietud, pero lo que realmente no encajaba era la manera tan prepotente y mal educada de quién le había hablado al presidente, como si el respeto hacía una figura tan importante se hubiera esfumado. Aún más raro, al presidente no pareció importarle. —Muy bien —el presidente por fin había decidido observar hacia la cámara—. No hay mucho tiempo y la información es mucha, así que seré breve y quizás en algún lugar puedan estar más prevenidos y cuidarse —Hizo una breve pausa para tragar saliva—. En poco tiempo atacarán su ciudad, su pueblo o su hogar y es conveniente que bajo ninguna circunstancia salgan al exterior. Han lanzado misiles en las ciudades más grandes, recomiendo a todos resguardarse en sus casas, si tienen posibilidades de refugiarse en lugares altos, como también en subsuelos, háganlo ahora —la señal comenzó a cortarse y la imagen se desfiguraba—. No pierdan tiempo. ¡La guerra ya comenzó! La televisión se apagó y junto con ella toda la luz en la casa. —¿Qué carajo? —Rex se encontraba confundido, asustado y desorientado. El mensaje había sido breve, pero brutal e impactante. —¡Bah! Lo que faltaba, un corte de luz —se quejó Roberto. —Mejor voy a llamar a Sofía —comentó Rex mientras marcaba en su celular el número de su novia. —Marta, ¿dónde hay velas? —preguntaba Roberto mientras tanteaba entre las cajoneras. —Sobre la heladera, yo traigo fuego. —¿Dónde? —Roberto siguió intentando—. ¡Ah, ya las tengo! —No hay señal, esto es raro, no puedo ni siquiera mandar un mensaje —explicó Rex con una notoria preocupación. En ese momento una serie de fuertes y escandalosos golpes resonaron en la entrada de la casa. Todos se petrificaron al instante, y solo Roberto fue quien encaró con precaución hacia la puerta. —¡Roberto! ¡Sal ahora mismo!
—Mierda —suspiró Roberto aliviado—. ¿Qué te pasa? ¿Porque tanto escándalo, Juan? —preguntó el hombre a la vez que abría la puerta—. ¿No te habías ido a la ciudad? —¡Tienen que ver esto! —dijo su asistente con un tono alterado y muy nervioso; su voz temblaba, como casi todo su cuerpo. Desconcertado, Roberto y toda la familia siguieron a Juan hasta la calle. El hombre señalo al cielo con un dedo tembloroso y preguntó: —¿Ustedes ven lo mismo que yo? —Al parecer toda la cuadra está sin luz, ¿la ciudad también? Qué raro… —comentó el viejo Xiobani sin prestar atención a Juan. —¡Roberto, mira al cielo! ¡Hacia allá! —insistió su asistente. El hombre hizo caso y miro finalmente a donde Juan le señalaba, debió ajustar su vista y entrecerrar sus ojos para apreciar mejor una sombra que recorría el cielo a lo lejos; se trataba de algo alargado, parecía un avión, pero no era tan grande y se dirigía a gran velocidad hacia la ciudad. —¿Pero qué mierda…? —balbuceó Roberto intentando resolver lo que sus ojos le mostraban. —¡Un misil! —gritó Juan, que lo veía a la perfección. —¡Hay otro por allá! —señaló Marta indicando otro misil, mucho más alejado, que viajaba también hacia la ciudad. —Allá también va otro —cooperó Roberto boquiabierto—. Esto no puede estar pasando. Rex sin embargo no había dicho una sola palabra, solo se concentraba en observar aquellos lejanos misiles. Su cuerpo comenzó a temblar en un instante, y surgió en su interior una fuerte presión que apenas lo dejaba con aire, su mente había procesado toda la información hasta el momento y el resultado no le agradaba en lo absoluto. Todo el contexto en que el presidente había dado ese mensaje: la sangre en su camisa, el chaleco anti balas y el arma en su mano. La palabra misil que resonaba en su cabeza como tambor, y todo eso sumado a los sucesos extraños del día anterior, le daban la certeza de que todo se reducía a una sola cosa y de que ese mensaje no era una simple patraña como su padre creía. El mensaje había sido claro y las palabras del presidente muy explicitas, pero no fue hasta este momento que Rex cayó en cuenta de lo que estaba pasando. —Estamos en guerra… —la angustia y el temor se fundieron en su pecho a continuación de una terrorífica revelación— ¡Sofía! ¡Sofía está en la ciudad! —expresó con desesperación—. Tenemos que ir… —pero no alcanzó a terminar, su frase fue sofocada por un imponente temblor que sacudió la tierra. Todos los presentes se agazaparon por instinto; Rex por poco se cae al suelo, de inmediato, un estruendo ensordecedor acaparó todo sonido posible, envolviendo el ambiente en un completo caos. Una explosión se vio a lo lejos en la ciudad; luego otra más le siguió, y el proceso se repitió unas cinco veces más. Rex se sintió invadido por la impotencia en cada una de las explosiones, como si algo en su interior también explotara. Sintió como su corazón se le salía por la garganta y se llevó las manos a la cabeza en un acto reflejo. No podía creer lo que sus cristalizados ojos le mostraban. Los misiles habían estallado uno tras otro, abarcando toda la ciudad. El joven sintió como todo su mundo se resquebrajaba en pequeños pedazos mientras sus piernas cedían y el muchacho caía de rodillas al suelo; su cuerpo entero sintió grandes deseos de gritar tan fuerte como nunca en su vida… y eso fue exactamente lo que hizo. —¡¡Noooooooooooo!!
Capítulo 4: El día Rojo
“El valor significa estar muerto de miedo, pero actuar igualmente”. JOHN WAYNE
Los misiles habían explotado en el aire a una distancia considerable del suelo, la onda expansiva fue tal que la tierra se sacudió de forma violenta. De los distintos proyectiles se desprendió un gran y espeso humo rojo en forma de hongo, que se expandió a una velocidad descomunal avanzando calle por calle y cubriendo gran parte de la ciudad. Mientras tanto, Rex presenciaba aún de rodillas la secuencia ante sus empapados ojos azules. Por un breve instante se alegró de que no se tratasen de proyectiles explosivos, como el de las películas, que lo destruiría todo. Aunque de todas formas ese humo rojo tampoco le brindaba mucha tranquilidad, ¿podría tratarse de un humo toxico? Pensó. No estaba seguro; lo único que quería ahora mismo era ver a Sofía una vez más y descubrir que se hallaba sana y salva. Por más escasa que fuere, la luz de la esperanza se encontraba aún encendida dentro de él, algunos sectores de la ciudad no habían sido alcanzado por ese humo, quizás Sofía estaba ahí. Tenía que averiguarlo, no podía quedarse de rodillas sin hacer nada, tenía que ir a buscarla. —Tengo que buscar a Sofía, tengo que saber si está bien. Antes de que su padre Roberto pudiera objetar nada, Marta lo frenó con una mirada cortante y amenazadora que su marido interpretó al instante; estaba claro que a un chico enamorado que acababa de presenciar el posible exterminio de una ciudad completa, en la cual se encontraba su novia en medio, no iba a frenarlo con una simple reprimenda, por lo que simplemente la mujer decidió darle el gusto de una manera más sutil. —Renzo, piensa mejor las cosas, no puedes ir ahí solo. No sabemos que es ese humo y que efectos causa. Podrías morir inhalándolo antes de encontrar a Sofía. Roberto observó con orgullo a su mujer, con las palabras no había quien le ganase, podría convencer a cualquiera de hacer cualquier cosa con tan solo chistar, un don asombroso, pero un arma de doble filo en algunas ocasiones de su matrimonio, ya que le resultaba imposible ganarle una discusión. Rex no quería aceptarlo, pero su madre tenía razón… como siempre. No podía simplemente adentrarse en la ciudad como si fuese un día cualquiera, buscar a su novia tranquilamente y luego irse caminando, como si nada pasase. Totalmente resignado a la cruda realidad, Rex agachó la cabeza en un mar de lágrimas que no tardaron en salir. Todo resultaba muy doloroso y repentino. Guardó silencio tratando de procesar los hechos, pero todo era en vano, el dolor se intensificaba por cada segundo que pasaba ahí de rodillas en el suelo, impotente, sin poder hacer absolutamente nada. —Así que iremos todos juntos a buscarla —añadió Marta con una sonrisa. Tanto padre como hijo, dirigieron automáticamente la mirada sobre la mujer. —¿Disculpa, Marta? —inquirió Roberto con incredulidad—. Creo que no te escuche bien, ¿cómo que iremos todos? Es una… No pudo terminar la oración, no porque alguien lo interrumpiese, pero por la mirada tajante que Marta le había clavado, la cual no admitiría contra opinión alguna, no se atrevió a continuar. —Tienes razón, querida. Está bien, iremos —Roberto se dirigió a Juan—. ¿Tú también nos
acompañaras? —¿Estás loco? Después de ver todo esto, ¿aun así quieres ir? —¿No tienes familiares en la ciudad? —No, yo estoy solo —respondió Juan con firmeza—.Y no tengo ninguna intención de entrar ahí. Ya cumplí mi buena acción del día, yo te advertí lo que podría pasar pero no quisiste escucharme. Ya es tarde, yo me borro. —Está bien, no puedo obligarte, haz lo que quieras. Juan dio media vuelta y se marchó; se subió a su moto que estaba aparcada cerca del taller y se dirigió rumbo a la ruta, sin despedirse, ni mirar atrás, dejando a la familia a su suerte. —Pedazo de idiota…—murmuró Roberto a regañadientes. —Él no importa —acotó Marta—. Lo que importa ahora es encontrar a mi hermosa y dulce nuera. Marta tomó a su hijo de las manos y lo ayudó a incorporarse. Luego pasó sus dedos por su cara, secando las lágrimas de sus ojos, y le dedicó una hermosa y reconfortante sonrisa, que tranquilizó a Rex por un momento. —Gracias mamá pero, ¿cómo entraremos ahí? —Lamentablemente no podemos entrar ahora mismo en la ciudad —comunicó Roberto largando un suspiro—. No hay nada que nos asegure que ese humo no nos matará, así que tendremos que esperar a que se disipe. —¿Y cuánto va a tardar eso? Roberto enarcó una ceja y observó la densidad del humo en la ciudad. —A juzgar por lo rápido que se esparció, ese humo no duró demasiado en bajar al suelo, ya casi no puede verse desde aquí así que podría tardar cuarenta o treinta minutos en desaparecer. —¿¡Cuarenta minutos!? ¡Le podría pasar cualquier cosa! —se quejó Rex, nuevamente sentía como la desesperación se apoderaba de su cuerpo. —Tranquilízate hijo —lo calmó Marta—. Sofía es una chica inteligente, seguro está escondida y no saldrá hasta saber si es seguro. Rex no dijo nada, solo bramó un largo y pausado suspiro intentando relajarse por tercera vez. —Bien, esperaremos a que el humo se disuelva e iremos por Sofía —afirmó Roberto, palmeando la espalda de su hijo—. Te prometo que la traeremos sana y salva o moriremos en el intento. *** —¡Vaya! Parece que ya no llueve —interrumpió Zeta. —Ni me había dado cuenta, ¿cuánto tiempo pasó? —No tengo reloj, pero supongo que media hora —dijo simulando leer la hora con su brazo. Ambos salieron fuera del auto. Zeta alzó los brazos y las piernas todo lo que pudo y dejó escapar un fuerte bostezo de su boca. —Ya salió el sol, los pájaros cantan y los Zombis rugen, todo es perfecto el día de hoy… ¿Uhm? —Zeta sintió una presión en su pie, algo tironeaba de su pantalón; el joven giró su torso para poder observar el problema y… — ¡La madre que te parió! —el joven pateo rápidamente a un zombi que lo tenía sujetado del pie y dio un exagerado salto hacia atrás. El zombi salió a rastras de debajo del vehículo, utilizaba solo sus brazos para moverse y su torso se encontraba partido a la mitad; el monstruo comenzó a perseguir perezosamente a Zeta, quien lo evadía dando pasos hacia atrás. —Yo me ocupo —anunció Rex, mientras sacaba el cuchillo de su funda. Luego se acercó al zombi
tomándolo de la cabeza y de un rápido movimiento le atravesó la hoja en medio del cráneo. —Interesante —murmuró Zeta sorprendido. —¿Qué cosa? —¿No te diste cuenta? —No, ¿de qué tengo que darme cuenta? —Acabas de matar a ese zombi sin guardar tu cuchillo ni una sola vez. Rex se tomó unos segundos para recordar, observó al monstruo, luego a su cuchillo. —No puede ser… ¿Estoy curado? —¡Para nada! —respondió Zeta sonriendo—. ¿Crees que te vas a curar así de fácil? No, pero si me pongo a razonarlo, cuando te vi atacando a este zombi, lucias tranquilo, sabias que no era un gran peligro y creo que es por eso que no tuviste la necesidad de ese ritual. No estabas nervioso, ni siquiera lo pensaste. Solo actuaste. —Entonces, ¿es eso? Solo tengo que evitar ponerme nervioso. —No es tan sencillo. No puedes pretender encontrarte con zombis arrastrándose sin torso por todos lados, aún quiero saber que más pasó en tu historia, quizás descubra algo más —Zeta se llevó la mano a la cabeza para rascarse—. A lo que me surge una duda. —¿Qué cosa?—inquirió Rex. —¿Cómo sobreviviste estos meses? Rex bajo la vista, enfundó nuevamente su cuchillo y volvió la mirada a Zeta. —Esa es una historia para otro día. Zeta sonrió asintiendo. —Me parece bien, no hay que desviarnos, ¿quieres seguir contado la otra historia? Rex asintió. Zeta se subió al auto y lo puso en marcha. El motor hizo un suave ruido al encender. —Vas a tener que hablar mientras viajamos, ¿resulta algún problema para ti? —Está bien, no pasa nada, pero yo viajare atrás —respondió el joven mecánico mientras subía al coche y se recostaba a lo largo del asiento trasero—. Bueno, como decía, con mis padres habíamos quedado en buscar a Sofía. Esperamos esa media hora, que no te imaginas lo eterno que se me hizo, y luego… Cuando gran parte del humo ya se había disipado, Rex y sus padres emprendieron su camino a la ciudad en una mini van. A Roberto no le agradaba la idea de que su esposa también fuera, podría correr algún tipo de peligro en el camino, pero Rex le hizo ver que era mucho más seguro permanecer todos juntos a que alguno se separase, así que Roberto decidió estipular una regla que prohibía que alguno se fuera del rango de visión de un miembro de la familia y se aseguró de que su hijo lo repitiera cuatro veces. Mientras el viaje a la ciudad continuaba su curso, Rex observaba el monótono paisaje a través de la ventanilla, absorto en un único pensamiento: Sofía. Al llegar a la ciudad se toparon con el túnel de entrada, el cual se dividía en dos carriles, el de salida se encontraba completamente congestionado de autos intentando escapar de la ciudad, en cambio el túnel de ingreso se encontraba colapsado entre vehículos que intentaban salir del túnel con otros que intentaban entrar; el resultado fue un nefasto embotellamiento que había obligado a muchos de los conductores a abandonar sus vehículos y continuar su viaje a pie. Los empujones, insultos y gritos desesperados del caudal de personas que viajaban en dirección contraria a la familia Xiobani preocuparon a Rex; el muchacho observaba inquietante cada rostro en
pánico que pasaba cerca de su ventanilla, como si su vida dependiera de escapar de alguien, o de algo. Alguno que otro cruzaba miradas con el chico al pasar, unas miradas de incertidumbre y extrañamiento. Automáticamente el joven sintió un vacío en su estómago, era evidente, él y su familia eran los únicos que se dirigían hacia la ciudad mientras que el resto de la población intentaba huir desenfrenadamente. Sintió un escalofrió recorrer su cuerpo, ¿por qué todos se comportaban así? El humo se había disipado en su gran mayoría y tampoco parecía haber rastros de personas muertas en las cercanías, solo unas cuantas que lucían heridas y enfermas. Lo más llamativo resultaba el como la mayoría dejaban sus vehículos como si no les importasen en lo más mínimo, una actitud muy impropia de no ser por una razón muy extrema. Una fila de incógnitas se formaba en la cabeza del joven mecánico. ¿Por qué la gente tenía tanto miedo? ¿De que escapaban con tanta euforia? ¿Tan letal resultaba ese misterioso humo? Pero la única pregunta que llegó a formular con palabras fue: —¿Qué mierda está pasando? —preguntó Roberto, adivinando la pregunta de su hijo—. Como esto siga así, no voy a poder pasar. —Tiene que haber otra entrada… —propuso Rex dubitativo; ahora ya no estaba tan seguro de querer adentrarse a la ciudad, rezaba en sus adentros poder llegar ver a su novia entre la multitud de gente, o que ella pudiera reconocer su vehículo acercarse a ellos y luego salir de ahí como alma que se lo lleva el viento. —La otra entrada se encuentra del otro lado de la ciudad, y por lo que parece, no creo que este mejor que aquí —contestó Roberto mientras dejaba el vehículo estacionado en una banquina. —Tengo que encontrar a Sofía como sea, no me gusta como se ve todo esto —susurró Rex para sí mismo—. Iré solo, me acercaré un poco y la voy a buscarla por el túnel. Si no la encuentro, volveré aquí, quédense y espérenme. —¿Estás loco? No sabemos qué está pasando… ¡Eh, vuelve aquí! Rex hizo odios sordos a los gritos de advertencia de su padre, debía buscar a Sofía sin importar el costo; estaba completamente muerto de miedo y sus piernas temblaban incesantes, pero lo que sentía por ella lo motivaba a seguir adelante sin rendirse. Bajó del vehículo a toda velocidad y se zambulló hacia la marea de personas que empujaban en dirección contraria sin benevolencia. Roberto, sin embargo, no se quedó de brazos cruzados, su hijo se estaba adentrando a un peligro sin precedentes y no pensaba dejarlo solo. Inmediatamente bajó del vehículo dejándole a su mujer claras instrucciones de no moverse del lugar y emprendió la persecución de su hijo. La imponente suma de personas obstaculizando su paso comenzó a activar en Roberto una gran desesperación, mientras observaba como esa gorra de lana verde se perdía entre la gente, alejándose hacia el túnel. Una horrible sensación de frío recorrió su espalda y una fuerte angustia se dejó traducir en sus enormes y azules ojos. No podía consentir perder a otro de sus hijos, no otra vez. En contra de todos sus principios morales, empezó a empujar gente, a codear para abrirse paso y a golpear si era necesario para alcanzarlo. Mientras tanto la gente que se hallaba dentro del túnel seguía corriendo y gritando; empujando todo a su paso, sin importarles nada, intentando salir a toda costa. Algunos saltaban los techos de los autos y muchos otros simplemente corrían ladeando los vehículos. El joven mecánico nunca había visto nada así antes en su vida, tanta desesperación colectiva, tanta euforia trasladada en caos. Al terminar de cruzar el túnel, Rex se puso a la tarea de buscar a su chica, comenzó buscando entre la multitud, pero no lograba ver gran cosa a pesar de su altura. Inmediatamente pensó que si estuviera un poco más alto podría apreciar con más claridad el entorno. Renzo comenzó a buscar un
vehículo que estuviese abandonado, lo que no resultó una tarea muy difícil. Encontró uno desocupado y se trepó velozmente al capó y avanzó hacía el techo. Desde ahí su panorámica era mucho mejor, podía observar mucho más a la distancia como las edificaciones se erguían a lo lejos; el túnel conectaba a una avenida ancha, la cual desembocaba en un cruce de caminos, por donde un sinfín de personas luchaba por lograr salir de la ciudad. Rex procedió a buscar en cada esquina y en cada calle; mirando detenidamente cada rostro femenino que se le pareciera al de su hermosa chica rubia de peinado corto y ojos claros. A una manzana de distancia le pareció ver a una chica parecida a Sofía, pero no podía ser ella, su cabello era más largo, Renzo estaba a punto de apartar la mirada de la muchacha pero algo imprevisto sucedió; algo tan espantoso que no pudo volver a desprender su vista de ahí. Un hombre de mediana edad, de una estatura promedio, que vestía una elegante camisa amarilla, había saltado sorpresivamente sobre la muchacha. Rex se espantó al ver lo que sucedió luego; el hombre acorraló a la mujer y le arrancó la carne del cuello de una sola mordida. La sangre salía expulsada a chorros de la yugular de la muchacha, quien gritaba a los cuatro vientos por ayuda. Renzo se paralizó por completo cuando el hombre continuó su acto de carnicería con otro mordisco más que silenció a la rubia de manera permanente. La camisa del sujeto se había teñido de rojo; las suplicas de la joven se habían apagado, pero lo que más extraño parecía, era que nadie en las cercanías había intentado ayudarla, ni siquiera se volteaban a verla. Las personas solamente continuaban corriendo, y fue cuando Rex se dio cuenta de algo que no había podido percibir hasta entonces. A su alrededor, en todo su entorno, estaba pasando exactamente lo mismo una y otra vez; personas que eran perseguidas por otras; personas que mordían a otras y se las comían a la luz del sol en plena avenida. Un mar de cadáveres regados por el suelo y la sangre que pintaba las calles de rojo daban lugar a un verdadero infierno. Rex se horrorizó por completo, en un momento dudó de estar metido en una película de terror, o en una macabra pesadilla. Lo que sus ojos reproducían era algo increíble para él; su mente solo podía dar una explicación aproximada y surrealista de lo que estaba ocurriendo, aunque no quería hacerle caso a su mente, pero no podía ser otra cosa. Quizás se había vuelto loco, aunque esa salida sería la más fácil, y sabía que no era así, todo era totalmente real. Sea como sea, su cerebro había recibido tanta información para procesar en tan poco tiempo, que últimamente nada le parecía una locura, pero si ese es el caso, entonces, lo que estaba presenciando ahora mismo eran… ¿Zombis? No quería creerlo, pero de haber visto tantas películas y por el modo en que actuaban los atacantes, no veía una explicación más lógica, incluso una rebelión de caníbales sonaba aún más alocado. Rex comenzó a agitarse, una fugaz idea cruzó por su cabeza en ese instante, su novia ahora estaría en más peligro de lo que él imaginaba, no bastaba simplemente esconderse del misterioso humo rojo hasta que se disolviera, sino que ahora también debía cuidarse de estos monstruos salidos de una película de ciencia ficción que lo devoraban todo a su paso. Nuevamente ese maldito vacío en el estómago hizo a Rex pensar lo peor acerca de su chica. Tenía muchas ganas de verla, pero a su vez deseaba no encontrarla metida en este caos sanguinario. En ese segundo, una punzada de miedo se encendió en lo más interno de su persona; por tanto preocuparse por la seguridad de su novia, se le había olvidó un detalle muy importante: Su propia seguridad. Ahora era él quien estaba rodeado de estos extraños caníbales y solo era cuestión de segundos que alguno lo alcanzara. Su corazón empezó a acelerarse tras ese pensamiento. Tenía que salir de ahí cuanto antes, pero ya era muy tarde. En ese preciso momento el joven sintió algo que tironeo sus pies de una manera brutal, haciendo
que cayera de espaldas contra el techo del vehículo; su cabeza produjo un sonido seco al impactar en la chapa, seguido de un fuerte gemido de dolor que salió expulsado de su boca. Alzó raudo su cabeza para ver que del otro lado se encontraba una mujer de tez muy pálida, llevaba un vestido desgarrado y sucio. De su boca dejaba escapar groseras hileras de sangre mientras observaba con sus grisáceos ojos al joven y asustadizo mecánico. La mujer bramo un gruñido aterrador mientras intentaba alcanzar la pierna del muchacho. Rex la apartó habilidosamente con una patada y se arrastró por el techo del vehículo hasta llegar al extremo, en donde se dejó caer al asfalto. Intentó incorporarse pero un hombre chocó con él queriendo escapar, cayendo ambos al suelo. La mujer que había intentado morder a Rex se acercó bordeando el vehículo y se abalanzó hacia el hombre, pero el sujeto la evadió y de un fuerte golpe de hombro la arrojó encima de Renzo para continuar con su escape. Mientras tanto, Rex intentaba con todas sus fuerzas zafarse de la mujer, pero le resultaba una tarea imposible; la fuerza con la que esa sanguinaria y endiablada mujer apresaba al joven mecánico era inhumana. Apenas podía mantenerla alejada por unos centímetros que se acortaban con el pasar del tiempo. Las fuerzas de Rex se encontraban al límite de colapsar, apenas un segundo más y todo habría terminado de no ser por una asistencia de último minuto. Algo grande y pesado se impactó con la mujer apartándola considerablemente de Renzo; el joven apenas pudo distinguir lo que era, lo primero que hizo fue alejarse a rastras del lugar hasta que unos zapatos de cuero negro desgastados y extrañamente familiares le impidieron el paso. Observó una gran figura situado justo delante de él, era proporcionadamente ancho por sus músculos y tan erguido que su altura parecía más de lo que aparentaba; con unos gruesos cabellos lacios y plateados que descansaban en sus hombros. Era imposible para el chico no sonreír ante esa figura que le tendía una mano de ayuda. —¡Eso te pasa por intentar sacar provecho de mi hijo! —Roberto ayudó a Rex a colocarse de pie. El muchacho no había comprendido las palabras de su padre, pero lo hizo finalmente al ver que lo que había impactado con la mujer era ese sujeto que había intentado escapar a cuesta suya hace unos instantes, ahora se encontraba siendo el plato principal de ese harapiento caníbal. —Gracias, Papá. —Me lo agradecerás luego muchacho, ¿qué mierda son estas cosas? —preguntó Roberto con inquietud. —Si te digo lo que pienso, creerías que estoy loco. —Después de ver cómo por poco te arranca la cabeza esa cosa, supongo que cualquier opinión puede ser tomada en cuenta. Todos parecen estar enfermos. —Bien, si quieres una respuesta honesta de mi parte —Rex tragó saliva—. Creo que tiene que ver con ese humo rojo y creo que no están enfermos —hizo una pausa—. Creo que son zombis. —Atrás muchacho —advirtió Roberto mientras un grupo numeroso de personas se acercaban a ellos—. ¿Escuché bien? ¿Zombis? La pregunta del viejo Xiobani se respondía por sí sola, las personas que se le aproximaban emitían una serie de sonidos guturales de muy mal gusto y su aspecto desastroso y funesto, sumado a las exageradas heridas que algunos presentaban en sus malolientes cuerpos, hacían creer a Roberto que el término que Rex había acuñado a esta clase de personas no era tan irracional. —Vámonos, son muchos para quedarnos. Hay que encontrar otra manera de buscar a Sofía — indicó Rex mientras ambos retrocedían. Los Xiobani emprendieron una carrera hacia el túnel; evadiendo vehículos, sobrepasando a otras personas y tratando de escapar de aquellos seres que los acechaban. En el camino, en un acto reflejo
de curiosidad, Rex hecho un vistazo rápido hacia su retaguardia, por suerte nadie lo seguía, pero pudo observar a un sujeto atrapado debajo de una moto intentando moverla con desesperación. No lo pensó dos veces, era mejor actuar rápido si iba a hacer algo. Rex se separó de su padre y se dirigió a auxiliar al hombre. —¡Nos falta poco hijo, estamos cerca! —gritó Roberto sin percatarse de que su hijo ya no lo seguía. Justo al salir del túnel, ubicó con la mirada su mini van, a la vez que un súbito escalofrío comenzó a recorrer su robusto cuerpo. Alrededor del vehículo se encontraba una persona empapada completamente de sangre, alternando golpes con sus manos y su cabeza al parabrisas, intentando ingresar a toda costa. Dentro del vehículo se encontraba Marta, quien se había pasado al asiento trasero para ganar más distancia entre ella y su agresor. Sin duda alguna, Roberto sabía que este infectado era distinto a todos los demás que había visto al otro lado del túnel, este era mucho más feroz y agresivo; los agudos gritos de esa cosa estremecían por completo sus huesos. El infectado dio otro cabezazo al vidrio logrando atravesarlo, y de un movimiento inhumano, contorsionó su cuerpo para poder ingresar al vehículo, Marta dejó escapar un grito desesperado y se aferró tanto como pudo al respaldo del asiento, intentando retroceder más, pero le era imposible. Observó con ojos empapados de lágrimas como esa horrible criatura se acercaba peligrosamente hacia ella, esa espantosa cara esquelética le provocaba un pavor indescriptible. La criatura sujetó del cuello a Marta y la estampilló contra la puerta, ejerciendo una descomunal presión en su cráneo contra la ventanilla. Marta pudo ver como un hilo de sangre descendía lentamente por el polarizado. El dolor era insoportable, la mujer rezaba en su interior que todo esto se terminara rápido; ya no soportaba el miedo constante abrazando su cuerpo. Marta cerró sus ojos, no necesitaba ver para saber que la criatura comenzaba a abrir su boca, podía sentir el calor de su jadeo en su piel, era cuestión de segundos para finalmente entrar en el profundo descanso eterno. —¡No lo harás, hijo de perra! —gritó Roberto al mismo tiempo que sujetaba de las piernas de la criatura y lo arrastraba fuera de la mini van con todas sus fuerzas. Al lograr sacar al infectado del vehículo lo arrojó hacia un lado y antes de que la criatura pudiera emitir alguna clase de queja, el hombre le propendió un fuerte pisotón en el pecho; seguido de eso, levantó su camiseta y dejó ver un arma de fuego guardada en una funda. Roberto quitó el seguro de la funda, extrajo el arma y apuntó a esa criatura. —¡Quédate quieto! No quiero matarte —Roberto no mentía, si podía evitar usar el arma, lo haría gustoso—. ¡No intentes nada más! A Roberto le pareció que la conversación no llegaba a ningún lado, por más que intentara hacer entrar en razón a aquella desfigurada y horripilante persona, parecía que sus palabras eran llevadas por el viento. —¡¿Me estás escuchando?! —la respuesta que recibió no fue verbal. El infectado tomó la pierna de Roberto apartándola con una fuerza brutal hacia un lado, Roberto retrocedió de forma involuntaria, su cuerpo por poco pierde el equilibrio; nunca nadie había podido mover su pesado cuerpo con tanta facilidad y mucho menos desde un ángulo tan difícil. El viejo Xiobani fue interceptado por una potente embestida que lo tomó desprevenido, su cuerpo se volcó en el pavimento mientras era apresado por el sujeto infectado que había querido lastimar a su esposa. Desde tan cerca su rostro era aún más asqueroso, varios hilos de sangre se dejaban escapar de sus heridas. La criatura intentó morderlo, pero Roberto pudo interponer su brazo para evitarlo; la
conducta que demostraba esa cosa ya no resultaba propia de un ser humano, parecía un animal queriendo cazar una presa. Roberto no pudo evitarlo más, colocó la punta del arma en la frente de la criatura, y solo bastó un pequeño movimiento de su dedo para que aquello, antes humano, terminara con su vida. Mientras tanto, no tan alejado de la escena, Marta aún seguía en la camioneta intentando recuperar el aliento. Un fuerte mareo, sumado al desconcierto de las circunstancias, la mantenía desconectada de sí misma. No comprendía nada lo que estaba pasando, sus lágrimas no paraban de brotar de sus ojos, permaneció así durante un momento. Luego, con una gran fuerza de voluntad, pudo recomponerse y salir del vehículo. Roberto estaba ahí, también recuperándose, pero al poder verla a salvo, dejó escapar un suspiro, y cada uno se acercó al otro sin quitarse la vista de encima para poder reencontrar sus cuerpos en un fuerte, necesario y reconfortante abrazo. —Dios mío, gracias… —dijo Marta con una voz casi inaudible. —Ya está, ya pasó. —Espera… —interrumpió Marta—. ¿Qué pasó con Renzo? No me digas que… —preguntó con extrema preocupación y temiendo lo peor. —Tranquila, Renzo está bien, está detrás mío —Roberto giró su cabeza buscando a su hijo, luego giró su cuerpo entero al ver que no lo encontraba por ningún lugar—. ¡¿Pero será posible?! ¡Estaba justo detrás de mí en el túnel! —¿No le paso nada? Dime que no le paso nada… —Que no, venia conmigo, no sé en qué momento le habré perdido el rastro. ¡Mierda! Vamos a buscarlo… —Roberto se encaminó hacia el túnel pero su mujer lo detuvo. —Espera… —dijo Marta con seriedad, observando el arma en la mano de su marido—. Habíamos quedado en que nunca volverías a usar esa cosa de nuevo, sabes lo que pasó la última vez. —Sí, lo sé —a Roberto se le ensombreció la mirada—. Es que yo pensé que… —Pero me alegro que la hayas traído —concluyó Marta, dedicándole una sonrisa a su marido. —Gracias —Roberto apenas sonrió—. Vamos rápido, todavía podemos alcanzarlo. No quiero perder a otro hijo por una desgracia. *** Rex tensó sus músculos, se aferró del manubrio tanto como pudo y estiró sus piernas tomando altura para poder levantar la moto; dio dos pasos laterales y situó nuevamente la moto en el suelo. El hombre que Rex estaba socorriendo no pudo evitar chillar de dolor, parte de su pie y su pierna estaban completamente empapados de sangre y presentaba una herida bastante profunda. —Eso está muy grave, parece una fractura —examinó Rex, no era un experto en el tema, pero el ángulo que había tomado el pie del sujeto no parecía nada normal. —Por favor no me dejes aquí, ayúdame a levantarme. Rex alzó la mirada a su retaguardia para ver si algún infectado lo seguía, para su desgracia así era, un sinfín de zombis iban hacia su dirección, arrasando con todo a su paso. El joven se apresuró y tomó el brazo del sujeto, lo cruzó por su cuello y lo alzó haciendo que pudiera mantenerse en un pie. —Te lo agradezco. Me llamo Ricardo. —Soy Renzo. Es mejor que nos apuremos. Ambos empezaron a caminar de manera apresurada, Ricardo intentaba avanzar mediante saltos en un pie, pero aun así no lograban una velocidad que pudiera dejar atrás a los infectados. Rex por su parte intentaba apretar el paso, pero el hombre era demasiado pesado, era casi tan corpulento como su padre y el hecho que no pudiera usar una pierna dificultaba aún más la marcha.
—Te lo agradezco Renzo. Nadie me había ayudado, todos me ignoraban como si ya estuviese muerto —Ricardo hablaba apresurado a causa de la adrenalina, y sus ojos comenzaron a empaparse de la emoción—. En serio hombre, muchas gracias… Rex en un intento de medir la distancia entre los infectados y ellos ladeo su cabeza mirando hacia atrás, y se sorprendió al ver que ya no los seguían, estaban distraídos en un pobre cadáver que descansaba en un muro del túnel. Una luz de esperanza se había encendido en él. —Están distraídos, tenemos tiempo —Rex alzó la vista al frente, ya podía visualizar la salida del túnel, estaba cerca. Solo faltaban unos cuantos metros más y podría encontrarse con su padre y salir de ese endemoniado lugar. Pero justo en ese momento, se escuchó tras ellos un fuerte sonido, era un grito agudo y molesto. Rex volvió a girarse para observar, pero perdió el equilibrio y tropezó junto a Ricardo, ambos cayeron al suelo, Ricardo maldijo por su infernal dolor en su pie. Rex por otro lado aprovechó para insistir en ver qué era lo que ocasionaba aquel sonido. A unos cuantos metros de distancia, un infectado se acercaba a ellos corriendo y bramando sonidos escalofriantes, mientras esquivaba otros zombis y se deshacía de quienes estorbaban su paso. El infectado era un hombre de color, alto y de cuerpo delgado, con severas cortaduras que recorrían todo su rostro y parte de su cuerpo. Pero lo que más le llamaba la atención a Rex, y de lo que no podía apartar la vista, era de sus manos, o mejor dicho, sus garras. Estas presentaban unos largos y gruesos dedos tan afilados como cuchillos, de un tamaño bastante considerable como para cortar la mitad de una sandía, o una cabeza humana. Rex sabía que tenía que escapar cuanto antes, tomó nuevamente el brazo de Ricardo y juntos volvieron a la marcha. El infectado expulsó un agudo grito que hizo al joven erizarle la piel; Rex siguió avanzando sin mirar hacia atrás, cada vez le quedaba menos para llegar al final, pero algo en su interior le decía que ese monstruo, zombi, o lo que fuera, estaba muy cerca. Y no se equivocó. Al observar una vez más hacia atrás lo vio, el monstruo estaba a unos cuantos pasos de distancia, peligrosamente cerca de ellos. Rex se consumió en la desesperación, sabía que no podrían llegar los dos. Odiaba tener que hacerlo, pero sus impulsos fueron más rápidos que su sentido de la ética. Rex soltó a Ricardo y lo apartó hacia atrás. El hombre perdió el equilibrio de su única pierna buena y se aferró en el último segundo al brazo del joven, no tenía intención de irse sin luchar. Un fuerte puñetazo arrojó a Rex al suelo, el hombre se arrastró hasta él y comenzó a golpearlo sin compasión. —¡Hijo de puta! —Ricardo golpeaba cada vez con más furia en su ser—. ¡Te voy a matar, puto cobarde de mierda! Rex no podía zafarse, Ricardo era mucho más fuerte y sus golpes eran cada vez más duros, sentía la sangre salpicar por todo su rostro y una punzada insoportable de dolor en toda su cabeza. El hombre desquitaba toda su furia en cada uno de sus puños; Rex no podía ver nada, apenas escuchaba cada golpe resonar en sus oídos, pensó que moriría en ese lugar, que nadie podía salvarlo, hasta que en un determinado momento, todo se volvió en silencio y Ricardo dejó de golpearlo. Rex abrió sus ojos con pesar, su cabeza era un terremoto de dolor, pero aún seguía consciente, y lo que sus ojos vieron a continuación fue de lo más aterrador. El cuerpo de Ricardo se hallaba estático, su mirada mortecina se dirigía hacia su pecho, en donde se desprendían dos ensangrentadas manos, con unas horrorosas y afiladas uñas que se movían con lentitud mientras continuaban atravesando poco a poco el cuerpo del hombre. El infectado lo había alcanzado, y comenzó a alzar su cuerpo sin mucho esfuerzo. Rex observaba la escena sin mover un solo musculo mientras la sangre de Ricardo caía sobre él. El hombre intentó pronunciar alguna palabra pero solo pudo gesticular una serie de sonidos sin sentido, escupiendo y
formando globos de sangre que se escurrían por su boca. El infectado siguió alzando al sujeto hasta tenerlo suspendido en el aire; la sangre que se desprendía de su pecho era demasiado para el estómago de Rex y tubo que tapar su boca para soportar las arcadas y no vomitar. Las zarpas de la criatura comenzaron a abrirse lentamente; el grito de Ricardo retumbó a lo extenso de todo el túnel mientras sus brazos se agitaban y pataleaba en el aire, intentando zafarse a cualquier costo para apagar el dolor exorbitante que abrigaba su todo cuerpo. Renzo aún continuaba mareado por la golpiza y desorientado por el temor; lo que sus azules ojos estaban presenciando no era natural, era un acto de total locura y salvajismo. El tórax del hombre emitía unos fuertes y espantosos crujidos por cada centímetro que se abría, a Ricardo ya no le quedaban pulmones para continuar gritando; su agonía resultaba eterna, pero el monstruo decidió callarlo de una vez por todas. La criatura extendió sus brazos con fuerza y las garras partieron en dos el torso de Ricardo, lanzando las dos mitades a los extremos del túnel, bañando todo a su alrededor de rojo. —No puede ser… A Rex le costaba asimilar lo que estaba viendo, a sus ojos era algo increíble, un acto tremendamente despiadado e inhumano. El sujeto que hace unos minutos quiso ayudar ahora se encontraba regado en dos pedazos a cada lado del túnel. Maldijo en su interior la idea de haberlo querido ayudar; maldijo esa infantil decisión de separarse de su padre y también por romper el acuerdo de no separarse de su familia para ir en busca de Sofía. Todo había salido endemoniadamente mal y habría cambiado lo que fuera por no estar en este momento frente a frente con esa espantosa criatura que blandía sus garras mientras se acercaba a él con porte amenazante. Rex se paralizó por completo, su mente quería reaccionar pero su cuerpo se encontraba desconectado, su mirada se cruzaba con los muertos y grisáceos ojos de aquella bestia. Ahora tenía entendido que aquello no era un zombi, al menos no era parecido a los pocos que había tenido oportunidad de ver; este se movía de otra manera, actuaba de otra forma. Parecía divertirse con la situación, como si le fascinara matar, podía verlo reflejado en sus ojos; la manera en que saboreaba la sangre del sujeto que acababa de partir en dos y como ese líquido rojo se deslizaba recorriendo sus garras… lo disfrutaba. El maldito lo disfrutaba. Era un monstruo. Rex sabía que debía correr, que debía escapar por su vida, pero por alguna razón su miedo se lo impedía. Sus piernas empezaron a temblar tanto que incluso tuvo que usar sus manos para detenerlas. Pero esa sensación de terror no cedía, era demasiado para él, se sentía insignificante, como un insecto a punto de ser devorado. El monstruo acercó sus garras hacia él, apuntando a su cabeza, sin dejar de apartar su vista. Rex podía asegurar que el zombi sabía que le tenía miedo y que ni siquiera se preocuparía por escapar; por lo que disfrutaba el momento con delicadeza, como si se tratase de un verdadero psicópata. Rex dejó de hacer contacto visual y agachó su cabeza resignado esperando lo peor, rezando que fuese rápido e indoloro. Por alguna razón sospechaba que no sería así. El zombi alzó su garra y se dispuso a atacar. En ese momento un estruendo resonó por el túnel y una bala atravesó el hombro del monstruo; el zombi apenas se movió de su lugar, pero su ira se hizo notoria en un feroz alarido. Otro disparo en su pecho lo hizo callar y otros dos más lo arrojaron al suelo. —¿Estas bien hijo? —preguntó Roberto sin dejar de apuntar al zombi. —Si… gracias. Tenemos que irnos rápido, ¿y mamá?
—Estoy bien cariño —respondió Marta mientras ayudaba a su hijo a incorporarse. —Salgamos de este maldito lugar cuanto antes —ordenó Roberto, mientras disparaba nuevamente al zombi en el pecho para evitar que se levantara. La familia Xiobani reunida de nuevo se dirigió fuera del túnel, en donde se encontraron con la mini van de Roberto. Todos subieron con prisa; Roberto colocó primera y aceleró sin dudarlo. El vehículo dio media vuelta y tomó rumbo por la ruta en dirección a su hogar, pero por el camino tuvieron que detenerse al ser irrumpidos por un centenar de personas arremolinándose para escapar espavoridas de un imponente número de criaturas que devoraba todo a su alcance. —Parece una corrida de toros pero con zombis —comentó Rex mientras observaba la carnicería que sucedía frente a ellos. Las criaturas se agrupaban para atrapar entre varios a las personas que tuvieran más cerca, acorralándolas para desgarrarles la piel a feroces dentelladas. Los gritos de auxilio y desesperación eran la melodía que se orquestaba en la ruta. Renzo y toda su familia sentían el peligro golpear en sus pechos con fervor. —¿Zombis? —preguntó Marta confusa. Observó con detenimiento el entorno y lo que su hijo mencionaba no parecía fuera de lugar—. ¿De verdad estas cosas son Zombis? —No se me ocurre otro nombre para darle, ¿y a ti? —No, en verdad no… De repente el vehículo se sacudió, la chapa crujió y un manchón de sangre se salpicó en uno de los vidrios laterales. Toda la familia volteo asustada, pero en ese instante y sin darles tiempo a reaccionar, otro golpe retumbó en la parte trasera del vehículo. Un grito desgarrador nació de la boca de uno de esos seres, Renzo pudo divisarlo intentando ingresar a cuestas de brutales golpes hacia el vidrio. —¡No podemos quedarnos! —alertó Roberto afirmándose al volante y pisando el acelerador. —Pero no podemos ir a ningún lado, la gente bloquea el paso —dijo Marta inhalando y exhalando aire con exageración. —No tenemos opción… —exhaló Roberto en un aire de angustia mientras acrecentaba la marcha. Una pareja que iba más adelante fue atropellada por el vehículo sin compasión, dejándolos a la deriva en el asfalto. El crujir de sus huesos rezongó y se escuchó a la perfección luego de pasar por encima de ambos. Un severo golpe de culpa estrujó el pecho de Roberto mientras continuaba la marcha, acelerando cada vez más. El grito de dolor llegó una vez que las criaturas alcanzaron los cuerpos de aquella infortunada pareja. —¡¿Qué estás haciendo?! —inquirió su mujer con un mar de lágrimas en sus ojos. Roberto no contestó. Continuó su marcha, silencioso, escuchando el tortuoso coro de gritos de agonía y llantos que él ocasionaba para salvar a su familia. Siempre pensó que era capaz de matar por ellos, lo que nunca imaginó es que alguna vez tendría que hacerlo. Renzo decidió no mirar, el paisaje a su alrededor resultaba una tortura visual que no podía soportar mucho más, y fue cuando el vidrio a su lado se impregnó de sangre cuando su estómago llegó a su límite. El joven vomitó el asiento trasero y se recostó sobre la puerta sin energías. Todo parecía una pesadilla interminable de la que nadie en ese vehículo podía despertar. Rex decidió encerrarse entre sus brazos y llorar el resto del camino pensando una sola cosa. —Ojalá Sofía se encuentre bien… por favor. El tiempo trascurrió más rápido de lo esperado y ya habían llegado a su barrio. Mientras avanzaban, las manzanas que costeaban la ruta principal eran un total caos, las personas se exasperaban por salir de sus casas; otras por robar mercancía en los supermercados y ya se visualizaban más de esas horribles criaturas haciendo desastres en distintos lugares.
—¿Cómo llegaron hasta aquí tan rápido? —preguntó Marta viendo una desagradable escena de un grupo de esos seres devorándose a un adolescente; uno de ellos volteó para cruzar miradas con la mujer—. Dios mío… Al llegar al taller se encontraron con una sorpresa no muy agradable que hizo maldecir a Roberto cuatro veces seguidas. Una gran cantidad de infectados deambulaban dentro del lugar. —¿No cerraste el taller? —preguntó Marta con seriedad. —¡Le dije a Renzo que lo hiciera! —¡No lo hiciste! —¡Claro que sí! —Yo estaba en el vehículo, fuiste el último en subir ¿recuerdas? —se excusó el muchacho. —Él tiene razón, tú fuiste el último. Tenías que cerrar. —Lo olvidé por completo…—Roberto agachó la cabeza apenado apagando su voz. —¿En qué pensabas? —lo reprendió su mujer. Roberto observó su pistola, recordó haberla buscado en su casa antes de irse y no reparó en observar si su taller se encontraba cerrado o no. Marta lo comprendió apenas con verlo y relajó sus músculos faciales. —Está bien. No importa. ¿Pero qué hacemos ahora? Hay muchos dentro y fuera. —Tengo una idea. ¡Sujétense fuerte! —Roberto aceleró y se dirigió a la puerta del taller, apuntó a un grupo de infectados y los pasó por encima con la camioneta, impactando luego contra un muro. —¿Están todos bien? —preguntó Roberto que separaba su adolorida cabeza del volante del vehículo. —Sí, yo estoy bien. ¿Mamá? —Sí, un poco adolorida pero nada grave. —Bien, Renzo a la cuenta de cuatro, sales y ayudas a tu madre a cruzar el taller hasta el portón trasero. ¿Entendiste? —¿Y tú que harás? —Yo me encargo de los que quieran acercarse a ustedes. —¿Y quién se encarga de los que se acerquen a ti? —¡Yo me encargo de eso también! —¡Ni una mierda! —protestó Rex—. Es muy peligroso, esto esta infestado, podrías… —¡Renzo! No se discute más… a la cuenta de cuatro. ¿Porque…? Rex suspiró. —Para que todo sea perfecto, siempre hay que revisar más de tres veces —recitó Rex al unísono con su padre—. Lo sé, papá. —Me alegro, nos vemos en casa ¿Bien? —dijo Roberto mientras le entregaba a Rex un dispositivo pequeño y ovalado de dos botones, que permitía el acceso al portón que conectaba con la parte trasera de su casa. Renzo y Marta asintieron, y todos cruzaron unas últimas miradas de preocupación dentro del vehículo. Luego divisaron el objetivo, la puerta corrediza al fondo del taller; y por último, observaron a las criaturas acercándose a ellos con una insaciable sed de sangre. —¡No hay más tiempo! —advirtió Roberto—. ¡Uno! Roberto preparó su arma, tuvo que secarse el sudor de su rostro antes de depositar su mano libre en la manija de la puerta. —¡Dos! Marta inhalaba aire con extrema rapidez mientras se preparaba mentalmente, tuvo que colocar sus
manos en su pecho para intentar calmarse para proseguir. —¡Tres…! Renzo acomodó su gorra de lana a su cabeza, sus nervios se hacían sentir en cada poro de su piel; observó con detenimiento el lugar, las criaturas acercándose los superaban en número por mucho. No podía equivocarse en nada, no podía fallar. El muchacho aguantó el aire en sus pulmones esperando la palabra final que daría su padre para continuar. —¡Cuatro! Tres de las puertas del vehículo se abrieron en sincronía. Primero salió Roberto, encabezando la formación y disparando a las criaturas más cercanas a ellos, tratando de abrir un hueco entre la horda para que pudiera pasar su familia. Rex y Marta iban pegados a él por detrás, siempre atentos por si debían comenzar a correr. —¡Ahora! Vayan por la derecha, ahí se concentran menos. Yo voy a hacer que me sigan y les dé tiempo a esconderse. —Pero papá… —¡¡Ya!! Rex chistó molesto. Tomó de la mano a su madre y ambos se abalanzaron a toda velocidad hacia la puerta trasera del taller. Cercaron a las criaturas por el lado derecho como Roberto les había ordenado; y la táctica hubiera dado resultado de no ser porque uno de esos seres alcanzó a Marta por la espalda tironeándola y arrojándola al suelo. La mujer gritó con fuerza alertando a su hijo quien al percatarse se movió con rapidez y se volvió sobre sus pasos para asestar un fuerte golpe a la criatura, seguido de un potente gancho por debajo de la mandíbula. Incluso Rex se sorprendió de sí mismo. Rex ayudó a su madre a ponerse de pie. Por suerte para ellos las criaturas restantes hacían más caso al ruido del arma de Roberto que a ellos; eso les dio el espacio suficiente para continuar sin contratiempos. Al llegar Rex procedió a abrir la puerta con el control. La persiana metálica comenzó un lento desplazamiento ascendente que comenzó a desesperar al muchacho. Roberto mientras tanto continuaba su labor de distracción, interceptando a las criaturas que podía mientras retrocedía hacia el lado opuesto a su familia. Una vez abierta la mitad de la persiana, Marta y Renzo ingresaron en espera de Roberto, pero algo no iba bien. Roberto se había alejado mucho de ellos, a tal extremo que el rejunte de criaturas le bloqueaban el paso a la puerta. —¡Papá, ven ahora! Roberto dio un suspiro de alivio al ver a su familia del otro lado sana y salva. Su plan había funcionado. —¡Cierra la puerta hijo! ¡Yo no llegaré! —¡¿Qué?! —expresó Renzo con rabia—. ¡No puedes decir eso! ¡¿Cómo piensas que te dejare ahí?! —Marta le arrebató el control—. ¿Eh? Mamá, ¿qué haces? —Lo mejor para todos, cariño —dijo Marta entre sollozos. Observando como el portón descendía hasta cerrarse por completo. —No… Rex se tumbó en el suelo de rodillas junto a la persiana, se quitó su gorra dejando a la vista su cabellera marrón y se la llevó a la cara para ocultar sus lágrimas. El llanto salió expulsado de él de forma descontrolada, su madre al verlo también se arrodilló junto a él y lo abrazó acompañando su sufrimiento. Ambos lloraron en silencio.
*** —¿Qué hacemos ahora? —preguntó Rex desanimado, recostado boca arriba sobre un sofá mientras su madre trataba las heridas de su rostro adjudicadas a la brutal paliza que recibió en el túnel. —Esperaremos a tu padre, sé que volverá —respondió su madre con temple, sentada en una silla a su lado. Para ser la única mujer de la casa, siempre fue de carácter fuerte y decidido, quizás por la misma razón de ser la única mujer de la casa. —Ya pasaron quince minutos, no creo que… —Yo creo que sí —interrumpió Marta con decisión. —¿Cómo estas tan segura? ¿Cómo puedes conservar la calma así? —Porque confió ciegamente en tu padre, es un hombre fuerte. Lo logrará. —¡¿Cómo lo sabes!? —gritó Rex alterado—. Es imposible saberlo. No puedes simplemente confiar… ¡No en esta situación! Marta encarnó una ceja y observó a su hijo con gesto reflexivo. —¿No confías tú en que Sofía este viva? Rex se alzó para sentarse correctamente en el sofá. —Si, por supuesto que confió en ella. Aunque no lo sé, quizás deba dejar de darme falsas ilusiones. —¿Falsas ilusiones? ¿Entonces crees que Sofía está muerta? —¡No! Pero… —Rex bajó la mirada—. No sé qué pensar. —¿Sientes que está viva? ¿Lo sientes? —preguntó Marta sentándose junto a su hijo en el sofá—. Porque yo si lo siento, en los más profundo de mi corazón. No me preguntes cómo, pero yo sé que tu padre está ahora vivo, luchando por nosotros, y sé también, que tú sientes que Sofía está viva. Rex desvió la mirada en algún lugar del suelo y no dijo nada más. Se perdió en sus pensamientos. Lo que su madre decía parecía una locura, pero intentó reflexionar un poco sobre ello. A pesar de todo lo que había visto, de todos los peligros que acontecían, en lo más profundo de su ser quería creer que su novia estaba viva. Aunque no estaba completamente seguro, simplemente era una corazonada, una pequeña y minúscula esperanza. —Conozco a mi nuera muy bien, ella es quizás más fuerte y valiente que tú, estoy segura que está bien en algún lugar. —Espero que tengas razón. En ese instante algo interrumpió la conversación, unos fuertes golpes se escucharon desde la puerta principal, ambos se alertaron y se pusieron instantáneamente de pie; pero sus alarmas internas se transformaron en un cálido alivio al escuchar una voz familiar llamándolos, una áspera y gruesa voz que Rex creyó nunca volvería a oír. —¡Marta, Renzo! Déjenme pasar. —¡Roberto! —gritó Marta ya con lágrimas en los ojos, mientras corría como un rayo hacia la puerta. —¡Papá! —Rex fue el primero en llegar y abrirle. Roberto entró raudo y cerró la puerta a sus espaldas. Inmediatamente después se recostó contra la pared y se deslizó con suavidad hasta quedar sentado en el suelo. Jadeaba y sudaba a mares, cerró sus ojos un momento y dio un sonoro suspiro que denotaba un gran agotamiento. Parecía haber corrido una maratón tres veces seguidas. Su ropa estaba rota y empapada en sudor, le faltaba una manga en su camisa, su cabello grisáceo tenía manchones dispersos de sangre, Rex no estaba seguro si eran de él, o de alguien más. Pero lo peor se lo había llevado su brazo, su hijo al verlo se llevó la mano a la boca
por inercia. —¡Mierda! ¿Qué te paso ahí? —preguntó Rex con preocupación. Roberto presentaba una severa herida en la parte inferior de su brazo del cual se desprendía una enorme cantidad de sangre, como si le hubiesen arrancado una parte de su piel con los dientes. Una muy mala señal. —Nada hijo, tranquilo —Roberto ocultó su herida de la vista de su hijo—. A esta altura ni siquiera puedo sentir este brazo. —Tienes sangre por todos lados… —añadió Marta con una sombra de terror sobre sus ojos al ver el estado deplorable de su marido. —Lo sé, ellos me mordieron… —hizo una pausa en la cual comenzó a escucharse fuertes golpes en la puerta—.Y si Renzo está en lo cierto y en verdad estas criaturas son unos putos zombis… todos sabemos lo que va a pasar —a Roberto le costaba mucho hablar, cada palabra se le entendía menos—. Deben esconderse. Ahí afuera es todo un infierno. No tardarán en entrar y algunos son… muy fuertes. —Esto no puede estar pasando… —dijo Rex entre sollozos—. Tiene que haber una manera de salir de esto todos juntos. —No la hay hijo —sentenció—. Al menos no para mí. Estoy comenzando a perder la visión, apenas siento mi cuerpo y tengo mucho frio —comentó de manera pausada—. Si tengo que morir al menos lo voy a hacer para darles una oportunidad a ustedes… se los debo. —Cariño… —comenzó a decir Marta mientras se arrodillaba junto a su convaleciente marido—. ¿Sabes que te amo? No tenías por qué hacerlo, no nos debes nada. —Les debo todo, Marta… —balbuceó el hombre suspirando con la mirada en el suelo—. Les debo mi vida… y la de Silvia. Rex suspiró apenado. —Papá nadie te culpa por eso. Fue un accidente, lo hablamos mil veces. —¡No…! Podría haberlo evitado, si no hubiese sido tan inconsciente y estúpido. —Fue un accidente, a cualquiera le pasa querido. Silvia no está enojada contigo. —¡¿Cómo no va a estarlo!? —estalló el hombre—. ¡¡Después de lo que pasó!! —Roberto rompió en llantos. Se culpaba inmensamente por lo sucedido a su hija menor. Su familia intentó contenerlo en un abrazo, pero nada podía evitar que más lágrimas salieran de sus ojos. —No fue tu culpa Papá… —lo animó Rex, que intentaba creer en sus propias palabras, pero la verdad es que en su momento, hace ya tres años atrás… odió intensamente a su padre por lo sucedido. *** —Lo siento —Rex paró con el relato—. Estoy desviándome del tema. Es mejor que te cuente lo que pasó luego de que mi padre apareció. —Descuida, puedes continuar lo que ibas a decir —lo animó Zeta mientras colocaba más leña a una pequeña fogata que habían preparado a orillas de la ruta. —No queda mucho para el anochecer y dijiste que no debía desviarme del tema. Zeta se sentó sobre un tronco pequeño depositando sus armas en el suelo. A sus alrededores predominaba un follaje de poblados árboles; el auto se encontraba estacionado cercano a la calle por si algún imprevisto ocurría y debían irse rápido. —Yo no veo eso como un desvío. Es algo que a ti te importa, ¿me equivoco? Rex asintió.
—Supongo que tienes razón. Pero no es que me guste hablar mucho del tema… —Es por eso que quiero que me lo cuentes todo —comentó Zeta con seriedad. Renzo se sentó en el suelo frente al fuego, la sombra de la noche comenzaba a abrazarlos mientras una ventisca leve silbaba a lo lejos. —Bien… Lo diré sin rodeos. —Escucho. —Mi padre mató a mi hermana —tras decir esas palabras Renzo esperó en su compañero una expresión de sorpresa, pero la sorpresa la tuvo él al notar que Zeta se encontraba tan sereno como siempre, observándolo con atención. —Continúa Renzo. La formalidad asombró al joven mecánico, pero eso no le disgusto, por alguna razón Zeta no juzgaba a su padre como sus viejos amigos al oír la historia. Rex continuó hablando con una extraña y agradable tranquilidad interna. Esta vez podía contarlo todo, sin filtros u omisiones, pudiendo finalmente sacarse ese enorme peso de encima… y así lo hizo. *** Hace ya tres largos y sufridos años, en un día normal de verano, todas las personas de la ciudad pensaban únicamente en tres cosas; Sus vacaciones, descansar todo el día sin preocuparse por absolutamente nada, y en viajes a la playa o alguna piscina pública. Pero Roberto, sin embargo no pensaba igual, para él las vacaciones suponían una gran demanda de trabajo, los vehículos que necesitaban viajar grandes distancias pasaban siempre por su taller para arreglos y refacciones de todo tipo. Por lo que en esa época del año las ganancias subían hasta el cielo. Así que en tiempos de descansos, él solía trabajar el doble. Un rasgo que Rex siempre admiró de su padre. Pero Roberto también estaba al tanto de que en su ciudad, en épocas de descanso vacacional, la tasa de delincuencia también aumentaba. En los noticiarios se comentaban las distintas nuevas audacias que los delincuentes implementaban para obtener algo de dinero. Secuestros, hurtos, allanamiento de morada, estafas a jóvenes, entre muchas otras cosas. Por lo que al gran mecánico de la ciudad se le cruzó una idea muy interesante para poder proteger a su hermosa familia: Comprar un arma de fuego. A simple vista resultaba algo normal. Casi todas las familias cuentan con un arma de protección y Roberto ya tenía experiencias por ir de caza con su padre y su hijo. Por lo tanto le parecía una idea genial y ese año se permitió darse ese gusto. Ahora podría proteger a su esposa Marta y a sus dos hijos, Renzo y Silvia. —¡Renzo Emanuel Xiobani! ¿Podrías escucharme y dejar de jugar ese estúpido juego? —preguntó Silvia de mal humor mientras sacudía su larga cabellera marrón con una toalla. —¿Qué te pasa ahora, vaca? —preguntó Rex, pausando el juego y mirándola de soslayo—. ¿Eh? ¿Qué haces con ese top? ¿Y esa mini falda? Papá te va a matar si se entera que vas a salir así. —No se va a enterar porque no se lo dirás… Por favor, Rencito —suplicaba Silvia mientras se posaba sobre el hombro de su hermano. —No me hagas tu cómplice, ¿por qué debería ayudarte? Además apenas tienes diecisiete años — dijo Rex mientras volvía a jugar—. Espera un año más, te buscas un trabajo y te largas con quien quieras. Así no me molestas más… vaca. —¡Deja de decirme así! ¡No soy gorda! —expresó Silvia observando su delgado cuerpo en el espejo de la sala para cerciorarse—. ¿Cómo puedes ser tan malo? Te compre una hermosa gorra en tu cumpleaños y ni te la has probado.
Rex volvió a pausar el juego y chistó. —¡Que pesada! Tú me dices jirafa y no te digo nada. ¿Y porque habría de usar una gorra de lana en verano? ¿Quién regala una gorra de lana en verano? —¡Por favor Rex! Solo será esta noche. Papá y Mamá están durmiendo, tengo que salir ahora y nunca más te pediré un favor, te lo prometo. Jamás volveré a decirte jirafa de nuevo. —Lo siento, tendrás que hacer más que eso —contestó Rex pausando el juego para observar su celular. Silvia maldijo por dentro y revoleó sus ojos mientras observaba cómo su hermano se baboseaba con las fotos de una de las hermanas de su compañera de colegio. —¡Eres patético! —increpó la jovencita—. ¿Por qué los chicos de hoy en día solo intercambian fotos? Podrías hablarle si quisieras. —¿De qué hablas? Es una foto que me mandó Diego, si la conociera sin duda le hablaría — expresó Renzo deslizando las fotos que su amigo le había mandado de una muchacha rubia que posaba en la playa junto a sus amigas—. Es hermosa. Automáticamente una idea se encendió dentro de la mente de Silvia. —Se llama Sofía Reales, tiene tu misma edad y está soltera —dijo Silvia adoptando una voz altanera—. Es hermana de una amiga mía y no creo que tenga problema en darme su número. Rex se giró interesado. —Sé lo que quieres hacer… —Si quieres su número, es todo tuyo si me ayudas. Renzo lo meditó un momento, pero su expresión hacia obvia su respuesta. —¿Qué quieres? —No es difícil, necesito tus llaves de la casa y tú silencio. No menciones nunca a mamá y a papá a donde fui. Volveré tarde, pero no te preocupes, me sé cuidar sola. —Bien —aceptó el joven—. ¿Me darás el número ahora? —En cinco minutos te lo pasaré —dijo Silvia saltando de felicidad y dándole un beso en la frente a su hermano—. ¡Gracias jirafa! —Sí, lo que digas… Tras que su hermana se fuera y le diera el tan preciado número de teléfono de Sofía, la noche pasó volando para Renzo. Se había armado de valor para hablarle a la hermosa muchacha rubia de las fotos, solo bastó un poco de palabrerío ingenioso para que la muchacha accediera a hablar con él. Para suerte de Rex ella estaba en una fiesta familiar aparentemente muy aburrida y no puso mucha resistencia a la conversación. Rex utilizó todo su ingenio para parecer lo más locuaz y divertido posible, suponiendo que eso le gustaría. Y así fue. La noche envejeció y las horas pasaron en un parpadeo. Sofía ya había vuelto a su casa y se despidió virtualmente de Rex. El reloj ya marcaba las cuatro de la madrugada y los parpados le comenzaron a pesar. Fue entonces que decidió dirigirse a su cuarto, el cual compartía con su hermana. La habitación no era muy espaciosa, pero ellos ya se habían acostumbrado desde pequeños. Rex se recostó en su cama y volvió a mirar la hora. —¿Cuatro y media? Como pasa el tiempo —acurrucó su cabeza en su almohada. Bostezó nuevamente y se sumió en un profundo sueño. Mientras dormía, soñó con Sofía. Imaginó haberla invitado a la plaza para verse. Las calles en su sueño se encontraban vacías y el cielo se encontraba iluminado en tonalidades blancas y amarillas, algo mágico. Sentados en el centro de la plaza solo se encontraban ellos dos, mirándose fijamente. Ella, con una
mirada expectante, y él, con una mirada nerviosa y dubitativa. Rex sacó de su bolsillo una pequeña caja rectangular color dorado, con un moño rojo y se la entregó a la dulce chica de cortos cabellos rubios. Esta la abrió y su cara se iluminó, dentro había un collar dorado precioso, con un dije en forma de una mariposa, también dorado. Sofía no pudo contener una enorme sonrisa dibujándose en su cara. Rex también sonrió ante aquella expresión, todo resultaba perfecto. Procedió a arrodillarse y volvió a tomar la mano de Sofía, siempre mirándola dulcemente a los ojos. —Sofía, ¿te gustaría…? —titubeó Rex —. ¿Ser mi novia? —¡NOOO! Rex se despertó sobresaltado, su corazón latía rápidamente. Le costó un poco volver en sí. Miró la hora: Seis de la madrugada. Luego escuchó otro fuerte sonido que provocó otro susto en el joven. —¡No lo hagas! Se levantó de su cama algo confuso, se colocó los primeros pantalones que vio y se dirigió rápidamente al pasillo de la casa. Ahí encontró a su madre, con una expresión en su cara como si hubiese visto un fantasma. Luego vio a su padre, que se hallaba entre el pasillo y la puerta que conectaba con el living. Lo que vio lo dejo totalmente aterrado. Tenía un arma. Rex quiso acercarse para ver que estaba pasando, pero su madre lo frenó y le hizo un ademan con su mano para que se alejara. El muchacho no hizo caso y miró de todas formas asomándose lentamente hacia la puerta, pero lo que vio no le agradó en absoluto. Dos hombres completamente encapuchados estaban del otro lado de la sala. Uno estaba de pie junto a la mesa del comedor, cargando la televisión con ambos brazos. El otro se encontraba de espaldas a la puerta de salida, sujetando a Silvia con un brazo y con el otro apuntaba con un arma a su cabeza. —¡¡Déjala ir, hijo de puta!! —gritó Roberto quien se limitaba a apuntar al sujeto que tenía a su hija de rehén, importándole muy poco el otro que sostenía su televisión de cuarenta pulgadas. —¡Baja el arma, anciano! —amenazó el sujeto presionando con más fuerza el arma en la cabeza de Silvia. —¡Ni se te ocurra! La dejas ir o… —Roberto no estaba en sus casillas. Se encontraba totalmente desesperado, quería salvar a su hija. No podía consentir que nadie le hiciera daño. Era su tesoro, su sueño. Su mundo se vendría abajo de tan solo pensar en no tenerla. Debía hacer algo rápido. Debía actuar. —¡Aléjate! O no me hare cargo de lo que le pase a la niña… —dijo el delincuente mientras ahorcaba con un brazo a Silvia, quien no podía parar de llorar y toser por la falta de oxígeno. La joven se sentía culpable por haber confiado en dos sujetos extraños que había conocido en la fiesta; no se animaba a hablar, tan solo deseaba con todas sus fuerzas que todo pasara rápidamente y estar a salvo junto a su familia. —Nadie… toca a mi hija —Roberto cegado de ira, apuntó lo mejor que pudo a la cabeza del agresor. Ya no quería perder más tiempo. Inhaló una gran bocanada de aire que mantuvo en sus pulmones… Y disparó. La pistola anunció la salida de la bala con un fuerte estruendo que llenó la habitación. El proyectil cruzó el aire a una velocidad imperceptible a la vista. Roberto estaba seguro de haber apuntado a la cabeza del agresor al presionar el gatillo pero el destino final no fue el que esperaba. Silvia cayó desplomada al suelo, de su cabeza fluía sangre que se esparció formando un charco en el piso. Roberto se quedó estupefacto. La sola imagen de ver a su hija tendida en el suelo con un hueco en la cabeza era algo que no podía creer. Su cuerpo, e inclusive su mente, se habían paralizado
en ese momento. —¡Mierda! ¡Salgamos de aquí! —gritó el delincuente deshaciéndose del televisor y atravesando la puerta, seguido de su compañero, quien se detuvo apenas unos escasos segundos para ver a Silvia. —No quería que terminara así… —dijo el sujeto, marchándose a toda velocidad. Roberto ni se inmutó por la huida de aquellos dos despreciables seres, su ser interior albergaba incontables conflictos por el suceso recientemente ocurrido. Por otro lado, Renzo había visto todo; la escena fue demasiado para él, desvió la mirada y se dejó caer al suelo sollozando intensamente junto a su madre. En cambio la mirada de Marta era fría, jamás había quitado la vista de su hija un solo instante. Su rosto pareció petrificarse, ningún musculo de su cara o de su cuerpo se volvió a mover por unos largos minutos. Las lágrimas de Roberto no tardaron en salir, un gran impulso de llevarse su arma a la cabeza y terminar con ese condenado sufrimiento lo invadió de repente. Pero no podía hacerlo. Dejar a su familia a la deriva. Él no era así; el dolor era inconmensurable y lo desgarraba lentamente cada segundo que pasaba, pero sin embargo, no podía abandonar a su familia, o lo que quedaba de ella. El hombre dejó caer el arma y se acercó con cuidado hasta su hija, la rodeó con sus gruesos brazos y le dio un abrazo angustioso; entre lágrimas, Roberto no podía creer que su hija se había ido, para siempre… por su culpa. —Silvia… ¡¡Silviaaaaaa!! *** Los golpes de la puerta no cesaban, cada vez eran más y más fuertes. Roberto sabía que no duraría mucho más teniendo en cuenta la cantidad de zombis que había afuera. —Vamos a encontrar una solución, esto no tiene que ser así… —propuso Rex con inseguridad mientras observaba el abatido cuerpo de su padre. Roberto no respondió, era inútil discutir con el terco de su hijo. Se llevó una mano a la cintura y se desabrochó la funda del arma. —Renzo —dijo Roberto con una voz muy baja, ofreciéndole la funda con el arma dentro de ella —. Quiero que lleves esto y protejas a tu madre como sea. No te preocupes por mí. Ustedes tienen que salvarse. —Pero… —Por favor Renzo… —insistió Roberto pero se interrumpió al toser sangre—. Ya no puedo ver casi nada y mi cuerpo ya no se moverá… Me estoy muriendo, hijo. Los azules ojos de Renzo traducían una angustia tremenda, Roberto le había otorgado una responsabilidad enorme en sus últimos aires de vida, y pese a no querer aceptar el hecho de que no volvería a ver a su padre, el joven no tuvo más opción que aceptar su petición. Tomó la funda del arma y se la adhirió al cinturón. —La cuidaré. Te lo prometo. —Escóndanse en la habitación de Renzo —indicó Roberto dirigiéndose a Marta—. Es la más alejada. Yo intentaré bloquear esta puerta todo el tiempo que pueda. Cuando vean la oportunidad, escapen lo más lejos posible. Marta asintió con pesar y angustia, y le brindó un último y cálido besó a su marido. —Te amo querido, siempre lo haré. —Te amo Marta. Siempre fuiste más de lo que yo podría pedir, te agradezco infinitamente cada momento que viví a tu lado —luego con sus últimos alientos se dirigió a su hijo—. Renzo estoy muy
orgulloso de ti, eres todo lo que esperaba que fueras y mucho más. Ambos son la mejor familia que se puede tener. Les agradezco todo. —Papá… —Rex lo abrazó entre lágrimas y llantos, su boca ya no podía pronunciar ninguna palabra más; solo lo estrujo tan fuerte como pudo. Renzo sentía un vacío indescriptible en la zona de su pecho. No quería dejarlo, no podía aceptar que su padre estaba por morir delante de sus ojos, cuando hoy estaban almorzando todos juntos en la misma mesa, felices y en familia. Todo se había ido al carajo por esos malditos zombis. —Váyanse, no miren atrás… ¡y sobrevivan! No quiero verlos allá arriba en un largo tiempo — fueron las últimas palabras de Roberto. Inmediatamente después la puerta se vino abajo con brutalidad, los zombis estaban fuera, habían logrado tumbar la puerta y se amontonaban para querer pasar. Rex se incorporó con rapidez y tomó a su madre de la mano para llevarla hasta la habitación. Dedicó un último vistazo a su padre, quien sin luchar, se entregó a las hambrientas garras de aquellas criaturas. Rex decidió apartar la vista y escudarse en su habitación. El grito desgarrador de su padre se escuchó una vez cerró la puerta. Renzo no perdió tiempo y utilizó su cama para bloquear el paso de la puerta. —Estamos atrapados… —aseguró Rex nervioso—. No hay salida, la ventana esta enrejada y los zombis ya están dentro de la casa… ¿Mamá, me estas escuchando? Sin embargo no hubo respuesta, Marta estaba recostada sobre un muro con la vista perdida en algún lugar del techo; su cara estaba pálida como una hoja y su expresión era de completa y total angustia. Rex reconoció esa mirada, ya la había visto en una sola ocasión, hace mucho tiempo… cuando su hermana murió. Marta no comió, ni durmió durante semanas después de la tragedia, hasta el punto de caer hospitalizada a consecuencia de eso. Fue un golpe terrible para su madre, le costó mucho tiempo recuperarse de eso y ahora su marido había corrido la misma trágica suerte. Rex intentó consolarla con un abrazo, no se le ocurrió otra cosa, no era bueno con las palabras y el tiempo se estaba agotando. Si no salían de ahí rápido ambos morirían. Justo en ese momento la puerta comenzó a temblar, los golpes nuevamente retumbaban detrás de la rectangular estructura de madera. Para su desgracia la puerta de su habitación no era tan fuerte como la de la entrada de su casa, sería cuestión de minutos que lograran atravesarla. —¿Qué haremos? —preguntó el joven desesperado mientras recorría su habitación en círculos. —Ya no hay salida y dudo que podamos escapar de aquí con vida hijo… —respondió Marta con una frialdad tajante. —¡No! Tiene que haber una forma. ¡Le prometí que te cuidaría y eso voy a hacer! Marta hizo una mueca de lo que intentó ser una sonrisa. —¿Recuerdas ese sentimiento del que te hable antes? —preguntó la mujer. Los golpes eran cada vez más fuertes, la puerta temblaba de una forma preocupante. Se rompería en cualquier momento. —Sí, ese sentimiento de esperanza, de que todo saldrá bien. ¡Tú me lo dijiste! —Ya no lo siento, hijo —esas palabras atravesaron como una daga a Rex—. Ya no tengo esperanzas Renzo y no tengo energías para continuar. —¡¿Qué estás diciendo?! —la tensión del momento provocaba que Rex no midiera el tono de sus palabras—. Fuiste tú la que me convenció de que tenía que tener esperanzas, no importara la situación en la que estuviésemos, podíamos resolverlo. ¡Te estas contradiciendo! Inmediatamente los golpes cesaron, ya no se escuchaba nada más, Rex miró confuso por un momento a la puerta, pero luego volvió la vista hacia su madre.
—Disculpa si me expresé mal. Ya no siento esa sensación de confianza sobre mi persona. Lo que quiero decir es que yo no lo lograré —la mujer se acercó a Renzo—. Pero tú sí, tú todavía tienes que vivir. —¿Qué…? —pero Rex no pudo terminar la pregunta. La puerta se desplomó en el suelo partida en dos pedazos. Renzo y su madre retrocedieron, sin embargo Rex no vio la gran cantidad de zombis que esperaba encontrarse, en cambio vio algo mucho más aterrador. El Zombi con afiladas garras era el único que se encontraba detrás de la puerta; alrededor de él se hallaba repleto de cadáveres de otros Zombis mutilados, como si él mismo los hubiera asesinado para abrirse paso. Rex reconoció a esa criatura, era el mismo que había encontrado en el túnel, todavía con vida luego de los disparos que le había dado su padre. El monstruo dio un salto evadiendo la cama de Rex con facilidad. El joven se apresuró en colocarse frente a su madre, ambos retrocedieron hasta toparse con la pared. Ya no había salida alguna, Rex tenía en claro que debía enfrentarse a aquella bestia de afiladas garras. —Atrás, yo me encargo —dijo el muchacho armándose de valor y dando un paso al frente. La criatura se acercaba con cautela, su cabeza se inclinó para observar a Rex, midiendo cada uno de sus movimientos. Renzo movió su mano ligeramente para tomar el arma, pero la criatura no se lo permitió y atacó primero con una brutal velocidad. Rex pudo evadir el zarpazo por centímetros y respondió con una patada que apartó un poco al monstruo, mientras llevaba a su madre hacia un rincón alejándola de todo peligro. Rex aprovechó esa escasa brecha de tiempo para intentar tomar su arma. Intentó desenfundarla repetidas veces pero el arma no cedía, se había atorado. Las manos de Renzo temblaban con torpeza al intentar quitar el seguro de la funda y los nervios que estaba pasando en ese crucial momento no lo ayudaban para nada. El joven comenzó a impacientarse, ya había tardado demasiado, alzó su vista un segundo solo para observar que tenía al monstruo a solo un paso. El joven se sobresaltó, intentó alejarse pero dio con la pared. Estaba acorralado. Rex lo supo en un segundo, no necesitaba ser un genio para darse cuenta que todo se había terminado para él. Por un instante su respiración se detuvo, sabía que lo que vendría sería doloroso y cerró sus ojos con fuerza rindiéndose a su fatídico destino. El Zombi gruñó, separó sus brazos y de un movimiento veloz ensartó sus garras con furia. El muchacho quedó paralizado, podía escuchar como la sangre goteaba e impactaba en el suelo y algo lo presionaba con fuerza en el pecho. Su mente había imaginado un dolor mucho más severo, pero por alguna razón todavía no lo sentía. Quizás la agonía provocaba que ya no sintiera nada, pero sus dudas se despejaron al escuchar el resoplido de su madre muy cerca suyo. Sus ojos se abrieron con intensidad y una sensación amarga y angustiosa lo envolvió desde lo más interno de su ser. El cuerpo de su madre estaba delante de él, protegiéndolo como un escudo. Su bello rostro, aún sonriente, se encontraba frente a un perplejo y atónito Rex, mientras la mujer luchaba por mantenerse firme colocando sus manos sobre a la pared. Otro soplido, esta vez acompañado de sangre, salió de la boca de la mujer, quien con sus últimas fuerzas abrazó a su hijo. El Zombi detrás de la mujer continuó desgarrándola sin piedad, de arriba abajo, entreteniéndose con la matanza. Los chirridos de Marta fueron intensos, pero fue lo que hizo que Rex reaccionara de una vez. El joven quitó el seguro de la funda con cuidado y retiró el arma, pero ya era tarde. El Zombi ya lo había visto y estiró su brazo para alcanzar la garganta del joven pero Marta se
anticipó ofreciendo resistencia y empujando con su cuerpo al monstruo hacia atrás, brindándole unos segundos más a su hijo. Marta continuaba empujando con todas sus fuerzas mientras agonizaba de dolor, impidiendo el paso de la criatura, quien descargaba toda su ira clavándole sus garras por todo el cuerpo. La habitación se pintaba de rojo mientras la mujer inhalaba sus últimos suspiros de aire para dar un segundo más de vida a su hijo. Rex alzó su arma. Buscaba apuntar al monstruo, pero le resultaba imposible con su madre en frente; sabía que no podía esperar demasiado, pero no era capaz de disparar con ella ahí. Su corazón se lo prohibía pero su mente no daba con otra solución mejor. Marta gritó de una forma aterradora, una de las garras de aquella criatura la había atravesado el torso por completo. Renzo pudo ver como el brillo de sus ojos se apagaron y su cabeza se torció levemente dando fin a su vida. El cuerpo del joven comenzó a temblar, una furia enorme y un dolor indescriptible subió como fuego en su interior. Apuntó a la cabeza del monstruo, aguantó la respiración y disparó. La bala atravesó el ojo de Marta y dio directamente en el cráneo de la criatura tumbándolo definitivamente; pero Rex todavía no estaba satisfecho y volvió a disparar. Disparó cada bala que tenía, mientras veía como el rostro de su madre se despedazaba frente a él; disparó cada angustia y cada sufrimiento, mientras su cara se salpicaba de rojo; disparó una y otra vez, hasta que el cargador se vació. Rex terminó totalmente agitado, la adrenalina recorría cada rincón de su ser y sus ojos no paraban de llorar; ya no le quedaba nada ni nadie. Se encontraba solo en su habitación; sin sus padres, sin su hermana, sin su novia. Se había quedado completamente solo. *** Zeta no había probado ni un poco de su comida durante el final de la historia de su compañero de viaje. La trágica experiencia que había vivido Renzo lo había conmovido; el joven observaba con detenimiento la oscura expresión escondida bajo esa gorra de lana verde. Ojos apagados y vidriosos, con una mirada perdida en los restos ya extintos de la fogata. —Luego de eso, cada vez que tengo que asesinar a un Zombi, mi cuerpo comienza a temblar, y dentro de mí, justo aquí —Rex señaló a su pecho—. Siento una fuerte presión que me impide moverme. Solo puedo quitármela de encima si suelto mi arma y la vuelvo a tomar cuatro veces seguidas. Una puta locura. Zeta apenas movió sus labios para contestar pero un sonido crujió cercano y ambos observaron con rapidez. Uno de esos monstruos se acercaba merodeando rumbo a ellos desde una arboleda. —Déjamelo —pidió Rex equipándose con su navaja mientras se levantaba—. Necesito despejarme un poco. Zeta asintió siguiéndolo atentamente con la mirada. En el trayecto, Rex sostenía la hoja de la navaja con sus dedos, mientras golpeaba repetidas veces con el mango la palma de su otra mano. Al principio Zeta no le prestó mucha atención a eso, esperando para ver si esta vez guardaba la navaja para efectuar su ritual antes de atacar. Al estar a una distancia prudente, los latidos de Rex comenzaron a intensificarse, su pulso se volvía inestable y su respiración se agitaba con fuerza. Zeta pudo observar como comenzaba a golpear el mango con más potencia que antes. El joven mecánico golpeó el mango una última vez y sujeto la navaja con seguridad, aproximándose al monstruo por un lateral y clavándole la hoja en el cráneo. En ese momento algo se
aproximó a toda velocidad entre la oscuridad. Rex no pudo reaccionar con anticipación y sintió como su cuerpo era echado a la tierra de forma violenta. Un Zombi Parca había arribado sobre él en apenas un segundo de descuido, decidido a terminar con su vida. Zeta al verlo se apresuró en voltearse para tomar su arma, pero en ese instante pudo ver que otro de esos seres se aproximaba por detrás. El joven se lanzó de espaldas al suelo para poder evadirlo y finalizarlo con un disparo en la cabeza. Había varios más en los alrededores a los cuales tuvo que asesinar antes de recordar que Rex continuaba en peligro. El joven se volteó y buscó con su arma a la cabeza del Parca, pero afortunadamente para él, Rex ya lo había acabado con su navaja. —Tenemos que movernos y encontrar un mejor lugar —comentó Zeta a la vez que subía al vehículo—. ¡Apúrate! —¡Espera! —Rex corrió hacia el asiento del copiloto, abrió la puerta y derribó a dos criaturas que intentaban entrar, se sentó y dio un fuerte portazo—. ¡Vamos! Zeta aceleró atropellando a varios deambuladores y continuó por la oscura ruta a toda velocidad. —¡Mierda! Ese era un buen sitio —se quejó Zeta. —La fogata los habrá traído —contestó Rex sobándose el hombro derecho. Zeta lo vio de reojo. —Estas sangrando… ¿Te mordieron? —¡No! —¡No jodas! ¿Sabes que pasará ahora verdad? —¡Es solo una cortadura! —Explicó Rex—. Me la hice al caer, mira. Un Zombi no muerde de esta manera. Zeta observó el bazo con detenimiento, la cortada era en transversal, probablemente causado por una roca filosa en el suelo. —Santa madre… no me asustes así. Rex suspiró y abrió la guantera buscando algo para colocarse en el hombro y frenar el sangrado. Mientras tanto Zeta continuaba en la búsqueda de un nuevo lugar para pasar la noche. —Solo hay árboles aquí, no creo que encuentre un lugar para descansar seguros, y tampoco puedo usar el truco de los cadáveres si no consigo algunos antes. —¿Qué truco? —inquirió Renzo presionando su herida con un trapo viejo. —El mismo que usamos para cruzar la plaza, pero en vez de uno, si colocas varios cadáveres alrededor de, por ejemplo, este vehículo, ningún monstruo se te acercará. —¿En serio eso funciona? —Estoy vivo gracias a eso —comentó Zeta con un tinte de tristeza en esas palabras. Zeta continuó manejando sin respuesta alguna de Rex; el joven mecánico se había recostado hacia un lado para descansar los ojos. A simple vista se lo veía agotado y cansado. Zeta resolvió dejarlo dormir hasta que se recuperara y continuar su viaje en la bruma de la noche. *** —¡Despierta! ¡Ya lo tengo! —¿¡Que!? —Rex se sobresaltó. Su relajante sueño había sido irrumpido sorpresivamente. El joven Xiobani se tapó la vista, una potente luminiscencia le molestaba los parpados. Le tomó un tiempo darse cuenta de que ya era de día, había dormido toda la noche. —¿Me quede dormido? —preguntó con voz somnolienta y ronca. Odió la sensación de tener saliva en la mejilla y se la limpió con un trapo—. Qué asco.
—¿Ah, estabas dormido? Pensé que estabas muerto. —No seas idiota. —Tienes razón, con lo que roncabas era imposible que estuvieses muerto —bromeó el muchacho de ojos café. —¿Qué es lo que tienes? —preguntó Renzo con pereza, tronando los huesos de su cuello. —¿Qué? —Zeta se escuchaba disperso, con un notorio cansancio enmarcado en unas prominentes ojeras bajo sus ojos. Se esforzaba por intentar mantener la mirada en la ruta sin ceder sus parpados al insistente sueño que lo hostigaba. —Cuando me despertaste dijiste algo, ya lo tengo, o algo así. —¡Tienes razón! ¡Ya lo tengo! —¡¿Por qué gritas?! Zeta detuvo el vehículo a una orilla de la ruta con brusquedad y bajó corriendo hacia la banquina. —¡Bájate! ¡Trae tu arma! ¡Apúrate! —¡Tranquilo amigo! ¿Por qué gritas así? —Tu eres quien durmió doce horas seguidas, no yo. Necesito mantenerme despierto o se me olvidará —Zeta caminaba de un lado a otro, agitaba sus brazos e intentaba de cualquier forma no perder la pelea ante el cansancio. Rex detuvo al joven sosteniéndolo de los hombros. —¿Qué cosa se te olvidará? —cuestionó acercándose para observar a su compañero, pero Zeta ya se encontraba con sus ojos cerrados y con la cabeza apenas inclinada hacia adelante—. ¿Te dormiste…? —¡¡Hey!! —Zeta gritó dando un pequeño salto en el lugar. —¿¡Que!? —¡Déjame hablar! —el joven de mirada perdida comenzó a girar en el lugar de nuevo. —No te estoy interrumpiendo… ¡Tú te dormiste! —Primero, no me dormí. Segundo, acabas de interrumpirme otra vez… —No, amigo… —Rex le dio una palmada a Zeta quien se había vuelto a dormir—. ¿Por qué no tomas un descanso? Agradezco que te hayas quedado toda la noche despierto, pero necesitas dormir un poco. Vamos. —¡No, esto es importante! —Zeta se golpeó las mejillas un par de veces para espabilarse—. Es sobre tu ritual. Lo estuve pensando toda la noche, creo que encontré la solución. Espero que así sea… —¿En serio? —esas palabras habían captado la atención total de Rex—. ¿Encontraste una solución? —Momentánea al menos. Se me ocurrió en un corto sueño que tuve mientras manejaba. —¡¿Manejaste dormido?! —¿Quieres oírlo o no? —Eres un… —Renzo tuvo que inhalar gran cantidad de aire y suspirarla para calmarse—. Adelante, por favor. —Primero quiero que quites todas las balas de tu arma. Solo será por un momento, quiero practicar algo. Mientras lo haces, escúchame bien. Rex asintió y procedió a quitar el cargador del arma. —Listo. —No te olvides de la bala de la recamara. Bien, escucha, se me ocurrió una teoría para poder ayudarte con tu problema —explicó Zeta mientras cruzaba los brazos y alzaba la vista para pensar
con más claridad lo que decir—. Espero no equivocarme mucho. Bien, como sabemos tu problema es, en esencia, no poder desenfundar el arma una sola vez, si no que tienes que hacerlo cuatro veces. ¿Te imaginas porque justamente tienes que hacerlo cuatro veces? —No tengo ni idea. ¿Tú lo sabes? —¡Vamos! No te estás esforzando, piénsalo bien. Tu padre toda su vida te enseño algo, ¿sabes a que me refiero? ¡Piénsalo! —Mi padre me enseño muchas cosas; mecánica, a manejar, a hablar con las chicas. Aunque no sé a qué te refieres específicamente. —Algo que tenga que ver con el número cuatro, vamos Rex es fácil. Rex se detuvo a pensar un momento. —¡Mierda! Siempre debes revisar cuatro veces para asegurarte de que un trabajo está bien realizado… ¿Cómo no me di cuenta antes?, era tan obvio —Rex sonrió, pero su sonrisa se apagó al volver a ver a Zeta—. ¡Despierta! —¡Hey! —Zeta volvió a sobresaltarse. —Continúa. —Sí, perdón. Mira esto es fácil, tu mente se encarga de ocultar todo aquello que te genera dolor, es un mecanismo de defensa. Por más que la respuesta sea obvia, para ti no lo fue porque tu mente lo escondió para que no recuerdes aquellos horribles y dolorosos sucesos de cuando tus padres fallecieron —explicó Zeta con una voz mecánica y robótica, como si lo estuviese leyendo de un libro —. Al relatarme la historia te obligas a ti mismo a detallarme cada cosa que te parezca relevante, y entre esas cosas, esta esa regla de tu padre de revisar cuatro veces para estar seguro de que algo está bien hecho. A lo que nos lleva al segundo asunto… —¿Cuál? —preguntó Rex quien prestaba suma atención a las lógicas palabras que soltaba Zeta. —¡Seguridad! —respondió con energía para no volver a dormirse—. A lo largo de la historia hubo un patrón en particular que se repitió constantemente y quizás no te diste cuenta, y es que siempre estuviste inseguro de ti mismo a la hora de actuar; inseguro de decidir qué hacer; inseguro de correr; inseguro de disparar. Rex se llevó la mano al mentón con una mueca de disgusto, no le había gustado para nada esa acusación. ¿Quién era él para decirle que era un inseguro? No le había pedido su opinión y no aceptaría para nada esa crítica a su persona. —No lo malinterpretes… —Zeta se percató por el rostro arrugado de su compañero de viajes, que había sido demasiado brusco al hablar, así que las siguientes palabras debían ser en extremo cuidadosas para no crear un conflicto innecesario en este momento y este lugar—. Al habar de inseguridad, me estoy refiriendo a que evaluaste de sobre manera tus decisiones. Intentaste poder resolver con eficacia las circunstancias que se te presentaron pero al momento de la decisión final no pudiste actuar. ¿No pasó eso cuando te encontraste con ese Zombi con garras? ¿No querías correr y no pudiste? —Yo… —Renzo remontó sus recuerdos a ese suceso, se acordó del miedo imponiéndose como una gran marea que lo arrastraba y le impedía efectuar cualquier tipo de movimiento. El joven encarnó sus cejas con angustia, también había sentido lo mismo al intentar proteger a su madre. ¿Entonces era verdad? ¿Todo fue por su falta de seguridad? —Si… eso pasó. —No te preocupes… eso es normal. —¿Cómo? —Me refiero a tener miedo. Eso es normal —aclaró el muchacho de cabellos en punta—. No
estábamos preparados para lo que estaba pasándole al mundo, que tengas miedo y dudas, es lo más lógico del universo. —Entonces… —Rex aclaró su garganta—. ¿Tengo que dejar de tener miedo? Debería despertar mañana y decirme a mí mismo: ¡Rex, ahora eres un jodido valiente de mierda! —No. Es imposible no tener miedo, es un sentimiento natural en las personas. Lo importante es no transformar un miedo en una fobia. Y solo tú puedes evitar eso. —Entonces, ¿qué? —Necesitas estar seguro de ti mismo —sentenció con firmeza—. Tú no tienes un trastorno obsesivo compulsivo, solo una reacción de un fuerte estrés post traumático debido a lo que pasó en el día rojo. Tu cuerpo necesita sentirse seguro de alguna manera, entonces tu mente cumple esa necesidad con la ayuda de las palabras que tu padre te dijo toda su vida… Repetir cuatro veces seguidas para estar seguro de algo. ¿Empiezas a conectar todo? —Mierda… ¿¡Todo esto es culpa de mi padre!? —Tú padre nunca imaginó que esto llegaría a pasar… —comentó Zeta rascándose la nuca de un molesto mosquito. —¿Entonces qué puedo hacer? —cuestionó Rex desilusionado, sus ojos saltaban de un lado del suelo a otro, intentando pensar una solución. —Estuve pensando un pequeño ejercicio que podría ayudarte con ese ritual, no lo acabaría de raíz, pero si funciona, es lo mejor que tenemos. —Te escucho… —Renzo se encontraba interesado en el tema, ya se hartaba de tener que desenfundar su arma para defenderse, necesitaba una cura rápida y abriría los oídos a cualquier solución posible. —Bien, bien. Lo que vamos a intentar hacer es engañar a tu mente. Quiero que todos los días, en todo momento libre que tengas, gires el arma en tu mano, a lo cowboy, cómo en las películas. Rex encarnó una ceja. —¿Y de qué me va a servir eso? —Parece una locura, lo sé, pero con el tiempo y práctica ese será tu nuevo ritual. Rex adoptó una mueca con aun más confusión de la que ya tenía antes. —Escucha con atención, cada vez que te veía realizar ese ritual, siempre presionabas con fuerza tu arma cuando la sujetabas con la mano, luego de desenfundarla repites la operación y la vuelves a presionar. Eso solo pasa en un segundo, entonces me deja suponer que tu cerebro lo que registra, es cuantas veces estas presionando la pistola al momento de soltarla y volverla a tomar —Explicó el muchacho realizando distintas mímicas con sus manos—. Así que puedes probar engañar a tu cerebro si desenfundas el arma solo una vez y en vez de guardarla, la giras en tus dedos, eso hará que tu arma se suelte de tu mano por un instante y luego volverás a ejercer presión una vez complete la vuelta. Si realizas eso con destreza y rapidez, podrás tardar no más de tres segundos en poder disparar, quizás menos. ¿Entendiste bien? —La verdad… No. Zeta suspiró agotado. —Dame tu pistola. Esto es lo que harás —Zeta se guardó el arma en el cinturón. Luego la alzó mostrándosela a Rex, la giró una vez, luego otra, y otras dos veces más contando cuatro repeticiones para finalizar apuntando a Rex — ¿Cuánto me tarde en hacer esto? —Unos cinco o cuatro segundos quizás… —Exacto, es mucho mejor que tardar casi treinta segundos enfundando y desenfundando. ¡Eso es lo que quiero que logres! —dijo Zeta, devolviéndole el arma a su compañero.
—¿Y crees que funcione? —Espero que sí…—comentó Zeta con una media sonrisa, mientras se encaminaba al vehículo—. De otro modo ese sueño que casi provoca que vuelque el auto en una zanja habrá sido en vano... —¡¿Qué?! Zeta se subió a la parte trasera del vehículo sin reparar en la reacción de Rex, dispuesto a echarse el descanso de su vida. Renzo por su parte se tomó un momento ahí fuera para pensar en lo que le había dicho su compañero, observó su arma, la giró un par de veces y la guardó con una sonrisa. Algo en él había se despertado, un agradable sentimiento de esperanza hacía su propia persona… Confianza. En ese momento los oídos de Renzo captaron un sonido a sus espaldas. Un grupo pequeño de cuatro Zombis deambulaban con lentitud hacía él, la distancia entre ellos no era mucha, pero tampoco para alarmarse. Renzo lo vio como la oportunidad perfecta para probar la trascendental idea de Zeta. Colocó el cargador de su arma con cuidado mientras evaluaba la distancia entre cada uno de ellos. La criatura más cercana era casi de su misma altura, una mujer con el rostro consumido en una podredumbre que no tardó en llegar al olfato del joven. Renzo inhaló aire y tensó sus músculos, sus nervios comenzaban a activarse, su pecho sintió la presión del miedo sofocándolo, mientras acercaba su mano temblorosa a su arma. En ese segundo, una ráfaga de preguntas llenaron su mente: ¿Funcionará? ¿Y si no? ¿Y si eso provoca mi muerte? ¡No funcionará! Rex se alejó asustado, dando varios pasos atrás, mientras observaba como esos odiosos seres se acercaban anhelando su carne. El miedo golpeaba cada vez más fuerte su pecho, cerró sus ojos, ya no lo soportaba. Detestaba ese sentimiento, lo odiaba, pero no podía hacer nada para acallarlo. Hasta que su mente trajo a la luz una frase que su amigo le había dicho momentos atrás. —No transformar un miedo en una fobia… —susurró para sí mismo con un aire de epifanía—. No transformar un miedo en una fobia —repitió, avanzando hacia los monstruos con ímpetu, empuñando su arma. —¡No transformar un miedo en una fobia! —Renzo alzó su arma y la giró en su mano, volvió a hacerlo mientras se acercaba otro paso más al zombi. Las distancias se recortaban considerablemente, los Zombis comenzaron a rugir con más fuerza mientras se aproximaban a su presa. Renzo volvió a girar su arma en su mano, su miedo aun lo golpeaba, pero intentaba disfrazarlo con ira. Tenía que lograrlo, no podía permitirse fallar de nuevo. —Solo yo puedo evitar eso… —Renzo giró su arma por cuarta vez. Lo había logrado. El zombi sintió el frio metal de la pistola posándose en su frente. El disparo lo arrojó sin vida al suelo, siendo Rex el triunfador. Los siguientes tres monstruos no tardaron en reaccionar y abalanzarse hacia él, quien actuó con total control, moviendo nada más que su brazo para apuntar a cada una de las bestias y acabarlas de un disparo a cada una. Todos los cuerpos cayeron al suelo en un parpadeo. Renzo volvió a guardar su arma con satisfacción. Su sonrisa era imborrable, lo había logrado. ¡Había funcionado! Su cuerpo todavía se encontraba preso de un pujante temblor, pero ya no se trataba de miedo, sino de emoción. Renzo sentía como había dado un paso adelante en su vida, y a partir de ahora, las cosas comenzarían a mejorar. Zeta elevó con sutileza el lado izquierdo de su labio. Había visto toda la escena desde la ventana del vehículo; impresionado por la hazaña de Rex, el joven de ojos café cerró la puerta del vehículo. Su intervención no fue necesaria esta vez. El viaje prosiguió su curso con Renzo al volante, quien condujo por varias horas hasta que el
abismo negro de la noche cubrió las calles, y la luna, como un enorme espejo de plata, se enderezó en el cielo reflejando su manto de luz. Una vez más, otro día se les escapaba de las manos. *** La mañana siguiente fue desperdiciada en materia de viaje, pero fue ganada en la adquisición de un material indispensable para poder llegar a su destino: Combustible. Tras pasar largas horas buscando ese oro líquido en una pequeña ciudad de paso, por fin habían conseguido lo suficiente para completar su travesía y ya nada los podía detener ahora. Con Zeta completamente lúcido, al mando del automóvil, trazaron rumbo hacia sus últimos kilómetros de viaje. En el trayecto, Rex continuaba su incansable práctica de girar el arma entre sus dedos. Era evidente que su actitud pesimista había cambiado de manera radical; con el solo hecho de pensar que su capacidad tenía una solución le brindaba una agradable cuota de esperanza. Sentimiento que dio por perdido luego de la muerte de sus padres. —Zeta, tus padres… —comenzó a decir Renzo, a quien le surgió una repentina duda—. ¿Sabes algo de ellos? Zeta siguió manejando sin desviar la vista del camino. Aunque su rostro evidenció un asomo de angustia ante la pregunta. —No, no recuerdo nada de lo que les pasó. Ni siquiera recuerdo cómo fue que yo pude sobrevivir a ese día. Su respuesta fue cortante, Rex se sorprendió al oír eso, pero insistió. —Exactamente, ¿qué recuerdas? Zeta se tomó un tiempo prolongado para responder, necesitó un poco de esfuerzo para recordar. —Lo último que recuerdo es estar camino a casa, volvía de la universidad y había pedido comida a domicilio —Zeta torció el labio en una mueca y arrugó el rostro—. Luego hay una gran laguna, una gran parte que no puedo recordar por más que me esfuerce… Lo que recuerdo desde eso, fue despertar en algún lugar, con un insoportable dolor de cabeza. A partir de ahí, por alguna razón tampoco puedo recordar mi nombre y pensar en eso me agota bastante... Es muy raro. —Pues sí, es raro. —Hablando de recuerdos… ¿Qué paso con Sofía? —preguntó Zeta cambiando el tema sutilmente. —Pues, nunca la encontré… Se produjo un silencio incomodo, Zeta se arrepintió de tocar un tema tan delicado sin tener en cuenta las repercusiones en su compañero. —Pero no pierdo las esperanzas. Aun siento que está viva en algún lugar y que me está esperando —afirmó Renzo intentando sonreír sin parecer forzado. Zeta también sonrió. —Ojala pudiera decir lo mismo de mis padres. La verdad no tengo idea de que puede haberles pasado. —Sí, pero tu situación es distinta. Quizás algún día recobres la memoria y sepas donde están. —Quizás es por esa razón que perdí mi memoria —conjeturó el muchacho—. Quizás no quiero saber lo que pasó… —Algún día tiene que volver. Quizás necesitas tiempo. —Quizás… La conversación se tornó difícil de proseguir, por lo que Renzo decidió dejar el tema en el aire y cambiar la sintonía de la plática. —Hey, ¿alguna vez escuchaste el rumor del zombi inteligente?
—¿El qué? —inquirió Zeta extrañado. —Una historia que escuché por ahí, sobre un zombi que mató a una persona con una pistola. Le dicen el zombi inteligente. Zeta se echó una corta pero sonora carcajada. —¿Es una broma? Eso no existe, amigo. Quizás el arma se atoró en algún lado y se disparó. —Es solo un rumor, yo tampoco lo creía, pero luego de ver ese zombi grandote que nos lanzó ese cartel, uno se permite dudar. —Ah, ya entiendo. Aunque ese era un zombi peculiar, hay varios de ese tipo; como los Grandotes, los Parca, y ese de las garras en tu historia. —¿Quién, manos de tijera? Zeta volvió a reír, esta vez acompañado de Renzo. —Exacto, manos de tijera. Como sea, esos zombis son peculiares, no son iguales a los clásicos que ves merodeando por montones en las ciudades. Son distintos, y si, puede que tengan otro tipo de mentalidad, o funcionen de manera diversa. La verdad que hay mucho de este mundo que todavía no comprendo y sé que falta mucho por descubrir. —Eso es verdad, ese tal zombi Parca, parece de la clase que mata para comer, parecido a los clásicos merodeadores, solo que son más rápidos y asesinos. En cambio, los Grandotes y los Tijeras, parece que tienen una inteligencia más desarrollada, matan por el simple hecho de matar, no se detienen a comer, incluso les gusta hacerlo. —No tengo idea si son más desarrollados o no, probablemente sean una evolución o mutación de la especie base, pero generan un gran peligro y hay que estar preparados para combatirlos. —¡Mira eso! —Rex cambió de nuevo el tema mientras apuntaba con su dedo hacia el horizonte—. ¡En hora buena! Los ojos café de Zeta se dilataron para observar con claridad hacia la lejanía de la ruta; diversas estructuras de concreto se alzaban en el horizonte dibujando con sus centenares de edificios, el follaje urbano de una enorme ciudad. El vehículo pasó junto a un cartel de tránsito pintado con aerosol rojo; un grafiti simple mostraba un círculo perfecto con un pequeño punto ubicado justo al centro. —¡Si! —exclamó el joven con felicidad—. Finalmente llegamos…
Capítulo 5: Peligro cero garantizado
“Una vez llegada la desgracia, de nada sirve quejarse”
ESOPO. —¡No lo hagas! Zeta abrió bruscamente una puerta de madera negra; la misma era opaca y sin detalle alguno que la caracterice. La habitación no era muy grande y la iluminación resultaba bastante pobre; en ella podrían caber dos personas, quizás tres. Aun así no encontró lo que había estado buscando desde hacía largo rato. Una vez más, cerró la puerta y continuó. El joven se trasladó a toda energía por un pasillo estrecho y lleno de puertas idénticas una de otra, y aunque no las había abierto a todas, tenía una ligera certeza de que lo que buscaba no se encontraba en ninguna de ellas. Volvió a divisar otra puerta exactamente igual a la anterior, pero colocada en otra posición, esta vez la puerta estaba de cabeza y ubicada más arriba, tocando el techo. ¿O era él quien estaba de cabeza? No entendía bien que era lo que pasaba, pero tampoco le interesaba saberlo. Solo quería ubicar la proveniencia de esa misteriosa voz que le erizaba la piel con solo oírla. Procedió a estirarse para alcanzar el pomo y abrió la puerta, pero nuevamente la habitación estaba vacía, cuatro paredes sin absolutamente nada, simplemente un foco de luz alumbrando desde el suelo, ¿o era ese el techo? A Zeta le daba igual, sabía que esa voz no se encontraría allí. Prosiguió su camino por otro pasillo, bajo por unas escaleras, dobló a la izquierda en una bifurcación, subió por otras escaleras y siguió corriendo, sin detenerse nunca, buscando alguna otra puerta, una diferente, pero no halló nada. Ya no había puertas. La penumbra se incrementaba y lo abducía por cada paso que daba. Los pasillos se volvían eternos y monótonos. Le pareció haber pasado unas cinco veces por los mismos lugares, pero era imposible, siempre tomaba caminos distintos para variar la ruta, y siempre volvía al mismo lugar una y otra vez. Estaba atrapado en un macabro laberinto sin salida. —Por favor… no lo hagas… —esa misma voz volvió a susurrar. Un susurro que rebotó resonando entre todas las paredes de ese extraño lugar. Zeta no cedió la marcha, volvió a cruzarse con la misma bifurcación de hace un rato, pero esta vez se dirigió a la derecha. Mientras corría sin cansancio, el joven notaba como las paredes comenzaban a cambiar, ya no eran de concreto. Ahora estaban hechas de ladrillos rojos y un mal acabado de cemento. El lugar le resultó familiar por alguna razón. Sentía que ya había estado allí. Luego de recorrer un entramado de diversos pasadizos, uno de ellos lo llevó a un pasillo angosto; al final del mismo, notó un brillo extraño de color amarillento. Sin siquiera dudarlo aceleró la marcha. Mediante avanzaba las paredes se tornaban más angostas, como si quisieran aplastarlo. El joven corrió lo más rápido que pudo, pero las paredes seguían cerrándose. Inmediatamente de entre los ladrillos comenzó a brotar un líquido rojo, que se incrementó hasta inundar el suelo. Zeta veía el final del pasillo muy cerca, no faltaba mucho, aceleró todavía más la marcha, escuchando a sus pies el repiqueteo de la sangre en cada pisada. Un umbral de oscuridad comenzó a cubrirlo mientras observaba una pequeña puerta amarilla al
final del camino. Sus piernas se movían con intensidad intentando llegar a toda costa, pero entonces, la puerta comenzó a alejarse a gran velocidad, perdiéndose en las profundidades de las sombras. Zeta intentó estirar su mano para alcanzarla, pero la distancia era abismal. Ya nunca más podría volver a verla de nuevo, y sentir su piel cerca, mientras su voz suplicaba a gritos que no la dejara sola, él aún seguía corriendo una carrera contra la muerte que jamás ganaría. —¡¡No lo hagas!! *** Zeta despertó en un sobresalto, su respiración agitada movía su pecho en un vaivén constante de arriba abajo. Por instinto llevó a posar su mano en su frente, sudaba en frío. Luego procedió a deslizar sus dedos entre sus cabellos, peinándolos de manera desprolija hacia arriba. El muchacho esperó unos minutos a que su corazón normalizara sus latidos. Alzó un poco su cuerpo hasta poder quedar sentado en una cama de plaza y media. Observó a la cama contigua, en donde debería encontrarse su compañero de viajes Rex, pero solo encontró unas sábanas arrugadas. Se había ido. Una pequeña alarma sonó en el interior de Zeta. Habían logrado encontrar una buena casa en un barrio poco poblado de esos monstruos caníbales, la cual no necesitaba guardia ya que contaba con unas rejas en el exterior que aseguraban muy bien el perímetro, pero entonces… ¿Por qué su compañero no se hallaba ahí? Su curiosidad lo movió a colocarse sus pantalones y su arma, e inspeccionar el pasillo. Al pasar cerca del baño pudo ver la puerta entreabierta, pero nadie dentro. No estaba ahí. Su exploración continuó hasta la sala; la mesa ubicada al centro contenía un par de vajillas sucias y papeles sin importancia, tampoco se hallaba allí. Prosiguió a echar un vistazo rápido en la cocina, pero el único rastro de vida ahí dentro eran unas cuantas cucarachas que circularon por la mesada hasta la pared, escondiéndose en una abertura pequeña. Zeta resopló, la situación no le agradaba, habían acordado no separarse y cubrirse las espaldas si algo sucedía. La duda comenzó a carcomer su cabeza y su inseguridad por su nuevo compañero empezó a aumentar. ¿Era de verdad una persona de confianza? En ese segundo un ruido en la puerta lo desterró de sus pensamientos y la arrojó a la cruda realidad. El sonido provenía de la sala, Zeta se movió con energía hacia allá, el sonido volvió a escucharse, la puerta se había abierto. El joven no podía ver bien con la oscuridad invadiendo la sala, pero pudo divisar una silueta oscura que se asomaba desde la puerta. Lo primero que hizo fue observar a su cabeza, y al no ver la característica gorra verde de su compañero, apuntó su pistola al frente y… —¡Espera! —exclamó Renzo alzando ambos brazos—. ¡Soy yo, soy yo! —¡Mierda! ¿Estás consciente que casi te disparo? —¿En serio ibas a hacerlo? ¡Ni siquiera te aseguraste si era yo o no! —Si lo hice, pero yo que iba a saber que no tenías la gorra puesta… —No voy a usarla todo el tiempo —Renzo cerró la puerta e ingresó, su cabello perfectamente lacio se encontraba peinado hacia un lado. —Deberías… Te reconocería más rápido —Zeta bajo su arma y la dejó sobre la mesa—. ¿Qué hacías afuera? —No podía dormir —contestó Rex mientras arrastraba una silla hacia él para sentarse cerca de la mesa—. Así que cambié la rueda del auto, la otra ya no duraría mucho. También conseguí extraer combustible de una moto que tenía la casa vecina.
—¿Ningún zombi te vio? —No, descuida. Pude acabar con un grupo de seis, pero todo está tranquilo afuera. —Deberías haberme avisado —Zeta se permitió relajar sus músculos y tomar asiento—. ¿No podías dormir? —No —Rex guardó silencio unos momentos—. En parte es porque roncas como una mula. —¡Púdrete! —Y en parte… es porque me preocupa que vaya a pasar cuando encontremos la Nación Escarlata. —¿Qué te preocupa de eso? —¿Qué tal si no existe esa tal nación? ¿O si ya fue devastada por los zombis? —Si ese es el caso —Zeta se recostó en el respaldo de su silla, inclinándola hacia atrás—, solo buscaremos otro grupo. A mí en particular solo me importa encontrar a quienes robaron mi casa rodante. —¿Por qué no solo buscas otra casa rodante? —No puedo. Quiero esa… ¡Tiene que ser esa! —No comprendo. ¿Cuál es la diferencia? —No te lo puedo decir, lo siento. Rex resopló. —Ya veo… —¿Qué…? —Es por esa chica… Tu admiradora secreta —aseveró Rex dibujando una pícara sonrisa—. Te enamoraste y quieres verla de nuevo. —No seas ingenuo, sabes lo que pienso de esa desagradable mujer… —¿Desagradable? —interrumpió Rex divertido—. No dijiste eso cuando te pregunte como era, creo recordar que tus palabras exactas fueron que esta buenísima. —¿Y qué tiene eso que ver? Sigue siendo una ladrona —contestó Zeta con nerviosismo. —¡Vamos amigo! —Rex golpeó la mesa animado—. Estamos entre hombres, no tienes por qué ser tan reservado. —Está bien, si —aceptó el muchacho sonriendo—. Es una chica muy hermosa, pero de eso a sentir algo por ella hay un abismo muy grande. —Eso está bien, pero estoy seguro que ella siente algo por ti. Créeme, tengo un sexto sentido para estas cosas. Sofía se enamoró de mí desde la primera vez que le hable. Siempre me miraba a la distancia, no fue difícil pedirle que fuera mi novia. —Creo que te olvidas que me contaste que ella no tenía idea de quien eras cuando le hablaste por primera vez, cuando tu hermana te dio su número. —Eh, bueno…—titubeó Rex—. Enfoquémonos en ti y esa chica, Sam. ¿Qué vas a hacer cuando la veas? Si me lo preguntas, deberías intentar tener algo con ella. Sutilmente por supuesto. No creo que se niegue, no hay mucho para elegir en el fin del mundo, ¿no? Zeta echó una carcajada corta. —No puedo hacer eso. —¿Cuál es el problema? —No se trata de eso. Es que… —Zeta se mordió los dientes con un asomo de rabia que no fue capaz de contener—. No es nada. —¿De verdad te afectó tanto que te robaran? La gente hace eso, este mundo es así ahora… —Rex guardó silencio y meditó un momento—. ¿O hay algo que no me estás diciendo? Zeta expulsó un suspiro y bajó la mirada.
—Mira Rex, voy a ser sincero contigo porque me caes bien… —el muchacho tragó saliva y depositó una mirada rígida hacia el mecánico—. ¿Alguna vez te enteraste de algo que no deberías de haberte enterado? Algo que preferirías no recordar o simplemente no saberlo —su tono de voz fluctuaba denotando un dolor latente en su interior—. Bueno, por eso mismo, hay algo que no quiero que nadie se entere y estoy casi seguro de que ella lo sabe. Rex alzó ambas cejas con sorpresa. Deseaba preguntar qué era eso que Sam supuestamente sabía, pero dedujo que Zeta no se lo diría. —¿Tan grave es? —Solo no puedo permitir que nadie más lo sepa —respondió Zeta tajante, con una mirada fijada en la oscuridad—. Nadie. —Está bien, respeto eso, cada quien tiene sus secretos. No puedo juzgarte siendo que me salvaste la vida en más de una ocasión. Casi me cuesta imaginar que tan malo puede ser eso que estés ocultando —concluyó Rex con una mueca de lo que intentó ser una sonrisa. —Aprecio eso, gracias —respondió el muchacho de ojos café dibujando una pequeña sonrisa entre sus labios. Renzo asintió y volvió a hacer uso de su mueca, pero la realidad era que algo en Zeta había despertado una ligera desconfianza en él. Su mente comenzó a darle vueltas al asunto, pero lo único que producía era más dudas acerca de quien realmente era la persona que se sentaba frente a él. Recordó la sensación de inseguridad que sintió cuando conoció a Zeta al ver su ropaje de la Nación Oscura. Una cruel nación la cual era famosa por estar llena de asesinos y gente despiadada. Rex había escuchado simples rumores acerca de esa nación, uno de ellos era que estilaban usaban como uniforme cualquier clase de ropa de color negro, pero nunca se había cruzado con ninguno de ellos. Hasta ahora, quizás. Renzo recordó lo que Zeta le había mencionado anteriormente sobre su escape de esa nación, pero, ¿y si mentía? ¿Y si Zeta si pertenecía a esa nación? Miles de hipótesis pasaron por la cabeza de Rex en ese momento. Un escalofrió subió por su espina dorsal. ¿Era Zeta tan confiable como aparentaba ser? Ni siquiera sabía su nombre, podría estar mintiendo con respecto a su falta de memoria también y todo podría tratarse de un elucubrado acto; una fachada para ocultar su verdadera identidad, y así actuar en el momento que creyera más oportuno, utilizándolo a él como un simple títere para lograr sus objetivos. De ser así la nación escarlata corría grave peligro, y él también. —¡Hey! ¿Te comió la lengua un zombi? ¿Qué te pasa? Estas pálido. ¿Te sientes bien? —preguntó Zeta, sacándolo abruptamente de sus pensamientos. Rex sacudió su cabeza tratando de olvidar lo que pensaba, y aparentando lo mejor posible ante Zeta. —Sí, estoy bien, no pasa nada. Solo estoy un poco cansado. —Sí, te entiendo. Es mejor que vayamos a dormir, mañana tenemos que continuar la búsqueda de la nación —comentó el muchacho de ojos café mientras se levantaba para dirigirse a la habitación—. Tengo un buen presentimiento —expresó esbozando una sonrisa—, mañana encontraremos esa nación, lo sé. —Si... —contestó Renzo casi en un susurro—, eso espero. *** El sol resplandecía a lo alto del cielo, su luz rebotaba contra los centenares de ventanas y vidrios de los edificios, que en ocasiones chocaba en los ojos de Zeta, quien manejaba cuidadosamente por las calles. Nunca faltaba en cada esquina un grupo de zombis deambulando sin rumbo fijo, pero la
mayoría se agrupaban en masa en un mismo sector, dejando algunas calles libres de poder ser transitadas con un poco más de comodidad. Zeta por lo general trataba de evitar las vías con mayor caudal de infestados y manejaba por las zonas menos pobladas, arremetiendo si lo veía necesario, con algún desprevenido zombi. —¡Ja! ¿Viste como salió volando ese? Este auto es genial, odiaría tener que abandonarlo, creo que me encariñé. —¿Qué buscamos exactamente? —Rex observaba como los edificios pasaban a su lado, de uno en uno, a gran velocidad—. No veo señales de la Nación Escarlata por ningún lado. No hay más carteles, ni símbolos… ¿Cómo esperan que los busquemos así? —Tranquilízate, ya los encontraremos. Por ahora quiero aprovechar y hacer una parada en ese comercio de ropa —Zeta frenó y observó a sus alrededores por cada uno de los espejos—. Este lugar es bueno y no hay muchos zombis, puedes matar a aquellos que se acercan, yo voy a buscar ropa nueva para ambos. —¿En serio, ropa? —Rex echó un vistazo a los zombis, ya los habían visto y se dirigían hacia el vehículo—. ¿Por qué vas a buscar ropa? No la necesitamos. —¿Acaso probaste meter tu nariz debajo de tu brazo? La necesitamos, no solo por nosotros, si vamos a querer entrar a esa nación tenemos que llevar cosas que les interese. No tenemos muchas armas, pero llevaremos ropa como una muestra de que vamos en son de paz. —¿Por qué no buscamos armas? Eso sí sería más útil que un montón de tela… Un par de muy esbeltos zombis con la piel desgarrada desde la cabeza hasta el cuello comenzaron a golpear torpemente el vidrio delantero del vehículo. —Si llegamos a un lugar donde no nos conocen con muchas armas creerían que somos dos desquiciados asesinos —refutó el muchacho—. Sostengo mi idea de la ropa, además, la tela puede servir como un vendaje provisorio. En estos tiempos, todo sirve. El zombi de afuera rugía mientras intentaba encontrar una manera de entrar al vehículo a base de fuertes manotazos al vidrio. —¿Y porque no los matas tú? ¿Yo tengo que arriesgarme? —Tú tienes un cuchillo y la única pistola con munición que nos dio Sam, además pensé que sería una buena oportunidad para que practicaras, ¿prefieres que yo lo haga? Renzo lo meditó un segundo. Darle la pistola no parecía un buen negocio con todas las inquietudes que rondaban en su cabeza últimamente, prefirió enfrentar la situación por cuenta propia. —No, está bien. Yo me encargo. —Genial. Zeta abrió su puerta y bajó del vehículo, su zona se encontraba fuera de peligro por lo que abandonó a Rex dirigiéndose a toda energía hacia el establecimiento. Por otro lado, Renzo tuvo que armarse de valor y empujar la puerta con fuerza para arrastrar a los infectados hacia atrás; al bajar se apresuró para deslizarse por el costado y alejarse lo más posible de las bestias. El ritual había comenzado. Rex prefirió usar su navaja, por lo que la desenfundó las veces necesarias para poder actuar. Uno; retrocedió a paso rápido, siempre midiendo la distancia entre las bestias y él. Dos; un vistazo hacia atrás fue necesario para constatar que nada fuera a estorbarlo. Tres; volvió la mirada hacia la dupla mortífera, la velocidad de ambos monstruos había aumentado, iniciando un trote que recortó de sobremanera la distancia entre ellos y el mecánico. Cuatro; la distancia se medía apenas en centímetros, los brazos de una de las criaturas lograron apresar al muchacho. El aliento de la bestia
ingresó con rapidez a las fosas nasales de Rex, quien lo mantuvo cerca lo suficiente para poder efectuar un corte transversal perfecto que atravesó su nuca. Renzo extrajo el cuchillo y dejó que la gravedad se encargara de depositar el cadáver en el asfalto. Ahora solo quedaba uno, quien tropezó con su compañero muerto mientras avanzaba, Renzo aprovechó su oportunidad para tomarlo del cuello de su abrigo y terminó con su vida ingresando la hoja en medio de su frente. El cráneo resultó ser más duro de lo que pensó, y la hoja del cuchillo se clavó con un poco de esfuerzo, partiendo el mango a la mitad. — ¡Mierda! —Rex sintió un frio punzante que recorrió la parte inferior de la palma de su mano. Un hilo de sangre comenzó a brotar con pereza, el corte no había sido tan profundo, pero resultaba molesto. ¡Crac! Un crujido resonó detrás de él ,su cuello se movió de manera automática dirigiendo su mirada hacia un cuerpo tendido al otro lado de la calle. Una mujer de cabello oscuro y corto, comenzó a sacudirse en el suelo; sus pies se contorsionaron de manera irregular para lograr alzar un poco su torso. Su cabeza y sus pies eran lo único que se apoyaban en el suelo; la mujer utilizó uno de sus brazos para poder girar su cuerpo ,era imposible no escuchar el perturbador crujir de sus huesos. Pasó una pierna sobre la otra quedando en una postura encorvada, con sus manos y sus pies apoyándose en el suelo. Su cabello apenas cubría parte de su esquelético rostro, y su mortífera mirada eligió como punto de destino al joven Rex. El muchacho retrocedió, su mirada denotaba una severa preocupación, y no era por poco, sabía exactamente con qué clase de zombi estaba tratando: Un Parca. —Puedo hacerlo, puedo hacerlo… —Se repetía mientras desenfundaba su revolver. Sus manos comenzaron a sudar y su corazón no le daba tregua, golpeando con más fuerza su pecho. El zombi no esperó, de su boca se desprendió el grito más feroz que Renzo había escuchado jamás. Su corazón pareció detenerse junto con todo su cuerpo. Un segundo de reloj fue el tiempo que la criatura y él se miraron fijamente sin mover un músculo. El tiempo parecía haberse estancado en ese instante, pero volvió de forma violenta cuando aquella criatura dio el primer salto. El zombi comenzó su carrera mortal, Renzo no pensaba quedarse de brazos cruzados; su mano giró el arma por primera vez. Alzó la mirada durante un segundo, la criatura había recortada mucha distancia. Su ritual continuó con otro giro aún más rápido, pero al terminar la vuelta presionó el mango con demasiada fuerza. El corte en su mano se hizo sentir en el momento menos oportuno, su palma dejó caer el arma al suelo. Odió con todo su ser el ruido del metal chocando con el asfalto. De inmediato se encorvó estirando su brazo para tomar su arma de nuevo, pero la periferia de su visión notó una sombra que se aproximó desde el frente a enorme velocidad. Sus piernas se movieron por si solas efectuando un salto a la derecha. Su cuerpo cayó de lado, arrastrando su brazo y golpeando su hombro contra el suelo, no le importó en lo absoluto el dolor, solo deseaba tomar su arma mientras pudiera. El zombi se revolcó en el suelo, giró unas cuantas veces, frenó en seco y se volteó hacia Rex. Su pecho se infló de furia al haber fallado y volvió a intentarlo con más determinación. Sus brincos ahora eran más cortos y al ras del asfalto, ganando más velocidad y precisión, esta vez no iba a fallar. Renzo se arrastró hacia su arma con desesperación, la giró una vez más. Sus manos temblaban con torpeza y su respiración se había cortado; su vista solo se concentraba en aquella bestia que había efectuado su último salto. Sus esperanzas se habían esfumado en un respiro. El tiempo se le había acabado. Renzo se abandonó a su suerte. Solo un milagro lo salvaría. Sus brazos corrieron a cubrir su rostro, y entonces… ¡Paff! Sus ojos se abrieron en par al escuchar un fuerte golpe metálico y el sonido escandaloso de unas
llantas que derraparon muy cerca. Un vehículo se encontraba a escasos centímetros de su pie, escuchó entonces otro golpe a su lado. Reconoció al zombi Parca destrozado al otro lado de la calle, con un enrome rastro de sangre que lo seguía desde el capó del auto. En ese instante el motor rugió y la puerta del acompañante se abrió en seco. —¡Sube! —Por más que no lo veía desde el suelo, la voz era la de Zeta, sintió un enorme alivio al escucharlo. Intentó incorporarse lo más rápido que pudo y subirse —. ¿Estás bien? Espero no haber llegado muy tarde. —Estoy bien —Contestó con el poco aliento que le quedaba—. Podrías haberme ayudado antes. —Vine lo más rápido posible luego de oír el grito del Parca, ¿te mordió? —No, pero estuvo cerca. La próxima vez yo iré a buscar las cosas —Renzo se expresaba con enfadado, culpando en su interior a Zeta de haberlo dejado solo. —No te alteres, yo tampoco la tuve nada fácil ahí dentro —El motor del vehículo resonó su primera marcha y comenzó a recorrer de nuevo las calles de la ciudad—. Tienes que practicar más con las armas, esto es una experiencia favorable para ti. —¡¿Favorable?! —Rex escupió saliva de la rabia—. ¡Si te tardabas un segundo más ya estaría muerto! —Lo mismo pasó en el mercado de la estación de servicio, pero aquí estamos. —Zeta observó a su compañero mientras conducía, aparentemente sus manos todavía temblaban—. Relájate un poco. —¿Entonces es por eso? ¡¿Te estás vengando por esa vez?! —¡Claro que sí, estuve esperando la ocasión todo el día! Inclusive organicé todo de antemano, aunque al principio los zombis se rehusaron a cooperar, pero después de ofrecerles un par de cerebros, aceptaron ayudarme. Renzo no contestó. —Es broma, idiota. Pero Renzo insistió en no emitir sonido alguno, su mirada arrugada de ira se apartó hacia la ventanilla el resto del viaje. —Tienes la misma cara que solía poner mi primera novia cuando no le gustaba algo —dijo desviando su mirada hacia Rex mientras doblaba en una esquina cerrada—, siempre insistía en que teníamos que hablar, pero al momento de hacerlo… ¡¡Mierda!! Zeta le propendió una rápida patada al freno. Las ruedas emitieron un asqueroso chirrido al intentar detenerse, pero no fue suficiente y un par de monstruos alcanzaron a chocar con el frente del auto. La situación se había complicado, los ojos de ambos muchachos intentaron captar la cantidad abrupta de monstruos que se encontraban delante de ellos. Como un hormiguero desbordado, las podridas cabezas de aquellas bestias se movían de un lado a otro, empujándose y amontonándose en la totalidad de la calle, bloqueando por completo el camino. El sonido de la frenada provocó que alguno de ellos captara su atención y el golpe había enfadado a los más cercanos, que no dudaron en pegarse a los vidrios del vehículo. —Mira ahí… —Señaló Renzo hacia dos monstruosas figuras un poco más alejado de ellos—. Son dos de esos grandotes, pero creo que no saben que estamos aquí. En ese segundo, un monstruo aterrizó sobre el capó del auto, sus manos golpearon con fuerza el vidrio delantero y su rostro esquelético sentenció a los muchachos con un alarido potente. El corazón de Zeta se detuvo por un segundo. Todas las muertas miradas estaban puestas sobre ellos. Uñas desangradas comenzaban a rasgar los vidrios laterales y traseros; dentelladas resonaban por doquier intentado traspasar las chapas. El zombi Parca continuaba su intento despiadado por quebrar el vidrio que lo separaba de su ansiada comida.
—¡Mierda, mierda, mierda! —La mano de Zeta se dirigió de manera instantánea a la palanca de cambios dirigiéndola hacia atrás, su pie izquierdo soltó el embrague y su pie derecho se hundió en el acelerador. El auto rugió una vez más. Varios golpes se escucharon resonar en la parte trasera, el auto continuó su movimiento mientras pasaba por arriba a quien osara cruzarse en su camino. La velocidad aumentaba aún más, los monstruos comenzaban a alejarse, pero el Parca continuaba en su posición. Zeta esperó el momento adecuado para girar el eje del auto ciento ochenta grados, el Parca cayó hacia un lado por la inercia, Zeta aceleró no sin antes asegurarse de tapizar el asfalto con los sesos de aquella bestia. Pero los demás aún seguían tras ellos. En ese instante un fuerte golpe sacudió el vehículo, y un zombi aterrizó directamente en el capó del auto. —¡¿Otro Parca?! —Pero la pregunta de Zeta se contestó por sí sola. El monstruo cayó rodando hacia un lado sin vida. Luego otro golpe resonó en la parte posterior del vehículo y nuevamente un cadáver descendió terminando su trayecto en el suelo. Un nuevo zombi impactó en el vidrio trasero haciéndolo estallar en pedazos. Otro más voló rozando el vehículo pero sin tocarlo. —¡Nos están arrojando zombis! —Expresó el mecánico observando a las dos moles utilizando a sus putrefactos compañeros como proyectiles. —¡¿Es una maldita broma?! —¡¡Acelera, acelera!! —¡Putos zombis de…! —Zeta no dudó en quemar llantas, aceleró a toda velocidad mientras intentaba esquivar la lluvia de monstruos que caían a su alrededor. En la primera esquina que divisó, giró a su izquierda y siguió avanzando, pero para su sorpresa otro zombi Parca se erguía desafiante justo en medio de la calle. Al notar su presencia se agazapó para comenzar su trayecto hacia ellos. —Pásame la pistola —ordenó Zeta. Rex lo pensó dos veces, no estaba seguro si era la mejor idea que Zeta tuviera el arma en sus manos, pero dada las circunstancias tuvo que ceder. —¡Apúrate!, ¡¿quieres morir?! Rex no tuvo alternativa, le dio el arma a Zeta en silencio, pero sin quitarle en ningún momento los ojos de encima. Zeta despegó un segundo las manos del volante para tirar hacia atrás la recamara del arma, observó que la bala estaba en su lugar y lista para ser disparada. Con rapidez tomó el volante con la mano derecha y usó su mano libre para abrir la ventanilla y sacar el arma por afuera, apuntando a la bestia. El zombi parca dio otro salto dirigiéndose a Zeta, proponiéndose atravesar el vidrio en un solo ataque. El joven aceleró aún más, y de un movimiento brusco, movió el volante en zigzag, esquivó al zombi parca quien pasó de largo y justo en el momento de tenerlo alineado a su lado…disparó. El monstruo se revolvió por el suelo desparramando sangre por doquier. Zeta no pudo evitar dar un grito de satisfacción. —¿Viste eso?, ¡fue genial! De lleno en su puta cara. Es la primera vez que lo hago, lo juro. —Sí, pero todavía nos siguen los grandotes, dobla en esta esquina a la izquierda. —¡Si, pero fue en su puta cara! Zeta obedeció confiado y giró en la esquina como un rayo sin dejar de acelerar un segundo, pero justo en ese instante, se encontró con algo que no se esperaba. No tuvo de tiempo de usar otra cosa que no fuera el freno de mano, el auto se giró de costado sobre su eje y derrapó unos cuantos metros deteniéndose justo antes de chocar a una figura.
Una persona se encogió de hombros escondiéndose bajo sus brazos ante el susto. En ese momento, Rex quien era el que estaba posicionado más cerca de aquella persona, observó a través de la ventanilla y se asombró al ver que se trataba de solo una muchacha. De una hermosa piel blanca, y cabello oscuro recogido en una colita media que apenas sobrepasaba sus hombros. Su rostro se dejó ver poco después, y unos ojos verdes como esmeraldas brillaban observando con incertidumbre a ambos muchachos. Presentaba diversas heridas en su cuerpo, pero nada parecía ser muy grave. Llevaba una camiseta con tirantes blanca con manchas de sangre en todos lados, y tenía colocada una correa que cruzaba en diagonal envolviendo su torso, con algunos cuchillos adheridos a ella. Luego de evaluar a la mujer que tenía delante, Renzo ladeó su cabeza y observó cómo era perseguida por un pequeño grupo de cuatro zombis a lo lejos. Por su velocidad dedujo que solo eran merodeadores. Rex bajó la ventanilla de su lado para poder hablar con aquella misteriosa chica, pero Zeta se le adelantó. Apuntó con su arma a la muchacha, sin importar que Rex estuviera cerca de la línea de fuego, este se hizo hacia atrás del susto, pegándose todo lo que pudo al asiento para alejarse del arma. —¡¿Qué demonios estás haciendo?! —Preguntó Rex alterado, inclinándose hacia abajo del asiento. La chica se inclinó, y al ver bien a la persona que lo estaba amenazando se sorprendió, pero resultó más sorpresivo reconocer a esa persona que la apuntaba, al hecho mismo de que la estuviera apuntando. —¿Tú? —Muy bien. Sam, ¿no? Te lo voy a preguntar una sola vez, si no contestas lo que quiero, esos lindos amigos tuyos tendrán un jugoso almuerzo —Amenazó Zeta con una frialdad pocas veces vista por Rex. Sus ojos traducían una mirada enraizada de maldad. —¿Qué, ella es Sam? —Preguntó Renzo mirando de nuevo a la muchacha—. ¿Ella es tu admiradora? —Ahora entendía porque Zeta actuaba así. Ella era quien le había robado, de todas formas no podía permitir que la matara, aunque no sabía qué hacer para conseguirlo. —¿Admiradora? —inquirió la joven, sin comprender nada. —¡Contéstame! —Interrumpió Zeta elevando la voz—. ¿Has leído mi diario?, ¿alguien más lo leyó? ¡Contesta! —¿Qué?, ¿tu diario?, ¿todo esto es solo por tu estúpido diario? —preguntó Sam algo alterada y nerviosa—. ¿Crees que voy a ponerme a leer tu estúpido diario? ¡Hay vidas que corren peligro ahora mismo!, ¿¡y tú te preocupas por un estúpido libro de mierda!? —Respuesta equivocada—sentenció Zeta en una mueca de disgusto, y disparó. *** —¿Cómo estás? —Hecha una bolsa de mierda, gracias. La chica jadeaba entre sollozos mientras observaba una profunda herida en su pierna que rebalsaba en un ardoroso líquido rojo. Un hombre treintañero de aspecto deplorable y agotado no le quitaba la mirada de encima. Su ancha frente sudaba a mares mientras se desprendía una parte de su camisa. —Tranquila Noelia. Vamos a salir de esta, ya lo verás —Matías presentaba una contextura muy delgada, de ojos celeste cristalinos y tan solo un poco de presencia de bello en los laterales de su cabeza. El sujeto amarró el trozo de tela a la pierna de la muchacha. Ella apretó sus dedos con fuerza en el brazo del hombre. —¿Te duele? Noelia solo contestó con una afirmación de cabeza mientras se ocupaba de morderse los labios. La
muchacha secó sus lágrimas con la palma de sus manos. Sus miradas se cruzaron unos segundos, unas miradas gélidas e invadidas de temor. Noelia observó hacia la puerta de la oficina donde se hallaban encerrados, sonidos grotescos y golpeteos resonaban tras esa delgada puerta de melamina. —¿Crees que lograran pasar? —Inquirió Noelia en un susurro. El hombre dirigió la vista a la entrada de la misma manera que ella. —Espero que no. Pero quédate tranquila —comentó Matías mientras se dirigía hacia la ventana de la oficina. Dos pisos de distancia los separaban del suelo—. Solo confía en El Señor. Él nos protegerá. —Mira, no te ofendas… —comenzó a decir Noelia mientras ejercía presión sobre su herida—. Pero ahora mismo solo quiero confiar en Samantha. —Entonces confía en que El Señor la proteja a ella… Noelia suspiró. —Espero que así sea. *** Las pisadas resonaban fuertes y veloces en cada uno de los peldaños. Samantha no se reparaba en cuidar si sus pasos provocaban mucho ruido o no con el solo hecho de ganar tiempo para sus apremiados compañeros. En el último tramo de las escaleras ni siquiera se molestó en pisar el último escalón, dio un salto y aterrizó en el pasillo del vestíbulo, recorrió lo más rápido que pudo por un espacioso y espejado pasillo, evitando que varios de los muertos que allí se encontraban la acorralaran. Empujó al último que se encontraba obstruyendo la puerta y salió del lugar como un rayo. Afuera, las calles de la ciudad estaban completamente infestadas. Los zombis ocupaban todo el área visual, las calles, las veredas, y acaparaban las entradas y salidas de casi todos los edificios y sectores comerciales de la zona. Todo se encontraba colapsado de seres hambrientos de carne. Samantha ahogó un grito. Su única salida se hallaba bloqueada allá donde mirara. A su derecha, a unos metros de distancia, pudo ver a dos horrendos gigantes de carne podrida paseando, por suerte para ella no habían notado su presencia, pero no sería así por mucho. Uno de los monstruos volteó hacia ella y clavó su mortífera mirada en la joven, luego otro más le siguió mientras comenzaban a aproximarse. El efecto se repitió en cadena, y solo bastó un par de segundos para que una inmensa cantidad de seres se abalanzaran sobre la muchacha. Sus piernas la obligaron a retroceder sobre sus pasos, cerró la puerta, pero ni el más fuerte de los vidrios sería obstáculo para la marea de monstruos que se arremolinaban por ingresar. Samantha corrió atravesando el vestíbulo, pero allí la esperaban otro grupo de monstruos. A su derecha, una mujer con vestido corto y cabello enmarañado se aproximó a toda velocidad, Samantha extrajo un cuchillo de sus correas y extendió su brazo hacia la derecha cortado de manera trasversal a cabello enmarañado. Dejó caer el cadáver sin poder recuperar su arma, mientras otro monstruo aparecía por su izquierda. Un sujeto enorme de gruesos brazos pero pésimo estado físico ejercía una brutal presión con sus manos, reteniendo a la oji verde. Sam no podía lidiar con la fuerza de este gordinflón, y no precisaba con mucho tiempo como para tomar una de sus dagas. La situación apremiaba con urgencia. Sam inclinó su cuerpo hacia atrás evadiendo las siniestras dentelladas del gordinflón, sus brazos ya no tenían más fuerzas, y sintió como unos dedos la tomaban desde la espalda. El aliento de la horda se hizo notar de forma repentina tras ella. Su desesperación la llevó a gritar mientras utilizaba sus últimas fuerzas para zafarse de gordinflón; se agachó con rapidez evadiendo las garras de los zombis, rodó hacia un lado y empujó a gordinflón con todas sus fuerzas. El efecto que esperaba sucedió y al
menos los primeros cuatro monstruos de la fila habían caído. Un segundo más, era todo lo que necesitaba. Un golpe de vista rápido hacia atrás le advirtió de dos zombis que bloqueaban el acceso a las escaleras. Samantha tomó su arma y apuntó mientras avanzaba a paso decidido. Una relumbrante Beretta pintada de rojo rugió con cada uno de los disparos. El camino estaba abierto. Sam avanzó, pero uno de ellos la tomó del brazo. Su arma cayó al suelo; la joven se apresuró a empujar a la bestia con energía y el impulso la llevo a caer de espaldas. Desde ahí abajo, la presión ejercida por aquella cantidad exorbitante de monstruos la bloqueó por un segundo, pero inmediatamente reaccionó arrastrándose hacia atrás. Los primeros tres de la fila cayeron en picada hacia su presa, pero la joven utilizó sus piernas para impulsarse con desesperación y poder evadirlos, pero sin darle un segundo de respiro a la muchacha, otro más volvía a insistir abalanzándose hacia ella. Samantha apenas podía mantener una distancia segura entre ellos, el contacto era constante, sentía como esos fríos y horribles dedos intentaban tomarla de los pies en todo momento. Su cuerpo temblaba despavorido; sus manos golpeaban el suelo intentando impulsarse, aunque sea un poco, hacia atrás; y sus piernas pateaban a diestra y siniestra, sacudiéndose sin reparo. Su corazón bombeaba cada vez con más fuerza, dedos y manos la seguían acosando, intentando acorralarla. Gritó de manera desmedida. Pateó una y otra vez hasta llegar a la altura del ascensor. Viró hacia su derecha con su cuerpo aun en el suelo, alzó ambas piernas y llevó todo el peso hacia atrás girando sobre sus hombros. Al completar la vuelta ya se encontraba dentro del ascensor. Se arrastró hacia la puerta de madera y la tironeó con fuerza hacia atrás. Unos cuantos brazos y una cabeza lograron impedir que la puerta cerrara al completo, pero eso no importaba, la puerta se cerraba hacia atrás, así que solo fue cuestión de esperar a que la fuerza de la horda terminara por sellarla, cortando como consecuencia, aquellos tres brazos y machucando media cabeza. Samantha se arrastró hacia el muro más alejado a la puerta. Su cuerpo seguía temblando presa del terror. Su mente todavía no creía como había llegado a una situación tan extrema. No se hallaba preparada para este tipo de situaciones. Dos muertes consecutivas habían ocurrido, y posiblemente dos más fueran a ocurrir si no se apresuraba. Sus rodillas se juntaron con su pecho y su cabeza se hundió entre sus brazos. Las lágrimas y los gritos resonaron por todo el ascensor. —¡Como mierda llegué a esta puta situación! Sam se desahogó pateando el suelo con fuerza. —¡Mierda! Otra patada más. Su mente solo lograba culparse por lo ocurrido. —Si hubiera pensado mejor las cosas no estaría aquí encerrada… —Susurró con angustia a la vez que sus ojos nadaban entre lágrimas—. Lo único que hago es equivocarme… ¡Todas estas muertes fueron por mi culpa! —Suspiró cerrando con fuerzas sus puños y golpeando una vez más el suelo—. ¡Mierda! Nunca debí haber salido hoy de la Nación Escarlata… *** —Entonces, ¿solo es eso? —Noelia sonrió con confianza. La muchacha de veinte años era la más joven entre su grupo, pero poseía una gran confianza en sí misma. Ganadora del tercer puesto de la competencia de disparos celebrado en la Nación Escarlata. La joven llevaba dos colitas colgando a ambos lados de su negra cabellera; una camiseta ajustada color celeste y dos pistolas automáticas ancladas a su cintura—. No parece la gran cosa, y nos sobrará tiempo para el almuerzo y practicar un poco más mi puntería.
—Sí, es un trabajo sencillo y rápido —Comentó Samantha a su grupo, mientras caminaban por una calle desierta, sin asomo de vida alguno—. El presidente de la Nación Escarlata me pidió que expresara sus disculpas por no poder reunirlos a todos para aclararles los detalles sobre este trabajo. —Es comprensible —Añadió Noelia—. Últimamente se pasa el día con la gente de ingeniería, refaccionado las instalaciones de las cárceles, apenas tiene tiempo de asignar trabajos de expedición. —Entonces, déjame ver si lo comprendo. Entramos al edificio, buscamos la oficina que nos mencionaste, utilizamos la computadora y descargamos el archivo completo de todos los mapas de esta ciudad… ¿Lo dije bien? —Fernando se consideraba a sí mismo una persona bastante activa; de contextura en extremo delgada, cabello gris ceniza y una actitud muy juvenil a pesar de sus ya cuarenta y nueve años. Sus ojos oscuros se concentraban en pulir su escopeta. —Sí, eso mismo —contestó Sam, quien encabezaba la caminata junto con Matías—. ¿Te ves bien para esta misión, Padre? —Insinúo que esa pregunta deviene de una intuición apresurada sobre mi creencia religiosa — Contestó Matías con picardía. El padre llevaba puesto un traje negro opaco que hacía juego con una camisa blanca impoluta—. ¿Te incomoda que no me adapte a la situación actual en la que vivimos? —Lo siento, Padre. Es que todavía no lo conozco bien —Aclaró Samantha enrojeciéndose—. No quería ofenderlo. —¡Matías es un Padre moderno! —Expresó Fernando abrazando a su compañero—. En los trabajos que realizamos juntos nunca me decepcionó. Va a hacer lo que tenga que hacer, en el nombre del Todo Poderoso. —Estoy en una gran deuda con la Nación Escarlata y su rebaño. No tienes que preocuparte por mí —Expresó Matías con voz temple y una sonrisa que irradiaba felicidad. —Y hablando de rebaño —Noelia alzó la mirada hacia el frente—, unas cuantas ovejas se acercan desde el norte. La atención de los cuatro presentes se centró en un vehículo viejo color miel que se aproximaba por la calle. Las abolladuras en la chapa se encontraban desperdigadas por doquier, su pintura se hallaba desgastada y arañada. Fernando no pudo evitar comentar con sarcasmo sobre los lujos de los vehículos de la nación, lo que provocó una carcajada por parte de todos. El auto era muy pequeño y cuatro personas lo abordaban, Samantha y su grupo pudieron discernir la insignia de la Nación Escarlata estampada tanto en el capó, como en ambas puertas laterales. El vehículo esquivó a los transeúntes y frenó la marcha justo a su lado. Una de las puertas realizó un ruido seco al abrirse. Un hombre joven y de expresión seria se bajó. Se acercó a todos y los saludó con una ligera inclinación de cabeza. Sus ojos eran oscuros como la noche y su mirada compartía una fría personalidad; con un mentón afilado y rasgos bien definidos. A simple vista parecía de esa clase de personas con un perfil entregado a la milicia o a los cuerpos policiales; su cabello era negro, recortado a los lados y con un pequeño flequillo perfectamente peinado hacia la izquierda. Su ropa era distinta a la del grupo de Samantha, quien apenas llevaban protectores y armaduras. Él y su grupo pertenecían a los Centinelas de la Nación Escarlata, y eso ameritaba el uso de un buen arsenal de armamento pesado y un equipamiento cuidado y selecto. Desde pesados chalecos antibalas, protectores en los brazos y las piernas, hasta correajes con distintas clases de armas; resistentes borceguís para cada tipo de terreno y guantes reforzados de una tela resistente a raspones. Franco Brandon, se sentía completamente a gusto siendo parte de Los Centinelas. —Franco, ¿ya están volviendo? —Cuestionó Samantha abriendo la conversación con una sonrisa, era evidente que ver a Franco la animaba.
—Sí, el trabajo no fue muy difícil; disparar, entrar, tomar todo, disparar de nuevo y salir — Contestó apoyándose sobre el vehículo—. Encontramos algunas cosas de utilidad, como un arma Taser de choques eléctricos, una caja entera de pistolas Bersa en buen estado, algunas cajas de municiones de diversos calibres y, esto es algo raro, encontramos una bolsa con granadas de fragmentación. —¿Eso es raro? —Inquirió Fernando—. ¡A mí me parece excelente! —Lo raro es que las granadas estaban dentro de una bolsa de papas, —intervino un sujeto fortachón de gruesos músculos y una amplia espalda que se encontraba sentado de manera encorvada en la parte trasera del vehículo—, ¿Quién coloca granadas en una bolsa de papas? —¿No encontraron supervivientes o carroñeros? —preguntó Sam. —No, los únicos carroñeros que encontramos fue una horda de esos malditos bichos come carne. Nos tomó varios cartuchos de municiones ingresar ahí y varios más para salir. Si me lo preguntas no sé si este botín lo vale. —¡Son granadas, Franco! —exclamó fortachón—. Lo valen totalmente. —Estoy de acuerdo con Urso —comentó Fernando—, hay veces que se gasta mucho más, por mucho menos. Hay que agradecer cada botín que se encuentra, ¿o no, Padre? Matías asintió. —Supongo que si —contestó Franco cruzándose de brazos—. ¿Y ustedes qué? ¿Cuál es su trabajo? —Tenemos que ir a un edificio a una manzana de aquí, todo recto y luego a la derecha, trabajo más sencillo no había —comentó el viejo Fernando con altanería—. Buscamos unas cosas, pum aquí, bala allá, y nos volvemos. Ojalá encontremos algo tan bueno como ustedes. Franco alzó una ceja y arrugó el rostro. —Acabamos de pasar por ahí, a unas cinco cuadras había una horda avanzando, eran muchos y se encontraban bastante aglomerados. Si van hasta allá deben apresurarse antes que los alcancen — Advirtió—. Creo que será mejor que vaya con ustedes para cerciorarme que todo vaya bien. —Pero Franco, ¿qué pasa con lo que te pidió el presidente? —Añadió Urso. —Mierda, tienes razón —Franco se llevó la mano al mentón en un instante reflexivo y se giró hacia su compañero—. ¿Podrías acompañarlos tú? Urso sonrió y procedió a bajar del vehículo, su altura imponía una enorme cuota de respeto, pero para el grupo vendría muy bien una incorporación tan talentosa como él. —Como quieras, nunca voy a negarme a aplastar bichos —Comentó Urso sonriente acercándose a Sam y a Noelia rodeándolas con sus enormes brazos—. ¿Listas para la acción hermosuras? Prometo cuidarlas. —Yo me cuido sola —Noelia sacudió su hombro y se separó de Urso—. Preocúpate por ti mismo. Las palabras de la muchacha habían sido demasiado tenaces, Samanta observó en Urso una expresión contenida de angustia. Mientras tanto Noelia ya se alejaba del grupo caminando con prisa. —¿Todo bien? —Inquirió Franco a su compañero. —No pasa nada, amigo. Nos vemos en la nación —dijo Urso sin quitar su mirada de Noelia mientras avanzaba junto con los demás. —Cuídate Franco —dijo Sam, quien también comenzaba a alejarse. —Tú eres quien debe cuidarse. —¡Eso hare! —Respondió enérgica. El grupo avanzó por la calle, ahora con la nueva incorporación de Urso, quien tomaba la retaguardia de la fila. Noelia iba en primer lugar intentado alejar las distancias con el centinela,
Samantha se percató de sus intenciones y se decidió a acercarse a la joven. —¿Cuál es el problema Noelia? Noelia observó de reojo a Urso antes de responder. —Es un imbécil. —¿Urso?, ¿Qué te hizo? —No te preocupes Sam, no va afectar el trabajo. —Lo sé, solo quiero saber qué te pasa —La oji verde le dio un golpe juguetón en el hombro a Noelia—. Me resulta extraño verte así, ayer los vi muy juntos en las prácticas de tiro. —Resulta que yo también lo vi muy junto con Sara luego de la práctica —Noelia se mordía los labios de rabia—. No quiero hablar más del tema Sam, solo continuemos. —¿Se lo has dicho ya? —¿Para qué voy a decirle que lo vi con ella? Somos adultos, que haga lo que quiera con quien quiera. —Si no le hablas nunca lo sabrás Noelia, al menos luego de finalizar el trabajo intenta hablar con él sobre esto —Samantha y Noelia caminaban a la par, ambas monitoreando con cautela el entorno; sabían que ya estaban lejos de la nación y los francotiradores no podrían protegerlos desde este punto —. A lo mejor es un malentendido. Suele suceder. —¿A ti te pasó algo parecido? Pareces hablar por experiencia, amiga. —Algo parecido, puede ser, si —La oji verde sacudió la cabeza hacia un lado quitando el flequillo de sus ojos mientras comenzaban a girar por la esquina—. No es algo de lo que me enorgullezca, pero de camino con mi grupo nos topamos con un sujeto. Un muchacho un poco sucio y con un cabello extraño, en fin, él me apuntó con su arma y yo me apresuré a juzgarlo. Le di la señal al grupo para atacarlo, le quitamos su casa rodante y lo dejamos en la ruta solo. —¿Ustedes no vinieron en una casa rodante? —Exacto, es esa misma que le robamos a él —respondió la oji verde apenada. —¡Dios santo, Sam! No tenía ese concepto de ti, aunque si te pones a pensar, tiene su lógica ¿Por qué te apuntó? —Creo que él ya sabía que era una emboscada, estaba muy seguro de que yo no venía sola. —Muy intuitivo de su parte, o muy desconfiado… creo que cualquier persona te hubiese ayudado sin pensárselo demasiado. —Sí, no lo sé. Lo único que pienso es que fuimos un poco injustos, podríamos haberlo traído con nosotros, o simplemente explicarle hacia donde nos dirigíamos… quizás él también vendría. —No te lo tomes tan personal chica, lo que hicieron es comprensible. Este mundo es así ahora, y si no queremos terminar como ellos —comentó Noelia apuntando a una masa de cientos de zombis que se aproximaban a paso reducido—, lo mejor es hacer lo que se tenga que hacer sin remordimientos sobre ello. ¡Tal como Urso y Sara! Ellos sí que no tienen remordimientos… —¿No vas a dejársela pasar eh? —La oji verde sonrió. —Claro que no —Noelia sonrió. —Chicos, esto no es muy satisfactorio… —Fernando observó las cientos de cabezas putrefactas aglutinándose a lo largo y ancho de la calle—. El edificio si no me equivoco es ese —Apuntó con su escopeta a una edificación de ladrillos, concreto y amplios ventanales, de unos siete pisos de altura—, y como Franco dijo anteriormente, los bichos no nos van a dejar el paso tan fácil. —Son muchos, en efecto —Acotó Matías—. ¿Deberíamos volver en otro momento? Quizás cuando todo se despeje. Todos evaluaron la posibilidad en silencio, la opción de marcharse era evidentemente la más segura.
Pero uno de todos en el grupo no opinaba lo mismo. —¿Se quieren marchar? ¡Apenas llegamos! —Exclamó Urso animado, adelantándose al grupo—. Vamos a pasar, tengo una idea para quitarnos a estos sacos de carne podrida del medio. —Disculpa el atrevimiento, pero por si no lo notaste, el único con la armadura reforzada de centinelas eres tú —Espetó Noelia—. Es evidente que te importa una mierda el peligro que corremos nosotros que apenas llevamos armas de mano, no fusiles. —No necesitamos más de lo que tenemos preciosura —dijo Urso con seguridad, volteándose para estar de frente al equipo—. Además ustedes no correrán ningún peligro, eso puedo garantizárselos. Yo seré el cebo. —No me digas preciosura saco de músculos con esteroides… —Espera —Intervino Sam—. ¿Cómo que tú serás el cebo? —Tengo una buena idea para poder escabullirnos, peligro cero garantizado, al menos para ustedes —Concretó Urso, su mirada se denotaba sincera, lo que captó la atención de Sam—. El procedimiento es sencillo, todos ustedes se colocan en grupos de dos personas sobre aquellos autos de allá, estarán fuera del alcance de aquellas bestias. Luego yo atraeré la atención de la masa de bichos hacia mí, alejaré a todos los que pueda de la entrada al edificio para dejarles paso libre. —¿Y qué pasa contigo?, ¿cómo entras tú? —preguntó Fernando. —Como dijo Noelia, tengo una armadura reforzada, me abriré paso entre ellos, soy grande y la mayoría no supone un gran obstáculo para mí —respondió inflando el pecho—. Ya lo hice en una ocasión. —Y casi te mueres —Refutó Noelia con una notoria preocupación disfrazada de un enojo muy mal disimulado. —Estaré bien. —¿Estás seguro que quieres hacer esto? Porque no tengo ninguna vergüenza en volver, pero si quieres hacerlo te seguiré —Lo animó Sam. —Hagámoslo chiquilla —Urso guiño el ojo con una sonrisa confianzuda—. Pero hay que apurarse, se están acercando y si no se van ahora no podrán subirse a los vehículos. La mirada de todos se encontraron durante unos pocos segundos, Noelia y Samantha asintieron en silencio, su grupo ya estaba formado, ellas irían juntas mientras que el padre Matías y el viejo Fernando formaban el segundo grupo. Todos comenzaron a movilizarse a la vez en un trote moderado, manteniendo una distancia prudente entre los monstruos y ellos. Los objetivos eran dos vehículos cercanos al edificio, uno era un coche blanco que se encontraba volcado con el tren trasero inclinado hacia arriba, mientras el otro era un vehículo azul el cual su capó había sufrido un severo choque contra un poste de luz, que de milagro no había caído todavía. Noelia y Samantha corrieron en dirección al coche volcado, mientras el grupo de Matías y Fernando se abría camino hacia el auto incrustado en el poste. Noelia golpeó a un zombi con la culata de su arma, mientras empujaba a otro para poder abrirse paso; Samantha por su lado esquivaba los zombis con gran habilidad, evitando la lucha mano a mano, su agilidad le permitía evadirlos y ladearlos antes de ser atrapada. Ella fue la primera en subir al coche volcado, desde el tren trasero, que se encontraba pegado al suelo. Noelia no tuvo tan sencilla su tarea, abstenerse de no disparar su arma la dejaba en una posición vulnerable a la hora de enfrentarse a tantos de esos seres avanzando sin piedad. Solo uno pocos metros la separaban de su objetivo, pero en poco tiempo ya tenía a varios zombis sobre ella; utilizó sus manos para empujar a un gordo de quijada quebrada que tenía delante suyo, pero fue alcanzada
por sorpresa por una mujer rubia que abrió su apestosa mandíbula y la arrastró hacia su boca. Noelia contuvo un grito, y comenzó un forcejeo desesperado para evitar que aquellos mortíferos dientes no la tocaran, pero era inútil resistirse, el monstruo era superior en fuerzas. Sintió de repente como unos viscosos dedos la zarandeaban, desde los brazos hasta su ropa, mientras ella aún continuaba una desesperada lucha por su vida; sintió un choque brutal de terror recorrer toda su espina dorsal, esta vez no pudo contener gritar; su muerte se vio reflejada en sus humedecidos ojos. Su cuerpo ya no se movía y sus latidos parecieron apagarse, de repente ya no se sentía ahí, como si su mente se hubiese ausentado por un milisegundo esperando el verdecito final. Sus ojos dejaron deslizar una lágrima que pedía a gritos la ayuda misericordiosa de alguien, de quien sea. En ese segundo, su mente volvió a la realidad, sintió en su cuello el caluroso y nauseabundo hedor de aquel monstruo que por alguna inexplicable razón todavía no le había hecho daño alguno. Algo no andaba bien, sus ojos querían averiguar lo que sucedía pero Noelia se encontraba demasiada presa del terror como para abrirlos. Hasta que en ese instante, un grito potente y agudo la desterró de sus miedos por completo. —¡¡Noelia reacciona!! —Samantha gritó con furia mientras pateaba a uno de los zombis que había tomado a Noelia de la ropa. La oji verde había acudido a la ayuda de su compañera; tomó su pistola y disparó a diestra y siniestra sin pensárselo dos veces. Sus disparos lograban reducir un poco el número de monstruos que se acercaban pero mientras más disparaba, más de esas putrefactas bestias sanguinarias se acercaban a ellas. Noelia todavía se hallaba aturdida, su mente era incapaz de procesar esos escasos segundos en los que casi había perdido la vida. Viró su cabeza para enfocar a la mujer que tenía a sus espaldas, su cabello rubio caía entre los hombros de la chica y una hilera de sangre se desprendía de su frente, en donde se hallaba incrustado uno de los cuchillos de Samantha. Noelia sintió un fuerte tirón en su brazo, pero esta vez era su amiga quien la arrastraba con ella, ambas corrieron a toda velocidad hacia el vehículo siendo seguidas por una decena de monstruos que les pisaban los talones. Samantha brincó hacia el vehículo y ayudó a Noelia a subirse. Ambas se trasladaron con rapidez hacia la parte más elevada del vehículo. Los monstruos tardaron apenas un segundo más en rodearlas por completo desde el suelo. Uñas y dedos se desesperaban por alcanzarlas, pero la diferencia de altura las mantenía a salvo de momento. —Dios mío Sam… Gracias. —No creo que nos alcancen desde aquí —Sam hablaba agitada mientras se esforzaba por patear cabezas y rostros podridos, en un intento por reducir la escasa distancia que los separaban de esas inagotables y exasperantes garras—. Solo espero que Urso sepa lo que hace. En ese momento, una lluvia de disparos resonó a la distancia. Una ráfaga potente de balas surcó el aire para derribar a una hilera completa de monstruos, bastó un par de ráfagas más para reducir a grandes rasgos a los zombis que intentaban alcanzar a las muchachas. Urso entraba en escena, y se hallaba en la mitad de la calle; posicionando un potente fusil de asalto a la altura de su cadera, mientras se encargaba de efectuar disparos, alternando entre grupos de zombis. Primero derribó a quienes molestaban a las chicas, luego despejó un poco la zona en la que se encontraban Matías y Fernando; y continuó disparando consecutivamente a medida que los monstruos se acercaban a él. El sonido de las balas era tronador, atrayendo a cada muerto caminante hacia su sector. Ese era su plan. El momento había llegado, Urso comenzó a retroceder mientras continuaba disparando, tuvo que
tomarse un tiempo el cual recargó las balas de su fusil. Aquellas bestias no parecían tener intención de dar tregua, algunos demonios se arrastraban por el suelo y otros iniciaban un trote con más fuerza y furia para alcanzar a Urso. Pero su plan estaba surtiendo efecto y el número de bestias en la calle se había reducido drásticamente. Fernando vio la oportunidad y no dudó en reaccionar; brincó del vehículo y utilizó el poste para ayudarse a bajar, lo que no tuvo en cuenta fue que el enorme pilar de metal se encontraba demasiado flojo a causa del choque con el vehículo. La estructura cedió y cayó al suelo llevándose al viejo Fernando consigo. El poste emitió un inoportuno escándalo al impactar contra el asfalto, al mismo tiempo que Fernando chirriaba del dolor. El poste le había caído encima de su pierna, y su fémur acarreaba todas las arduas consecuencias. Matías bajó inmediatamente del vehículo para socorrerlo, intentando mover el poste de alguna manera; intentó alzarlo pero su peso era mucho para él, entonces probó mover a su compañero, pero solo ocasionó que Fernando le propendiera una serie de graves insultos y gritos. Las cosas se comenzaba a tornar difíciles para el grupo, Matías no podía imaginar un escenario más desfavorable, hasta que en ese segundo, un potente grito resonó a sus espaldas; dos jóvenes con ropa deportiva corroída y con los rostros despedazados comenzaron a correr a gran velocidad hacia ellos, demostrándole que la situación podía e iba a ponerse todavía más fea. Matías se sobresaltó al verlos, la velocidad de esos dos seres superaba con exceso a la del resto, debía actuar con rapidez y eficacia si quería continuar respirando. Tenía una pistola con un silenciador que no dudó en utilizar. Disparó una vez, luego dos, y una tercera vez, pero su puntería no era la más gloriosa a larga distancia. Los balazos pasaban cercanos, pero sus dos objetivos se movían con demasiada rapidez, ejecutando una maniobra en zigzag que no permitía a Matías acertar en ninguna ocasión. Las balas continuaron saliendo sin parar, la desesperación del padre por aferrarse a su vida lo dejo en poco tiempo sin más munición que gastar. Uno de los jóvenes zombis brinco hacia un vehículo y luego se abalanzó hacia el padre barriéndolo en el suelo. El segundo zombi pasó de largo a gran velocidad, atacando directamente Fernando, quien desde su posición le era imposible defenderse. —¡Tenemos que ayudarlos! —espetó Noelia al ver a sus compañeros en peligro—. ¿Puedes dispararle al que va por Fernando? Yo voy a acabar con el otro. —¡De acuerdo! Samantha se vio envuelta en una responsabilidad difícil de digerir, salvar a su compañero antes de que sea demasiado tarde, teniendo en cuenta que no se le daba muy bien el disparo a distancia. Desenfundó su pistola y emuló los movimientos de Noelia con cautela y extrema concentración; ambas alzaron sus armas, ambas inhalaron aire y visualizaron a sus objetivos. Matías sostenía la cabeza del zombi con nervio mientras intentaba alejarlo de él, pero la puja del monstruo no daba tregua alguna, su brazo se dobló hacia adentro en un descuido y apenas tuvo lugar a colocar su codo entre el cuello de la bestia para que no lo alcanzara. El padre podía observar como aquellos dientes amarillentos, con asquerosas hileras chorreantes de sangre se aproximaban a una distancia crítica. Sentía un aliento putrefacto escocerle dentro de sus fosas nasales, hasta el punto de querer vomitar. El monstruo se encontraba demasiado cerca, sus mortecinos ojos no se despegaban de su presa y sus podridos dedos se clavaron al cráneo de Matías para no dejarlo ir bajo ninguna circunstancia. Matías bajó la guardia, ya no tenía caso continuar, su brazo se rindió y se dejó caer, dándole vía libre a su agresor. El zombi expandió su mandíbula, saboreando el momento, hasta que un silbido potente cruzó muy de cerca, cortando el aire y llevándose consigo los sesos del monstruo. Matías se
sobresaltó, sintió a escasos centímetros como una bala sobrevolaba su cabeza y regaba el asfalto con la sangre del zombi. Se deshizo del cuerpo sin piedad y rodó hacia atrás, para luego colocarse de rodillas. Buscó con su cabeza a su salvador y lo halló a unos metros de distancia sobre un vehículo, agitando los brazos con alegría. Matías sonrió y luego procedió a buscar con la mirada a su compañero. —¡Lo logramos Sam! —Celebró Noelia, encantada con su eficaz puntería. La muchacha giró su mirada para contactar los ojos de Samantha, pero algo en su rostro no estaba bien. Samantha se encontraba inmóvil y traducía una expresión de completo horror en su rostro, sus ojos se empapaban en lágrimas mientras observaba a un punto fijo en particular y haciendo una enorme fuerza por contenerse y no quebrarse en llantos, sus labios apenas se movieron para contestar a Noelia. —Falle… El semblante de Matías empalideció al ver la escena; el cuerpo de un hombre de avanzada edad y cabello ceniza se hallaba tieso en el suelo, con sus tripas regadas por todo el pavimento, mientras el zombi que lo había increpado se armaba un festín con su carne. En poco tiempo, varios monstruos más también se acercaron al cuerpo para unirse a la fiesta, donde el plato principal, resultó ser nada menos que Fernando. El suceso dejó al padre en un estado de shock que lo desterró del mundo, enviándolo a un lejano lugar en sus pensamientos, donde rememoraba las primeras veces que había conocido a Fernando y todas las cosas que habían pasado juntos en sus distintos trabajos. Las imágenes de su amigo se proyectaban como una película delante de él, mientras esos repugnantes individuos desbarataban su carne sin el más mínimo remordimiento. Matías había perdido a uno de sus mejores amigos. La muerte de su compañero se hizo sentir en un agudo sufrimiento en lo más recóndito de su ser; era un dolor tal, que su vista se nubló por completo; un dolor tal, que lo ausentó tanto de la realidad, que no pudo prevenir a un grupo de zombis que se aproximaban hacia él desde el frente.
Capítulo 6: Bienvenidos a la Nación Escarlata
“Aquel que tiene mil amigos, no le sobra ni uno. Aquel que tiene un enemigo, lo encontrará en todas partes” ALIIBN-ABI-TALIB.
Su cara estaba salpicada en sangre, varios de sus dientes se habían roto con el correr del tiempo y su aliento era de lo peor que podía olfatear una persona. Tenía mucha hambre y lo comunicaba a razón desagradables sonidos. Sus manos podridas se extendieron hacia adelante, lo tenía muy cerca, su perfecto saco negro fue lo primero que pudo tomar. Ya no se le iba a escapar a ningún lado. No lo podía ver, pero su hedor a carne era inconfundible. Se acercó más, aprovechando que su presa se encontraba en un aparente estado de ausencia. Tironeó con fuerza y abrió su boca al máximo, sus dientes se posaron sobre esa exquisita y sabrosa piel blanca. Ya era suyo, o eso habría sido de no ser por la intervención repentina de un diminuto pero letal fragmento de plomo que atravesó su cráneo en un segundo. El zombi cayó. Noelia acudió a toda velocidad, tomó a Matías del hombro y lo tironeó con ella. Mientras tanto, Samantha cubría las espaldas de sus compañeros eliminando a los monstruos cercanos. —¡Padre nos tenemos que ir de aquí ahora! —avisó Noelia con apremio, mientras lo arrastraba hacia la puerta de un edificio—. ¡Apúrese! El padre Matías movía su cuerpo solo por instinto, apenas fue capaz de volver en sí hasta que cruzaron la puerta y Noelia y él, cayeron al suelo. Samantha se apresuró a cerrar la puerta tras haber ingresado todo el grupo, no sin antes esperar a Urso, quien no parecía tener mucha dificultad en abrirse paso entre las criaturas. Tumbando y empujando a diestra y siniestra, parecía disfrutarlo. —¡Vamos Urso! —apremió la joven oji verde. Urso tardó unos cuantos segundos más en poder ingresar, fue entonces cuando Sam bloqueó las puertas definitivamente—. ¡Rápido, avancemos! Si nos ven aquí romperán el cristal de la puerta y se nos va a hacer imposible salir de nuevo. El grupo obedeció las indicaciones de Samantha y se dirigieron rápidamente al fondo del vestíbulo. Urso se encargó de limpiar el terreno de invasores indeseados mientras avanzaron hasta llegar a las escaleras. Samantha y Noelia se tomaron un descanso reposando juntas en el suelo. Entre tanto, el padre Matías se aisló del grupo para reflexionar y elaborar la muerte de su compañero con tranquilidad. Urso no había presenciado nada, pero se percató inmediatamente de la ausencia de un miembro del equipo: Fernando. —¿Qué demonios pasó? —inquirió el hombre—. ¿Dónde está el viejo Fernando? —¡¿Dónde crees?! —contestó Noelia con brusquedad, mientras se encargaba de acariciar el cabello de Samantha. —¡Fue mi culpa! —Samantha explotó en lágrimas—. ¡Fallé el disparo! —No puede ser… —Urso dejó caer sus brazos ante la amarga noticia y su expresión se ensombreció por completo—. Que mierda. —No es tu culpa Sam, yo debí haber hecho ese disparo, sin pensarlo te di el objetivo más difícil…
—Si tan solo hubiese practicado más… esto no habría pasado. —No digas eso, tú no tienes nada que ver Sam. —¡Si! Salvarlo era mi responsabilidad… Yo debía ayudarlo y por mi culpa…—Samantha no pudo terminar de hablar, volviéndose a internar en un llanto angustioso—. ¡Odio a esos hijos de puta! ¡Putos zombis de mierda! —Samantha… —quien habló fue el padre Matías—. Tú no tienes la culpa —dijo el padre mientras se colocaba de rodillas junto a la joven—. Su pierna estaba atorada, para mí fue imposible remover el poste de luz. Y en el caso de que hubieras acertado el disparo, probablemente otros monstruos lo hubieran alcanzado. Por más que nos duela aceptarlo, Fernando nos abandonó por un descuido de él mismo. Un descuido que tuvo que pagar con su vida… Samantha llevó sus manos a su cara, sentía sus mejillas completamente mojadas; no podía borrar de su memoria las imágenes de aquel devastador ser quitándole la vida a Fernando. Intentó calmarse, sentía que su cuerpo temblaba incesante y su corazón palpitaba veloz. Noelia y Matías intercambiaban palabras de aliento para la joven, pero ellos también se encontraban bastante afectados por la pérdida. Urso sin embargo, la noticia lo amargaba por dentro pero sus expresiones se encontraban intactas, sabía que no podía perder el control en circunstancias como estas. —Muchachas, padre —los llamó Urso con voz temple—. Debemos continuar. Mientras más rápido completemos este trabajo, más rápido volveremos y podremos velar a Fernando. —A ti te importa una mierda todo ¿verdad? —Noelia se alzó rauda y empujó a Urso con furia, el hombre apenas se movió—. Solo te importa completar el trabajo, ¿no puedes perder un puto segundo de tu vida para dejar que nos recuperemos? ¡Todos sabemos que tenemos que continuar, no eres el único! —Tranquila Noelia —intentó intervenir Matías pero fue en vano. —En todo caso, ¿sabes de quien es la culpa? —espetó Noelia golpeando con su dedo el pecho de Urso—. ¡Tuya! —¿¡Mia!? Yo nada podía hacer… —¡Fue tu estúpido plan el que nos metió en este lio! —Noelia volvió a empujarlo con furia—. ¿Peligro cero garantizado, no? ¡Vete a la mierda! —¡Yo no iba a saber que un puto poste de luz se le iba a caer encima! —Urso comenzó a alzar el tono de voz a la par de la joven—. Además, ¿se puede saber porque traes tanto rencor hacia mí últimamente? —¡Porque eres un gorila idiota! —¡No tienes fundamentos! —¡Mis fundamentos es que eres un gorila idiota! —¡¡Basta!! —Samantha se alzó con rapidez del suelo, tomó una de sus navajas y la arrojó con fuerza. Urso y Noelia se sorprendieron y ambos tuvieron que separarse para dejar que la navaja pasara entre medio de ambos y terminara su trayecto en el cráneo de un zombi que estaba a punto de atacarlos. —Mierda… esa cosa por poco… —Por poco los mata —interrumpió la oji verde, continuaba con la voz quebrada—. Y nos matarán a todos si continuamos aquí lamentándonos... —la joven limpió sus lágrimas con su mano —. Tenemos que continuar, Urso tiene razón, ya déjalo en paz Noelia. Dijiste que no afectaría al trabajo, así que lo que tengan que discutir sobre Sara lo discutirán luego. —¿Sara? ¿Qué tiene que ver mi prima en todo esto?
—¿Que? —Noelia observó a Urso con confusión—. ¿Sara es tu prima? —Ah ya lo entiendo todo… ¿Estabas celosa de Sara? —Urso largó una carcajada—. ¿Por eso estabas tan cabrona? ¡Entonces si me quieres! —¡Cállate! —la tonalidad de piel de Noelia enrojeció de repente—. Samantha lo dijo claro, hablaremos lo que tengamos que hablar después. —Claro, claro. Por mi perfecto —Urso volvía a inflar el pecho como de costumbre—. Entonces continuemos. ¿Ascensor o escaleras? —Usaremos las escaleras, el ascensor puede provocar mucho ruido. Nuestro objetivo es el cuarto piso —contestó la oji verde—. Descargamos los mapas y nos volvemos, no tenemos que distraernos y en lo posible debemos evitar más luchas. —Bien, esperemos no toparnos con ningún otro obstáculo de camino —dijo el padre mientras subían las escaleras. —Discúlpeme el atrevimiento padre, pero eso es una total tontería. El grupo avanzó ascendiendo peldaño por peldaño de manera cautelosa, los primeros dos pisos pasaron sin obstáculos. Urso debió exterminar un par de bestias que se arrastraban por la escalera camino al tercer piso, hasta que finalmente llegaron al cuatro. El lugar era un pasillo angosto con una fila de puertas una igual a la otra. Las oficinas presentaban la misma monotonía por cada puerta que probaban. Samantha ya había abierto la sexta y todavía seguían sin conseguir llegar a su destino. —¿Tienes algún parámetro de la oficina a la que debemos ir? Todas estas puertas son iguales — cuestionó Noelia mientras cubría las espaldas de su compañera, observando con atención hacia la lejana oscuridad que abrasaba al pasillo—. Este lugar me pone nerviosa. —Tranquila, yo te protegeré —dijo Urso. —Cállate… —Según las instrucciones que recibí debemos ir a la oficina del Gerente general, tiene una computadora distinta a la de los demás, es azul y más moderna que las que vimos hasta ahora. —Entonces usemos la lógica —comentó el Padre, avanzando por el pasillo—. Si la oficina que buscamos es la del jefe, dudo que esté en este sector. Debe estar apartada, en un lugar más espacioso quizás. El padre avanzó por el pasillo hasta toparse con un salón concéntrico, donde los ventanales dejaban ingresar bastante luz. El salón tenía un escritorio semicircular ubicado en el centro y tras él una puerta de una madera mucho mejor trabajada y detallada que las demás, con un rotulo dorado en el centro. La puerta se encontraba manchada con mucha sangre y para acceder a ella no había otra opción que bordear el escritorio. —Debe ser ahí —Urso expuso lo obvio mientras se dirigió él primero a la puerta. En ese momento, un ruido provino desde detrás del escritorio. Urso se equipó con un machete que llevaba. Adoraba esa arma y su facilidad para maniobrarla entre sus manos, sin mencionar que la hoja estaba fabricada con un acero Alemán que él mismo se encargaba de mantener lo más afilado posible. Urso avanzó un paso y golpeó con la hoja a la madera del escritorio. Su plan de atraer al zombi fue eficaz, el monstruo se levantó del suelo dejando ver su podrido rostro; una mujer de baja estatura gruñó, llevaba un saco al cuerpo que se encontraba totalmente despedazado. Los largos pliegues de su enmarañado cabello no dejaban ver la totalidad de su cara, pero lo poco que Urso vio fue suficiente para retroceder. El rostro de aquella mujer presentaba severas heridas y cortes muy profundos brindándole un aspecto horripilante. La mujer dio un paso al frente, ahora Urso pudo ver con claridad, sus manos tenían unas prominentes y aterradoras uñas que la mujer se encargó de afilar con la madera del escritorio.
—¡Urso ten cuidado! —Espetó Noelia—. Es un Zombi peculiar. —Peculiar o no, lo voy a destrozar. ¡Vamos perra! Urso se posicionó a una distancia prudente, dejando el machete alzado tras su cuerpo. El zombi clavó su mortecina mirada en él. Ambos sostuvieron la vista durante unos segundos, hasta que uno de los dos dio el paso decisivo. Urso avanzó blandiendo su machete con rapidez buscando la cabeza de la bestia, pero el zombi supo anticipar su movimiento y evadió el ataque inclinando su torso hacia un lado de manera sobrehumana. El hombre volvió a intentar con otro corte abriendo su brazo con rapidez, rajando el estómago de la criatura. El cortador, como los Centinelas solían llamarlos, bramó enfurecido y se abalanzó hacia Urso quien bloqueó su embestida con la hoja de su machete. El zombi peculiar no tenía intención de dejar las cosas fáciles y saltó hacia el torso del hombre rodeándolo con sus piernas. Con ambas manos libres comenzó a rasgar la espalda de Urso con una violencia sádica. Por suerte para el centinela, su chaleco de Kevlar lo protegía de momento, pero sabía que si no actuaba rápido podría perder la contienda en un segundo. Urso soltó su machete para poder estrujar el cuerpo de la infectada con ambas manos, y con un uso excesivo de fuerza, la arrojó hacia un lado separándola de él de una buena vez. Urso sintió un breve alivio al desprenderse de las garras de la bestia, pero ese sentimiento se esfumó como el viento al ver que la mujer había caído cercano a alguien de su grupo: Noelia. El hombre actuó con rapidez, no iba a dejar que nadie más resultara herido. El centinela buscó su machete que había terminado tras el escritorio, pero al intentar tomarlo, una escalofriante mano se lo impidió sujetándolo con fuerza y hundiendo sus ensangrentadas uñas en él. Otro cortador entraba en escena. Mientras tanto, la mujer infectada no tardó en recomponerse de la caída y perfilar sus ojos hacia Noelia. La joven retrocedió asustada, apuntó su arma hacia la bestia, pero esta fue más rápida. El zombi apenas tardó un segundo en ubicarse junto a la chica, Noelia disparó por reflejo, pero la bala apenas alcanzó el hombro de la bestia. El cortador frunció su horrible rostro y desgarró de abajo hacia arriba la pierna de la muchacha, causando un corte severo. Noelia gritó presa del dolor y se arrojó al suelo, en ese instante, el padre Matías tomó la iniciativa y disparó al ser repetidas veces hasta que finalmente cayó al suelo sin vida. —¡Noelia! —Samantha corrió a socorrer a su compañera. Su pierna presentaba dos grandes cortaduras diagonales que no cesaba en volcar sangre. La muchacha chillaba de dolor mientras se retorcía en el suelo sujetando su herida con fuerza. —¡Mierda! —Noelia gritaba sin medir sus palabras—. ¡Duele demasiado! ¡Zombi hija de perra! —Tranquilízate Noelia, nos van a escuchar… —Ya lo hicieron… —Matías se acercó a un zombi que se acercaba a las chicas y lo redujo en un disparo certero—. Vienen más desde el pasillo… —Necesitamos llevarla a la nación ahora —objetó Samantha, acercándose ella también al pasillo. Las siluetas de los zombis se vislumbraban desde la lejanía, mientras avanzaban bramando su coro mortífero. —Mierda… ¿Qué hacemos? —inquirió Sam con apremio mientras utilizaba su arma para reducir junto a Matías el número de monstruos que se acercaban. —Despejemos el lugar y volvamos a la nación… —¡Urso! —Exclamó Noelia al ver que su compañero se encontraba en un aprieto enrome. El centinela se encontraba ahora en una lucha de fuerzas con otro cortador. Su brazo se
encontraba herido y sus energías se focalizaban en tratar de mantener lo más lejos posible las garras de aquel ser. Urso se encontraba en una posición desfavorable, tenía que encontrar un hueco rápido y salir de ahí. Utilizando todas sus fuerzas logró conectar un puñetazo en la mandíbula de la bestia separándolos por unos instantes para así poder colocarse de pie. En ese momento, el cortador intentó efectuar un contrataque arrojándose hacia el hombre, pero Urso fue más veloz, logrando hundir el machete en el pecho de la criatura en el último segundo. El zombi no presentaba ninguna intención de retroceder y continuó avanzando con una frívola mirada que se traducía en unas enormes ansias por asesinar. Urso apenas pudo retroceder un paso ya que su espalda se había topado con la pared. El cortador aprovechó para atacar de nuevo con un zarpazo, y luego otro más. Urso desde su posición solo podía cubrirse la cabeza con sus brazos. El zombi continuó atacando con exasperación, cortando todo lo que pudiera alcanzar con sus afiladas manos. Sus dedos puntiagudos se clavaban una y otra vez en distintos lugares del cuerpo del hombre, quien solo podía concentrarse en cubrir su rostro y su cabeza. La balanza se inclinaba a favor de la muerte, pero Urso no pensaba dejar las cosas así, no pensaba morir sin antes luchar. Bajó su brazo dejando al descubierto su lado derecho, y desenfundó su arma lo más rápido que pudo, apuntó a la mandíbula de la criatura y disparó sin vacilar. Noelia casi había olvidado el dolor de su pierna al presenciar toda la escena desde el suelo. Durante unos escasos segundos, el cuerpo del monstruo y el de Urso se detuvieron por completo luego del disparo. Pero fue el monstruo quien depositó su cuerpo en el piso, declarando finalmente al centinela como ganador. Noelia no pudo evitar suspirar del alivio, Urso lo había logrado. A pesar del inmenso ardor que su pierna le trasmitía, realizó un esfuerzo por dedicarle a su compañero una sonrisa. Los ojos de la muchacha y los de Urso se conectaron durante unos breves segundos, hasta que algo ocurrió. Una lágrima salió despedida del ojo de Noelia al ver como una hilera de sangre se dibujaba en el cuello del centinela. Urso se llevó la mano a su garganta, sus ojos se ensombrecieron perdiendo todo brillo de vida mientras su cuerpo descendía con pereza por el muro hasta tocar el suelo. —No… —Noelia no creía lo que sus ojos le mostraban. Samantha y el padre Matías conectaron las mismas miradas de preocupación. La situación se había tornado complicada de sobrellevar. —¡¡Urso!! —¡Noelia tranquilízate! —Matías la cargó consigo mientras retrocedían—. Tenemos que salir de aquí, no podemos continuar… —¡¿Cómo?! —Samantha también retrocedía mientras continuaba rechazando la ofensiva mortífera que se aproximaba por el pasillo. —Vamos, ¡por ahí! —Exclamó Matías metiéndose junto con Noelia a la oficina del gerente. Matías repasó el área con la mirada, pero tuvo suerte al no encontrar más que desorden y una oficina vacía de amenazas. —¡Vamos Sam! Samantha se quedó inmóvil a un paso de la puerta. —¿Qué te pasa? —Alguien tiene que buscar ayuda… —¿Qué? —Puedo volver y buscar ayuda a la nación, no vamos a poder salir de aquí solos… —¡Es una locura niña! —Exclamó el padre, tendiéndole la mano para que ingrese—. Ven aquí, ya veremos la manera de salir… —¡Noelia necesita ayuda ahora! No puede esperar… —Samantha observó hacia atrás evaluando
sus posibilidades—. Soy rápida, puedo escabullirme entre ellos, no me alcanzarán. —Samantha volvió a mirar al padre y a Noelia—. Debo hacerlo… —Si eso es lo que quieres… entonces, que Dios te acompañe, muchacha… —dijo Matías. —Gracias Sam… —dijo Noelia. —¡Aguanten! —Exclamó Sam—. ¡Volveré y traeré conmigo a los mejores soldados que pueda encontrar! Samantha se inclinó hacia los zombis y sonrió a sus compañeros una última vez antes de cerrar la puerta a sus espaldas. *** La puerta continuaba rechinando. Samantha había pasado ya varios minutos dentro de aquel ascensor internada en sus pensamientos, buscando la manera de salir de la problemática situación que le acontecía. Su espalda ya cargaba con una pesada mochila de culpa por no haber podido salvar a Fernando. Sumándose ahora la responsabilidad de buscar ayuda para su amiga Noelia, y sus lamentos internos continuaban por la penosa perdida de uno de los Centinelas más fuertes, Urso. La puerta continuaba rechinando. Su mente había repasado el escenario una y otra vez, buscando la manera de poder haber evitado todos estos malos sucesos, pero siempre retornaba a la misma conclusión y la culpa seguía volcándose hacia su persona. Si hubiese tenido mejor puntería, si hubiese reaccionado más rápido para ayudar a Noelia… todos aquellos supuestos que rondaban por su cabeza la torturaban como estacas clavándose en su alma. Odiaba la muerte, odiaba ver gente morir, definitivamente odiaba a todos los zombis. La puerta continuaba rechinando. Pensar en los zombis la hizo volver a caer a la realidad. Todavía tenía que salir de ese oscuro ascensor y buscar ayuda, pero había un problema, o mejor expresado, un centenar de problemas intentando pasar la puerta para devorársela. Los minutos continuaban pasando mientras ella continuaba inmóvil. Una ira comenzó a crecer en su interior de manera espontánea, estaba cansada de esperar. Su mente se había agotado de la oscuridad, quería salir y asesinar a cada monstruo que estuviese afuera con todo su ser. Tenía la necesidad de gritar e insultar, acabar de una buena vez con ese silencio sepulcral que solo la volvía más nerviosa. En ese momento su corazón se aceleró y sintió un escalofrió repentino. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? La muchacha dejó de respirar por unos segundos, no lo entendía, no entendía que demonios estaba pasando. Eso la aterraba. Acercó su rostro a la puerta, su corazón latía con fuerza y su rostro traducía un desconcierto abismal al percatarse de un curioso detalle que había estado presente en todo momento, hasta ahora. La puerta ya no rechinaba. El silencio era total. La soledad era total. Del otro lado de la puerta no había sonido alguno. Samantha no comprendía lo sucedido, pero estaba a punto de hacerlo. Se armó de valor para girar el pomo y empujar la puerta hacia afuera. La muchacha asomó su cabeza, su rostro se arrugó de confusión al no ver a ningún zombi en las cercanías. La duda carcomía su cerebro mientras avanzaba con timidez por el pasillo hacia la salida. Los cadáveres que había asesinado se encontraban ahí, pero toda aquella horda que por poco la había devorado viva se había esfumado por completo. ¿A dónde habrían ido? Salió afuera. Su sorpresa al no ver más que unos pocos monstruos deambulando por las calles fue
expresada con exagerado un gesto de asombro. No entendía como todos se habían marchado sin más. Algo los habrá llevado por alguna razón, pero de momento no era tiempo para sacar conjeturas, tuvo suerte y debía aprovecharla. Samantha comenzó a correr, no podía perder más tiempo. Unos cuantos zombis se percataron de ella, pero no les dio importancia, nadie era rival para su velocidad. Trazó rumbo a la Nación Escarlata, su nuevo y fiel refugio. Sam corría tan rápido como sus piernas eran capaces; disfrutaba hacerlo, desde siempre se interesó por las actividades cardiovasculares, y correr era su actividad favorita. Recordó como en la escuela ella era la más rápida de su clase, inclusive más que los chicos. Participaba en distintos concursos de atletismo, correr era su vida, le encantaba la sensación del viento deslizándose por su cara; mientras más rápido podía correr, más se entusiasmaba. La oji verde aumentó su velocidad. Ella sabía que en este nuevo mundo correr es algo primordial para escapar de situaciones peligrosas. Incluso notaba que con la ayuda de la adrenalina activa en su organismo, las carreras podrían llegar a niveles altísimos; siempre se preguntó si era esa la razón de la famosa Corrida de toros, y en un rincón muy profundo de su ser, le hubiese gustado haber participado de ellas. Aunque ya era tarde para eso. La joven ya se encontraba muy cerca de la esquina en donde tendría que doblar a su izquierda y finalmente estaría en la línea de visión de los centinelas, podría pedir ayuda y rescatar a Noelia y Matías. Todo iba viento en popa, pero en el mar uno nunca ha de confiarse, y en la vida tampoco. Samantha pasó rauda cercano a una vidriera, sus ojos se cruzaron durante unos segundos con los de un hombre calvo, llevaba una camiseta de mangas largas color amarillo, eso fue apenas lo único que pudo percibir. Al continuar su trayecto el rostro de aquella criatura espantosa quedó dibujada en su mente. Sus ojos arrugados y ensombrecidos; una mueca de rabia con unos dientes machucados rebosantes en sangre; y su mandíbula expuesta a falta de tejidos. La piel de Samantha se erizó de temor al dar cuenta del monstruo que se trataba. La vidriera estalló en pedazos y la canción de muerte había sido gritada. El monstruo comenzó a perseguir a la muchacha, quien en ningún momento cesó la marcha. El zombi comenzó a recortar las distancias con la muchacha revoleando sus brazos con furia mientras se acercaba a su presa. Samantha sentía como la adrenalina recorría cada rincón de su organismo, acelerando sus pulsaciones y elevando los latidos de su corazón al máximo. El monstruo bufó nuevamente, el sonido se escuchó aterradoramente cerca. Sam giró su cabeza ligeramente solo para observar que tenía a aquel zombi a un paso de distancia, su instinto la llevó a arrojarse hacia un lado. El zombi, en un intento torpe de alcanzarla, resbaló y cayó al suelo con fuerza. Samantha aprovecha para incorporarse y volver a correr, mientras el monstruo grita de furia, colocándose en una posición particular. Sin levantar su muerto torso del suelo, aquel hombre calvo de mirada mortífera se agazapó con sus manos al frente y se preparó. Eso era muy mal augurio. Samantha en contra de toda su voluntad resolvió correr hacia atrás girando por la esquina derecha, en dirección contraria a la nación. El monstruo comienza nuevamente una persecución, pero ahora, haciendo uso de una enorme velocidad impulsándose con sus piernas y sus brazos como un animal. Cada zancada de la bestia le brindaba una velocidad sobrehumana que no tardaría en sobrepasar a la muchacha en cuestión de segundos. Ahora mismo Samantha detestaba la idea de una corrida de toros. En el camino, un escaso grupo de zombis merodeadores se encontraban devorando un cadáver, Sam los evadió con facilidad saltando por encima de ellos. El monstruo no tuvo tanta suerte, su velocidad fue demasiada y su cuerpo impactó con el de los demás muertos, revolcándose de manera
estrepitosa en el asfalto. Gracias al accidente a la criatura le costó retomar el ritmo, lo que le brindó a Sam una ventaja de distancia considerable que no pensaba desperdiciar. Se detuvo en seco, giró y apuntó a la bestia con su arma, inhaló profundamente y mantuvo el aire en sus pulmones intentando mantener la mayor serenidad posible ante un excesivo temblor que acarreaba en sus manos; enfocó la mira de la Beretta a la cabeza de la criatura. El zombi se acercaba a razón de agresivas y veloces zancadas en zigzag; la joven intentó descifrar el patrón de movimiento para colocar su arma justo donde la bestia pasaría. Apuntó y esperó el momento oportuno. Uno, dos, tres… disparó. La bala dio directamente en el pecho del monstruo, había podido acertar, la bestia se derrumbó en el asfalto pero sabía que eso no sería suficiente. Mientras el zombi volvía a incorporase, la muchacha aprovechó el momento de quietud para apuntar de nuevo y disparar. La cabeza de la criatura se despedazó en su sonido seco y cayó. La joven volvió a respirar aliviada exhalando todo el aire que había mantenido. Inclinó su cuerpo hacia adelante y apoyó sus manos sobre sus rodillas intentando recomponerse de aquel susto. Más adelante escuchaba a los merodeadores avanzar hacia ella, pero no les prestó demasiada atención, después de todo eran apenas cuatro, no resultarían un inconveniente mayor. Una vez su pulso se regularizó Samantha se perfiló para caminar, pero un sorpresivo ruido encendió una alarma en su interior; el sonido le pareció al chirrido de las ruedas de un auto al frenar. Aquel sonido se escuchó muy cerca a sus espaldas, Samantha giró sin pensárselo y su cuerpo se petrificó en un segundo. Una enorme maquinaria de chapa y carrocería de poco más de una tonelada se dirigía hacia ella a una velocidad imposible de evadir, su cuerpo se clavó al suelo como un junco sin la menor reacción alguna. El vehículo derrapó perfilando su carrocería hacia un lado y deteniéndose a escasos centímetros de la jovencita, quien apenas llegó a encogerse de hombros ante el susto. Al levantar su cabeza, su mirada alcanzó al asiento del acompañante, en donde unos ojos celestes con un miedo aparentemente similar al de ella la observaron con atención. El sujeto tenía una ridícula gorra de lana verde que se dispuso a acomodar mientras bajaba la ventanilla. Samantha observó que el muchacho intentó decir algo pero alguien más a su lado lo interrumpió. Una mano sosteniendo un arma se irguió frente a ella, nuevamente un pinchazo de terror se expresó en la zona del estómago. Entre una mezcla de sorpresa y confusión, la joven se agachó un poco para ver quién era el autor detrás de la amenazante arma. Sus ojos se abrieron en par. —¿Tu?— preguntó Samantha atónita; el hecho de reconocer a la persona que la amenazaba era, por mucho, más sorprendente al hecho de que la estuviese apuntando. Era el mismo sujeto que le había robado en la ruta hace días. Una mezcla de emociones surgieron en menos de un segundo; estaba aliviada por el hecho de que el joven no hubiese muerto por su culpa, reconoció también el auto en donde se encontraba, era el mismo que ella le había dejado en el pueblo anterior para que pudiera salvarse. Lo que significaba que su plan había resultado exitoso. También el arma que usaba era la misma que ella le dejo. Todo había resultado como ella lo había planeado; pero claro, no contó con que aquel joven hubiese planificado una cruenta venganza hacia ella y ahora quisiera matarla. Al parecer todo lo que hizo para redimirse no había funcionado para aquella persona. Sintió una gran pena interna. —Muy bien. Sam, ¿no? Te lo voy a preguntar una sola vez, si no contestas lo que quiero, esos lindos amigos tuyos tendrán un jugoso almuerzo —Amenazó aquel sujeto, sus ojos traducían una mirada enraizada de maldad. Samantha no pudo evitar sentirse completamente intimidada.
—¿Qué, ella es Sam? —Escuchó decir al sujeto de la gorra verde—. ¿Ella es tu admiradora? — Sam no comprendió esa parte. —¿Admiradora? —inquirió con voz entrecortada del temor. —¡Contéstame! —Interrumpió el agresor elevando la voz. Samantha se encontraba presa del terror, solo deseaba que ese sujeto dejara de apuntarla de una vez por todas—. ¿Has leído mi diario?, ¿alguien más lo leyó? ¡Contesta! La muchacha de ojos verdes tardó unos segundos en reaccionar. —¿Qué? —Su miedo en ese momento había sido sofocado. Acaparado por una ira creciente que colapsó con su, ya hace mucho, perdida paciencia— ¿Tu diario? —Evidentemente a ese muchacho lo único que le importaba era un cuaderno de anotaciones viejo y desgastado, ignorando el constante peligro de afuera, ignorando las sinfines de muertes que ocurren día a día, sobretodo, ignorando que ella no podía perder más tiempo con estupideces—. ¿Todo esto es solo por tu estúpido diario? — Sam enfatizó mucho el insulto, para que se notara su ira—. ¿Crees que voy a ponerme a leer tu estúpido diario? —Volvió a repetir el insulto aún más fuerte para no dejar espacio a ninguna duda—. ¡Hay vidas que corren peligro ahora mismo!, ¿¡y tú te preocupas por un estúpido libro de mierda!? —Respuesta equivocada—Samantha retrocedió un paso, y el sujeto disparó. Samantha sintió un pinchazo en su estómago y ahogó un grito. El disparo había resonado por toda la calle, luego otro disparo más hizo que su cuerpo tambaleara y cayera al suelo. El asfalto la recibió con dureza mientras aquel despiadado sujeto continuaba arremetiendo otra bala, y luego otra más. Sus ojos se cristalizaron de angustia, nunca pensó morir de esa manera tan violenta. En ese momento solo pudo llevar sus manos a su estómago, el dolor era impresionante, pero se esfumó en apenas unos segundos. Su cuerpo temblaba, su respiración era agitada, y sus ojos se abrieron dejando caer unas delgadas hileras de lágrimas. El susto había sido tremendo, pero su cuerpo se encontraba ileso. Al observar hacia el vehículo y luego hacia atrás, pudo notar como los disparos nunca habían sido para ella, sino que su objetivo siempre había sido aquel grupo de zombis deambuladores de antes que ahora formaban parte del decorado de cadáveres podridos que tapizaban las calles. ¿Qué carajo había pasado? —Sube de una vez, no esperes una carta porque no te llegará —dijo el muchacho que había disparado. Su tonalidad de voz sonaba distinta, relajada y amistosa. Samantha se incorporó pero no ingresó al vehículo. Zeta al observar su duda creyó pertinente darle una explicación, tanto a ella como a su compañero, que lucía igual de sorprendido y asustado. —Dije respuesta equivocada —comenzó a explicar dando vueltas su mano, como restándole importancia a esas palabras—. Pero tu reacción si fue la correcta —concluyó con una sonrisa que inspiraba, o confianza, o locura. —¿A qué te refieres con correcta? —dijo Sam. —A lo que me refiero es que si hubieses leído mi diario, hubieras reaccionado de otra forma. Créeme, está la manera más rápida que tenía de cerciorarme. Por ejemplo, cuando te pregunté sobre el diario, me respondiste con otra pregunta y te enojaste conmigo, en vez de hacer lo que un mentiroso haría para salvar su vida —sonrió—. Ocultarme la verdad y responder lo que quiero oír, ignorando el peligro que corremos al estar aquí —el joven giró su cabeza en dirección a la calle por donde habían llegado; dos zombis gigantes doblaron de la esquina y comenzaron a correr rumbo al vehículo seguido de una horda hambrienta de zombis—. Dicho sea de paso, mejor sube ahora antes de que nos hagan puré a los tres. La joven obedeció y subió al asiento trasero; el joven maniobró el auto y quemó llantas a toda velocidad para alejarse lo máximo posible de la horda.
—¿Por dónde? —preguntó el joven al volante. —¿Por dónde, qué? —contra preguntó Sam desorientada. —La Nación Escarlata, ¿Por dónde queda? —¡¿Vas a llevar a toda esta horda a la nación?! —¡No, discúlpame! Ya mismo me bajo y los enfrento yo solo a las trompadas. Vamos, ¡ayuda un poco! Samantha se lo pensó dos veces antes de darles indicaciones a dos desconocidos; la idea no era buena pero la situación no permitía otra salida, debía decirle la verdad. De cualquier forma se sentía segura del poder de fuego de la nación, ellos podrían contener a esta horda y salvar luego a Noelia y a Matías. —Sigue derecho por esta misma avenida. En la otra cuadra verás una vieja universidad en la mano derecha, tiene rejas negras y un portón de chapa. El lugar está perimetrado con torres y gente preparada para disparar ante la menor sospecha, probablemente ya nos vieron, por lo que ten cuidado de no hacer nada estúpido, o te dispararán. Solo deja que yo baje primera al llegar. —Tú mandas. El joven puso quinta marcha y aceleró a tope. El zumbido del motor fue subiendo gradualmente hasta llegar al punto máximo. Se alejaron considerablemente de las bestias y un poco antes de llegar a las puertas de la nación el auto derrapó sobre su eje y giró en un ángulo de ciento ochenta grados, quedando enfrentado a sus monstruosos perseguidores. Samantha bajó del vehículo con los brazos en alto y comenzó a llamar a los centinelas de la nación alertándolos de los zombis que se aproximaban. Los mismos la reconocieron y se pusieron manos a la obra; un par de centinelas fueron directamente al despacho del presidente, un breve momento después, una luz roja ubicada en cada sector de las habitaciones comenzó a girar, sin efectuar ruido alguno, debido a que colocar una alarma auditiva lo único que ocasionaría seria atraer a más caníbales. Todas las personas en la escuela comenzaron a movilizarse, hombres y mujeres subían al segundo piso en busca de armas y munición a la sala de armamentos; las personas más ancianas se juntaban con los niños para refugiarse en las habitaciones. Un grupo de centinelas comenzó a disparar a la horda desde sus torres con fusiles de francotirador en un intento de reducir la imponente masa que avanzaba sin piedad, pero la amenaza mayor se acercaba a toda velocidad en forma de tres metros de grandes y potentes músculos perfectamente proporcionados a su putrefacto cuerpo. El portón de la primera entrada de la escuela se deslizó hacia un lado abriéndose por completo, luego repitieron el proceso con la estructura de las rejas que cumplía su función de segunda entrada; un vasto grupo de personas, hombres y mujeres equipados con protectores y distintas armas salieron del portón y se dirigieron en fila a cubrir todo el sector de la calle, arremetiendo y disparando contra aquella mole. Los disparos lograron que se detuviera de momento, pero las balas apenas causaban un daño en la criatura quien continuó avanzando. Mientras tanto Zeta y Renzo se encontraban observando desde dentro del vehículo toda la movilización que ocurría en la calle. —Vamos a ayudar —dijo Zeta posando su mano sobre la manija de la puerta, pero antes de poder abrirla Rex lo interrumpió con una pregunta tajante y una mirada impregnada de frialdad. —Si ella no contestaba como tú querías… ¿Ibas a matarla? Zeta denotó la preocupación en las palabras de Rex. —¿Eso te preocupa?
—Me preocupa saber con quién estoy compartiendo el vehículo ahora —dijo el mecánico con la mirada clavada al frente. —Bien. Lamento haberte asustado, pero tenía que estar seguro… —Solo piensas en tú seguridad, ¿qué hay de la de los demás? —esta vez Renzo si miró a Zeta. —Si te preocupa saber si soy un asesino o no, puedes estar tranquilo… —concluyó Zeta abriendo la puerta del vehículo—, aunque hubiese querido matarla, o aunque hubiese querido matarte a ti… no lo hubiera podido hacer. La puerta del vehículo se cerró de forma abrupta. Renzo no había comprendido la última frase, ¿a qué se refería con que no hubiese podido matarlo? Por alguna razón, la misteriosa y reservada actitud de Zeta lo llenaba de una incertidumbre que no le permitía cerrar una opinión solida sobre él. En algunos casos parecía una persona de fiar, amable y comprometido, tal como fue cuando se prestó de forma voluntaria para ayudar a su problema con los rituales. Pero al momento de explorar algo sobre él mismo, se reservaba y tomaba una distancia que resultaba extrañamente sospechosa e incluso aterradora. Renzo ansiaba respuestas para sacar una hipótesis sobre su nuevo compañero de viajes, pero de momento no podía hacer más que esperar. Renzo bajó del vehículo y volvió a reunirse con Zeta, en ese momento Samantha se acercó a ambos y les ofreció una carabina veintidós, la cual Rex aceptó ya que era el único sin armamento. El mecánico hizo ademan de disparar una vez, pero bajó el arma y repitió la operación unas cuatro veces hasta que su aparato psíquico le permitió empezar a disparar. Maldijo en voz baja cada vez que bajó el arma. Sam lo miró con confusión pero no le dio mucha importancia, comenzó a disparar al gigantesco zombi, pero este simplemente recibía los disparos sin inmutarse, como si las balas fueran gotas de agua, solo que estas eran de plomo y rebotaban de su coraza de músculos hacia múltiples direcciones. —Esto no avanza—dijo Zeta dejando de disparar para ahorrar su munición—. Ese mal nacido debería haber muerto con un disparo de un rifle de largo alcance, ¿A qué mierda le disparan tus centinelas? Samantha dio un vistazo rápido a los centinelas y luego trató de seguir la línea de los disparos con la vista; notó que el chico tenía razón, no disparaban a la mole, disparaban a los demás zombis de atrás. —Déjalo, yo lo arreglo—dijo Sam y se dirigió hacia la puerta, tratando de estar lo más cerca posible de una centinela que se ubicaba en una de las torres—. ¡Anna! ¿Me escuchas? ¡Dispara al más grande, por favor! La centinela despego su ojo de la mira de su rifle. Anna presentaba un color piel moreno con una estatura bastante pequeña para lo que aparentaba su edad; al darse cuenta del llamado, miró de reojo a Sam y le profirió un sutil guiño sin cambiar en ningún momento la fría expresión de su rostro. Sacudió su cabello negro apartándolo de sus oscuros ojos y apuntó directamente al zombi gigante. Anna tenía en sus manos un potente fusil de francotirador retráctil, la culata podía adaptarse para usarse a larga distancia, como también a distancia media; y el caballete tiene la particularidad de poder resguardarse, para ser usado también como fusil de mano. Una reliquia de última generación armamentística. La centinela tardó dos segundos exactos en preparar el disparo y efectuarlo con éxito; la bala surcó el aire y se dirigió en medio de la frente del zombi gigante, quien dio tres pasos antes de caer como una bolsa sin vida a una distancia muy cerca del grupo de personas que estaba formado disparando. Anna levantó el dedo pulgar a su compañera en señal de éxito, Sam se lo devolvió gustosa y sorprendida de sus habilidades y su fina puntería.
—¡Samantha!, ¿qué pasó, de dónde salieron todos estos bichos? — preguntó una voz familiar para la chica. —¡Franco, que placer verte! No tienes idea por todo lo que pasé. Hubo un problema en la misión, la cosa se salió de control, Matías y Noelia están atrapados en un edificio y… — la chica hizo una pausa agachando su cabeza—. Fernando y Urso… No pude salvarlos. —Mierda… —Franco se lamentó internamente la muerte de sus compañeros—. Bueno, intenta tranquilizarte, exceptuando las bajas el resto tiene solución. No te atormentes, lo principal ahora es encargarnos de estos bichos, al menos el más grande ya cayó —dijo Franco alzando su mirada para visualizar la horda que se aproximaba por la calle—. Pero al parecer los nuestros lo tienen bajo control, no me va a hacer falta usar esto —señaló una granada enganchada a su cinturón—, pensaba usarlo con el bicho gigantón. —Gracias, tienes razón— agradeció Sam con una sonrisa—. ¿Te dejaron quedarte con una? —Tengo más en mi posesión. El presidente me las obsequió como recompensa. Parece que confía en mí. No pienso defraudarlo. —Interesante… ¿ves eso? —murmuró Zeta por lo bajo y de brazos cruzados mirando desde lejos a Sam y a su reciente compañero. —¿Qué cosa? —preguntó Rex dejando de disparar y siguiendo la vista de su compañero—. Ah, ya veo, tienes competencia. —No eso no, mira con atención a ese sujeto. Corte americano, botas militares y lleva consigo una granada. Me la juego que este tipo estuvo en la Nación Militar. —¿Te gusta sacar conclusiones de las personas pero no que saquen conclusiones de ti? —¿A qué viene eso? —Nada —Renzo cambió el tema—. ¿Dices que perteneció a la Nación Oliva? —Oliva… ¿Así se le dice? —Si, en realidad es una jerga. Primero fue llamado Nación militar, pero con la llegada de las demás naciones se comenzó a llamarla Oliva. Todo el mundo sabe eso. —No tenía idea. Entonces, ¿la Nación Oliva fue la primera en asentarse?— preguntó Zeta con interés. —Exacto, aunque era de esperar. Los militares siempre tuvieron más recursos que cualquiera, contando desde armas, hasta vehículos de todo tipo. Es la nación más poderosa —respondió Rex con seriedad—. Pero solo aceptan a militares, y en su defecto, familiares de militares. De civiles nada, bueno, quizás alguna que otra excepción. Por eso mismo vengo a la Nación Escarlata; creada por supervivientes, para supervivientes. Sin distinciones de ninguna clase. Zeta se sorprendió de los vastos conocimientos de su compañero sobre las naciones y se sintió ligeramente en desventaja de no saber algo que cualquier otra persona si sabría, dado que él solo había escuchado de la Nación Escarlata por puro azar. Apretó su labio. De no haber sido por eso que ocurrió hace tiempo, seguramente sabría más cosas. —¡Esa horda es interminable! —se quejó Rex mientras disparaba. Zeta fijó su atención hacia la concentración de muertos que tenía delante. Era evidente que la intervención de la Nación Escarlata había sido crucial para contener a todas las criaturas, pero su preocupación radicaba en aquellos seres diferentes a los demás. Los llamados peculiares. Pudo notar a unos cuantos Parca intentando bordear la muchedumbre de zombis para atacar desde los flancos laterales en un intento de escurrirse para penetrar la defensiva de la nación, pero eran barridos eficazmente por los centinelas ubicados en las torres. Zeta se percató de que cada uno cumplía una función específica en ese grupo, los que se encontraban en la primera línea de tiro se encargaban de
reducir la gran masa de deambuladores; mientras que un número reducido de soldados ubicados en las torres se encargaban de contener a los zombis peculiares. Una organización que se estaba llevando a cabo a la perfección. Todo parecía controlado de momento. El problema mayor ya había sido solventado y el monstruoso Zombi grandote había caído, pero había algo que a Zeta no terminaba de cuadrarle. Algo faltaba en este escenario. —Hay algo raro aquí, ¿no te parece?— preguntó Zeta seriamente sin quitar su mirada del grandote. —¿A qué te refieres? —Corrígeme si me equivoco, ¿no eran dos los grandotes que nos perseguían? Rex cambió su mirada hacia Zeta con una expresión de terror que reafirmando que tenía razón. —¡Es verdad!, ¿dónde se metió el otro? —preguntó Rex observando más allá de la horda, pero sin lograr saciar su duda—, ¿se habrá marchado? —Lo dudo, las actitudes de los zombis peculiares no son tan predecibles como la de los deambuladores. Inmediatamente Zeta sintió un frio correr por su cuello y un súbito miedo se intensificó en su interior. No quería hacerlo pero sintió la necesidad de cerciorarse; observó hacia atrás a la calle opuesta de donde se encontraba la horda. Su rostro se congeló de terror al ver a la aquella bestia de tres metros dirigiéndose directamente hacia ellos desde la retaguardia. —¿Qué carajo? ¡El maldito nos flanqueo! ¡¿Cómo mierda un puto zombi puede hacer eso?! — expresó Zeta con rabia. Zeta quedo atónito a lo que sus ojos le mostraban. Aquel zombi había elaborado una estrategia, ¿o había tenido demasiada suerte? No, descartó eso. Definitivamente había tenido una acción premeditada, tal como antes, al arrojar zombis como proyectiles. Zeta no podía concebir que un ser como ese pudiese superarlo en materia intelectual. Se supone que estas criaturas están muertas y no deberían pensar. Zeta hervía en rabia y ahora mismo se había tomado la situación muy personal. Tenía que acabar con esa mole de músculos putrefactos. Tan rápido como un foco al encenderse, una fugaz idea pasó por su mente. —No vas a superarme, bestia de porquería —dijo Zeta con rencor a su vez que se apropiaba del cuchillo que llevaba Rex—. Voy a necesitar esto. —¡Espera! ¿Qué piensas hacer? Zeta se frenó para dirigir sus últimas palabras al joven mecánico. —Ese monstruo quiere quebrar la defensa atacando por detrás —explicó señalando con su brazo a la mole—. Si logra hacerlo, la horda tendrá vía libre para pasar y todo habrá terminado. —Pero… —¡Yo me encargo de él! —subrayó el joven de ojos café con una mirada penetrante, para luego marcharse. Se dirigió veloz hacia Sam y su acompañante. Tomó la granada sin que se diera cuenta y corrió rumbo al vehículo, —¡Lo voy a necesitar! —Eh, ¿pero qué mierda…quién es ese tipo? —expresó Franco furioso por el arrebato. —¿Qué va a hacer? —inquirió la muchacha ignorando las palabras de Franco. El vehículo salió circulando hacia atrás, Zeta clavó el freno de mano y giró completamente el volante hacia un lado. El auto viró con rapidez, ejecutó primera marcha y piso el acelerador a fondo dirigiéndose directo al monstruo de tres metros. Zeta fue aumentando la velocidad rebasando los cien kilómetros por hora en poco tiempo. Luego con una mano se colocó el cinturón de seguridad, soltó
el volante y cruzó los brazos a modo de protección. Suspiró. —Ojalá los airbag funcionen bien. El zombi, al ver la carrocería de chapa y ruedas dirigiéndose a toda velocidad hacia él frenó su carrera en seco y expandió sus brazos para recibir el impacto de lleno… y así fue. El auto chocó frontalmente contra la bestia; la carrocería se alzó en su parte trasera, el capó del auto se plegó hasta la mitad como cual acordeón, los vidrios se resquebrajaron y las bolsas de aire saltaron protegiendo al joven de un golpe feroz al volante. El zombi recorrió un par de metros hacia atrás con el auto aferrado a sus abominables brazos; enfureció y bramó un feroz gruñido. Sin soltar el vehículo comenzó a alzarlo con ambas manos, demostrando una fuerza sobrehumana. Sam al presenciar el suceso advirtió a Anna para ayudar al desquiciado joven en su acto suicida. La centinela intentó apuntar con su rifle a la bestia, pero el vehículo se interponía en su visión imposibilitando un disparo certero. La muchacha se limitó a responder con una negativa de cabeza. Samantha volvió la vista hacia el vehículo, el zombi cada vez ejercía más fuerza sobre los laterales del auto, presionando y achicharrando la estructura, intentando aplastar en su interior al joven. Si no hacía algo rápido, en cuestión de segundos el muchacho seria parte de una esfera de metales y chapas. —Yo lo haré —dijo Franco, apuntando con su ametralladora a la bestia. —¡No dispares! —ordenó Rex interponiéndose en la línea de fuego de Franco—. Podrías lastimarlo o incluso matarlo. Él hizo esto para que nos enfoquemos en los zombis de la otra calle — el mecánico apuntó en dirección a la esquina donde todavía se conglomeraban centenares de monstruos—. Él se encargará del grandote. —¿Cómo lo sabes? —preguntó Sam con una notoria preocupación. —Realmente, no lo sé… —Eso inspira muchísima confianza, gracias —respondió Franco con sarcasmo. —Dijo que tenía un plan para encargarse de esa bestia… —Se va a morir… —Yo lo vi en acción… siempre logra salir bien parado. Tiene métodos arriesgados, pero si algo puedo decirte es que es muy efectivo. De momento, sigámosle el juego y destrocemos a todos los zombis que faltan. En ese momento un zombi parca se separó del montón y avanzó zigzagueando y evadiendo la multitud de disparos. Luego dio un gran salto ascendiendo sobre el suelo, pero en el aire fue alcanzado por un proyectil de Anna y cayó a toda velocidad sobrepasando la fila de soldados y deteniéndose muy cerca de Franco. —A esto me refería —explicó Rex mirando el cadáver—, no podemos descuidarnos ni un segundo, tenemos que cubrir esta posición. —Bien, espero que tu amigo sepa lo que está haciendo —aceptó Franco—. Al menos nos servirá de distracción hasta que terminemos con estos malditos bichos—. Concluyó y comenzó a disparar a la masa de muertos. Rex y Sam voltearon a ver por un momento a la mole que seguía en el intento de aplastar el vehículo con sus brazos. Zeta, quien seguía dentro, utilizó el cuchillo de Rex para cortar la bolsa de aire del airbag y poder tener más libertad de movimiento. El auto se inclinó aún más hacia arriba. El monstruo no pensaba dejar escapar al joven. —¡Hola copia barata y muy fea de Hulk!, vamos a jugar un poco —dijo Zeta en tono irónico mientras desenfundaba su arma y disparaba contra el parabrisas del vehículo trazando un círculo con cada hueco de las balas.
Seguido de eso, desabrochó su cinturón y se aferró al respaldo del asiento con un brazo para que la gravedad no lo estampillara al parabrisas; lo siguiente que hizo fue patear el vidrio en la zona del círculo, intentando desencajarlo por completo del auto. —Carajo, nunca es tan fácil como en las películas —se quejó. El auto emitió un crujido metálico indicándole que le quedaba poco tiempo para permanecer ahí y se elevó incluso más; volvió a intentar con las patadas, esta vez con ambas piernas y sujeto a los dos asientos con sus brazos para no caerse. Luego de varios intentos la estructura se zafó, el vidrio cedió y cayó a la cara del monstruo quien emitió un quejido furioso y presionó con más fuerza el vehículo reduciéndolo cada vez más. —Vamos grandote, necesito que cooperes —anunció el muchacho mientras ascendía trepando dentro del vehículo, buscando una posición más cómoda en el asiento trasero—. Necesito que abras tu boca, vamos no seas tímido. A ver esos podridos y desalineados dientes. El gigante, como si de contradecirlo se tratase, no hacía caso a los pedidos del joven, entreteniéndose con aplanar más el auto. Zeta suspiró y procedió a desenfundar su arma nuevamente y darle un disparo, que concluyó en el ojo de la bestial mole. Eso lo enfureció y bramó un sonoro y profundo grito ronco. —Que predecible… —dijo el joven satisfecho con una sonrisa. De su bolsillo sacó la granada y trató de quitar el seguro con su boca, pero solo logró ocasionarse un severo dolor de muelas. —¡Carajo!, nunca es tan fácil como en las películas —se quejó otra vez. Procedió a quitar el seguro con su mano libre. Estiró su brazo y dejó caer el explosivo dentro de la boca del furioso monstruo. La granada descendió hasta ingresar en la mandíbula del monstruo hasta atorarse en su garganta. Grandote emitió un quejido de lo más perturbador mientras soltaba el vehículo dejándolo caer a sus pies. Zeta rebotó dentro del asiento trasero durante el impacto, pero se movilizó con rapidez para abrir la puerta y salir a rastras de ahí. Su adolorido cuerpo se esforzó por llegar hasta la parte trasera del auto para poder resguardarse. Mientras tanto grandote continuaba con su molesto coro de sonidos guturales, llevándose sus demoledoras manos a la garganta, haciendo lo posible por deshacerse de la granada. Pero justo en ese instante, su cabeza estalló de repente, saltando hacia el cielo. Un sonido explosivo retumbó por el lugar, dejándose escuchar por algunos de los que disparaban. Muchos se vieron obligados a girarse de la curiosidad y más de uno abrió involuntariamente su mandíbula al apreciar a grandote sin su cabeza. Sam observó atónita toda la escena, pero Franco ordenó rápidamente a todo el mundo que siguiera disparando; de todas formas ya no faltaban muchos zombis para terminar la tarea. Los centinelas prosiguieron con su trabajo encargándose de los últimos que quedaban, mientras el resto de la gente curiosa se acumulaba en la puerta para esperar al misterioso sujeto que había destruido un zombi peculiar gigante por sí solo. Zeta se tomó un tiempo para volver al auto y retirar dos grandes bolsos que previamente había llenado de ropa y cosas útiles. Caminó a paso lento hasta todos, un enorme semicírculo de personas se agruparon para recibirlo, pero no de la manera que esperaba. La mayoría susurraba cosas al oído de otras personas que tenían a su lado. —¿Quién es él? —No lo conozco. —Esa ropa oscura… ¿será uno de esos criminales?
Otras miraban al muchacho con recelo, aferrados con temor a sus armas. —Él trajo a todos estos zombis a nosotros¡ ,debe ser uno de ellos! —¿Qué trae ahí? —Hay que matarlo… El ambiente era tenso y todos se encontraban muy nerviosos y asustados por el reciente conflicto. Uno de los hombres que se encontraba en el semicírculo se acercó a Zeta a paso decidido. Era bastante alto, las definidas arrugas en sus ojos y su rostro daba una impresión de tener unos cuarenta años o quizás más; su corta cabellera estaba perfectamente peinada hacia un lado con una barba de dos días; e iba vestido muy formal, con un pantalón de vestir crema y una camisa salmón que ocultaba bajo un saco negro. El hombre miró a Rex de reojo y zarandeó la cabeza para que se agrupara con su compañero, el joven obedeció sin chistar. Ambos ahora tenían las miradas de todos los presentes clavados en ellos, unas miradas distantes llenas de inseguridad, temor y furia. —¿Que llevas ahí? —dijo el hombre. Zeta arrojó los bolsos al frente. —Es ropa. —¿Ropa? —Es un presente… pequeño, pero creí que no vendría mal —se justificó el joven. Uno de los soldados se acercó a inspeccionar los bolsos, luego de una rápida revisión afirmó con la cabeza. —Es pura ropa… no hay amenazas. —Vienes con un montón de ropa y un montón de monstruos a mi puerta… esto parece un chiste —comentó el hombre emitiendo una mueca—. Al menos preséntense como es debido, quiero saber los nombres de quienes trajeron esta desgracia a mi nación. —¿Desgracia? —comenzó a decir el joven de camisa negra—. Yo no veo a ninguna persona herida salvo mi compañero y yo, y a esa chica que decidimos salvar de camino aquí —señaló a Samantha—. Además una buena práctica de tiro no viene nada mal. —¿Qué te pasa? —lo codeó Rex—. Háblales con más respeto. —Perdón, pero mi respeto se me debe haber caído cuando intentaba volarle la cabeza a aquel zombi gigante de allá. —Yo comenzaré por presentarme primero —dijo Rex ignorando a Zeta—. Me llamo Renzo Xiobani, pido disculpas por la actitud de mi compañero. —Está bien, ¿y tú cómo te llamas? —preguntó el hombre con seriedad. —Yo… bueno, como decirlo —comenzó a hablar en voz muy baja, pero se interrumpió y bajó la vista. —Yo le explicaré —intervino Renzo—. Él perdió… —No Rex, está bien, lo tengo que hacer yo… —dijo alzando la mirada hacia el hombre de traje—. Yo no tengo nombre, lo olvidé —sus palabras denotaban un profundo pesar. Zeta no necesitaba ver a nadie para saber que todos los presentes habían abierto sus ojos como esferas al terminar la frase, un murmullo constante se formó inmediatamente, intentó contener sus deseos de irritarse y continuó hablando lo más serenamente posible. —Tengo amnesia, es un problema que intento solventar, así que no tengo nombre —explicó apresurado—. Pero por ahora pueden llamarme… Zeta. —¿Zeta? —preguntó el hombre de traje frunciendo ceño. —Es un apodo, es una historia larga. Tiene que ver con esta cicatriz —comentó enseñando su
brazo izquierdo. —No me digas, ¿El Zorro te atacó? —intervino Franco burlándose con seriedad, sin realizar una sola mueca. Zeta lo fulminó con la mirada y se acercó un paso al sujeto. —No me olvidé de ti. Tú fuiste quien me noqueó en la ruta cuando robaron mí vehículo — enfatizó en la palabra mí, para que todos escucharan. —Y lo volvería a hacer, no me provoques —respondió Franco con frialdad avanzando con seguridad. —Parece que se conocen —intervino el hombre de traje con autoridad—. Luego me cuentas la historia, Brandon —el hombre se acercó a Zeta y a Rex—. Yo soy Máximo y soy el presidente de la Nación Escarlata. —Es un placer—contestó Renzo con suma cortesía—. Sepa usted que nuestra intención no era, para nada, atraer a los zombis hacia aquí. Solo estábamos escapando cuando nos topamos con Sam… Automáticamente todas las miradas, incluida la del presidente, se posaron sobre la muchacha de destellantes ojos verdes. —A la cual salvamos de un grupo de zombis que la perseguían... —intervino Zeta con rapidez, observando a la chica con complicidad. —Sí, en realidad… —Samantha no supo porque, pero decidió seguirle el juego al muchacho—, ellos me salvaron de un monstruo velocista. Luego yo fui quien los guio hasta aquí. En mi recae la responsabilidad por atraer a toda la horda. Zeta y Rex cruzaron miradas de alivio. —Pero eso no es todo… —continuó la muchacha apenada—. Mi grupo sufrió dos bajas, Fernando y Urso no lograron sobrevivir, y Matías está atrapado con Noelia quien se encuentra gravemente herida. Yo apenas pude regresar sola, ¡tenemos que ir rápido! —¿Dónde se encuentran ahora?, ¿ella está infectada? —cuestionó el presidente adoptando una actitud seria. —No es lejos, solo unos minutos a pie. Pero están rodeado de monstruos… no está infectada, eso creo, solo recibió una cortadura de gravedad. —Yo iré… —se ofreció Franco avanzando un paso—. Tengo mi equipo listo, puedo ir ahora mismo. Llevaré conmigo a los mejores centinelas. —Yo también quiero ir —se anticipó la muchacha de ojos verdes, aunque su aspecto y estado no era el mejor para llevar a cabo el rescate y Máximo lo sabía. —Prefiero que te quedes… —¡Debo ir! Además solo yo sé dónde se esconden, los guiaré más rápido. Máximo suspiró, pero debió de aceptar, después de todo su argumento era válido. Asintió. —Irás con Franco y Anna, ustedes ya se conocen y forman un buen equipo. No habrá problemas para controlar a estos dos. —¿Cómo? —Inquirió Sam—. ¿Controlar a quién? El presidente volteó y apuntó con la mirada a los dos nuevos jóvenes que habían llegado. —Ellos los acompañarán. —¿Ellos? —Franco se notó irritado ante la noticia. —¿Nosotros? —Rex pareció tan sorprendido como disgustado—. Pero acabamos de llegar, apenas tenemos energía y él ni siquiera puede parase firme. —¿Qué dices? —se defendió Zeta, irguiéndose por un breve momento, para luego volver a encorvarse. El dolor en su hombro y en su cuerpo le dificultaba de sobremanera el mantenerse de pie.
—Necesito que demuestren su valía si van a ser parte de nosotros. El trabajo será sencillo si van con dos centinelas capacitados como Franco y Anna, y la más veloz exploradora de la nación, Samantha. Ustedes los ayudarán en todo lo que ellos necesiten. Por otro lado —Máximo se dirigió a Sam—. Primero irás a la enfermería y verás al Doctor Peláez, llévate al chico de negro contigo. Nos reuniremos en quince minutos en las puertas de la nación. Samantha asintió de forma mecánica. —¿Va a aceptarlos después de que casi provoca que nos maten a todos? —Franco se encontraba reacio a colaborar con los recién ingresados. —Sí, todos merecen una oportunidad. Después de todo ellos salvaron a Samantha, y les agradezco eso —explicó el presidente—. Pero si quieren pertenecer a esta nación deberán demostrarme que son de confianza. Zeta observó a todos los presentes en una vistazo panorámico, luego dejo la mirada clavada en Franco; ese tipo no le daba buenas vibras, pero debía de hacer equipo con él para ganar la confianza de todos. Desvió la mirada, ahora apuntando al presidente, y contestó con firmeza acompañado de una sonrisa confianzuda. —Por mí no hay problema, salvemos a sus amigos. —Perfecto. Preparen sus cosas y denle armas a ambos —ordenó el presidente a viva voz, para luego dirigirse a Zeta y a Rex—. Y ustedes dos… considérense momentáneamente bienvenidos a la Nación Escarlata.
Capítulo 7: Explosivos
“El heroico no puede ser común, ni el común heroico”. RALPH WALDO EMERSON.
El presidente atravesaba el patio principal de los interiores del refugio, el cual estilaban llamar: Nación Escarlata, cuando Franco Brandon se acercó a él desde atrás caminando de manera apresurada para igualar su marcha. —Señor presidente… —¿Qué ocurre Brandon? —Máximo continuó su recorrido. —¿De verdad considera prudente llevar a estos desconocidos a este trabajo? —Sí, es necesario que todos prueben su lealtad. Tú lo hiciste en su momento, en tu corto periodo aquí has completado más de veinte trabajos. Así como tú, ellos también podrían ser útiles. Solo hay que darles la oportunidad. Ese es nuestro ideal como nueva nación. El presidente se adentró a través de un largo pasadizo con una puerta en arco que lo direccionó hacia otro sector de la nación. El lugar presentaba otro patio no muy amplio de piso de concreto. Máximo se acercó a un edificio de dos plantas a su izquierda e ingresó. Franco hizo lo mismo mientras reanudaba la conversación. —Usted sabe que agradezco su gentileza, pero hay algo en estas personas que no termina de cerrarme. El presidente rodeó el escritorio y se dejó caer en una cómoda silla, la cual rechinó un poco y se giró levemente por la inercia. Franco se quedó de pie frente a él. Los decorativos abundaban a su alrededor, el presidente había confeccionado su despacho a su fiel gusto; una enorme biblioteca con una colección inmensa de libros de distintos tamaños y colores cubría la totalidad de los muros, escondiendo una escalera que ascendía por la parte trasera del despacho hacia la segunda planta; cuadros de enormes y pesados marcos adornaban los espacios vacíos entre las paredes y un variado de macetas con coloridas plantas se hallaban dispersas en cada rincón del lugar; la luz del día se resbalaba de forma tenue a través de unas gruesas cortinas anaranjadas que cubrían las ventanas, brindando un ambiente de tranquilidad y calidez únicos, pocas veces visto en este nuevo mundo. —No lo comprendo Brandon, ¿qué te molesta tanto de ellos? —No creo una palabra de lo que dicen, ¿amnesia? Podría haberse inventado algo mejor, ¿y viste la ropa que llevaba ese sujeto? Es claro que proviene de la Nación Oscura. Un tipo así es un peligro para nuestro refugio. Máximo abrió una cajonera de un amplio escritorio de roble rectangular y sacó un paquete de cigarrillos; procedió a ofrecer uno a Franco pero este lo rechazó con una negativa de su cabeza. Seguidamente lo prendió y le dio sorbo largo que exhaló posteriormente en forma de grandes aros de humo. —Un nombre se puede inventar con mucha facilidad. Cualquier tonto puede esconder su identidad, pero llegar tan lejos para inventar una enfermedad como esa… o tienes que ser un chiflado, o decir la verdad. De momento yo me inclino por la segunda opción. —Está bien, puede que tenga razón, ¿pero entiendes el riesgo que corremos al aceptar a alguien de la Nación Oscura? Esos tipos no se andan con juegos y ya viste como venció él solo a un bicho
gigante. Eso no fue normal, ¿quién llegaría tan lejos como para arriesgarse así? El presidente volvió a exhalar humo de su boca, pero esta vez no salieron como aros, sino que lo hicieron de forma irregular. —No estamos seguros de donde proviene ese muchacho, no juzgues a un libro por su portada, me parece que deberías saberlo mejor que nadie. Yo les di a ti y a tu grupo acceso a la nación en horas nocturnas, aun cuando no debería haberlo hecho, dado la extrema prohibición de abrir las puertas de noche. Odiaría que un peculiar nocturno ingresara… —Lo sé, y también te estoy agradecido por eso. Solo te digo que le pongas un ojo encima a esos dos, en especial al innombrable —dijo Franco en tono despectivo finalmente tomando asiento en una silla de madera inusualmente cómoda. —Lo haré, pero por ahora, serás tú quien lo vigile en este trabajo. Confío en tu buen juicio Brandon —el hombre volcó una gran hilera de ceniza acumulada de su cigarrillo en un cenicero de vidrio transparente de color rojizo, muy agradable a la vista—. Pero ahora quiero que me digas algo, ¿ustedes ya se conocían? —En efecto, sí. Pero solo al que no tiene nombre, al sujeto alto no lo vi jamás. —Entiendo, continúa. —Nuestro grupo se cruzó con él en la ruta de camino aquí hace unos días. La primera impresión que dio fue hostil; amenazó a punta de pistola a Samantha, quien no llevaba ningún tipo de armas, alegando que habría un grupo con ella escondido y… —Y tenía razón —interrumpió Máximo exhibiendo sus dientes en una sonrisa y echando su asiento hacia atrás. Franco guardó silencio un momento. —Sí, de todas formas, no nos pareció una conducta apropiada y lo dejamos ahí. Ya lo habíamos decidido, si él no nos resultaba peligroso lo hubiésemos traído con nosotros. —¿Entonces, lo dejaron solo en medio de la nada? —preguntó Max con una notoria sorpresa—. Y según ese tal Zeta dijo, y corrígeme si me equivoco, la casa rodante en la que ustedes vinieron era de él. Franco apretó los dientes con un atisbo de rabia. —Sí, eso es verdad, era de él. Pero de todas formas no lo dejamos varado sin objeto alguno, le dimos una carpa. —¿Y armas? —No, sin armas. El presidente arqueó sus cejas impactado y dejó escapar una leve sonrisa, al parecer la historia lo divertía. —¿Y ese muchacho llegó hasta aquí sin armas, sin vehículo y sin provisiones? —No exactamente, Samantha se sintió culpable por abandonarlo y decidió dejarle unas cuantas provisiones de comida por el camino. También el vehículo que trajeron es el que les dejamos en un pequeño pueblo a unos kilómetros de aquí. Como verás, no lo dejamos completamente solo. —Es impresionante, no lo creería si no fueras tú el que me lo contara. En ese momento la puerta se abrió y entró al despacho una mujer; llevaba una camisa blanca impecable y una falda negra ajustada con franjas horizontales rojas. Tenía un rodete bien armado y un solo flequillo dorado se dejaba caer en su frente. En su mano traía una carpeta con unos cuantos papeles, que dejó caer en el escritorio de Máximo. —Patricia —saludó el presidente con cordialidad. —Lamento interrumpirlo presidente, vengo a informarle que el médico me dio un inventario de
sus existencias, y nos estamos quedando sin medicamentos básicos, habrá que emplear una misión de búsqueda al hospital general, y ya sabes la fama que tienen los hospitales. —La gente los odia, lo sé —acotó Máximo revisando en un vistazo rápido los papeles—. ¿Algo más? —Sí, aquí está la planilla actualizada de cada integrante de la nación, con sus respectivas firmas — dijo la mujer mientras separaba la planilla del resto de las hojas, para que Máximo pudiera verla—. Samantha me comunicó del reciente fallecimiento de Fernando y de Urso, por lo que tenemos que planificar un funeral para sus familiares y allegados. Sumando las bajas obtenidas este mes ya serían nueve personas fallecidas. Es el doble del primer mes… —Entiendo, busca a alguien que se encargue de los preparativos y te ayude con eso. Será un duro funeral para todos —la mirada de Máximo encontró en Franco unos ojos desviados al suelo e impregnados de rencor por la muerte de uno de sus leales compañeros de equipo—. Urso era un gran hombre. —Lo era… Se produjo un silencio sepulcral. —¿Qué más? —inquirió el presidente. —También me encargué de agregar a esos dos miembros nuevos, tomé sus datos principales, Sam me dijo que tenías un trabajo para ellos así que no los entreviste todavía. —Está bien, ¿Qué tienes? —Sus nombres de pila y la firma de cada uno. Cuando vuelvan completo lo que resta —Patricia sopló el mechón de su cabello hacia arriba—. Aunque debo admitir que la firma del último me dejó un poco extrañada. Máximo pasó al reverso de la hoja y buscó el último en la lista. Un esbozo de sonrisa se dibujó en su cara al presenciar la firma del último integrante; era una simple Z. —Gracias, Patricia. *** —Tengo que decirlo, esto es impresionante —exclamó Zeta mientras recorría una sala de espacio reducido, impregnada de góndolas dónde cada una de ellas presentaban hileras de distintas armas y objetos que iban desde rifles, pistolas, cuchillos de guerra y cacería, cascos, chalecos anti balas, mochilas de viaje y un sinfín de existencias que resultaban increíblemente útiles, tanto para la supervivencia en la intemperie, como para iniciar una guerra—. ¿Cuánto tiempo les tomó conseguir todo esto? Zeta, Samantha y Renzo se encontraban en lo que se conocía como la sala de armas de la nación. Ubicada en el segundo piso de uno de los edificios, se trataba de una pequeña sala con una muy mala iluminación, asegurada desde afuera con unos barrotes de hierro similares a los que se apreciaban en el portón principal de la nación. En este momento era custodiado por un escuálido guardia de turno que portaba un chaleco más grande del que su cuerpo soportaba y un casco que tenía la tendencia a inclinarse hacia un lado de su cabeza. El pequeño hombrecito no quitaba la mirada de los dos nuevos miembros mientras recorrían los estrechados pasillos de la sala, degustando con sus ojos cada arma. —La verdad es que no lo conseguimos nosotros —respondió Samantha con tranquilidad—. Todo es provisto directamente desde la Nación Escarlata del norte, nosotros apenas pudimos recabar unas cuantas armas más, lo que más se necesita en este lugar son provisiones alimenticias y medicinales. Zeta y Rex cruzaron miradas dubitativas. —Disculpa mi ignorancia, ¿hay otra Nación Escarlata? —preguntó Rex con intriga.
—Sí. Existen dos naciones, esta podría decirse que es la más pequeña ya que se abrió hace poco más de un mes, con la intención de abarcar más terreno en las distintas ciudades más importantes de la región. —Entiendo, entonces esta nación es solo una sede de la principal —comentó Rex. —Exactamente —afirmó Samantha con una sonrisa. —¡Ten cuidado con eso! —dijo el guardia mirando con temor al joven de ojos marrones que se encontraba jugando con una espada japonesa, también denominada como Katana. —Solo estoy mirándola, nunca tuve una en mis manos —comentó el joven, mientras blandía la hoja de un lado a otro, el guardia tuvo que retroceder temeroso. —¡No hagas eso! —Increpó el hombrecito furioso, aunque su aspecto daba más risa que miedo. —Bien, de todas formas no me gusta. Es muy pesada e incómoda. El joven depositó la Katana donde la había encontrado y volvió a explorar las demás armas. —Tranquilo Héctor —comentó Sam—, yo los vigilo. Tengo una orden del presidente para que puedan retirar armamento básico. —¿Siempre son tan nerviosos aquí?—preguntó Zeta frotando su cabeza con su mano. —Héctor está de turno por todo el día, es el encargado de todo lo que entra y sale de la armería. Si algo falta, la primera cabeza en rodar será la de él. No lo culpes por ser precavido. Zeta observó a Héctor y le sonrió subiendo su dedo pulgar hacia arriba. —No vuelvo a tocar nada, lo juro. —¿Qué quisiste decir con armamento básico? —inquirió Renzo. —Armamento básico integra lo que son pistolas y armas blancas, como ustedes son nuevos no podemos permitirles usar ametralladoras o fusiles de gran calibre. Solo los Centinelas pueden usar armas así. —¿En dónde entraría la Katana? —preguntó Zeta. Samantha lo meditó un momento. —Es un arma básica, supongo, ¿la quieres? —No, gracias. No es mi estilo, aunque admito que sería genial cortar y rebanar cabezas de muertos con ella, pero es muy grande y tendría que usar ambas manos para llevarla. Me gustaría tener una mano libre para poder usar una pistola, me siento mucho más seguro con armas de fuego. —Opino distinto —comentó la muchacha—. A mí me agradan las armas blancas, son silenciosas y letales por si necesito escabullirme para pasar desapercibida. —Sería fantástico que fabriquen estas espadas más pequeñas, con una Katana en una mano y una pistola en la otra, ¡no hay quien me detenga! —vociferó el joven irguiéndose y emulando una actitud triunfante. Samantha sonrió divertida. —¿Qué arma llevarás entonces? Zeta fijó su mirada en la muchacha, apuntándola con su dedo. —Quiero mi Beretta. Esa que llevas ahí en tu cinturón, con eso me conformo. Samantha se tornó roja al instante, había olvidado por completo que el arma que ella llevaba era la que le había robado, por lo que accedió a dársela y ella tomó otra igual, pero sin los detalles en rojo y dorado que hacían única a esa peculiar arma. —Es una pistola muy linda, ¿de dónde la sacaste? —Es una historia para otro momento. —No te preocupes —comentó Rex, su voz provenía desde detrás de una de las góndolas—. Tiende a hacerse el misterioso todo el tiempo. Te acostumbrarás.
—De acuerdo —dijo Sam mientras rodeaba la góndola para reunirse con el mecánico — ¿Que arma te gustaría llevar? —Te recomiendo un revólver Magnum —se apresuró a responder Zeta, ahora era su voz la que sonaba detrás de la góndola—. Buen calibre y poderosa como ninguna. Luego puedes elegir la que quieras. —¿Por qué un revolver? Estaría en desventaja para recargar, solo lleva seis balas —se quejó Rex cruzándose de brazos. —Por eso llevaras dos. El revólver es únicamente en caso de una emergencia. Si apareciere un grandote, la Magnum lo hará puré sin necesidad de gastar tanta munición, y además gira con más facilidad en tu mano —explicó Zeta mientras le guiñaba el ojo a su compañero desde detrás de la estantería en dónde apenas su cabeza era visible. Inmediatamente a Rex lo tentó la idea de corroborar si lo que decía su compañero era verdad y deseaba girar el revólver en sus manos, pero simplemente lo dejó para otro momento. —Bien, puede que tengas razón. En ese caso llevaré también una automática. La jovencita de ojos esmeralda aceptó y escoltó a ambos hasta el final de la armería, en donde se hallaba un mostrador que se encontraba separado de la sala por una muralla de barrotes. Héctor, el encargado de turno, ingresó por una puerta que había aledaña y se encontró con Samantha frente al mostrador. —Necesito el código de las armas que retirará cada uno —dijo Héctor, mientras abría un cuaderno verde—. ¿Cuántas armas son en total? —Tres pistolas en total. Yo sacaré una Beretta, código de arma: ciento cincuenta y nueve — respondió observando una pequeña inscripción tallada al reverso del arma—. Y también quiero dos cargadores y seis cuchillos más, por favor. —¿Otra vez? Ya es la segunda vez del día que los pides, si sigues perdiendo cuchillos a fin de mes no te quedará ninguno —dijo Héctor con gracia. Evidentemente quería parecer gracioso frente a la bella muchacha. —Lo siento mucho Héctor —dijo la chica apenada—. Trataré de ser más cuidadosa. —No te preocupes Sam, aquí tienes —dijo el hombre pasando a través de una rendija unos cuantos cuchillos de lanzamiento y los dos cargadores que había pedido—. Si se te pierden, yo mismo buscaré más para ti. Zeta y Renzo cruzaron miradas divertidas. —Más competencia para ti —dijo Rex sin emitir ningún sonido con su boca. —No tiene posibilidades —contestó Zeta de la misma manera para que Samantha no pudiera oírlos. —¡Eres muy bueno Héctor! El procedimiento continuó con el resto de las armas y Samantha llevó a los chicos hasta el patio central de la nación. La muchacha observó su reloj con preocupación. —Aguanten un poco chicos… —dijo la joven para sí misma aludiendo al padre Matías y a Noelia —. Faltan apenas unos minutos para partir, todavía hay tiempo de llevarte a la enfermería. —¿A mí? —cuestionó Zeta—. Pero si estoy perfec… ¡Auch! —Parece que no —dijo Renzo, quien solo había usado su dedo índice para tocar el hombro de Zeta. —Estas muy mal —comentó Samantha con preocupación, aunque en ese momento su mirada se desvió y esbozó una enorme sonrisa—. ¡Anna! Anna Ocampo; la habilidosa Centinela de metro y medio de altura recién terminaba de cumplir su turno de guardia en las puertas de la nación. Se agrupó junto con Samantha y los chicos, y saludó a
todos con un movimiento leve de su cabeza. —Anna, ¿estás enterada? El presidente nos nominó para un rescate. Anna meneó su cabeza de arriba abajo. Luego movió sus manos de una manera particular. Zeta y Renzo tardaron apenas un segundo en percatarse de que se trataba del lenguaje de señas utilizado por personas que no pueden hablar. —Sí, Franco también nos acompañará —comentó Samantha, quien comprendía el lenguaje de su compañera con facilidad—. Te presento a Zeta y a Renzo, ellos son nuevos y nos ayudarán en el rescate. —Un gusto —saludó Renzo. —Te recuerdo —sentenció Zeta con una sonrisa—. Tú eras quien me apuntó en la ruta. ¿A que tengo memoria, eh? —Eres el menos indicado para decir eso —se burló Rex. —¡Hey! A pesar de no recordar mi nombre no olvido con facilidad las caras. En fin…—dijo, ahora mirando a la centinela—. Hola Anna, yo soy Zeta y él es mi amigo Renzo, pero le puedes decir Rex, como un dinosaurio —dijo mientras le estrechaba su mano. Anna se sorprendió al reconocer al muchacho y volvió a comunicarse con Samantha con su lenguaje de señas. El rostro de la centinela pareció ensombrecerse por la tristeza. —Te advertí que no debías apostar —comentó Samantha divertida. —¿Qué quieres decir con apostar? —inquirió Zeta extrañado. —Apostamos si vivirías, pero eso no importa ahora —Samantha esquivó el tema y tomó a Zeta de la mano—. Sígueme, tú y yo vamos a la enfermería. Renzo, puedes esperar al presidente aquí con Anna. —Está bien, no hay problema —respondió el joven mecánico. Samantha continuó caminando de espaldas, y antes de darse la vuelta se dirigió a Anna con unas señas que solo la centinela supo interpretar: Quiero esas botas nuevas para después del trabajo. Anna solo sonrió y alzó su dedo pulgar. *** —¿Cómo te sientes ahora? —Supongo que mejor, los calmantes tardan en hacer efecto —respondió Zeta, mientras movía con cuidado su hombro. Ambos salían juntos de la enfermería, ubicada tras dos puertas de madera pintadas de un verde muy brillante, aparentemente la elección de ese color se debía a que era preciso para ubicar la enfermería desde lejos. Ambos se encaminaron de nuevo al patio central. La nación se encontraba dentro de una abandonada universidad con edificios que envolvían toda la manzana, y un extenso patio en su centro que los separaba de los límites exteriores de la ciudad. Zeta no había tenido la oportunidad de conocer la totalidad del refugio en sus interiores, pero lo poco que había visto le resultaba un lugar bastante amplio y capaz de alojar a muchas personas. —Es el último que le quedaba, así que más te vale que te mejores—dijo Sam, quien terminaba de salir de la enfermería. Zeta miró a la muchacha de soslayo, todavía le impactaba su belleza y sus suaves y delicados rasgos faciales, sin mencionar lo hipnótico de mirar directamente a sus brillantes ojos color esmeralda. —¿Te puedo hacer una pregunta? —dijo Zeta hablando con extrema seriedad. —Claro. —Quería saber…
—¡Samantha! —Una voz masculina interrumpió la conversación. Era Franco, quien caminaba hacia el lado opuesto que el dúo — ¡Reúnete lo más rápido que puedas en la puerta! En unos minutos estaré ahí, nos llevaremos una de las camionetas para poder trasladar a Noelia a la nación. Samantha desligó su atención de Zeta por completo y se dirigió a Franco. —¡Bien, nos vemos allá! ¡Muchas gracias, Franco! —Samantha volvió a la realidad tras decir esas palabras y aceleró su marcha hacia las puertas—. Tenemos que irnos rápido, Franco no va a tardar en llegar y tenemos que estar preparados. Espero que Noelia esté bien y que el Padre Matías pueda cuidarla. Ojalá no se topen con los peculiares, o con ningún otro zombi. —Estás muy acelerada, relájate. Vamos a ir por tus amigos y estarán bien —dijo Zeta, intentando contener la carga de ansiedad que comenzaba a aumentar en Samantha—. Si te hace sentir mejor, no hay ningún tipo de monstruo que yo no sepa derrotar. —¿De verdad? —Inquirió la jovencita con sorpresa—. ¿Conoces como derrotar a todos los peculiares? —Bueno… no —sonrió—, pero averiguaré como hacerlo, si eso te hace sentir más segura. Samantha sonrió con un atisbo de tristeza y bajo la mirada al suelo. —Lo siento, me descoloqué por un segundo. Solo no quiero que nadie más muera…—La muchacha se detuvo y se dirigió a Zeta—. Perdón, ¿que ibas a preguntarme antes? —No importa, puede esperar —respondió el joven—. Creo que es esencial que volvamos y nos preparemos para rescatar a tus amigos. Por ahora solo debemos centrarnos en eso, después de todo, —enserió su rostro, infló el pecho y se lo golpeó con el puño cerrado—, tengo que hacer buena letra si quiero quedarme en esta nación. Samantha mostró una delicada sonrisa y durante un breve momento, se dejó llevar por sus pensamientos. —¿Qué pasa? —inquirió Zeta ante la penetrante mirada de la muchacha. —Nada —respondió sin dejar de sonreír—, había resultado que no eras tan mala persona después de todo. Zeta sintió como sus pómulos querían levantarse para iniciar una sonrisa, pero inmediatamente se contuvo. No quería parecer tan interesado como Héctor, pero resultaba casi imposible para él no devolverle una sonrisa a esa hermosa muchacha. —Lo mismo digo. Debí haber confiado en ti aquella vez. —Siempre hay una segunda oportunidad para todos —dijo Sam retomando la marcha—. Cuando volvamos, me harás esa pregunta. —Hecho. *** —Papi, ¿falta mucho para llegar? —Tranquila, nena. Estamos cerca. ¿Lo ves? Ahí mismo hay un cartel con el símbolo de la Nación Escarlata. La dulce niña de cabellos rizados observó con atención la señal de tránsito, luego adoptó un semblante dubitativo. —¿Qué significa ese círculo con ese punto? —Seguramente es el símbolo que adoptaron para que gente ambulante como nosotros, podamos reconocerlos —Contestó el padre con un atisbo de esperanza al saber que se encontraban cerca de su objetivo, luego de una larga caminata y de evadir centenares de peligros—. Pero tengo entendido también que ese símbolo, antes significaba oro.
—¿Oro? —Preguntó la niña con un brillo especial en sus pequeños ojos, su imaginación comenzó a volar por los territorios más inhóspitos de su mente, maquinando fantasías de todo tipo—. ¡Papi! ¿Será una nación de oro? Con casas de oro, ropa de oro, juguetes de oro —Sus ojos se abrieron en par, mientras esbozaba una gran sonrisa—. ¿También habrá zombis de oro? ¡Así ya no me darían miedo! Raúl la miró con sosiego, eran muy pocas las veces que veía sonreír a su pequeña princesa de apenas nueve años. La verdad, es que luego de ese día en que todo cambió, nunca volvió a verla sonreír. Disfrutó ese momento guardándolo en su mente, escuchando y aprobando cada alocada acotación que su dulce hija le relataba. Una lágrima surcó su mejilla, y un extraño y casi olvidado sentimiento se asomó desde lo más profundo de su ser… Felicidad. La emoción de saber que estaba cerca de una nación prestigiosa por su buen trato con los de afuera; le provocaba una sensación que hacía meses no sentía, ahora su vida cambiaria nuevamente, pero esta vez, para bien. Podría darle a su hija la protección y la seguridad de un futuro próspero; aunque sea mínimo, pero indudablemente mejor que el que ya le venía ofreciendo. Y entonces, sonrió. No pudo evitarlo, no quería evitarlo. Y ambos, padre e hija, caminaron de la mano hacia su nuevo destino, hacia su nueva vida. Hasta que de repente, en ese momento, Raúl escuchó un sonido peculiar a sus espaldas, el sonido que produce el motor de un vehículo a toda marcha. Se giró buscando cerciorarse de que sus oídos no le fallaban y su diagnóstico había sido certero, y si lo fue, divisó a lo lejos el color del vehículo, era rojo. Inmediatamente, comenzó a agitar los brazos y pedir ayuda gritando tanto como su garganta podía. —¡Eva tú también grita! —Dijo su padre mientras la alzaba de la cintura para que la niña ganara más altura. Ella también agitó sus pequeños brazos con energía—. Seguramente son de la nación escarlata, nos llevaran a nuestra nueva casa cariño. ¡Vamos, grita! La jovencita accedió a cumplir los deseos de su padre y gritó con fuerza al vehículo que se acercaba a toda velocidad hacia su dirección. —Está funcionando cariño. ¿Qué te dije? Son de la Nación Escarlata, ¡estamos salvados! — exclamó su padre entusiasmado, pero su semblante cambió drásticamente, al ver mejor y más de cerca, a las personas que habían dentro del auto. El vehículo se detuvo a poca distancia de ambos, era un jeep deportivo sin techo y con unos gruesos barrotes color azabache en los laterales; del cual cinco hombres se encontraban dentro, dos en los asientos delanteros y tres en la parte trasera, todos completamente armados. Solo uno bajó del vehículo, llevaba una chaqueta de cuero negra, con las mangas arrancadas; la usaba desprendida, dejando ver sus marcados abdominales y un tatuaje en forma de una calavera de tribales que se dejaba notar en la parte izquierda de su pectoral. Su rostro no inspiraba para nada confianza en el padre de la jovencita; le dio una agria sensación, al ver una cicatriz que surcaba lateralmente el ojo derecho del sujeto, el cual estaba protegido por un parche negro. Utilizaba un corte estilo mohicano corto; rapado en los costados, con una cresta negra en medio, seguramente, para incitar aún más miedo al que se le cruzase. —¡Dios! Mira tu cara, ¿Dónde están mis modales? —Comenzó a hablar el sujeto que había bajado del Jeep—. ¡Lo siento mucho, querido amigo! Muchachos por favor, guarden sus armas, es solo un hombre con su pequeña y bonita hija —El extraño se perfiló un poco para ver mejor a la niña, quien se escondía detrás su padre sujetándolo con fuerza—. No era nuestra intención asustarte, de verdad, lo siento con el corazón. Me presento, mi nombre es Baltazar Montreal, pero para los amigos…—
Hizo una breve pausa—, y en especial para los enemigos, soy Calavera. Raúl, quien seguía desconfiando del misterioso mohicano que se autoproclamaba como Calavera, se limitó a callarse mientras observaba de reojo el arsenal de armas que llevaban consigo estos extraños y pintorescos sujetos, entre las ametralladoras, fusiles y municiones, el que más resaltaba a la vista y a las dudas, era un lanza cohetes. —¡Oh! No, no, no… No nos malinterpretes por favor —El extraño de peinado mohicano notó lo que Raúl observaba—. Solo lo usamos contra los monstruos, nunca lo usaría contra un humano — dijo sonriendo. —¿Qué es lo que quieren? —Preguntó finalmente el padre alzando la voz—. No tengo nada para darles. Apenas vamos con lo justo, no tengo más que unas barras de pan viejo. —Oh, ¿así qué era eso? No amigo, tranquilo. No venimos a robarte ni nada parecido. Solo quiero hacerte un par de preguntas, porque estamos un poco desorientados —Mohicano volvió a sonreír, por alguna razón a Raúl no le agradaba cuando lo hacía. —¿Qué cosa? —Bueno, verás. Estamos buscando una nación en particular, nos queremos unir ahí. Se llama nación escarlata ¿han oído hablar de ella? —¡La nación de oro! —Exclamó la niña enérgicamente, desprendiéndose un poco de su padre y dejándose ver—. Nosotros también la estamos...—Pero fue interrumpida por su padre quien le tapó con rapidez la boca. —¡Je…! Pero que niña tan simpática. Los niños me causan tanta ternura, son tan dulces pero a la vez tan, ¿cómo lo digo?… explosivos. Nunca paran de hablar, ¿eh? —dijo, agachándose un poco para acercarse a Eva, pero inmediatamente su padre la aparto hacia atrás interponiéndose. —Si te digo donde queda, ¿nos dejarás en paz? —Por supuesto. Te prometo que te dejare con tu hija en paz. Palabra de honor. —Hacia aquella dirección, es la siguiente ciudad. Ahora les pido que se vayan y nos dejen continuar. El sujeto volvió a sonreír mostrando sus dientes. —No hay problema, pero antes debo preguntarte una cosa más. Si no te molesta. —¿Ahora qué? —preguntó el padre con rabia, deseando que todo terminara rápido y se marcharan. —Tranquilo, solo te quería preguntar si no has visto por ahí a un sujeto, probablemente vestido de negro, con una cicatriz en su brazo en forma de Z. —¿Qué? —preguntó desorientado—. No, no tengo idea de quién me hablas. —Está bien, lo supuse —dijo con una mueca de resignación—. En ese caso, no te molestaré más —Mohicano hizo lo propio y subió nuevamente al jeep—. ¡Hasta luego niñita! El vehículo rojo se alejó quemando llantas y Raúl volvió a respirar. Había tenido suerte esta vez, o quizás se apresuró demasiado en juzgar a esas personas, no parecieron tan malos después de todos; pero se convenció a sí mismo de que como están las cosas ahora, es muy difícil confiar en alguien extraño con un peinado alocado como ese. Tomó la mano de su hija nuevamente y la miró dedicándole una sonrisa amorosa. Ahora podría continuar su camino a la nación escarlata para comenzar una nueva vida sin amarguras ni temores. —Sigamos cari… —¡¡Papa!! —Gritó Eva interrumpiendo a su padre y señalando hacia delante. Raúl no tuvo tiempo de girar su cabeza para observar, un zumbido ensordecedor los invadió, y todo se volvió blanco, pudo sentir como su cuerpo se quemaba en un segundo, y luego no vio ni
escuchó nada más, nunca más. La explosión destrozó por completo a ambos; una gran bola de fuego, humo y sangre se expandió por todo el lugar, dejando un pequeño cráter en el suelo. —¿Qué les dije? —dijo Calavera con una sonrisa impregnada de maldad, mientras guardaba el lanza cohetes—. Los niños son tan… explosivos. *** La goma de las ruedas rechinó al frenar. Una camioneta blanca todoterreno de cúpula abierta había estacionado en frente de las puertas de la Nación Escarlata. Sin tardar un segundo de más, el portón principal se abrió y seis personas salieron. Zeta, Sam, Rex, Anna y Máximo se reagruparon junto a Franco en el exterior. Detrás del presidente lo acompañaba su fiel asistente Patricia, mientras tanto, todos eran protegidos de las amenazas por los centinelas ubicados en las torres, quienes de vez en cuando efectuaban disparos a los monstruos que se acercaban. —Brandon, ¿alguna novedad? —inspeccionó Máximo. —Todo en orden. La camioneta está en buen estado y acondicionada para transportar a Noelia sin inconvenientes. Tenemos una camilla en la parte de atrás donde irá recostada hasta trasladarla aquí — contestó Franco de forma mecánica. Luego se dirigió hasta la cúpula de la camioneta y extrajo una mochila negra no muy grande—. Y el doctor Peláez nos brindó un kit de primeros auxilios por si tenemos que atender a Noelia dentro del edificio. Así que tenemos todo lo necesario. El presidente asintió, tomó la mochila y se dirigió a Zeta. —¿Fuiste a la enfermería? —Pareces mi mamá —contestó con ironía—. Si fui, gracias por la preocupación. Estoy listo para enfrentarme a cualquier cosa. El trabajo será pan comido. —Está bien, porque tú llevarás el kit médico —dijo arrojándole la mochila—. Tu objetivo será cuidar de Noelia y más te vale que lo hagas bien. Si le pasa algo la responsabilidad recaerá sobre tus hombros. —¿Yo? Ni siquiera sé qué hacer con esto… —Anna te ayudará, aprende de ella —Luego se dirigió a Renzo—. Ambos obedecerán todo lo que Franco, Samantha o Anna les ordenen. Demuestren que quieren pertenecer a esta nación. Ante cualquier actitud sospechosa cualquiera de ellos tres tendrá luz verde para quitar el seguro de su arma, ¿fui lo suficientemente claro? —Yo lo esclareceré por si hubo alguna duda —alegó Franco—. Si alguno se pasa de listo, los mataré. —Está bien, no habrá problemas por nuestra parte —contestó Rex con un tinte de preocupación en su mirada. Zeta solamente asintió con seriedad. No le gustaba la idea de trabajar bajo órdenes de nadie, y sobre todo de ese tal sujeto llamado Franco. —Perfecto —dijo Máximo—. Patricia, ¿olvido algo más? —No. Ya está todo listo, solo una última advertencia —comentó la asistente dirigiéndose a Samantha—. El objetivo original del trabajo puedes suspenderlo, no hace falta que descargues los archivos hoy, yo misma enviaré un grupo de exploradores mañana temprano, solo concéntrense en volver con el Padre Matías y con Noelia a salvo. —¿Están seguros? —La vida siempre fue, es y será la más importante prioridad —expresó Máximo—. Ahora marchen y tengan mucho cuidado. Ante las últimas palabras del presidente el grupo compuesto por dos centinelas, una exploradora y
dos novatos se encaminó hacia su destino. Franco tomó nuevamente posesión del volante y todos subieron al vehículo. El viaje tuvo que desviarse por otro trayecto debido a que la calle principal se encontraba completamente regada de cadáveres de monstruos. —¿Por qué este tipo da tantas vueltas? El edificio se supone que no está tan lejos —preguntó Zeta con impaciencia. Tanto el muchacho, como Anna y Samantha viajaban juntos en la cúpula trasera de la camioneta. —Supongo que debe estar buscando un camino liberado, con el alboroto que hicimos hace un rato todos los zombis de la ciudad nos deben de haber escuchado —respondió Samantha—. Si te fijas bien, él intenta evitar las conglomeraciones de monstruos y buscar un camino con un acceso sencillo. Solo espero que no tardemos demasiado… —Dime algo… —comenzó a decir Franco, quien iba acompañado de Rex en la parte delantera del vehículo—. ¿Conoces bien a ese sujeto?, ¿son amigos? —¿Hablas de Zeta? —Rex se pensó la respuesta por un momento—. No lo conozco tanto, apenas se cómo llamarlo, pero no, la verdad que no sé nada de su vida. Aunque tampoco tuvimos muchas oportunidades para hablar, solo viajamos unos días juntos. Mientras uno manejaba el otro descansaba. Aunque si él hubiese querido me hubiera matado en cualquier momento. —¿Entonces no sabes nada de él? —cuestionó Franco, virando el volante hacia la derecha—. Pues a mí no me cierra. Desde que lo crucé en la ruta lo vi como alguien problemático. —Deberías darle una oportunidad, no es mala persona. —Es eso lo que me preocupa. Yo también he conocido gente que se hace pasar por buenas personas, que son correctos y muy educados al principio, que te ayudan con total confianza, pero cuando te descuidas y bajas la guardia te clavan un puñal por la espalda. A veces, literalmente. —¿Estás diciendo que Zeta esconde algo? —Es lo que quería que tú me respondieras, fuiste tú quien llegó junto a él, pero evidentemente tampoco lo conoces. Si me pongo a pensarlo con detenimiento, tanto tú como yo conocemos exactamente lo mismo de él… nada. Lo cual me intriga porque, lo repito, tú llegaste aquí junto a él. —Sí, pero… —Renzo intentó dar una respuesta pero su mente quedó en blanco sin saber que decir—. Yo… es verdad. No sé nada de él. —Pues ahí lo ves. Eso es lo que me inquieta, ¿o vas a decirme que a ti no? Rex evitó responder a eso. El trayecto continuó en un viaje irregular de idas y vueltas, de retornos y atajos, hasta que finalmente Franco pisó el freno y estacionó la camioneta a un lado de la vereda. Golpeó la chapa del auto con su mano en señal de llegada mientras se disponía a bajar su equipo. Todos bajaron del vehículo. —Es allá, ese edificio del frente —señaló Samantha. —No hay muchos bichos en esta calle, pero no podemos descuidarnos, si hacemos un disparo en falso, nos escucharán en los alrededores y la cosa se complicará —expresó Franco con su ametralladora cargada entre sus brazos. —Vamos —ordenó Sam tomando la cabecera de la formación hacia el edificio. —Ustedes dos, no abrirán fuego a menos que yo lo ordene, ¿está claro? —sentenció Franco adoptando una mirada seria y una voz autoritaria. —Está bien, entiendo —comentó Rex. —¿Y qué pasa si están por morderte y solo yo me percaté, pero no puedo disparar porque tú todavía no lo ordenaste? —inquirió Zeta—. ¿Te dejo morir o te salvo? —Eso no pasará —respondió Franco con seguridad, mientras se alejaba de los muchachos para
acompañar a Samantha en la delantera. —Está bien, te dejo morir. Todos continuaron avanzando por la calle hasta que se toparon con un grupo de tres monstruos devorándose los escasos restos de un cadáver en la calle. Samantha observaba a cada uno con curiosidad mientras avanzaban. —¿Qué pasa? —preguntó Franco. —Creo que es Fernando… no puedo reconocerlo pero ese es el lugar donde él… —Samantha comenzó a forzar su voz—. ¿Deberíamos matarlos? —Están bastante lejos como para ser un problema para nosotros. Lo dejaremos ahí por ahora… Pero, ¡¿qué haces?! En ese momento Zeta se adelantó y con una navaja se dispuso a terminar con la vida de cada uno de los monstruos. Samantha observó con confusión y no pudo evitar acercarse al joven, pero antes de poder avanzar Franco la tomo del brazo. —Tenemos que continuar Sam. Por Noelia y Matías. —Lo sé… es solo un segundo Franco, por favor. —Bien… —respondió Franco a regañadientes, mientras ambos se acercaban a Zeta—. ¿Qué demonios estás haciendo? Zeta se dispuso a hurgar entre los cadáveres y antes de que Franco llegara se alzó y se dirigió hasta Samantha con pequeño objeto en la mano. —Fernando, Rojas. ¿Así se llamaba? —Si… —respondió la muchacha tomando una pequeña tarjeta que le daba Zeta—. Es su registro de identidad. —Parece que lo llevaba consigo. Puedes devolvérselo a su familia o alguien importante para él, seguro les hará bien conservarlo. —Es una buena idea, se lo daremos a su hijo cuando volvamos. Supongo que lo hará sentir al menos un poco mejor. —No dudes de eso. —Tenemos que seguir… —espetó Franco volviendo a tomar la delantera. —Tiene razón —comentó Zeta—. Es mejor no perder más tiempo. —Muchas gracias —dijo Sam sonriendo a la vez que hacía una fuerza sobrehumana para no derramar lágrimas. La muchacha inhaló aire con profundidad para intentar calmarse y continuar—. Intento no pensar en estas tragedias, pero no puedo evitarlo, a veces me gana… —No hay problema. Es humano sentir emociones, es mejor dejarlas ir que reprimirlas. Solo te consumirá más. —¿Tu dejas ir tus emociones? Zeta expresó una sonrisa apagada y negó con la cabeza. —Yo soy el peor ejemplo del mundo para ti ahora mismo. El grupo avanzó hacia el edificio, Samantha guio a todos por el vestíbulo espejado, sorteando a los cadáveres que forraban el suelo y perfiló a dirigirse por las escaleras hasta que Renzo la detuvo. —Esperen, ¿qué pasa con este ascensor?, ¿no podemos usarlo? —No lo sé, supongo que sí, pero habría que restablecer la energía del edificio —dedujo Samantha. —Es increíble como todavía pueden mantener la ciudad entera con luz —añadió Rex—. ¿Cómo lo hacen? —La Nación Escarlata maneja el centro energético de la región, ofreciendo energía eléctrica a las dos sedes —comentó Franco—. Un grupo está asentado ahí manejando todo y la distribuyen según
creen mejor la situación, brindando energía a ciertos puntos de esta u otras ciudades. Es por eso que tenemos energía, ellos nos las brindan. —Sí, pero de todas formas iremos por las escaleras, solo son tres pisos —ordenó Sam—. Además el ascensor podría provocar ruidos y alertar a los zombis cercanos. Todo el mundo subió siguiendo los pasos de Samantha, quien los guio cautelosamente por las escaleras intentando evitar un infortunado encuentro con algún muerto errante. Sam percibió que el camino estaba aún más despejado que la última vez que visitó el lugar. Los zombis escaseaban y solo se observaban unos pocos pares deambulando en los largos pasillos de cada piso. Al llegar a la tercera planta, la muchacha imaginó encontrarse con la gran horda que la persiguió la última vez y que había dejado atrás para buscar ayuda; pero se encontró con un tercer piso inusualmente vacío. Tanto que tuvo que obligarse a hacer memoria de si era el piso correcto. Lo único que llamaba su atención era una gran cantidad de cadáveres esparcido a lo largo del pasillo con una inusual y desconcertante peculiaridad. —¿Pero qué mierda paso aquí? —preguntó Franco de rodillas, examinando los cadáveres—. Ninguno tiene cabeza... Anna se comunicó con Samantha a través de una seña con sus manos. —Sí, Anna. Parece ser que los decapitaron a todos. —Quizás Matías y Noelia tuvieron algo que ver —conjeturó Franco. —Lo dudo, creo que hay algo que no cuadra —dijo Zeta con seriedad, observando en un paneo global la extensión del oscuro pasillo. —¿Por qué? —preguntó Franco con poca paciencia, ese sujeto le revolvía el estómago por cada palabra que profería. Zeta ignoró el tono desafiante del soldado y señaló al suelo con la mano abierta. —¿Acaso ves alguna cabeza dando vueltas por aquí? Una que no sea la tuya por supuesto. Franco entrecerró sus ojos y apretó sus dientes ante aquel comentario, pero al observar a su alrededor lo que decía Zeta era verdad. No había ninguna cabeza en el suelo, ni en ningún lado, como si todas hubiesen desaparecido. —¿Qué crees que esté pasando? —preguntó Sam a Franco. —Esto es muy raro, y a menos que el Padre Matías haya decidido convertirse en pagano y coleccione cabezas de zombis, no tengo ni la menor idea —respondió el soldado. —Entonces preguntémosle a ellos —dijo la muchacha, mientras recorría por el pasillo a paso apresurado. Una vez llegaron al salón circular, rodearon el escritorio del centro sorteando más cadáveres decapitados regados por el suelo y se dirigieron con rapidez a la puerta que había detrás—. ¡Padre, Noelia!, ¿están ahí? Por un breve momento, el silencio reino en el lugar, pero fue inmediatamente interrumpido por un sonoro rechinido de un mueble de aspecto pesado siendo arrastrado. A continuación la puerta se abrió lentamente y un rostro atemorizado y desarreglado se asomó con timidez. —¡Samantha! —dijo Matías con una sonrisa de oreja a oreja, mientras abría completamente la puerta. Todos cruzaron a la habitación y Anna se dirigió junto con Zeta hasta donde se encontraba Noelia. Ella comenzó a sacar del bolso del muchacho vendajes, alcohol y demás suministros que comenzó a aplicar en la herida. Mientras tanto Zeta ayudaba en lo que Anna necesitare, aunque lo único que hacía era mirar. —¿Quién eres…? —inquirió Noelia con una sombra mortecina bajo sus ojos y con su rostro completamente empapado de sudor.
—Soy Zeta, soy nuevo en esta nación. —¡¿Enviaron a un novato?! —Noelia deliraba del dolor y chillaba cada vez que Anna aplicaba alcohol desinfectante en la herida—. ¿¡Que mierda tiene ese viejo de Máximo en la cabeza!? —Tranquila Noelia, te vamos a sacar de aquí muy rápido —se acercó Sam arrodillándose junto a su compañera—. Todo va a salir bien. —¿No tienen calmantes? ¡Esto arde como la puta mierda! ¡Aghhh! La herida se hallaba infectada con un pus amarillento que Anna debía quitar con pequeño cepillo mientras administraba más alcohol a la pierna, ocasionando una experiencia de dolor brutal en Noelia. —Lo lamento, los calmantes se terminaron… —contestó Samantha. Zeta bajo la mirada apenado. Anna movió sus manos en una serie de expresiones que comunicó a Samantha. —Anna dice que no tardará mucho en desinfectar la herida, pero Noelia, deberás resistir y ser fuerte porque ahora va a ejercer más presión, ¿podrás soportarlo? Noelia asintió mientras cerraba sus ojos para anticiparse al sufrimiento que estaría por sentir. Mientras tanto, Franco y el padre Matías conversaban cerca de la puerta. — ¿Qué pasó, porque tardaron tanto? —preguntó el padre Matías. —Tuvimos un inconveniente de último minuto, la nación entera tuvo que luchar contra una gran cantidad de bichos —respondió Franco—. Vinimos lo antes posible. Solo nos restará llevar a Noelia a una camioneta que tenemos preparada para trasladarla a la nación, no hace falta demorarnos más. Cuando Noelia esté lista nos marchamos —Es bueno oír eso, ella estaba sufriendo mucho, yo ya no sabía que hacer… y me alegro que hayan podido acabar con todos los demonios que nos acorralaban afuera. —¿Qué? Nosotros apenas llegamos, no nos enfrentamos a ninguno. —¿Y cómo pudieron pasar? Hasta hace unos minutos los ruidos en la puerta no paraban, en un determinado momento se dejó de escuchar y pensé que sería obra de ustedes. —No fuimos nosotros… —dijo Franco adoptando un semblante pensativo—. Esto no me gusta nada. En ese instante un zumbido resonó en eco entre las paredes del edificio y una vibración se hizo percibir en los pies de cada uno. —¿Qué carajo fue eso? —preguntó Renzo con temor. —Al parecer fue el ascensor… alguien lo habrá activado. —¿Un zombi? —Lo dudo… —¿Qué está pasando?, ¿qué fue eso? —preguntó Samantha acercándose a Franco. —¡No lo sé! Pero teniendo en vista que ni Matías, ni nosotros fuimos los que acabaron con los bichos que encontramos decapitados, y con la repentina activación del ascensor, solo se me ocurre pensar una cosa… Hay alguien más en este edificio. Todos se quedaron en silencio ante las palabras de Franco, un escalofrió recorrió la espalda de Sam, quien ahogó un grito al escuchar unos repentinos pasos del otro lado de la habitación. —Mierda —susurró la oji verde. —¿Serán aliados de la nación? —inquirió Rex. —Máximo no lo permitiría, sabe que vinimos aquí, no sería capaz de arriesgarse a un malentendido como este. —Que fe le tienes al viejo —comentó Zeta quien también se acercó a la puerta.
—Cállate de una vez —Franco se agazapó y ordenó a todos a adoptar una posición sigilosa—. Haremos lo siguiente —susurró—, los nuevos se quedan aquí, Rex tú te colocarás delante de la puerta con un cuchillo por si se trata de un simple bicho. El zorro se colocará detrás de la puerta para tomarlo por sorpresa si es que se trata de alguna persona peligrosa. El resto de nosotros cubrirá y protegerá a Noelia tras el escritorio. —He notado que me llamaste zorro, lo voy a dejar pasar, pero solo porque también he notado que nos estás queriendo usar de señuelo. —Esta es la prueba que necesito para saber si están del lado de los escarlata o no —contestó Franco con rudeza—. Si hacen esto hablaré bien al presidente de ustedes. —Si no morimos en el proceso. —Captas la idea. Los pasos se acercaron más hacia su posición, todos en el despacho hicieron total silencio. Franco se ubicó junto con Sam, Anna y Matías para proteger a Noelia tras el escritorio, mientras que Zeta pegaba su cuerpo a la esquina, justo a un lado de la puerta de entrada. Rex por otro lado se dispuso a sacar su cuchillo y esperar. Un severo sentimiento de miedo comenzó a aflorar en el joven mecánico, sus manos volvían a emitir ese sudor molesto de siempre; y por más que el temblor de sus latidos lo desesperaba, intentaba permanecer lo más templado posible. Su mente evaluaba los posibles resultados y deseaba descartar la idea de que se tratase de supervivientes, si tan solo fuese un zombi sería mucho más sencillo. Pero sus deseos se vieron frustrados al escuchar unas voces rezongando del otro lado de la puerta. —No veo una mierda, ¿por qué no prendemos las putas luces? —dijo una voz masculina y ronca. —No se puede —contestó otra voz masculina, aunque más aguda que la primera—. Calavera dijo que si queremos buscar a los supervivientes de aquella camioneta que seguimos, tenemos que hacerlo sin que se den cuenta de nuestra presencia. —¿Y porque mierda usamos los ascensores? Pueden habernos escuchado —mediante hablaban, cada frase se escuchaba con más fuerza indicando que se acercaban a la puerta. —Yo que sabía que ese ascensor de mierda hacía tanto ruido, en mi edificio eso no pasaba. —Puta mierda. Bien, tu ve a ver este sector, revisa cada puerta y yo me voy por el otro lado. —Está bien. La última frase se escuchó con extrema claridad y por la distancia sonora Rex podía estimar que aquel sujeto estaba ya en la sala circular. Aparentemente por lo escuchado en aquella corta conversación esos tipos los habían seguido cuando estaban en la camioneta, y ahora los buscaban por alguna razón en especial, también a juzgar por su intento de no querer llamar la atención y mantener las luces apagadas, denotaba que aquella razón no sería nada buena. Renzo observó a Zeta por un instante, al menos él estaba seguro y no entendía porque debía ser él quien recibiera al nuevo invitado de frente. Maldijo en sus pensamientos. Sus manos continuaban en su incesante temblor y no se había percatado de que estaba sujetando con demasiada fuerza la navaja. Intentó relajarse inhalando aire y manteniéndolo en sus pulmones, tenía que tranquilizarse pronto. Secó su frente, siguió respirando, cambió el cuchillo a su mano hábil y esperó. El pomo de la puerta emitió un leve rechinido al girar. Ya era la hora. Rex empuñó su arma con fuerza y la guardó. —Uno. Se agazapó un poco para tener una mejor movilidad ante cualquier tipo de situación y aguardó ubicado a unos pasos de la entrada. Volvió a quitar el cuchillo y a guardarlo.
—Dos. La puerta se abrió suavemente hacia dentro, quedando Zeta detrás de la misma, expectante de un ataque por la retaguardia. Mientras tanto, la oscuridad que teñía por completo el pasillo no dejaba a Rex ver con claridad el rostro de la extraña figura tras la puerta, pero por la escasa luz del sol que ingresaba al despacho, el rostro del mecánico era mucho más visible, por lo que decidió actuar con rapidez. Guardó su cuchillo nuevamente. —Tres. La figura oscura ingresó por la puerta, al parecer llevaba un arma en la mano y a juzgar por la postura encorvada que adoptó de repente, era evidente que ya había visto a Rex. El mecánico guardó de nuevo su cuchillo, ya había completado el ritual. Renzo avanzó veloz, extrajo su cuchillo de la funda y llevó su codo hacia atrás para insertar el cuchillo en aquel sujeto. Inmediatamente la figura expandió sus brazos e inclinó su cuerpo hacia un costado, el cuchillo corto el aire a su lado, pero sin llegar a darle. En ese mismo segundo el brazo del hombre sostuvo al de Rex y con su mano libre efectuó una maniobra evasiva que lanzó al muchacho hacia la puerta. El mecánico sintió una fuerte presión en su cuello, el hombre tenía su brazo justo entre su garganta, Rex tosió de dolor. Imaginó su muerte en un segundo, pero en ese instante, el hombre lo soltó y retrocedió. —Espera… ¿Renzo?, ¿eres el hijo de Xiobani? La luz del sol ahora iluminaba ligeramente el rostro del extraño, lo suficiente para que Rex pudiera reconocerlo. —No puede ser… ¿Juan? —¡Ja, Ja! ¡Renzo! No puedo creerlo amigo, sobreviviste —dijo Juan, abrazando a su compañero mecánico. —Juan… El susto que me pegaste, infeliz —dijo Rex, permitiendo a su cuerpo un respiro alivianador. —¡No puedo creer que estés aquí!, ¿y tus padres dónde están?, ¿están contigo? Rex bajo su cabeza intentando que sus sentimientos no ocasionaran lágrimas innecesarias. —Ellos… no pudieron. —Dios se apiade… Lo siento mucho, mi más sentido pésame, de verdad —dijo Juan con una mueca de disgusto, aunque relativamente tranquilo ante la noticia. —Gracias, ¿y tú qué haces aquí amigo? —preguntó Rex examinando la ropa de Juan—. ¿Estás con la Nación Oscura? —Lamento interrumpir —dijo franco manteniendo las distancias—. Pero no tenemos tiempos de reencuentros, tenemos que salir de aquí ahora. Juan asintió dando la razón a Franco. —Estoy de acuerdo con él, les conviene irse ahora mismo. Si mi grupo los llega a encontrar, no les aseguro que salgan con vida. Mierda, sí que tuvieron suerte que yo los encontrara, no soportaría ver a Calavera matándote. —Entiendo, ¿cuántos son? —preguntó Rex. —Son cuatro, además de mí, ¿pero no pensarás en matarlos o sí? —Si tienes algún tipo de sentimientos encontrados podemos acabar con eso ahora mismo… — añadió Franco elevando su ametralladora de la altura de su cintura a su pecho. —No te preocupes, si por mí fuera los mataría yo mismo —dijo Juan—. Pero no podrás contra ellos, te lo aviso, tienen armas muy poderosas, y un RPG 7. —¿Un qué? —preguntó Samantha quien no entendía mucho de los nombres de las armas.
—Es un lanzacohetes —respondió Franco a secas. —Exacto —lo secundó Juan—. Les sugiero que salgan de aquí por las escaleras, tengan extremo cuidado, creo que están vigilando la entrada. Por este pasillo no se preocupen, salgan cinco o seis minutos después de que yo me haya ido, para que pueda distraer a los demás y darles tiempo de escapar —dijo y perfiló para marcharse pero no sin antes mirar con atención a todos los presentes en la habitación, exceptuando a Zeta quien seguía escondido tras la puerta—. Rex, casi lo olvido, ¿por casualidad has visto a alguien con una marca en el brazo? Una cicatriz en forma de Z para ser preciso —explicó. Rex arqueó ambas cejas sorprendido y tardó unos segundos en responder. —No, jamás había visto a nadie así, ¿por qué preguntas? —¡Qué bien amigo! Me alegro —exclamó Juan aliviado—. No es por nada, pero escucha, si alguna vez te encuentras con alguien con esa característica, debes correr —dijo con extrema seriedad en sus palabras—, o mátalo si tienes la ocasión, ese sujeto es muy peligroso. Toda la Nación Oscura lo está buscando para darle caza, ese malnacido es un puto asesino, lastimosamente por ahora no tuvimos suerte en hallarlo. La verdad espero que este muerto. —Bien, gracias por la advertencia Juan —contestó Rex atónito, su rostro se había empalidecido en un fugaz segundo—. Espero volverte a ver. —No hay de qué compadre, nos vemos en otra vida. Sigue sobreviviendo. Tras decir esto Juan se marchó y cerró la puerta a sus espaldas. Un silencio de ultratumba abrazó a la habitación durante unos prolongados segundos en donde todos habían colocado sus miradas a una sola dirección: Zeta. —Se lo que piensan, eso que dijo no estuvo nada bueno —dijo Zeta con un tinte de nerviosismo pintado en sus palabras—. Pero en mi defensa creo que exageró un poco al decirme asesino, yo no soy… — la frase quedó inconclusa ante una brutal envestida de Franco, quien arremetió contra Zeta inmovilizándolo contra la pared. Trabó con un brazo su cuello y con el otro acercó una daga a su rostro. —¡Yo sabía que no eras de confiar! Dame una maldita razón para no terminar el trabajo por la Nación Oscura y matarte ahora mismo. —¡Franco! —gritó Samantha, e hizo ademan de acercarse pero se detuvo. —¡Quédate ahí Samantha!, ¡¿no lo escuchaste?! Este hijo de puta es peligroso, y lo están buscando —pronunció Franco consumido por la rabia—. Yo sabía que toda la mierda de la amnesia era una mentira. ¡Estabas escapando de la Nación Oscura! Eres un jodido criminal asesino como ellos… —¡Yo no… mentí! —Zeta intentaba hablar, pero la fuerza que Franco ejercía sobre su cuello era tremenda. —¡Cállate hijo de puta! —Franco golpeó a Zeta en el estómago con brutalidad—. ¡No te voy a dejar que le hagas daño a nadie de mi nación! Zeta agotó los pocos rezagos de paciencia que tenía, se apoyó por la pared y utilizó una de sus piernas para empujar a Franco con fuerza. —¡Todo eso es mentira! —¡Tú eres una maldita mentira! —Franco avanzó intentando golpear a Zeta pero una sonora voz lo detuvo. —¡Basta! —ordenó Rex apuntando con su revólver a Franco—. ¡Aléjate de él! Franco se aferró a su arma, pero obedeció la orden con una mueca de odio hacia Zeta. —Bien, hazlo tú. Me da igual quien lo mate. El arma cambió de posición y ya no apuntaba a Franco, si no a Zeta, quien se frotaba su garganta a
causa del estrangulamiento. —Genial —dijo con ironía—. ¿Ahora vas a dispararme Rex? —Sí… —contestó avanzando hacia Zeta con una sombra de seriedad sobre sus ojos—. Dispararé si no me cuentas la verdad… ¡aquí y ahora! —ordenó alterado—. ¡Basta de secretos! Quiero saberlo todo, ¿de dónde vienes?, ¿quién carajo eres?, ¿qué mierda pasó en esa nación?, ¿y qué significa esa cicatriz que tienes? Dímelo todo Zeta, o… —Rex giró su arma cuatro veces en su mano, completando con rapidez el ritual. Llevó el gatillo hacia atrás con el dedo pulgar y observó a Zeta atreves de la mira del revolver—. Te juro que disparo.
Capítulo 8: Desacuerdo de paz
“Al hombre perverso se le conoce en un solo día; para conocer al hombre justo hace falta más tiempo”. SÓFOCLES.
Las miradas de cada persona dentro de aquella oficina se dirigían hacia dos puntos, Rex y Zeta. Ambos se encontraban frente a frente; el joven mecánico amenazaba a punta de revolver a Zeta tras la nueva información esclarecida por su viejo compañero de trabajo: Juan. Renzo ansiaba una respuesta rápida y la última palabra fue cedida ahora mismo a Zeta. —Como quieras, si quieres disparar hazlo —la sombra cubría el rostro de Zeta al hablar, su voz se oía neutra y vaga—. Si lo haces atraerás a los zombis cercanos, también a los hombres de la Nación Oscura —continuó sin moverse de su lugar—. Dispárame y moriremos todos, ¿es eso lo que realmente quieres? —Zeta avanzó un paso; percibió en Rex el miedo, su temblor, su respiración—. Y en el hipotético caso de que yo no quiera morir, ¿todavía crees que puedes matarme?, ¿de verdad lo crees? No olvides quien te conoce de verdad aquí; ni siquiera Juan conoce lo que te pasa —Avanzó otro paso, Rex tragó saliva pero se quedó inmóvil escuchando cada palabra con atención—. Si, ese mismo amigo que te abandonó a ti y a tu familia cuando toda esta mierda comenzó —Zeta se detuvo a un palmo del arma de Rex, la cual apuntaba hacia su pecho—. Espero que tampoco te estés olvidando de quien te salvó la vida cuando nos conocimos —El rostro de Zeta era ahora visible, sus oscuros ojos trasmitían una frialdad pocas veces vista—. ¿Lo recuerdas verdad?, de no haber sido por mí todavía estarías entre los dientes de aquellos perros —La expresión de Rex se modificó, su ira se había esfumado y ahora una fuerte incertidumbre acaecía en sus ojos—. ¿Y ahora me estás diciendo que dudas de mí y que me mataras? Bien, ¿sabes qué? —Zeta avanzó, se movió con rapidez y le arrebató el arma a Rex, aprovechando el impulso para empujarlo con su hombro y arrojarlo al suelo. Luego alzó el arma apuntando hacia el muchacho—.Te entiendo. Franco hizo ademan de levantar su arma contra Zeta, pero Rex lo detuvo antes. —¡No te metas! Esto es entre él y yo —Aún en el suelo y consumido por la impotencia, Rex observaba la punta del arma que amenazaba su vida, luego cambió la visión a los oscuros ojos de Zeta que lo miraban desde lo alto, desafiante, amenazante…Tuvo una agria sensación de inferioridad —. ¿Qué quieres decir con eso? —Exacto —Zeta relajó sus expresiones y adoptó un semblante más dócil—. Entiendo a la perfección como te debes sentir, tú me contaste prácticamente el peor momento que pasaste en tu vida y yo no he sido sincero contigo en ningún momento. Entiendo que no conoces absolutamente nada de mí, y siendo que tú me ayudaste a tener una identidad, por más que solo sea un apodo, eso me ha ayudado mucho y no te lo he agradecido como es debido —Zeta bajó el arma y le tendió la mano—. Y te pido disculpas por eso. Prometo contarte todo lo que quieras saber Rex, pero primero tenemos que concentrarnos. Debemos salir de aquí con vida lo antes posible. Esa chica está en muy mal estado y debemos llevarla cuanto antes a la Nación Escarlata. Mientras más nos quedemos, más peligros corremos. Una vez lleguemos allá te contaré todo lo que quieras saber. Rex se tomó su tiempo para responder y evaluar la situación, observó a Noelia, su pierna estaba ya vendada pero su aspecto no daba buen augurio, por más que no quisiera admitirlo, Zeta tenía razón. No podían permanecer mucho tiempo en ese lugar y ahora no solo debían tener cuidado con los
muertos, sino que también se sumaba la Nación Oscura como problema potencial. —Está bien —aceptó Rex mientras tomaba la mano de Zeta y se incorporaba—. Pero apenas lleguemos vas a tener que contarnos todo. —¿Confiarás en él después de lo que oímos hace un rato? —inquirió Franco con desprecio. —Yo confié en él desde que le confesé mi pasado —contestó Rex observando a Zeta—. Es él ahora quien deberá confiar en mí… Zeta asintió. —Estoy de acuerdo con Zeta —intervino Samantha—. Cuando volvamos a la nación podremos ponernos al día con los detalles, no entiendo por qué la Nación Oscura lo busca, pero es algo que deberá confesar en su momento, no ahora. —¿Tú también te pones de su lado?, ¿nadie se da cuenta de que acaba de decir que es un asesino peligroso? —Franco comenzaba a perder la paciencia. —No soy un asesino… —Claro, ¡debo creerte sin más! —Entonces te ofrezco algo…No puedo demostrar que no soy un asesino ahora, pero creo que todos se sentirán mejor si yo no llevo conmigo armas, ¿bien? —Zeta desenfundó todas sus armas y se las dio a Rex—. Así no seré una amenaza para ustedes. ¿Qué dicen? Todas las miradas se dirigieron a Franco y esperaron su veredicto final. —No. —¿No? —No es suficiente. Llevarás esto… —Franco extrajo de su cinturón unas esposas de policía—. Con esto si me sentiré seguro. —¿Es broma? —¿Te parece que bromeo? —dijo el centinela con seriedad mientras se acercaba a Zeta y colocaba las esposas en sus dos muñecas—. Agradece que dejo que lleves las manos por delante. —Muchas gracias, estoy eternamente agradecido… —Bien, ahora sí podremos continuar… y recuerda, si piensas escapar en algún momento, no te irá bien, créeme —dijo Franco tajante. —No necesito escapar. —Entonces sigamos —acotó Samantha, luego se dirigió a Rex—. Si tu amigo de la Nación Oscura no miente, ya deberíamos tener el camino despejado. No hay muchos zombis así que no debería ser difícil. —Piensa siempre como si debiera ser difícil —dijo Zeta guiñándole un ojo. Samantha no contestó pero consideró esa filosofía como acertada. Inmediatamente el grupo decidió marchar; Franco fue el primero en abrir la puerta y cerciorarse que no hubiese enemigos por la zona, ya sean muertos o vivos. Para su alivio no había nadie en el lugar. Renzo y el Padre Matías cargaban a Noelia a los hombros, quien su pierna no daba tregua a la hora del intenso dolor que producía cada pisada. Por su lado Samantha se acercó hacia uno de los muros dentro de la sala circular, había muchos nuevos cadáveres decapitados en el suelo, por lo que tardó un tiempo en encontrarlo. —¿Qué pasa? —preguntó Franco, pero su respuesta se contestó por si sola al reconocer a uno de los cadáveres en el suelo. —Quería que lo vieras… —Urso… —Franco se arrodilló ante su camarada caído, inspeccionó sus heridas y revisó en su cuello un collar militar. Lo retiró con cuidado y limpió un poco de la sangre que manchaba la
leyenda: “Urso Torre. Centinela Escarlata”. Franco se levantó inexpresivo y caminó hacia Noelia. —Creo que tú deberías conservarlo. —¿Yo? —Él hablaba todo el tiempo de ti, era realmente insoportable. Noelia apenas sonrió mientras aceptaba el collar. —Gracias. —No me agradezcas hasta que volvamos a la nación. —¿Quién demonios pudo haber hecho todo esto? —inquirió Sam moviendo con su pie a uno de los tantos cadáveres en el suelo. El hedor subió automáticamente a su nariz y arrugó el rostro tapándose la boca. —Eso todavía es un misterio, pero lo que es cierto es que no fuimos ninguno de nosotros — respondió Franco mientras avanzaba—. Tampoco pudieron ser los oscuros, ya que ellos apenas llegaron. En ese momento, sin que nadie pudiese darse cuenta uno de los cadáveres comenzó a moverse. Primero fue su dedo, luego su brazo, hasta que finalmente sus muertos ojos grises se abrieron. El cadáver de Urso volvía a la vida. —¿Y si hay alguien más en este edificio? —razonó Samantha—. ¿Quizás otro grupo? —Es una probabilidad pero, ¿qué ganarían decapitando a los zombis y llevándose sus cabezas? Urso se incorporó despacio, su cuerpo se movía de forma torpe al avanzar, sus pies se arrastraban y chocaban con los otros cadáveres, pero no era suficiente para hacerlo caer. Su marcha era un poco endeble pero se aproximaba totalmente silencioso hacia la fuente de aquellas voces que conversaban más adelante. Su comida. —¿Y si se tratara de una secta? —acotó Rex mientras acomodaba a Noelia para sujetarla mejor del brazo. —Repito… ¿Qué carajo ganarían con eso? —No lo sé, quizás las necesitaban para infringir miedo o algo por el estilo… Como clavar cabezas en estacas y hacer un letrero donde diga: no pasar. El cadáver de Urso se acercaba aún más a sus presas, ya podía sentir en su paladar el delicioso sabor de la carne entre sus dientes y el deslizar de la sangre entre sus labios. Sus brazos comenzaron a estirarse y sus manos rasgaban el aire, ya faltaba muy poco para alcanzarlos. —¿De dónde sacas esas ideas? —inquirió Franco sin percatarse del cuerpo de Urso. —Entonces no se me ocurre nada —concluyó Rex—. Bueno, quizás sí, quizás fue otro zom… —¡¡Aaaaahhh!! Noelia había sido atrapada por los fuertes brazos del centinela zombi. El cuerpo de la adolorida muchacha fue arrastrado hacia atrás con una fuerza brutal, despojándolo de los brazos del Padre Matías y de Rex. Nadie pudo reaccionar a tiempo, todos se hallaban completamente desorientados al ver a Urso de pie nuevamente, y con Noelia entre sus brazos. El monstruoso ex compañero del grupo expandió su mandíbula y se acercó peligrosamente hasta Noelia, la chica gritó despavorida. Su cuerpo no podía moverse presa de las abominables garras de Urso, no tenía escapatoria alguna. Intentó inclinar su cuerpo hacia atrás pero también fue en vano, Urso se acercó a un centímetro de su rostro. Noelia no podía creer lo que le pasaba, sus ojos se llenaron de lágrimas en un segundo y solo pudo esperar su final. En ese momento algo sucedió. Urso soltó a Noelia y cayó al suelo con la hoja de un afilado machete clavada en su cráneo. Zeta extrajo el machete con fuerza y pateó el cadáver para alejarlo de
él. Noelia se petrificó frente al joven. —¡Puta madre! —gritó Zeta con emoción—. ¡Este machete sí que corta! —comentó sorprendido observando el arma con intriga—. Me lo quedo —el joven blandió el arma por el aire para limpiar la sangre de la hoja y guardarla en su cinturón—. ¿Estás bien? Noelia asintió atónita y con el rostro pálido como un fantasma. —Lo lamento, hubiera llegado antes de no ser por las esposas. —Estuvo muy cerca… —comentó Samantha recuperando el aliento de aquel susto. —Gracias. Yo casi… —Noelia ya no soportaba la montaña rusa de emociones que su mente transitaba en este momento, se llevó la mano a la cara y suspiró—. Solo quiero volver… —Lo lamento Noelia —comentó Franco—. Ese error… no volverá a pasar. Noelia mantuvo la mirada perdida en un punto fijo, su expresión era completamente desalentadora y sus ánimos estaban enterrados en un subsuelo de penurias. Solo sentía deseos de volver y enterrarse en su cama y no hacer absolutamente nada en mucho tiempo, sentía muchas ganas de llorar, gritar y golpear, pero se prohibía caer ante aquellos impulsos primitivos. No quería perjudicar al grupo y mucho menos ser una carga más pesada de la que ya resultaba ser. Inhaló aire profundamente y lo expulsó repetidas veces. —Vámonos ahora —la mujer observó con decisión al grupo y repitió con fuerza—. ¡Vámonos ahora! Todos volvieron en sí ante las palabras de Noelia. El mensaje era claro y conciso, debían marcharse y dejar las penas atrás si querían sobrevivir. El grupo avanzó por el pasillo rumbo a las escaleras. Franco y Anna cuidaban el frente con sus armas en mano, mientras lo seguían Rex y el padre Matías cargando a Noelia. Atrás se hallaban Zeta y Samantha protegiendo la retaguardia. Franco avanzaba cauteloso, aunque el pasillo se encontrara despejado de monstruos él no bajaría la guardia. Al llegar a las escaleras comenzaron a descender, a los pies de los últimos peldaños que conectaban al segundo piso se encontraron con tres muertos obstaculizando el camino. Franco no vio necesario utilizar más que su cuchillo de cacería para terminar con dos, mientras era ayudado por Anna quien se encargaba del sobrante. Ya con los obstáculos de carne podrida abatidos, pudieron continuar el descenso hacia el primer piso, pero al llegar a la mitad de las escaleras Franco tuvo que ordenar al grupo que se detuvieran. Solo su cabeza se asomó por la esquina de la escalera, pero solo eso fue necesario para observar una importante suma de zombis merodeando por el primer piso. Franco volvió a subir para reagruparse con los demás. —Son muchos… —¿Cuántos? —inquirió Samantha. —No sé, más de diez, quizás quince. No serían un problema si pudiéramos usar las armas, pero con la Nación Oscura en el edificio, es preferible utilizar otra vía. Estaba pensando en el ascensor. —El ascensor también será escuchado por la Nación Oscura —agregó Rex. —Sí pero correré el riesgo, ahora mismo necesitamos la salida más rápida y solo se me ocurre esa. —Suena bien —lo secundó el padre, mientras observaba a la agonizante Noelia—. Además nos evitaremos los conflictos innecesarios. Franco no necesitaba la aprobación de nadie para decidir que debía hacerse, pero tomo a favor las palabras del padre y continuaron por el pasillo en busca del ascensor. Pero en el momento que Franco avanzó una puerta se abrió con lentitud, pero él no pudo verla al caminar a paso apresurado. La siguiente fue Anna, quien siguió de cerca a Franco, ella tampoco pudo notar que aquella puerta continuaba abriéndose.
Siguiendo a la centinela muy por detrás, continuaron el padre Matías y Rex, quienes no podían avanzar con más rapidez a causa de Noelia. La muchacha avanzaba a suerte de pequeños saltos con su pierna sana, su mirada se dirigía hacia sus pasos sin alzar su cabeza hacia el frente, por lo que ella tampoco se percató del monstruo que se asomó por la puerta. Matías por otro lado, dirigió su mirada hacia una sombra que se movilizó muy cercano a él. En el último segundo pudo observar por detrás de su hombro como un zombi se lanzaba en picada. Su primera opción fue llevar su mano hacia su arma, pero tuvo que rechazar esa maniobra para utilizar su brazo y cubrirse de la dentellada de aquella criatura. Renzo sintió como el peso en su hombro se multiplicaba y debió aguantar con fuerza a Noelia para no caer al suelo. Samantha actuó con rapidez y apartó a la criatura del padre, finalizándolo con una de sus navajas de lanzamiento, pero el problema apenas estaba comenzando; otro monstruo salió de las penumbras de la habitación y atacó a una desprevenida Samantha. Zeta vio importante su intervención en ese momento y gracias a su reducida movilidad a causa de las esposas en sus manos, no tuvo más remedio que empujar al monstruo con fuerza para apartarlo de la oji verde. Una puerta más se abrió a espaldas del muchacho de cabello desarreglado y más monstruos comenzaron a aparecer. Zeta recibió el caluroso y aterrador abrazo de una criatura que lo sujetó por su espalda dispuesta a arrancarle la piel. El audaz joven utilizó las cadenas de las esposas para evitar una mordedura dolorosa y todavía de espaldas, empujó al monstruo hacia atrás logrando que cayera. Desde la habitación aledaña más zombis tenían intenciones de unirse al asalto y no tardaron más de unos segundos en aglomerarse en el pasillo. Las cosas se estaban complicando. El padre Matías no se demoró y se separó de Noelia para equiparse con su arma. El disparo resonó como una alarma por todo el edificio. —¡Hay que apurarse! —increpó el padre, disparando de nuevo—. ¡Cárgala! Rex comprendió el mensaje, llevó a Noelia al suelo y la cargó en brazos. Gracias a la delgada contextura de la muchacha no le costó demasiado alzarla. Corrió con Noelia en sus brazos intentando sortear a las criaturas que lo acorralaban, para su suerte, el padre Matías derribaba con eficacia los obstáculos de carne podrida con hambre asesina mientras avanzaban. Anna alzó su fusil para ayudar a despejar el pasillo de aquellas bestias, pero Franco la detuvo alegando que podría dañar a algún miembro del grupo con un fusil tan potente. Mientras más tiempo pasaba, más monstruos salían de las oficinas como abejas enfurecidas por golpear su panal. Entre tanto, Zeta y Samantha no tuvieron más opción que retroceder. El pasillo se había llenado de monstruos caníbales en poco tiempo y ninguno de los dos podría escabullirse entre ellos para pasar. —¡Por las escaleras! —ordenó Zeta retrocediendo mientras empujaba a un zombi con las manos. —Pero…—aunque los deseos de la muchacha eran ir en dirección al grupo, tuvo que optar por seguir al joven esposado—. Mierda… ¡Franco, huyan! Nos encontraremos abajo. —¡Mierda, se quedaron atrás! —Franco se acercó a la masa de monstruos—. ¡¿Sam?! —¡Iremos por otro camino! —Comunicó Samantha retrocediendo hacia las escaleras—. ¡Si no llegamos en cinco minutos llévense a Noelia! —¡¡Sam!! Su nombre fue lo último de la lejana voz de Franco, que la muchacha pudo escuchar antes de marcharse. Ambos retrocedieron adentrándose al sector de las escaleras; Zeta clavó su machete en el cuello de una criatura que se acercaba a Samantha por detrás, mientras que la chica se movilizó bajando los peldaños con rapidez; en medio del trayecto de la escalera un monstruo se volteó, pero la joven le voló uno de sus ojos de un balazo. La alarma había sido activada. El corazón de ambos se aceleró en un instante al ver como un
número de al menos quince monstruos, vibrantes de energía asesina, viraban sus miradas hacia la escalera. —¡Yo te cubro la espalda! —dijo Zeta trazando un arco hacia arriba con su machete y partiendo en dos el rostro de un hombre mayor de contextura obesa, el cual se desplomó en el suelo; el joven continuó asestando machetazos y golpes sin respirar—. ¡Mátalos a todos! Samantha alzó su arma. El primer disparo se dirigió al más cercano de aquellos seres. Una mano se estiró delante de ella para sujetarla, pero el siguiente disparo también terminó por derribar a la bestia. Varios monstruos intentaron acercarse a la vez, Samantha avanzó un paso y con una seguridad impulsada por la adrenalina recorriendo su cuerpo, adentró una de sus navajas en la frente de una mujer morena de mediana edad. Luego disparó a un adolescente infectado que intentó sujetarla del brazo, pero fue inmediatamente sorprendida por un sujeto con una gorra azul que se abalanzó con violencia sobre ella. La muchacha ahogó un grito de sorpresa, pero repentinamente sintió una gran ola de alivio en su ser, al ver como la gorra se partía al medio a causa de la hoja del machete de Zeta, la cual lo atravesó quebrando con profundidad el cráneo de la criatura. El joven, sin dudarlo, se impulsó tomándose de la baranda con ambas manos en un salto que terminó por bajar los últimos peldaños, mientras aprovechaba la inercia para patear a un grupo de muertos que logró arrojar al suelo. Samantha vio su oportunidad y bajó con rapidez para acabar con su arma a dos criaturas más. —¡Por ahí! —Samantha se introdujo con prisa en una pequeña abertura entre los zombis para adentrarse a un pasillo. Zeta tuvo que abrirse paso en un empujón con su hombro, mientras corría para apartar a una chica joven de cabello castaño que bloqueaba su camino. Samantha viró hacia la izquierda y continuó corriendo sin observar atrás, Zeta aminoró el paso para guardar el machete en su cinturón y continuó tras de Samantha. Pero en ese instante otro escuadrón de muertos caminantes los divisaron desde el frente, Samantha frenó en seco, observó a un lado y al otro. No había ningún lugar adonde escapar. En ese segundo, sintió un tirón fuerte en su ropa, se volteó y vio a Zeta intentando arrastrarla con él, para llevarla hacia una oficina. —Vamos. La muchacha obedeció e ingresó. La puerta se cerró, pero afortunadamente una ventana entreabierta permitía a la luz adentrarse lo suficiente para que Samantha viera a un monstruo que se encontraba postrado sobre un escritorio. La criatura al escucharlos se retorció en su lugar en un intento por moverse pero una navaja se estrelló en su cabeza apenas un segundo después. *** En ese momento el grupo encabezado por el centinela Franco salió del edificio a paso acelerado. Renzo quien trasportaba a Noelia en brazos fue el primero que cruzó la calle para dirigirse hacia la camioneta. Con ayuda del padre Matías pudieron colocarla a salvo en una camilla improvisada con varias mantas en la caja trasera de la camioneta. —Recuéstate y descansa —aconsejó el padre. —No… —Noelia se rehusó a recostarse y se mantuvo sentada observando hacia el edificio—. Hasta no ver a Sam… no pienso descansar. Matías se quedó junto a la muchacha mientras discutían sus diversos puntos de vista sobre qué era lo que le convenía a Noelia mientras Rex volvía hacia la mitad de la calle para agruparse con Franco y Anna. —¿Nada? —preguntó el mecánico.
—Todavía no —respondió Franco mientras observaba a Anna. —Me preocupa la Nación Oscura —dijo Anna moviendo sus manos. —¿Qué dijo? Franco no respondió pero comprendió lo que Anna decía y alzó su mirada al frente. —Tuvimos suerte de no cruzarnos con ninguno de ellos. —¿Viste esto? —dijo Rex intrigado avanzando hacia un Jeep al otro lado de la calle. —¿Qué pasa con eso? —Franco siguió a Rex. —Ya lo había visto… —¿Cómo? —Si… cuando veníamos hacia aquí, recuerdo haberlo visto estacionado, poco antes de llegar al edificio. —¿Estás seguro que era el mismo? —Seguro, ¿Cuántos Jeep de este estilo vez en una ciudad? —dijo Renzo mientras deslizaba su mano sobre el capó—. Está caliente… quizás nos vieron conduciendo y nos siguieron hasta aquí. —Mierda… que descuidados. —¡Hey gorrita! Ambos se voltearon hacia un callejón oscuro, en donde una sola persona se acercaba a paso moderado. —Si te gusta tocar lo que no te pertenece, ¿podrías ayudarme a sacudírmela por mí? —El hombre avanzaba mientras se cerraba la bragueta de su pantalón; un cabello mohicano corto, una cicatriz en su ojo escondido en un parche sucio y una chaqueta negra con las mangas desprendidas no daban buen augurio a los jóvenes—. El tamaño te sorprenderá un poco, pero sé que lograrás acostumbrarte. —¡Quieto! —Franco alzó su fusil al frente—. Si mueves un músculo te vuelo la cara. El hombre se detuvo y una macabra sonrisa se mostró en su rostro. —¿Así van a recibirme?, ¿por qué tanta hostilidad señores?, ¿acaso es por este juguetito? —dijo refiriéndose al lanzamisiles que llevaba colgando tras su espalda. A pesar de la inferioridad numérica, la seguridad y altanería con la que hablaba les ponía a todos los pelos de punta—. Tranquilos, ¿por qué no nos presentamos? Mi nombre es Baltasar Montreal, y no se dejen engañar por mi aspecto, soy un niño bueno. Lo juro —En ese momento se produjo un silencio de unos segundos en donde el hombre arrugó el rostro y luego echó una voraz carcajada—. Está bien, lo admito, eso es una puta mentira. —¿Qué carajo le pasa? —dijo Rex. —Mierda… Renzo observó con el rabillo del ojo a Franco, y en todo este tiempo que pasaron juntos jamás había visto temor en los ojos de aquel centinela, ni siquiera cuando Zeta fue declarado un asesino buscado por los oscuros. Pero ahora su rostro era distinto, su mirada se hallaba preocupada y su postura había cambiado completamente adoptando una defensiva hundiendo su cabeza en sus hombros. —¿Qué te sucede? —De todos esos hijos de puta…—Franco balbuceaba con rabia—, de todos esos hijos de puta tenía que ser…él. —¿Tu lo conoces…? ¡Hey! —¡Si! —Franco despego la mirada de Baltasar durante un segundo. En ese momento, Baltasar llevó a su hombro el lanzamisiles en un movimiento increíblemente veloz, apuntando directamente hacia Franco y a Rex. Las tornas se giraron a favor del hombre del
peinado rebelde, quien volvió a mostrar sus dientes en una perturbadora sonrisa. —Nunca debes despegar la mirada del enemigo novato Brandon —recitó Baltasar con una tonada molesta—. Me he cansado de decírtelo, jamás aprendes. —Veo que me reconociste… —Como para no reconocerte imbécil, ¡sigues igual que siempre, novato! —Baltasar movía su arma de un lado a otro al hablar. —¿De dónde lo conoces? —preguntó Rex—. ¿Acaso tú eres…? —Cállate, no soy de su mierda de nación —espetó Franco—. Trabajamos juntos en la milicia. Fue mi superior durante un tiempo, nada más. —Yo no diría exactamente nada más —dijo Baltasar sonriente—. ¿Acaso vas a negar la relación que teníamos novato?, ¿te avergüenzas de todo aquello que vivimos juntos? —¡Cállate de una puta vez! —¡¡No tú cállate!! ¡¿Desde cuándo te crees con las suficientes bolas para hablarme así?! —gritó Baltasar de repente, tensando todos sus músculos faciales—. ¡Eras un puto marica de mierda que no tenía las agallas para apretar el gatillo cuando te lo ordenaban! ¿Y ahora te la das de rebelde novato? ¡Y dile a esa perra que baje el arma o todos vamos a volar en pedazos! —¡Anna! A pesar de las advertencias de Franco, la centinela continuaba con el ojo sobre la mira, apuntando directamente a la cabeza de Baltasar. El hombre hizo una mueca de rabia y apuntó a la muchacha con su lanzamisiles. —¿Lo haremos así, eh? Me muero yo, te mueres tú y tus amigos. ¿Eso quieres enana de mierda? —¡Anna baja el arma! —ordenó nuevamente Franco, pero la centinela no cedía ante aquellas palabras, manteniendo firme su pulso y su determinación—. ¡Anna! —¿Quieres jugar a quien la tiene más grande preciosa? —Baltasar avanzó con decisión y Anna hizo lo mismo—. ¡Parece que tenemos una corajuda! ¡Bien preciosa, te voy a dar tres segundos para que te arrepientas! Anna dio otro paso. —¡Uno! —En ese momento una radio sonó. —¡Calavera tengo algo! —¡Rodrigo! Acabas de cortar un momento muy tenso, así que más te vale que sea importante, porque si me molestas para nada… —Tengo a dos chicos aquí en el primer piso, es una muchacha y un sujeto que está esposado… ¿Qué hago con ellos? Calavera sonrió. —¿Son amigos tuyos? —No recibió respuesta, pero la mirada de preocupación de Anna fue suficiente—. Parece que está decidido enana… yo soy el que la tiene más grande —Calavera acercó la radio a su rostro y con una sonrisa respondió—. Mátalos a ambos. —¡No! —dijo Rex. Anna frunció el ceño con una preocupación que rápidamente se convirtió en una furia difícil de contener. La joven centinela comenzó a respirar con fuerza devorando con su mirada a Calavera, quien parecía gozar la situación. —¡No te preocupes querida! Podrás ver a tus amigos muy pronto —sentenció el hombre con engreimiento mientras apuntaba a la muchacha—. ¿Qué digo? Podrás verlos, ¡ahora mismo! El lanzamisiles había sido disparado y el proyectil se dirigió a una velocidad descomunal hacia Anna. La muchacha apenas pudo reaccionar y se dejó caer al suelo mientras la onda expansiva la
sacudió con violencia arrojándola hacia un lado. Sus piernas y parte de su espalda resultaron gravemente heridas con severas quemaduras, mientras la centinela se retorcía de dolor en medio de la calle. En ese segundo de conmoción, Calavera se arrodilló con rapidez y extrajo un arma que utilizó para disparar a Franco y a Rex. Ambos retrocedieron ocultándose detrás del Jeep. Calavera se apresuró a hacer lo mismo y contenerse detrás de un vehículo cercano. En ese momento, Franco salió de su escondite y arremetió contra Baltasar. —¡No dejemos que recargue el lanzamisiles, dispárale! Rex también se dispuso a ayudar, pero al salir de su resguardo divisó como otros hombres se acercaban desde los laterales, tomó a Franco de la espalda y lo obligó a cubrirse detrás del Jeep. —¡Vienen más! —¿Qué? —inquirió Franco, pero su respuesta vino en señal de un disparo que resonó en la chapa del Jeep. Junto a Calavera se unieron otros tres hombres más que se alzaron en armas y emprendieron un feroz tiroteo hacia el Jeep y la camioneta blanca; Rex no tardó en reconocer a uno de esos hombres como su ex compañero de trabajo, Juan. El otro hombre era Gib; se trataba de un sujeto mucho más fornido que Juan, con una cabeza totalmente rapada y una mirada de ojos hundidos acompañada de una expresión impregnada de arrugas y cicatrices en sus mejillas. El tercero se trataba de un hombre de color llamado Nico, quien presentaba una melena atada en una cola de caballo y una barba perfectamente recortada. —Hasta que al fin llegan, pedazos de hijos de perra —dijo Calavera. —Calavera tienes que escuchar esto —comenzó a decir Gib—. Allá adentro nos cruzamos con algo… —¿Te parece que me importa? —expresó Baltasar furioso—. ¡Maten a estos niños y luego hablamos! ¡Y llamen a ese mal nacido de Rodrigo! Los oscuros obedecieron a las órdenes de su jefe y comenzaron la balacera. El padre Matías se escudó con rapidez tras la camioneta y Noelia tuvo que recostarse en la caja para perderse de la visión de los oscuros. Las balas iban y venían en una danza de plomo y pólvora que resonaban al son de una melodía de explosiones incesantes. —¡Hay que ayudar a Anna! —dijo Franco, recargando su fusil. —Cuatro… —dijo Rex, quien dio la última vuelta a su arma—. Yo te cubro. El mecánico se alzó y comenzó a disparar hacia los oscuros mientras Franco se dirigía a toda velocidad hacia Anna. Mientras tanto, Baltasar anticipó las intenciones de Franco y lo apuntó con su pistola. —No será tan fácil novato… —En ese momento un disparo alcanzó el hombro de Calavera obligándolo a cubrirse—. ¡¡Puta verga!! ¿Quién ha sido? —¡Allá! ¡Hay una chica en la camioneta! —dijo Nico arremetiendo contra Noelia. La muchacha utilizó todas sus fuerzas para arrastrarse fuera de la caja y poder cubrirse detrás de la camioneta. El padre Matías al verla acudió raudo y la ayudó a incorporarse. —¿Estás bien? —No… pero puedo aguantar. Mientras tanto, Franco tomó a Anna entre sus brazos y la llevó consigo. Renzo los siguió a pie mientras disparaba hacia los oscuros intentando mantenerlos en su lugar. En el último tramo hacia la cobertura que les brindaba el Jeep, la última bala de Renzo había cumplido con su destino y una brecha de silencio se produjo para que la Nación Oscura tuviera su momento de responder.
Los hombres de Calavera devolvieron los disparos, Franco y Renzo se apresuraron para llegar rápidamente hacia el Jeep, arrojando a Anna a un suelo seguro. La muchacha se retorció de dolor y su rostro expuso una serie de muecas para nada alentadoras. —¡Aguanta, debes aguantar! —expresó Franco, tomando un breve descanso tras la rueda del Jeep —. ¿Qué mierda hacemos? ¡Qué mierda hacemos! —No me quedan muchas más balas… Franco le quitó el fusil a Anna y se la dio a Rex. —No nos queda más opción que abatirlos, y te necesito no puedo hacerlo solo. —Tienen un mejor resguardo que nosotros. Este puto Jeep se va a destrozar en cualquier momento. —Por eso debemos salir a enfrentarlos cuando ellos estén disparando. Apenas se haga una brecha debemos matarlos en el primer intento… ¿podrás hacerlo? —¿Quieres disparar cuando ellos están disparando? ¡Es un suicidio! —¡Lo sé! ¿Ves alguna otra alternativa? —dijo Franco tomando del cuello de la chaqueta a Rex—. ¡No tenemos otra opción! —Pero… —¡No hay pero que valga…! Anna está inhabilitada, Noelia apenas puede mantenerse consciente y el Padre no es una opción de apoyo ahora mismo, solo estamos tu y yo, ¡Mierda, incluso Samantha y tu amigo están muertos! —dijo Franco con rabia golpeando el suelo—. Es a todo o nada… Renzo respiraba con fuerza mientras intentaba procesar lo que Franco le estaba pidiendo. —Si queremos vivir debemos arriesgarnos —continuó Franco—. No creo que una ayuda caiga milagrosamente del cielo... —Mierda, mierda, mierda, mierda… —Renzo no sabía qué hacer. Nuevamente las dudas rondaban en su cabeza dejando nulas sus posibilidades de actuar. —Renzo… ¿estás conmigo? Rex tragó saliva y asintió. Sus manos temblaban mientras sostenía el fusil de Anna. —Carajo… esto es una mala idea. —A las tres, salimos y disparas a todo lo que se mueva, ¿está claro? —… —¡¿Renzo, está claro?! —¡Si, si, si… mierda sí! —¡Vamos! —dijo Franco, preparándose física y mentalmente—. Uno… dos… —No conviertas un miedo en una fobia… tu puedes hacerlo… —recitaba Rex en voz baja, mientras se aferraba con fuerza a su arma. —¡¡Ahora!! Franco salió de su escondite seguido por Rex, dispuestos a reventar a balazos a Calavera y sus hombres, pero lo siguiente que vieron los dejó a ambos completamente congelados. Calavera se encontraba de pie apuntando con su lanzamisiles directamente hacia ellos. Baltasar pasó su lengua por entre sus dientes y sonrió con seguridad, mientras tenía a ambos en la mira. —Boom, perra. El dedo de Calavera se posó en el gatillo, pero antes de realizar cualquier movimiento un fuerte sonido agudo se escuchó proveniente del edificio aledaño. Un sonido gutural profundo y sagaz, mezclado con gritos iracundos resonaban desde el primer piso de un enorme ventanal. Todas las miradas se dirigieron hacia aquel sonido.
En ese segundo se oyó una sucesión de disparos. Todos reaccionaron con sorpresa al ver como la ventana se resquebrajaba siendo atravesada por una serie de balas que provenían desde dentro. —¿Pero qué carajo? —Calavera no comprendía lo que sucedía hasta que su ojo divisó algo que jamás imaginó ver en ese momento. Los vidrios se partieron en miles de pedazos y algo increíble atravesó el ventanal. *** Samantha se acercó al cadáver que yacía sobre el escritorio y extrajo el cuchillo de lanzamiento de su cráneo. —Buen tiro… realmente eres muy buena con eso —la felicitó Zeta, permitiéndose un momento para recuperar el aliento. —Gracias, pero tenemos que pensar en cómo vamos a salir de aquí. —Va a ser difícil, este piso está lleno de esos monstruos y con el ruido que hicimos, el camino a las escaleras será imposible de despejar. Al menos no si llevo esto puesto —dijo haciendo resonar las cadenas de las esposas. —Me encantaría quitártelas, si es a lo que te refieres, pero es Franco quien llevaba las llaves —dijo la muchacha acercándose a Zeta—. ¿No podríamos quitártelas de otra manera? —¿Se te ocurre alguna idea? —Déjame ver… —Sam se acercó con su navaja y comenzó a introducir la hoja de distintas maneras en la cerradura, pero nada pasaba—. Es imposible… es muy pequeño. —Ten cuidado con eso… —Si te quedas quieto… —comentó Samantha tironeando de su brazo para acercarlo más a ella—. Quizás pueda hacer palanca con las cadenas y romperla… —¡Estas muy cerca de rebanarme un dedo! —¡No seas miedoso! —Yo quiero mis dedos sanos… —¡Pero ni siquiera estoy cerca de tus dedos! —¡Deja de mover así esa cosa, vas a sacarme una uña! —¡Solo déjame probar esto…! Ya casi… Samantha ejerció presión en las cadenas y su navaja se resbaló pasando muy cerca de la piel de Zeta. —¡Uy…! —La muchacha se llevó las manos a la boca apenada—. Perdón… pensé que podía romperla. —¡No…! Por favor, aleja tus cuchillos de mí —Zeta se apartó de la aprendiz de Jack el destripador —. Tengo una mejor idea… ¿Qué tal un disparo? —¿Qué? —Sí, un solo disparo, en medio de las cadenas. Eso bastará para romperlas. —¿Estás seguro? —Sí, solo dispara cuando estés muy segura de que no fallarás. —No soy muy buena con las armas de fuego… —¡Tonterías! En las escaleras hiciste un gran trabajo. —Porque estaban cerca mío… —Esto será lo mismo, solo apunta aquí —Zeta extendió sus brazos al frente apoyándolos en la pared—. Vamos… no es tan difícil. Samantha volvió a acercarse al joven y posó el cañón del arma con cuidado sobre las cadenas.
—¿No rebotará? —No lo creo, lo pasará de largo. —¿Y si rebota? —La pared es de una madera muy endeble, no rebotará. Solo hazlo. —Pero, ¿y si fallo? —Me siento más seguro con esa pistola que con tus navajas, toma eso como un incentivo. —Bien… —Samantha tomo aire inhalándolo profundamente y lo retuvo—. Aquí voy… —¡Baja el arma! Samantha y Zeta se voltearon hacia la puerta, en donde un hombre de cabello oscuro y largo hasta los hombros los observaba sosteniendo una ametralladora en sus manos. —Tira el arma al suelo, niña. Samantha tuvo que obedecer y con cuidado depositó el arma en el piso. Mientras tanto, el sujeto ingresó un paso hacia la oficina y utilizó una radio que llevaba en su cinturón. —¡Calavera tengo algo…! Unos pocos segundos pasaron hasta que una voz sonó del otro lado de la radio. —¡Rodrigo! Acabas de cortar un momento muy tenso, así que más te vale que sea importante, porque si me molestas para nada… —Tengo a dos chicos aquí en el primer piso, es una muchacha y un sujeto que está esposado — comunicó Rodrigo sin quitar la mirada de ambos—. ¿Qué hago con ellos? Nuevamente la respuesta se hizo esperar, esta vez la pausa se prolongó un poco más. Rodrigo aguardó mientras se rascaba la nuca con una esquina puntiaguda de la radio. —Mátalos a ambos. El mensaje dejó helado a Zeta y a Samantha, quienes retrocedieron instintivamente. —Bueno, lástima muchachos —dijo Rodrigo mientras guardaba su radio y alzaba su arma—. Órdenes del jefe… —Espera… no puedes matarme —se anticipó Zeta. —Sí que puedo… Zeta se perfiló de costado y enseñó rápidamente su cicatriz. —¡Soy yo! Soy al que están buscando… Rodrigo observó con atención la cicatriz de aquel sujeto y su rostro se ensanchó de la sorpresa abriendo su boca instantáneamente. Tragó saliva. —¿De verdad eres tú? —inquirió Rodrigo impresionado y anonadado. Como si se hubiese encontrado con alguien realmente famoso. —¡Pero claro que es él! —añadió Sam—. ¿Por qué crees que lo tengo esposado? —Increíble… así que eres tú —dijo Rodrigo con un atisbo de furia creciendo en su interior—. Entonces te mataré de la forma más dolorosa posible… —¿Qué? —Zeta retrocedió sorprendido—. Espera… —Ya esperé lo suficiente —Rodrigo alzó su arma y apuntó a la cabeza del muchacho—. Esto es por todo lo que nos hiciste, hijo de… —¡Espera! —Interrumpió Zeta empalidecido—. Tienes algo detrás de ti… —¡No me vengas con eso! —¡¡Que tienes algo detrás de ti!! Rodrigo observó de reojo una sombra que se aproximó desde su espalda, inmediatamente retrocedió y se volteó estupefacto. Un horrible rostro escondido entre las penumbras lo asechaba de muy de cerca. Un rostro grisáceo y ancho con los párpados totalmente cerrados y hundidos en unas
protuberantes cuencas negras. Su cabeza era totalmente calva con algunas venas a la vista; aunque lo más perturbador de aquella criatura radicaba en su mandíbula. Las comisuras de su boca comenzaron a expandirse, como si estuviese haciendo uso de una sonrisa terrorífica. De su boca nacieron unos enormes y aterradores dientes, tan afilados como puntiagudos. Su boca continuó abriéndose lentamente mientras su rostro se expandía a lo largo; chorros de saliva y sangre caían en hilos escurriéndose entre esos filosos dientes amarillos. El corazón del hombre apenas emitía un lejano latir luego de ver a esa horrorosa bestia frente a él. Rodrigo dio un paso atrás, pero fue escuchado por la criatura quien avanzó con apremio colocándose a un palmo del hombre. Rodrigo se sobresaltó pero fue incapaz de reaccionar a tiempo. El monstruo extendió su mandíbula de forma sobrehumana inclinando su boca para asestar una mordida feroz y brutal que logró insertar la cabeza de Rodrigo al completo entre de sus dientes. La mandíbula se cerró en un parpadeo y un crujido perturbador resonó dentro de su boca. El cuerpo de Rodrigo tembló por un instante antes de inmovilizarse por completo y caer sin vida. El cadáver se desplomó en el suelo, decapitado por completo y derramando sangre por doquier. Zeta y Samantha ya no podía retroceder más, pero lo hubieran hecho de ser posible. Aquel ser continuaba masticando de manera apresurada, absorto en su labor. Samantha tomó su arma del suelo con cuidado y apuntó a aquella extraña criatura. Sus verdes y cristalinos ojos se cruzaron con la atemorizada mirada de Zeta, quien asintió dándole valor para que dispare. Samantha alzó su arma y disparó repetidas veces a la cabeza. El monstruo recibió los disparos y se sacudió con violencia, emitiendo un feroz gruñido molesto. Zeta y Sam no podían explicar cómo sus ojos no se salían de sus cuencas ante aquel suceso. No solo el monstruo no había muerto, sino que ninguna bala había logrado penetrar su piel. Un frío helado recorrió la columna de ambos cuando aquella criatura comenzó a avanzar. —¿Que mierda es esta cosa…? —preguntó Samantha con un hilo de voz apenas audible. —No lo sé… La criatura avanzó otro paso acercándose a ellos todavía más, volviendo a exhibir una aterradora sonrisa plagada de unos enormes dientes. Zeta comenzó a evaluar cada detalle que observaba del monstruo; al parecer no podía ver, ya que mantenía los ojos cerrados todo el tiempo. Evaluó eso como posible ventaja, pero al estar acorralados, eso dificultaba las cosas imposibilitando el poder escabullirse sin ser detectados. La criatura avanzó otro paso, Samantha aguantó la respiración y se pegó tanto como pudo a la pared. Evidentemente no podía ver, pero si escuchar, y algo en su cuerpo era distinto a los otros zombis. Un detalle algo particular, pero que Zeta no sabría decir si podría deberse a un accidente fortuito del azar, y es que ese detalle era que aquella criatura no tenía ningún brazo. Lo que resultaba algo bueno, dado que no lucharía para retenerlos, pero con esa tamaña mandíbula de tiburón, parecía no hacerle falta. Pensó Zeta. La criatura se colocó frente a frente con el muchacho. Hacía varios segundos que Zeta había aguantado la respiración pare emitir el menor ruido posible. De tan cerca, el rostro resultaba aún más aterrador y aquella hilera de dientes que comenzó a abrirse provocó en el joven una sacudida brutal en su ritmo cardiaco. Zeta no sabía qué hacer, sus opciones eran casi nulas ante un demonio asesino con inmunidad para las balas. Sabía que luchar era inútil y más todavía con las manos atadas, pero aun así debía intentarlo. Tensó sus músculos y cerro sus puños, pero en ese momento algo sucedió; las paredes retumbaron de repente y el suelo vibró por completo con una explosión que se escuchó resonar muy cercana. La criatura retrocedió confundida ante aquel sonido; fue entonces cuando Zeta vio su oportunidad.
—¡Corre Sam! —dijo Zeta y se lanzó hacia la bestia. El joven se arrojó de manera violenta, llevándose al zombi consigo en un fuerte tacle con su hombro. Sus rostros volvieron a quedar enfrentados en el suelo; la criatura gimió con furia, intentando dar una dentellada que Zeta esquivó rodando hacia un lado. Inmediatamente se apresuró para huir. Sam lo ayudó a incorporarse y ambos salieron disparados de la oficina. En el trayecto esperaron toparse con más de aquellos incansables zombis que los habían seguido, pero en vez de eso, todo el pasillo se encontraba regado de cadáveres sin cabeza. El monstruo actuó raudo; retorció su torso y se elevó utilizando sus pies, y comenzó a perseguir a los muchachos. Samantha volvió sus pasos hacia una esquina y giró a su derecha, siendo seguida muy por detrás por Zeta. El monstruo no se quedaba atrás alcanzando una velocidad increíble que casi logra atrapar al joven al doblar. Zeta tomó impulso corriendo lo más rápido posible. Detrás de él lo seguía aquel monstruo, quien corría de forma irregular, chocándose con cada muro al avanzar y chirriando una serie de gritos agudos y sonidos espantosos. —¡Por las escaleras! —gritó Zeta con desesperación. Samantha entendió el mensaje y encaró primera hacia las escaleras, pero apenas bajó uno de los peldaños detuvo su carrera en seco. Una mujer con el rostro desfigurado y la mandíbula partida la divisó. Samantha maldijo; rápidamente volvió sobre sus pasos y continuó por el pasillo para escapar, mientras el monstruo emitía un feroz grito de muerte. —¡¡Escaleras no, escaleras no!! Zeta alcanzó a Sam unos segundos después y fue arremetido por la mujer zombi que lo acorraló contra el muro. A juzgar por su increíble fuerza solo podría tratarse de un Parca. Zeta se vio metido en un apuro difícil de solventar; apenas podía mantener alejada al zombi Parca con sus manos esposadas y su capacidad de movimiento se hallaba bastante reducida. El zombi volvió a gritar, mostrando sus dientes y expandiendo su boca para el ataque final, pero su aullido fue sucumbido por completo. En un instante, una hilera de enormes dientes se clavó en el rostro de la mujer, hundiéndose con fuerza y arrancando poco más de la mitad de su cabeza. La sangre que llegó al rostro de Zeta lo desestabilizó por un momento, entrando en un breve estado de shock en el que ya ningún sonido era audible para él y todo se volvió lento. El cadáver del zombi Parca cayó delante de sus narices, dejándole vía libre para escapar, pero el espectáculo de ver a aquella espantosa criatura masticándose medio cráneo fue algo que anonadó por completo al muchacho, aplastándolo emocionalmente. El brutal sonido de aquellos dientes, partiendo y resquebrajando los huesos como si fuesen unas simples galletas, revolvió el estómago de Zeta, quien de no ser por la intervención de Samantha hubiese tardado mucho más en volver en sí. —¡Vámonos! —Samantha tomó a Zeta del brazo. El joven volvió su alma a su cuerpo para reaccionar nuevamente. Ambos comenzaron a correr, pero la criatura no pensaba quedarse atrás, tragó lo último de aquel cráneo y continuó la inagotable persecución. Zeta y Sam escuchaban como esa cosa se acercaba a una velocidad aterradora, golpeándose con violencia contra los muros del pasillo al avanzar, y bramando incesantes y desesperantes chirridos agudos. Los muchachos continuaron corriendo por el pasillo sin mirar atrás, pero las opciones comenzaban a agotarse más adelante, en donde el final del recorrido desembocaba en un salón con un ventanal de cuerpo entero justo al frente. —¡No hay salida! —dijo Samantha aterrada. —¿Tienes el arma? —preguntó Zeta.
—Si. —¡Dispara a la ventana! —concluyó el muchacho con apremio—. ¡Vamos a saltar! —¡¿Qué?! La cosa volvió a chirriar acercándose todavía más a ellos. —¡¡Hazlo, rápido!! —dijo Zeta esforzándose por tomar más velocidad. Samantha obedeció y tomó su arma sin disminuir el paso y comenzó a disparar repetidas veces hacia la ventana. Las balas atravesaban el vidrio sin problemas, dejando unos pequeños huecos y resquebrajándose poco a poco. Zeta intensificó todavía más la velocidad y se preparó mentalmente para lo que vendría. Tomo impulso y saltó. El joven se había separado de Samantha en el último tramo y saltó colocando sus brazos al frente; el virio se partió por completo y el cuerpo de Zeta quedó totalmente suspendido en el aire. Samantha fue la siguiente en saltar; a diferencia de Zeta, ella revoleaba los brazos y las piernas en el aire mientras descendían. En apenas unos segundos, la gravedad los arrastró con fuerza hacia el suelo, impactando con brutalidad. Zeta cayó inclinándose hacia un lado de su cuerpo para permitir que la inercia lo hiciera rodar, pero solo recibió un compuesto de graves golpes en sus brazos, piernas y su columna. Samantha pudo aterrizar mejor, pero también fue asediada por el pavimento llevándose consigo algunos importantes golpes en su cuerpo. La joven de ojos verdes hizo una fuerza sobrehumana por colocarse de pie de nuevo, la calle parecía dar vueltas a sus ojos. Sujetó a zeta del brazo, quien como ella, apenas podía mantener el equilibrio, y decidieron arrastrarse lejos del lugar. Sam alzó la mirada y pudo ver a Franco no muy alejado; el soldado dio unos pasos hacia ella con apremio, Samantha no tenía idea del enfrentamiento y debía sacarla ahora mismo de la línea de tiro o sería demasiado tarde. —¡Sam…! —¡Cuidado, ya viene! —interrumpió la muchacha, señalando a la ventana. Tanto el grupo de Franco como los hombres de la Nación Oscura torcieron sus miradas de nuevo hacia la ventana del edificio, en donde un alarido grotesco resonó con fuerza, y desde aquel primer piso, una tercera figura saltó también hacia la calle. El cuerpo se revolcó por el suelo de manera estrepitosa dejando a todos los presentes en un estado total de confusión. Poco a poco, la criatura se fue incorporando, pero se encontraba totalmente aturdida por la caída. Mientras tanto, Samantha y Zeta lograron refugiarse tras el Jeep, junto con Franco y Rex. Ambos dúos tuvieron que dar sus respectivas explicaciones sobre lo que habían acontecido hasta el momento. Por otro lado, el grupo de Calavera y sus hombres observaban con detenimiento a aquella extraña criatura. —¡Es esa cosa! —exclamó Nico con una sombra de terror bajo sus ojos—. ¡Es el monstruo que vimos adentro! —Es indestructible… —añadió Gib, secándose el sudor de la frente—. Le disparamos pero no le pasa nada. Apenas pudimos escapar. —Hay que tener cuidado… —compartió Juan, asomándose para observar a la criatura—. Mientras no nos vea estaremos bien… Baltasar chistó repetidas veces negando con su cabeza. —Si estos dos chicos están vivos eso quiere decir que perdimos a Rodrigo…—dijo tensando sus músculos faciales de la rabia, si había algo que Calavera detestaba era perder a sus hombres en batalla. El hombre salió a descubierto y avanzó hacia aquella criatura—. ¿Acaso tú te lo comiste pedazo de cosa rara? —Calavera apuntó a la criatura con el lanzamisiles—. ¡Respóndeme cuando te hablo hijo
de puta! El misil salió disparado dejando una estela de humo a su paso, hasta impactar directamente con aquella criatura. La explosión retumbó por todo el sector y el cuerpo del zombi se arrastró varios metros hacia atrás, cayendo a una distancia cercana al Jeep. Mientras tanto, los zombis de las cercanías que merodeaban en las distintas secciones de la ciudad comenzaron a movilizarse guiándose por aquel sonido. —Ese fue el último proyectil —comentó Nico mientras revisaba las balas de su arma—. Y ya no me queda mucha munición. —Pero valió la pena —dijo Calavera arrojando el arma al suelo y poniéndose a cubierto—. Eso fue suficiente para elaborar el duelo de Rodrigo. Y ¿saben algo? No lo estoy escuchando… —¿Qué cosa…? —No estoy escuchando como aplauden los cachetes de sus culos de felicidad, ya que ese maldito bicho raro, salido de una puta película de terror barata ya no va a molestarlos. —Ehm… Calavera —Juan apuntó hacia el frente. Calavera se frotó su único ojo sano al ver como aquella criatura comenzó a contorsionar su cuerpo de manera irregular en el suelo, chirriando mientras se colocaba perezosamente de pie. —¿Qué mierda es eso? —dijo Calavera adoptando un semblante de preocupación. —¡No puede ser! Recibió un misil y no le pasó nada… —exclamó Renzo sorprendido. La criatura viró su cabeza rápidamente hacia el Jeep, aparentemente las palabras de Rex lo habían atraído y comenzó a avanzar con lentitud, inclinando su rostro hacia un lado y al otro, buscando otro sonido más que le diera una nueva pista a seguir. Calavera sonrió. —Alto el fuego muchachos. Dejemos que esa cosa se encargue de ellos, concentren su atención en los zombis que se acerquen a nosotros. Mientras tanto, Zeta inmediatamente ordenó al grupo con un gesto para que guardaran silencio y se acercó a Franco, mostrándole las esposas. Franco intuyó que quería ser liberado, pero se negó a quitárselas, al menos hasta que Samantha lo atravesara con una mirada enfurecida. Franco hizo una mueca de resignación y en total silencio, utilizó las llaves para quitarle las esposas, mientras Rex le devolvía a Zeta su Beretta. Zeta se frotó las muñecas y arrojó las esposas lejos, las cuales emitieron un ruido al resonar con el asfalto. La criatura automáticamente se guio por aquel sonido, variando la dirección de sus pasos hacia el lado opuesto al Jeep. Todos suspiraron, pero en ese momento, Anna vio algo que la alertó por completo. Al no poder comunicarse con rapidez, estiró su brazo para quitarle el arma a Franco y utilizó una bala para acabar con un zombi que se encontraba apunto de clavar sus afiladas garras en Renzo. Todos voltearon estupefactos ante el sonido, y luego dirigieron nuevamente sus miradas ante la criatura quien lanzó un chirrido aterrador antes de abalanzarse hacia ellos. Zeta sabía que debían retroceder, pero si salían de la cobertura que el Jeep les brindaba se arriesgaban a quedar totalmente expuestos a la Nación Oscura. La criatura continuaba avanzando. Gastar balas tampoco era una opción, ya que aquella cosa gozaba de una piel tan resistente que ni siquiera un misil le había provocado daño alguno. La criatura continuaba avanzando. Se encontraban frente a un monstruo indestructible y totalmente peligroso. Sediento de sangre y dispuesto a todo por conseguirla. Zeta toda su vida dudó de la existencia de un Dios misericordioso y protector, y con respecto a todo lo que le estaba pasando al mundo ahora mismo, sus dudas se habían vuelto ligeras certezas y realmente pensaba que no existía ente superior alguno. Nunca creyó que algún día pediría un milagro, pero en este mismo momento era todo lo que podía hacer. Zeta cerró
sus ojos y rezó. Entonces algo pasó. Un disparo retumbó y el monstruo frenó la marcha justo a un palmo de Zeta. Otro balazo más impactó en la cabeza de aquella criatura, obligándola a voltear. Todo el grupo se sorprendió al ver al padre Matías en medio de la calle, arremetiendo a disparos a aquella bestia. El monstruo enfureció y se dirigió violentamente hacia el padre, quien continuaba con una balacera despiadada intentando detenerlo, pero nada pasaba. El monstruo efectuó un enorme salto hacia adelante aterrizando a un paso del padre, quien retrocedió por instinto y se perfiló para escapar, pero fue capturado por dos piernas que se aferraron a su torso con una rapidez impresionante. Aquella cosa se había trepado al padre Matías con ambas piernas y no pensaba dejarlo escapar. El rostro de la criatura comenzó a abrirse mostrando aquellos dientes horribles y amenazantes. El hueco de su boca era oscuro y profundo, y emanaba un hedor que descompuso al padre Matías. El hombre apenas podía respirar a causa de las piernas de la bestia, que se hundían con fuerza en su torso. Un grito desesperado se desprendió de su garganta, pero fue inmediatamente silenciado por un crujido brusco y seco. La criatura clavó sus fauces en la cabeza del padre y su cuerpo cayó con rapidez. Matías había muerto. —No… —Zeta no creía lo que veía, todo había pasado tan rápido que apenas tuvo tiempo de colocarse de pie. —¡Matías! —Samantha volvió a caer en el pánico de otra desgraciada muerte que acontecía frente a sus ojos el día de hoy. Renzo maldijo y Franco bajó la mirada angustiado. Anna ya se había recuperado lo suficiente como para poder alzar su torso; y Noelia, quien se encontraba solitaria detrás de la camioneta, no paraba de echar lágrimas por la muerte de su compañero. Tal fue la conmoción ocasionada, que la muchacha no pudo percatarse de que un zombi se aproximaba sigiloso por su espalda. La chica sintió un suspiro de calor en su nuca que provocó que girara con lentitud su cabeza. Una sombra oscureció su rostro y un monstruo echó un feroz gruñido. Noelia se precipitó, hubiese intentado luchar o escapar de aquella criatura que la había tomado por sorpresa pero nada de eso fue necesario. Una bala atravesó su cráneo al instante, acabando con todo peligro. —¡Ve con ellos! —dijo Zeta caminando hacia la calle y con una mirada que traslucía una seriedad impactante. Noelia arrastró su pie en cada paso e intentó dirigirse lo más rápido que pudo hacia donde los demás se refugiaban. Mientras tanto, Zeta avanzaba hacia la criatura, quien se encontraba abstraído del resto del mundo, devorando lo que quedaba del padre Matías. El puño de Zeta se cerró. Una creciente ira comenzaba a consumir su cuerpo; una ira que se esforzaba por esconder los vástagos sentimientos de una angustia que punzaba con tenacidad en lo más interno de su pecho. El muchacho se esforzaba de manera sobrehumana por mantener sus lágrimas bien adentro mientras continuaba avanzando. Su mente comenzaba a crear imágenes crueles y conjeturas violentas sobre su persona, culpándose a sí mismo por la muerte del padre Matías. Él había dado su vida sin siquiera conocerlo y su cabeza no podía admitir la idea de haberlo dejado morir sin reaccionar a tiempo. Esa misma idea provocó algo dentro de él; un sentimiento que comenzó a hervirle la sangre del cuerpo. El solo hecho de no poder haber hecho nada, por una falta de reacción, lo carcomía con intensidad y hacía vibrar todo su ser de furia. —Él no se merecía esto… Zeta llevó su mano hacia el mango de su machete y con lentitud comenzó a desenvainarlo. Era inevitable que no pensara en eso; si el padre Matías no hubiese intervenido, él ahora mismo estaría en
su lugar, siendo sus huesos y su cerebro aquellos que se descomponían en múltiples pedazos adentro de la mandíbula de aquella despiadada criatura. —Suelta a Matías… —Su voz apenas fue escuchada por él mismo, en su imaginación esas palabras habían sonado con rudeza y fuerza, pero en la realidad había sido totalmente distinto. Lo cual hizo que enfureciera más — Suelta a Matías… Por más que se esforzara, el volumen de su voz continúo sin sonar lo suficientemente fuerte. Un crujido más; a saber que parte del cráneo de Matías había hecho ese tremendo y exasperante ruido. Era obvio que la criatura no le prestaba ni la más mínima atención, y eso solo lo envolvía más en su torbellino de furia, angustia, frustración y repugnancia. Ya no lo aguantaba más. Ya no aguantaba ese agónico dolor incesante en lo más profundo de su ser; no aguantaba aquella angustia violenta que pujaba por salir a cada momento; no aguantaba presenciar el cadáver del padre siendo tan brutalmente mancillado por ese monstruo; no aguantaba no haber podido ayudarlo; no aguantaba su falta de voz al hablar; no aguantaba ser ignorado por un maldito ser sin vida y sin inteligencia; pero por sobre todo eso… Ya no soportaba ni un segundo más escuchar ese asqueroso repiqueteo que producían los dientes de la criatura al masticar. —¡Suelta a Matías! —finalmente su voz había sonado tan fuerte como quería. La bestia al escucharlo abandonó el cadáver y se colocó frente a Zeta adoptando una postura torcida, mientras su mandíbula todavía seguía moviéndose y comiendo. Zeta llevó el machete a un lado de su hombro, enervado por la cólera. —¡¡Para de masticarte a Matías!! —Inhaló aire desde su nariz con fuerza; sabía que no le haría daño, pero eso no le importaba ahora—. ¡Hijo de…! Zeta dejó la frase en el aire y trazó una línea vertical con el machete con todas sus fuerzas. La hoja se hundió en el cuello de la criatura y logró atravesarla con total facilidad. Su cabeza fue arrojada al aire e impactó con el asfalto, dando varias vueltas hasta quedarse estática en medio de la calle, dejando una huella angosta de sangre tras de sí. El muchacho llevó su mano a su frente y la deslizó por su cabeza. No entendía lo que había pasado. Suspiró e intentó calmarse. Sabía que había ido directamente a la boca del lobo, a acariciarse con la muerte, supo que moriría desde el primer paso que dio para dirigirse hacia ese monstruo. Pero algo milagroso había sucedido, algo increíble que escapaba de su entendimiento. Lo había asesinado y no tenía ni la más remota idea de cómo lo había hecho, pero este no era ni el lugar, ni el momento de pensarlo. Ahora mismo el panorama no hacía más que empeorar, los zombis comenzaban a acaparar las calles por montones y el grupo comenzó a presentar dificultades para mantenerlos a raya. —¡Lo mató! —Juan no podía explicar lo que sus ojos le mostraban—, ¿Cómo mierda lo hizo? —¡Da igual! —escupió Gib, apuntándolo con su fusil—. ¡Es todo mío! —Espera un minuto… —Calavera no había quitado la mirada de Zeta desde que lo había visto acercarse al monstruo, y algo en él había captado su atención—. Mira bien a ese chico Gib, ¿ves algo interesante? Gib entrecerró sus ojos, pero a causa de una inoportuna miopía adquirida en una edad muy temprana, sus ojos no discernían con claridad los elementos a la distancia, por lo que no pudo responder afirmativamente a su jefe. —Tiene un gran peinado. —¡Idiota! Yo soy el tuerto, pero tú eres un ciego… ¡Mira a su brazo! Gib volvió a salir a cubierto para observar con mayor detenimiento hacia donde le había indicado Calavera. Tuvo que forzar un poco su mirada hasta que un proyectil que impactó en la chapa del vehículo lo obligó a refugiarse nuevamente.
—¡Su brazo está sangrando!, de seguro por aquella caída… pero no entiendo que quieres que observe. —¡Él tiene la Z! —¿La Z? —¡La cicatriz! —escupió calavera, volviendo a observarlo con ojos destellantes en furia y una sonrisa de satisfacción—. ¡Lo encontramos! —¡Bien! Entonces… ¿Lo mato? —Era evidente que Gib no estaba en equipo de Calavera por su inteligencia natural. —Gib —interrumpió Nico, posando su mano en el hombro de su compañero—. Estamos buscando a un sujeto con una cicatriz en el brazo, ¿bien? Recuerdas que venimos buscándolo hace meses y cuando veníamos camino aquí el jefe dijo… Nico dejó lo que estaba diciendo y se alejó de su compañero con rapidez. Calavera acercó su rostro a centímetros del de Gib e incrustó la punta de su arma en su boca, observándolo con unos ojos enraizados de crueldad. —Gib, Gib, Gib… déjame decirte algo querido amigo mío —Calavera hablaba de forma apresurada pero con una tonalidad firme y natural—. A partir de ahora, tú y ese chico que está allá tienen un lazo que los une, una conexión íntima, no gay, no confundas las cosas… una conexión íntima y muy especial —El arma se hundía con fuerza en la boca de Gib, quien solo podía murmurar sonidos agudos de terror—. En esta conexión, si ese chico que está allá… ¡Míralo Gib! Gib observó a Zeta desde su posición y asintió repetidas veces. Un hilo de saliva se escurrió en el arma y cayó al suelo. —Si ese chico se orina en los pantalones, tú te orinas en los pantalones; si ese chico se rompe un brazo, yo te rompo el brazo. Ahora, si ese chico se llega a morir, amigo mío —hizo una breve pausa —. Tú te mueres… ¿fui claro? El hombre volvió a asentir. Calavera quitó el arma y limpio los restos de saliva con la ropa de Gib. —Lo quiero vivo, así que todos ustedes van a cuidar el culo de ese chico y luego cuidarán el mío, y por último cuidaran sus putos culitos de maricones, ¿¡está bien!? —¡Si señor! Mientras tanto, Zeta volvía hacia el Jeep donde se refugiaban los demás. —¡Hey! —Franco arremetió sus palabras hacia Zeta con furia y una mirada penetrante—. ¡¿Qué mierda fue eso?! ¡No puedes salir de tu cobertura si no te lo ordeno! Te quité las esposas para que nos ayudes, no para que vayas a actuar como un chiflado allá afuera. Esto se está desbordando de bichos y un arma menos podría costarnos la vida. Zeta no contestó, pero devolvió la mirada de Franco con aun más tenacidad. —Pero Franco, él acaba de salvarme —lo defendió Noelia, quien se recostaba sobre una de las puertas del Jeep. —Anna fue quien disparó, teníamos todo medido hasta que él se adelantó por su cuenta. Se arriesgó sin necesidad y dejándonos a nosotros en desventaja contra los bichos. —Si pero acaba de derrotar a ese monstruo —se aventuró Rex, mientras disparaba—. Que por cierto, no tengo idea de cómo lo hiciste. —¡Con más razón! —Franco se acercó a un palmo de Zeta—. Cada cosa que haces me inclina a pensar cada vez más que eres un asesino despiadado, y no sé qué fue lo que hiciste con aquel bicho, pero mantén tus manos en dónde yo las pueda ver. Sigo sin confiar en ti, solo te doy una maldita oportunidad más para hacer lo que te ordeno o te juro que tu cabeza será la próxima en rodar por la calle.
Zeta apretó el puño con fuerza. Ya se estaba hartando de las palabras de Franco, cada cosa que decía, hacía arder en su interior una furia que intentaba extinguir a toda costa, por el bien de Franco. —Bueno… —Samantha también se encontraba disparando hacia los monstruos que se acercaban cuando intervino—. Eso de hace un rato… sí que dio miedo. No puedo creer todavía como lo lograste. Franco disparó una ráfaga con su fusil hacia un grupo de monstruos y volvió a dirigir la palabra. —Para la próxima vez —dijo el centinela observando de reojo a Zeta—, solo intenta actuar normal. —¿Normal? —Zeta sonrió. Su capacidad para mantenerse al margen de tantos maltratos había llegado a su tope, pero intentó expresar las siguientes palabras de la forma más natural posible—. ¿De verdad crees que algo aquí es normal? Yo pensaba que eras más inteligente. No, Franco. Nada… ¡nada aquí es normal! —expresó el joven a viva voz—. Tú no eres normal, yo no soy normal, carajo ni siquiera estas cosas pueden llamarse zombis normales; unos tienen garras, otros son enormes y ahora hay zombis que pueden arrancarte la cabeza de una mordida —Zeta había perdido la poca compostura que le quedaba; revoleaba sus brazos mientras hablaba y se movió de un lado a otro con energía hasta que finalmente se colocó frente a Franco—. Nadie es normal… Zeta alzó su arma a la altura de la cabeza de Franco. —Nunca lo fuimos… —disparó. Franco vio como la bala surcaba el aire en un segundo y se estrellaba con un zombi a sus espaldas. —Y eso es porque todos somos diferentes —continuó Zeta—. Incluso los zombis, hasta ellos tienen sus diferencias. No podemos pedir la salida fácil y que todo salga como quisiéramos, pero podemos hacer un esfuerzo por adaptarnos a lo que tenemos… y para eso hay que actuar diferente, no puedes pedirme que actúe normal porque no lo voy a hacer —Zeta dio otro disparo hacia la muchedumbre de muertos que se acercaban—. Si hubiese actuado normal habría dejado que Rex muriera a manos del Grandote que lo acorraló en el pueblo —volvió a disparar—. Si hubiese actuado normal, tanto yo como Samantha, no hubiésemos saltado por la ventana y estaríamos muertos —clavó la mirada en Franco—. Si hubiese actuado normal no hubiese podido asesinar a ese monstruo bocón. No puedes pedirme que actúe normal —otro disparo más resonó desde su Beretta —, porque esa es mi manera de sobrevivir. Franco se quedó en total silencio, mientras evaluaba la situación a su alrededor y sumaba eso a las recientes palabras de Zeta para llegar a una conclusión. —Sugieres que para sobrevivir… ¿hay que actuar como idiotas sin cerebro? —Bueno, yo no usaría la frase: idiotas sin cerebro. Pero sí, algo así. Franco asintió con seriedad. —Creo que estoy de acuerdo contigo esta vez —comentó Franco mientras revisaba su equipo, extrayendo de su mochila una granada de fragmentación—. Actuemos como idiotas. —¿Tenías granadas contigo? —inquirió Renzo sorprendido. —Sí, pensaba usarla para abrir un hueco entre los bichos. Pero se me acaba de ocurrir una mejor idea. —¿Qué cosa? —preguntó Sam—. A mí no me parece mala idea abrirnos camino, podríamos escapar rápido. —A mí tampoco —la secundó Rex—. Es la opción más fácil que tenemos. —Sí, es lo más sencillo, pero piénsenlo bien, si arrojo la granada para abrir un espacio entre los bichos, los hombres de Calavera escucharán la explosión y no van a permitir que nos vayamos. A ese problema, súmenle que necesitamos llevarnos a Noelia y Anna, quienes apenas pueden mantenerse de
pie y es más que seguro que morirían al intentar cruzar por la horda. Pero por otro lado —continuó —. Si arrojo la granada hacia los hombres de la Nación Oscura, eso destruiría su cobertura y el ruido provocaría que los bichos se concentraran en esa zona. —¡Si! —dijo Sam con entusiasmo—. Y podemos utilizar ese despiste de los oscuros para ir hacia la camioneta y escapar todos juntos. —Nos abriríamos camino atropellando a los monstruos, y perderíamos el rastro de los oscuros. ¡Gran plan! —exclamó Noelia. Todo iba viento en popa para el grupo de la Nación Escarlata; ni bien todos acordaron los términos del plan trazado por Franco, se pusieron manos a la obra para dar marcha a la acción. —Solo tenemos una oportunidad —comunicó Anna con sus manos. —Si lo sé —contestó Franco con mesura, observando con la mitad del cuerpo a descubierto hacia el equipo de Calavera—. No puedo fallar. ¡Cúbranme! Mientras Zeta, Samantha y Rex se ocupaban del flanco frontal eliminando a los zombis que se agrupaban hacia ellos; Noelia y Anna se ocuparon de brindar apoyo a Franco disparando hacia la camioneta que resguardaba a Calavera y los suyos. El centinela tomo la iniciativa tras el primer destello que escuchó y se abalanzó hacia la calle a toda velocidad. El movimiento fue rápidamente detectado por Gib y Nico, quienes quisieron responder a la ofensiva pero fueron hábilmente frenados por la excelente puntería de Anna y Noelia. Las balas volaban muy cercanas a sus cabezas dejando a los oscuros poco margen de acción. Franco se sirvió de la ventaja para acercarse considerablemente a los oscuros; quitó el seguro de la granada y lo lanzó desde lo bajo, haciéndolo arrastrar por el asfalto. El explosivo chocó con una de las ruedas del vehículo y rodó unos pocos centímetros hacia un lado; Franco volvió raudo hacia el Jeep y esperó. Nico había observado con atención todo el proceso, sabía que esa granada los haría volar en pedazos a él y a sus compañeros, debía actuar con rapidez. Sin pensarlo dos veces se incorporó y se arrojó al suelo en un mismo segundo; tomó la granada con una mano y volvió a colocarse de pie con suma habilidad; Anna maldijo en su interior. Nico dio dos pasos, llevó su brazo hacia atrás e inclinó su torso preparándose para lanzar el explosivo. Pero en ese instante una bala atravesó su tobillo, sus piernas le fallaron y Nico cayó al suelo gimiendo de dolor. La granada chasqueó repetidas veces mientras rebotaba, para detenerse justo delante de Nico. Sus ojos reflejaron el proyectil teñidos de angustia. Suspiró. —Pedazo de hija… ¡¡Boom!! La explosión resonó con fuerza a lo largo de la cuadra y la sangre de Nico se sembró por toda la calle. Por suerte para Calavera, Nico había logrado alejar la granada lo suficiente para no verse afectados por la onda explosiva, pero ahora su número de soldados se había reducido. —¡Mierda, mierda, mierda! —expresó Juan con una notoria preocupación diseminada en sus ojos —. Ahora solo quedamos tres, ¡y ellos tienen granadas! —¡Esto se nos está escapando de las manos, Calavera! —dijo Gib nervioso—. ¿Qué vamos a hacer? —¡Los zombis se acercan cada vez más! —Tenemos que hacer algo urgente… —¡Jefe, responda! —¡Jefe!
Calavera no parecía con ánimos de contestar, una gran vena apareció de repente en su frente a causa de una furia que se encendía dentro de él. Sus hombres caían uno a uno, los monstruos llegaban de a centenas, y las municiones tanto como las opciones, se estaban acabando. Para rematar su racha de mala suerte, todavía no había encontrado la Nación Escarlata, y sabía que no podía llegar a con las manos vacías. Al menos había logrado encontrar a ese sujeto con la Z en el brazo, no todo estaba perdido todavía, pero las siguientes piezas que debía mover tenían que ser en extremo precisas y bien ejecutadas si quería salir victorioso. Pero por más que se lo pensara una y otra vez, ninguna idea surgía a la luz. Frustrado y agotado de recursos, Calavera se resignó a preguntar a sus hombres. —¿Alguno tiene una puta idea que nos saque de este infierno? No hubo una respuesta inmediata, solo estallidos de disparos se escuchaban mientras quebrantaban los cráneos de los infectados. Pasó un tiempo hasta que alguien decidió hablar. —Bueno, puede que yo tenga una idea —acotó Juan dubitativo. Calavera suspiró. —Ni siquiera voy a esperar que sea buena, viniendo de ti, pero aprecio tu iniciativa muchacho, veamos que tienes para decir. Juan tragó saliva y habló. Al terminar de explicar a sus compañeros su plan, Calavera no pudo evitar tentarse, una risa llena de confianza manaba de su garganta y una mirada empapada de maldad se formó en su rostro. —Juan, Juan, Juan… ¡Amigo, eres un jodido genio! Calavera tenía su carta del triunfo en la palma de su mano; con una actitud totalmente confiada y renovada en seguridad, procedió a levantarse y ponerse a descubierto; alzó un brazo al aire con la palma extendida y gritó: ¡¡—Proclamo un acuerdo de paz!! Zeta y el grupo escucharon aquellas palabras y más de la mitad frunció el ceño de la confusión. —¿Qué carajo dijo? —preguntó Noelia. —Está pidiendo un acuerdo de paz —explicó Zeta con seriedad—, es un acuerdo que se realiza cuando dos grupos en enfrentamiento deciden pactar una unión momentánea para concentrarse únicamente en derribar a los zombis que se acerquen, como es en este caso, y el acuerdo finaliza cuando solo quedan humanos en pie. —¿Es broma? —dijo Noelia incrédula—. Es una puta mentira. —Claro que si —dijo Zeta—, pero viendo que el plan de la granada no funcionó. Esto no me parece un mal acuerdo. —Olvídalo, no pienso salir de la cobertura —comentó Franco con rigidez. —Como van las cosas no vamos a poder aguantar mucho más —Zeta se tomó un momento para observar a todos—. Tenemos que hacerlo. —¿Qué?, ¿te volviste completamente loco? —¡Acepto! —Zeta salió de la cobertura y caminó hacia Calavera—. Todos aceptamos el acuerdo de no dispararnos hasta estar fuera de peligro. Calavera alzó su arma al frente con una sonrisa altanera. —¡Cuidado! —dijo Rex, pero su advertencia fue interrumpida por el disparo de Calavera. El proyectil pasó a un centímetro de Zeta, derribando a un zombi tijeras que se aproximaba por detrás. —Tienes mi palabra chico —dijo Calavera, volviendo a disparar—. Mis hombres no te atacaran ni a ti, ni a los tuyos, no nos conviene, tenemos desventaja numérica y tienes muy buenos tiradores que podrían acabar con nosotros muy fácilmente. Así que puedes estar seguro de que este acuerdo me lo
tomo mucho más en serio que tú. —¡¿Qué mierda estás haciendo?! —preguntó Franco irritado desde detrás del Jeep. —El acuerdo ya fue aceptado, ellos no nos dispararan hasta que hayamos eliminado a todos los zombis del lugar, y nosotros tampoco lo haremos. —¿Y tú eres tan idiota para creerle? Te matará apenas te descuides, imbécil. —Ya lo dijo, están en desventaja. Dudo que lo hagan, si no quieren morir. Desde donde lo veo es la única manera que tenemos de salir vivos. —No lo creo. Si tú quieres morir, hazlo. No pienso aliarme con esos sujetos —se opuso Franco. —Entiendo tu punto de vista Franco, pero ya no podemos hacer nada aquí, son demasiados —dijo Sam, mientras se alejaba del Jeep para acercarse a Zeta—. No podemos hacerlo solos, nos terminarían matando de todas formas. —Samantha, ¿vas a confiar en él? —Creo que ya no se trata de confianza —respondió Rex mientras se acercaba a Zeta; Anna y Noelia por su lado hacían lo mismo ayudándose la una a la otra—. Se trata de sobrevivir. —Exacto —lo secundó Zeta—. Un gran hombre me dijo una vez: La supervivencia se elige… Así que puedes elegir morir desconfiando, o puedes elegir tener esperanza y sobrevivir. Franco apretó los dientes, maldijo y se alzó del suelo rabioso; disparó una ráfaga de balas a un grupo de zombis para desquitarse y finalmente decidió acercarse a Zeta. —Espero que sepas lo que haces. Nos estas poniendo a todos en un enorme peligro. —Sé lo que hago —dijo Zeta con seriedad; luego procedió a acercarse a Calavera hasta que ambos quedaron uno frente al otro. Calavera sonrió. —¿Quién se iba a imaginar que nos volveríamos a ver de nuevo? —dijo Calavera; luego alzó su parche para dejar a la vista como la cicatriz de su cara continuaba hacia un ojo completamente rebanado en dos pedazos, que se hallaba contenido bajo un párpado cocido al completo por hilo y aguja—. ¿Te gusta mi nuevo look? —Lamento eso de tu ojo, pero tenía que hacerlo, ¿sin remordimientos? —contestó Zeta. —Ya te devolveré el favor —respondió el hombre con confianza—. Pero no será hoy —extendió su mano. Zeta estrechó la mano de Calavera sellando el acuerdo definitivamente. —Nos protegeremos hasta que el último zombi caiga. —Conozco el acuerdo chico, ¡ahora deja de perder tiempo y dispara! —dijo y alzó su arma. Zeta hizo lo propio y se acopló a la guerra contra los monstruos al mismo tiempo que todos formaban un semicírculo entre ellos, para abarcar el mayor territorio posible. Los zombis se acercaban desde las esquinas con furia; surgían desde los interiores de las casas y los edificios; corrían y se arrastraban; se levantaban y volvían a intentar; algunos se dejaban caer desde las ventanas de los edificios para terminar dibujando un charco en el asfalto con su sangre. Zeta sentía que manteniéndose en grupo junto con los oscuros la situación podía controlarse mejor, pero parecía que por cada monstruo que caía, dos más aparecían. El panorama había mejorado, pero la cantidad de criaturas que avanzaban por las calles se había vuelto abismal y preocupante. —¡Mierda, están por todas partes! —se quejó Rex, disparando. —Yo ya no tengo más balas —informó Noelia con una voz temblorosa de pánico. —Calavera, mis municiones se están por acabar —advirtió Gib, secándose el sudor de su frente. —Franco —susurró Sam preocupada—. Yo tampoco tengo balas. —¡Carajo! —Franco había arrojado su arma, él tampoco contaba con municiones ahora. —¡A la mierda con estos hijos de puta! —dijo Calavera furioso—. ¿Tienen armas blancas?
¡Úsenlas! Zeta guardó su Beretta tras utilizar su última bala en un Parca. —Bien, si vamos a morir, ¿qué mejor que hacerlo rebanando cabezas de zombis? —dijo y desenvainó su machete a la vez que lo blandía hacia el cráneo de una criatura. Pateó el cuerpo y prosiguió con otra. Rex también hizo lo mismo con su navaja luego de realizar su ritual; mientras tanto, Samantha arrojaba sus últimos chuchillos de lanzamiento a los monstruos que se acercaban a sus compañeros. Todos los hombres comenzaron una lucha encarnizada cuerpo a cuerpo contra cada zombi que se ponía al alcance de sus puños. Cortaban, golpeaban y volvían a cortar. La horda poco a poco fue reduciendo el espacio del grupo, rodeándolos cada vez más. Noelia se rindió ante la situación y se dejó caer de rodillas en medio de todo el desastre, Anna y Sam la rodearon intentando protegerla. —Vamos, no puedes dejarnos ahora Noelia. Noelia dejó caer unas lágrimas de sus cristalizados ojos. —Ya no podemos hacer nada, Sam. Es inútil. Rex cruzó miradas de preocupación con Zeta, ambos retrocedieron hasta que el grupo se vio totalmente reducido de espacio. La espalda de Zeta y Calavera se encontraron y todos se vieron acorralados ante centenares de muertos que avanzaban sin descanso. La muerte los rodeaba, los acariciaba y los esperaba. Nadie emitió palabra alguna en un periodo prolongado de tiempo, pero en sus mentes se cruzaba la misma idea: no lo lograrían. Los únicos sonidos que se escuchaban ahora en el ambiente eran los gruñidos y bramidos guturales de las bestias acechantes. ¿Este era el final? —¿Eh?, ¿escuchan eso? —preguntó Rex alzando la vista. Zeta lo observó sin ánimos. —¿Qué cosa? Son solo estos monstruos. —No, no, espera —comentó Samantha alzando la mirada—. Yo también lo escucho. Zeta afinó su oído y detectó un leve sonido que incrementaba su volumen rápidamente. —Eso es… ¿un motor? —No —refutó Rex con una sonrisa que se comenzaba a dibujar en sus labios—. Son más de uno. —¡Se están acercando! —exclamó Samantha. En ese mismo instante, el ambiente se inundó de destellos de disparos; alguno de los zombis escucharon el estrepitó y se voltearon… por última vez. Dos enormes camionetas todo terreno se abrieron paso entre la horda embistiendo a los monstruos, lanzándolos por los aires sin compasión. En la caja trasera de los vehículos se encontraban hombres quienes disparaban desde unas poderosas ametralladoras automáticas acopladas. Las balas llovían hacia cada cabeza podrida en la zona, una ráfaga era suficiente como para tumbar una gran cantidad de esas bestias. Mientras tanto, la camioneta recorría en círculos el perímetro, proporcionando una defensa impenetrable al grupo. Al cabo de unos minutos de tiroteos incesantes y algunas granadas arrojadas por los mismos quienes disparaban las ametralladoras, la calle se despejó en su totalidad, dejando un mar de cadáveres revistiendo toda la calle. Las camionetas se detuvieron y las ametralladoras viraron su dirección hacia un punto en particular: Calavera y su grupo; los cuales se vieron obligados a retroceder. De una de las camionetas bajó un hombre alto; un peinado perfecto hacia un lado y un traje negro se lucieron en su persona mientras avanzaba hacia el grupo con total seguridad. Al observar el estado de Noelia y de Anna, solo fue necesario un gesto de su mano para que varios hombres se bajaran de
sus vehículos a ayudarlas. —¿Están todos bien? —preguntó Máximo, el presidente de la Nación Escarlata—. ¿Te han mordido, Noelia? —No, no es una mordida —respondió la jovencita apenada—. Es solo una herida, señor. —Entiendo, llévensela a ella y a Anna en un trasporte a la nación ahora mismo —A penas Máximo terminó de hablar, un reducido grupo de centinelas marchó hacia una de las camionetas llevándose a las chicas—. ¿Y el padre Matías? No lo veo por aquí —se dirigió a Calavera—. ¿Ustedes lo mataron? —En realidad…—comenzó a decir Zeta bajando la mirada—. El murió para salvarme, es mi culpa… —No —intervino Noelia, quien se resistió a ser llevada hacia un vehículo—. Yo lo vi todo a la perfección, él no tiene la culpa, nos salvó a todos de un nuevo tipo de zombi peculiar muy fuerte, Matías… solo no tuvo tanta suerte, eso es todo. —Ya veo —expresó Máximo, sin dejar de mirar a Calavera a los ojos—. Y ustedes tres, ¿cuáles son sus asuntos en mi ciudad? —¡Ellos querían matarnos! —dijo Sam dando un paso al frente. —Ya lo sé, ¿son de la Nación Oscura, verdad? Se nota en su desalineado aspecto. —¿Qué haremos con ellos? —preguntó Franco avanzando un paso—. Si me permite la opinión, yo digo que los matemos a los tres ahora mismo. Gib dio un leve paso hacia atrás, para luego observar como un cañón de ametralladora lo apuntaba directamente desde su espalda. Volvió cerca de Calavera. —No, no los mataremos. Es innecesario, más de su calaña vendrían a la ciudad cuando se den cuenta que sus hombres no volvieron —explicó Máximo con una seriedad que imponía respeto—. Eso solo ocasionaría que los vuelva a matar y ellos traerían más, y tendría que volver a matarlos y así el ciclo sería interminable —expresó con la mirada en alto—. Lo que haremos será mandarles un mensaje. Tú, el pirata mohicano, ¿eres el líder del grupo? Quiero que vayas de donde sea que viniste y le digas a tu gente que no vuelvan a pisar mi territorio si no quieren declarar una guerra entre naciones —apuntó su dedo hacia uno de sus vehículos—. ¿Ves esas camionetas de ahí? Tenemos muchas más que esas, y recolectamos las armas de toda la ciudad. Nuestro ejército es tan grande que tuvimos que crear otra sede de la Nación Escarlata porque no teníamos espacio suficiente. Así que no es buena idea que nos tienten, no van a salir en una pieza se los aseguro. Si quieren guerra, nosotros se las daremos hasta el final, pero apelo a tu buen uso de razón y espero que podamos evitarnos derramar sangre innecesariamente, ¿fui claro al respecto? Calavera sonrió arqueando las cejas. —¿Guerra?, por favor amigo, estamos del mismo lado. Es decir, somos seres vivos… Un disparo al suelo interrumpió a Calavera. —No quieras tomarme el pelo. Calavera lo fulminó con la mirada. —¡Esta bien!, ¿esos son tus términos? Los cumpliré. —¿Qué? —dijo Gib—. Jefe si volvemos con las manos vacías nos… —¡No interrumpas imbécil!, nos están dando la oportunidad de vivir, hay que ser agradecidos — Calavera sonrió simulando cortesía. —Nos llevaremos uno de tus hombres también, no quiero correr riesgos, si vuelven lo mataré. —¿Uno de mis hombres? Eso no era lo negociado. —¡Tú no estás negociando nada! Estas cumpliendo lo que te digo, ¿se entiende la diferencia? Calavera apretó los dientes.
—Está bien, llévate a quien quieras. Juan y Gib miraron preocupados a Calavera. —Pero jefe… Franco se acercó a Max y susurró en el odio solo para que él lo escuchara. —Toma al más flaco de todos, conoce a uno de los nuestros, podemos utilizarlo para sonsacarle información de la Nación Oscura. Máximo asintió y se dirigió nuevamente a Calavera. —Bien, entonces tú, el de la izquierda. Manos en la espalda, y tú el mohicano, espósalo. Uno de los sujetos que apuntaban con la ametralladora arrojó cerca de Calavera unas esposas que utilizó para maniatar a Juan. —Calavera, ¿Estás seguro de esto? —¡Quédate quieto y obedece! No actúes como una marica —Calavera acercó su boca a la nuca de Juan y susurró—. Sigue el plan. —Bien, ¡nos vamos todos! —anunció Máximo—. Rápido, antes de que caiga la noche. Franco tomó a Juan y lo arrastró hacia uno de los vehículos. Mientras tanto, Anna y Noelia fueron transportadas rápidamente hacia la nación. Tanto Zeta, como Renzo y Samantha se ocuparon de llevar la camioneta que habían traído en un principio. —Espero por su bien no verlos por aquí nunca más —dijo Máximo, y quemó llantas saliendo a toda velocidad del lugar, los otros vehículos los siguieron y en poco tiempo se perdieron de la vista de Calavera. —¡Que mierda! Esta misión fue todo un fracaso, ¿qué le diremos a Alexander ahora? Calavera no se molestó en responder, últimamente cada palabra que Gib decía lo ponía bastante nervioso, y de todos sus hombres, él era el último a quien prefería a su lado. Sin prestarle atención a sus insistentes quejas, Calavera se dirigió hasta lo que quedaba de su Jeep. Encendió la radio, por suerte no había sufrido daños mayores, y la conectó con un pequeño GPS que sacó de la guantera del vehículo. —Bien, está emitiendo señal. Esta porquería sigue funcionando —expresó Calavera satisfecho—. ¡Marica!, ¿me escuchas? —¡Hmm! ¡Hmmmmmmm! —A pesar de la interferencia ocasionada por la radio, Calavera supo que aquella voz era la de Juan—. ¡Hey guarda silencio! —Estos estúpidos no lo registraron todavía. Perfecto. —¿Qué es eso? —preguntó Gib, acercándose al GPS. —El plan que efectuó Juan está saliendo de maravilla —murmuró Calavera mientras interactuaba con el GPS—. ¿Recuerdas el plan? Gib negó su cabeza con una mirada torpe. Calavera intentó no degollarlo solo porque tenía presente que él manejaría todo el viaje de regreso. —El plan era promulgar el acuerdo de paz, hacer suficiente tiempo y mucho ruido para que la Nación Escarlata acudiera a la inminente ayuda. —Es bueno que nos hayan escuchado, eso significa que la Nación Escarlata está cerca. —Sí, pero de todas formas las explosiones se pueden escuchar a gran distancia, seguiría siendo difícil encontrar el lugar exacto. Por lo que la tarea de Juan era infiltrarse a la nación, y podía hacerlo ya que él conocía a uno de esos idiotas. Entonces él los convencería de abandonar nuestra repugnante nación, nosotros actuaríamos como si estuviésemos muy ofendidos con eso, aunque me importaría una mierda, y así él podría aliarse con ellos y pasarnos información útil desde dentro del lugar. —Ya llegamos, ¡Abran las puertas! —se escuchó desde la radio.
—Perfecto, ya están ahí —volvió a interactuar con el GPS, el aparato comenzó a emitir una serie de pitidos intermitentes y un punto rojo se iluminó en el mapa de la ciudad. Calavera escupió una carcajada — ¡Perfecto! Todo salió como ese marica lo planeó; con la ligera diferencia que no fue necesario convencer a la Nación Escarlata de unírseles, simplemente lo secuestraron. Nos allanaron el terreno, me facilitaron el acceso a uno de mis miembros a su nación y acabaron por sepultar su propia tumba. Gib observó el GPS con intriga. —¿Ellos están ahí?, ¿cómo lo has hecho? —Juan lleva una radio en uno de sus bolsillos, yo se la di cuando discutimos el plan, ¿dónde demonios estaba tu cabeza en ese momento? —Estaba defendiéndonos de los monstruos —se excusó Gib. Calavera suspiró. —Da igual, ahora mismo sabemos dónde queda esa estúpida nación —sonrió y miró a Gib con unos ojos impregnados de ira, rebalsados en maldad, y con una interminable sed de venganza—. La próxima vez, la historia será distinta y ese estúpido presidente va a arder por su insolencia. *** —Procedan rápido, el sol ya bajó. No podemos tener las puertas abiertas mucho tiempo —ordenó el presidente. La última de las dos camionetas ingresó y los centinelas comenzaron a sellar las trabas y los candados de la puerta principal; los hombres ayudaron a bajar a Noelia y a Anna para escoltarlas hacia la enfermería. Por otro lado, Zeta, Samantha y Rex ingresaban a la nación desde la parte trasera en el ala sur, hacia el estacionamiento ubicado bajo un enorme tinglado de chapa. Samantha siguió las instrucciones de uno de los guardias para estacionar el vehículo; en poco tiempo ya se encontraban nuevamente en el patio que daba al despacho del presidente. —Renzo, ¿verdad? —dijo uno de los centinelas que se acercó al trote—. Franco te busca, dijo que vayas con él ahora mismo. —¿A mí? —Sí, sígueme, te llevaré con él. ¡Es urgente! Renzo inclinó su cabeza hacia Zeta y Sam con dudas, pero eventualmente decidió seguir al centinela. —¿Qué querrá Franco tan urgente con Rex? —preguntó Samantha mientras caminaba adentrándose a una entrada en arco que daba a un pasillo largo. —¿Estará bien que vaya él solo? —¿Te preocupas por él? —No… claro que no —respondió Zeta, en realidad era Franco quien le preocupaba. —Bueno entonces acompáñame a la enfermería. Vamos a ver a Anna y a Noelia —dijo Samantha, mientras aceleraba el paso, pero inmediatamente se detuvo y se perfiló hacia Zeta—. A menos que tengas algo que hacer… —No, en verdad no. —¡Bien! *** Mientras tanto, en el patio ubicado cerca de la puerta principal de la nación, en el ala norte, los guardias revisaban al nuevo recluso de pies a cabeza.
—Señor, encontramos esto en el pantalón del detenido —dijo un guardia, mostrando un pequeño artefacto. —¿Qué es? —preguntó el presidente. —Parece algún tipo de receptor. Como una radio. Seguramente lo utilizaban para comunicarse entre ellos. —Pero el detenido vino con la boca tapada, ¿cierto? ¿No hubo forma de que escucharan donde nos encontramos, o que se lo pueda haber dicho? —Yo estuve con él todo el tiempo presidente, en ningún momento dije la ubicación de la nación. —Bien hecho. Entonces llévenlo a las celdas, y procuren que los niños no los vean en el camino, no queremos que duerman con miedo. —Sí señor, yo me encargo —dijo el guardia y se marchó junto con otro soldado llevando a Juan a rastras. En ese momento, Franco se acercó al presidente, mientras Renzo lo seguía de cerca. —Señor, tengo que hablar algo urgente con usted —las palabras de Franco eran tajantes y severas. —Franco, ¿es muy importante? Tengo cosas que hacer. Renzo y Franco cruzaron miradas; luego el centinela contestó. —Es sobre el nuevo miembro… ese tal Zeta. El presidente observó la seriedad expresada en los ojos del centinela y accedió a continuar la charla en otro lugar más privado, escoltando a ambos hacia su oficina. Entre tanto, en ese mismo momento, Samantha y Zeta salían de la enfermería. —No puedo creer que no me dejen verlas hasta mañana —Samantha hablaba apresurada y notoriamente exasperada. —Es lógico, están atendiéndolas ahora mismo. —Pero quiero verlas, ¿y qué tal si necesitan algo? —Tienen a las enfermeras, ellas se encargarán —dijo Zeta—. Tú deberías dejar de pensar en ellas y enfocarte en ti misma. Te veo un poco nerviosa. —Es que… —Samantha inhaló aire y lo exhaló con temple—. Este día fue muy difícil, casi muero en más de tres ocasiones y estoy un poco alterada. Necesito aire… Justo en ese momento, una idea se cruzó por la mente de Samantha y sacudió su cabeza hacia Zeta con ojos destellantes. —¡Ya se! Acompáñame —dijo Samantha, apresurando nuevamente el paso, pero de nuevo detuvo sus pisadas sobre la marcha y volvió a girarse hacia Zeta—. A menos que… —No tenía nada que hacer antes, y tampoco tengo nada que hacer ahora, te sigo —se anticipó el muchacho de ojos café sonriendo. Samantha también sonrió. —Te encantará. *** —No es la gran cosa —dijo Zeta cruzándose de brazos—. ¿Esto es todo? —¿En serio no te gusta? —Samantha quedó anonadada, realmente pensó que a él le gustaría. —¡Es broma! —Zeta no se resistió a continuar el chiste—. Este lugar es realmente genial, es una vista espléndida. El viento acarició sus rostros desde las alturas; en aquel puente ubicado en el centro del segundo piso, se apreciaba una panorámica de gran parte de la Nación Escarlata. El puente era angosto a lo ancho, pero lo bastante largo como para unificar los edificios de ambos extremos del complejo. Zeta
dejó reposar sus brazos sobre un barandal de piedra, con decoraciones muy bien cuidadas y observó allá al cielo, hacia dónde sus ojos le permitieran llegar. Las estrellas resplandecían con un brillo único esta noche y una sensación extraña recorrió su espina dorsal; era algo que hacía mucho tiempo no se permitía sentir: La comodidad de un sitio en el cual podía sentirse a gusto. Ambos personajes se dejaron llevar por el silencio del momento, disfrutando del escenario estrellado y del show de cabezas que recorrían el patio de la nación hacia un lado y hacia otro. Zeta sonrió. —Con mi padre solíamos observar las estrellas toda la noche cuando yo era un niño —dijo Zeta sin despegar su mirada del cielo; una leve brisa refrescó su rostro al silbar—. Pasábamos horas en silencio, solo mirándolas, bueno al menos yo lo hacía, ¡hasta que descubría que él se había dormido! Samantha se tentó. —Yo hacía algo muy similar. —¿De verdad? —Mi madre y yo siempre vivimos en el centro de la ciudad, no teníamos una buena vista para mirar estrellas, pero nos las ingeniábamos —agregó la oji verde, apartando un mechón de cabello de sus ojos con delicadeza—. A veces, pocos días antes de navidad, cuando sacábamos las viejas luces del año anterior, las colgábamos por nuestro departamento y apagábamos todo. Zeta asintió sorprendido. —Entonces, pasábamos horas contándonos anécdotas de mujeres y emborrachándonos con sidra —Samantha echó una breve risa—. Parecíamos amigas, pero supongo que es la ventaja de tener una madre soltera y joven. —Lo que más me sorprende es… ¿sidra?, ¿alguien puede emborracharse con eso? —bromeó el joven. —¡Hey! ¡Adoro la sidra! —se defendió la muchacha—. Es muy rica si lo preparas con fruta. —Eso es verdad, si —dijo Zeta asintiendo con exageración—. Pero sostengo que nadie puede emborracharse con sidra, es imposible. —¡No seas malo! —Samantha lo empujó con una mano. —¡Auch! —Dios, tu hombro, lo había olvidado. ¡Perdón! —Tranquila, amiga. No volveré a meterme con la sidra, no me hagas daño, por favor. Ambos volvieron a reír al unísono; las bromas surgieron de boca en boca durante un tiempo más, en un compuesto de distintas anécdotas divertidas que se fueron relatando entre ambos. El ambiente se había tornado muy agradable para ambos. —¿Sabes algo? —comentó Samantha una vez que logró calmarse de una serie casi interminable de carcajadas—. Me alegro que estés vivo. —¿Qué? —Zeta quedó congelado ante aquellas palabras; una fugaz punzada de calor subió por su cuerpo acompañado de un cosquilleo en la zona del estómago. No sabía bien porqué, pero aquellas palabras lo habían atravesado como una flecha. —Cuando te abandonamos en aquella ruta, realmente llegué a pensar que no lo lograrías —dijo la chica desviando su mirada—. Esa culpa me estaba matando, sinceramente verte hoy aquí, podría decirse que fue lo mejor que me pasó en el día. Gracias por eso. —Yo... —Zeta continuaba paralizado, apenas unas palabras coherentes pudieron salir de su boca —. No hace falta que me agradezcas. —Siento que debía hacerlo —contestó la joven sonriente—. Ah, ¡casi se me olvida! Tenías una pregunta para mi ¿verdad? Antes de que Franco nos interrumpiera.
—¡Es verdad! Casi se me olvida a mí también. —Bien —Samantha apoyó un brazo en la baranda y se cruzó de piernas para observar a Zeta—. ¿Qué era esa pregunta? —Sé que sonará insistente —Zeta se frotó la cabeza y habló con seriedad—. Pero tengo que saberlo… Samantha captó la gravedad de sus palabras, era evidente que la pregunta sería importante, por lo que aceptó asintiendo con la misma seriedad. —¿Es verdad que nadie leyó mi diario? —¿De nuevo con eso? —inquirió Sam con sorpresa, pero prefirió responder ella primero a la pregunta—. No, el diario está bien. Lo tengo guardado bajo llave y está muy seguro. Aunque pensaba que ya habías sacado esa conclusión cuando me apuntaste… por segunda vez. —Sí, es que solo quiero estar más seguro —el muchacho intentó parecer despreocupado pero sus expresiones demostraban lo contrario. —Aunque si te soy sincera… —Samantha bajó la mirada con pena—. Tengo que confesarte que si lo leí… —¡¿Qué…?! —La situación se había volcado crítica para Zeta, su corazón pareció frenarse de golpe ante esas palabras y un frenético temor comenzó a emanar desde lo más profundo de su ser—. Exactamente… ¿Qué fue lo que leíste? —¡Casi nada, de verdad! —Se excusó la jovencita con presteza—. Solo unos párrafos de la primer hoja; hablabas sobre haberte despertado en un lugar solitario, sin saber nada sobre lo que te había pasado, y que te sentías desorientado y angustiado —explicaba apresurada y con nerviosismo—. Solo leí esa parte y me dio mucha lastima, y luego de haberte dejado ahí tirado en medio de la ruta me provocó una culpa muy amarga —Zeta escuchaba con atención cada palabra—. Entonces fue por eso que decidí ayudarte con las cartas y los suministros. —¿Por qué no simplemente volvieron por mí? —El grupo no quería volver, ya habíamos recorrido una gran distancia para ese momento y solo unos pocos accedieron a ayudarme a recolectar los suministros que íbamos a dejarte. Zeta guardó silencio por un instante, las palabras de Sam parecían verosímiles y sinceras. Al parecer no había pasado mucho más de la primera página de su diario, eso lo alivianó bastante y se permitió expulsar un suspiro relajador. —De no haber sido por el diario que encontré, probablemente todavía estaría pensando que eras un idiota. Después de esa escena que montaste en la ruta pensaba que eras un monstruo, fue un punto en contra para ti, por esa razón te robamos y nos fuimos. Pero el diario fue lo que me hizo recapacitar sobre ti. Sobre que eras una persona sana, como yo y como cualquiera, con sentimientos… —La muchacha sonrió de manera tierna—. Y solo bastó con leer apenas una hoja para darme cuenta de eso. Eso es enorme un punto a favor para ti. Zeta se ruborizó en un segundo, esas palabras eran las más amables y sinceras que alguien le había dicho hace mucho tiempo. En ese mismo momento y por alguna razón recordó lo que Rex le había dicho con anterioridad, y en su cabeza se dejó llevar la ilusión de llegar a tener algo con esta peculiar chica que se empreñaba en salvarle la vida, que se preocupaba por sus sentimientos y por los dolores de su hombro. —De todas formas —Samantha continuó—. Te debo una disculpa por haberte robado, de verdad lo lamento —Samantha guardó silencio—. Una disculpa y un agradecimiento de una chica el mismo día, ¡no muchos tienen esa suerte! —bromeó la muchacha de ojos verdes. ¿Podía una persona ser tan amable y gentil? Pensó Zeta, cada palabra que salía de la boca de esa
chica lo atrapaban como una telaraña en un mundo de fantasías en donde ellos dos realmente podrían tener algo juntos. Esa idea le gustó. —Gracias… —dijo Zeta con la mirada pérdida en el cristalino esmeralda de aquella hermosa mujer—, por no dejarme atrás… —No te preocupes —respondió apartando la mirada hacia cualquier punto—. A mí en lo particular, estas cosas, este mundo… todavía me cuesta asimilarlo. No soy tan fuerte como me gustaría serlo. No soy tan buena como creo… —A mí me pareces una excelente persona —la animó Zeta—, teniendo en cuenta que ayer quería asesinarte. Eso es un punto a favor para ti. Samantha echó una breve carcajada. Zeta no estaba seguro si era por el reflejo de la luna que iluminaba las cálidas y suaves facciones de aquella mujer, o la brisa que surcó por el lugar en ese momento, que hizo mover con delicadeza su flequillo; pero si algo era seguro, era que lucía increíblemente hermosa ante sus ojos, quería con todas sus fuerzas no olvidar esa imagen que estaba presenciando. Podría apreciarla por horas sin cansancio. Definitivamente ver a esa encantadora chica era, por mucho, más espectacular que ver todas las estrellas juntas. —Pues gracias, supongo —Samantha ahora volvía a sonreír de esa manera que volvía loco a Zeta en su interior—. Bien, ¿nos vamos? Ya es un poco tarde y está refrescando bastante. —Eh, sí... Samantha comenzó a caminar, pero algo en el interior de Zeta se movilizó al instante. No quería dejarla ir. Por alguna razón quería seguir ahí con ella, conversando y conociéndola más. Fue un breve segundo en el que su mente perdió el control de su cuerpo y la sujetó de la mano. La muchacha se detuvo y se giró con sorpresa. —¿Qué pasa? —Lo lamento, solo quería preguntarte… —la mente de Zeta se nubló, ¿Qué demonios era lo que le quería preguntar? Debía realizar una pregunta, cualquier pregunta, los segundos pasaban y Samantha comenzaba a impacientarse por una respuesta—. ¿Tienes novio? … —dijo Zeta arrepintiéndose de haber hecho la peor pregunta del mundo, en esta ocasión. Se produjo un silencio que incomodó bastante a Zeta. Samantha apartó su mano de la del muchacho mientras lo observaba con atención y sorpresa. — ¿Por qué la pregunta? Zeta se había metido en un aprieto difícil de solventar, no tuvo más remedio que optar por una brutal y cruda sinceridad. —Bueno, es que me pareces una mujer bastante hermosa —Comenzó a decir Zeta con notorio nerviosismo—. Creo que uno de los factores por el que me ayudaste en la ruta, además de haber leído el diario y demás, fue porque yo también te gusto en algún sentido. No creo que haya sido solo por tener corazón, ya que eso no existe. Quizás es cómo Rex dijo, no hay mucho para elegir en un apocalipsis y pienso que quizás podríamos tener algo juntos… —Se produjo un silencio de un segundo—. ¿Qué opinas?, ¿quieres tener algo conmigo? Sam tardó en reaccionar y sus ojos ya no podían abrirse más de la sorpresa. Unos escasos segundos después, la joven demostró un atisbo de sonrisa que comenzó a vislumbrarse entre sus labios, que fue seguido por una corta risotada histérica. La muchacha se tomó unos segundos para inhalar aire. —¡No puedo creerlo! —Expresó Sam mezclando una mueca de lo que intentó ser una sonrisa con una furia desbordada—. ¿En serio pensabas que te ayudaba por alguna clase de interés en ti? —La muchacha lo apartó de en medio y comenzó a alejarse, para luego detenerse de espaldas a Zeta—. Eres la clase de persona que da letra a las mujeres que dicen que todos los hombres son iguales
¿sabes? La verdad me das pena, te ayude con la mejor intención del mundo. Te escribí pensando que no te sentirías tan solo, y que te alegraría al menos un poco saber que alguien se preocupaba por ti. Pero sin embargo, vienes aquí, y me dices que todo lo que hice fue porque tú me gustabas…—Dio un suspiro intentando tranquilizarse—. Al fin y al cabo, mi grupo tenía razón, no debí ser tan condescendiente. Tú me dijiste que no confiabas en nadie, creo que debí hacerte caso; pero pensé que simplemente era porque no te habías topado con gente, como decirlo, de buena fe —Sam se giró y lo atravesó con la mirada—. Y te equivocas, ¿sabes? —Sus palabras sonaban firmes, y su actitud desafiante—. No es cierto lo que dices… el corazón, ¡si existe! Solo que tú no lo tienes. Zeta observaba boquiabierto como Sam se alejaba, mientras en su interior pensaba diversos insultos hacia Rex por inculcarle la idea de declararse a la muchacha. A la vez que deseaba que un zombi Parca se lo tragase entero, para evitar la aplastante humillación que experimentaba en este momento. Los reproches de Samantha continuaron hasta que en un momento volvió a girarse con energía y le profirió unas palabras que remataron su autoestima, tirándola al suelo y haciéndola estallar en mil pedazos. —¡Ah! Casi lo olvido —dijo en un tono burlesco, sin dejar de sonar furiosa—. Si tengo novio, ¡y es Franco! *** —¿Tienes novio? ¿¡Qué mierda fue eso!? —Zeta se auto reprochaba en voz alta mientras caminaba solitario por los pasillos de la nación—. No puede haber pregunta más estúpida en el universo. Zeta pateó el suelo; la situación lo había descolocado bastante, dejándole un sabor muy amargo en la boca y un sentimiento de opresión en su pecho, mezclado con una fuerte vergüenza que se propagaba con rapidez en su cuerpo y que no se quitaría tan fácilmente. Maldijo por décima tercera vez desde que se había separado de Samantha. Volvió a patear el suelo, había cometido un tremendo error y tenía que buscar la manera de disculparse. Aunque sabía que no podría ser hoy, y que debía acarrear con este indeseable sentimiento durante toda la noche. Definitivamente este día no podía ser peor, pensó. Pero en ese momento, un grupo de seis soldados armados lo rodearon en un círculo gritándole que se quedara quieto. Su confusión lo llevó a alzar sus manos de manera mecánica. —¡Tú, de rodillas ahora! —escupió uno de los soldados, apuntando con su linterna a los ojos de Zeta. —¿Qué está pasando? No entiendo que… —Pero sus palabras fueron tajantemente interrumpidas por un golpe en su nuca que lo tumbó de rodillas al suelo—. ¡Hey! Zeta alzó su mirada hacia una voz firme que le habló. —Zeta seré breve —la voz era del presidente, apenas podía verlo tras los soldados—. El soldado Franco Brandon me dio su reporte del rescate de Noelia; sus conclusiones fueron que podíamos confiar en tu compañero Renzo Xiobani; pero tú no solo no ganaste su confianza, sino que ahora me llegan noticias de que eres buscado por la Nación Oscura por ser una especie de asesino desalmado. —Como no me sorprende viniendo de él… —dijo Zeta apretando sus dientes con la cabeza gacha. —Como no podía quedarme solo con la opinión de Brandon, tu compañero Xiobani también dio su reporte, y fue curioso para mí escuchar que él tampoco confía en ti al completo. —¿Rex? —Zeta alzó su mirada buscando esa peculiar gorra verde, la cual encontró con disgusto junto a la cabeza del repugnante de Franco—. De ese sujeto era de esperar, pero no pensé que tú también.
—Nunca dije que no confiaba en él —rectificó Rex avanzando hacia Zeta—. Pero no puedo tomar ninguna decisión respecto a ti hasta que no sepa toda la verdad. —Gran manera de averiguarlo… —Yo si fuera tú, le agradecería a Xiobani su insistencia en que te defiendas contándonos al menos tu historia, ya que de no ser por él solo te hubiésemos asesinado —dijo el presidente con severidad —. No quiero que pienses que somos bárbaros, pero tampoco te puedo dejar suelto por ahí, así que esta noche y todas las que sean necesarias dormirás en la cárcel. Mañana te interrogaremos y tendrás la oportunidad de defenderte. Apelo a tu sentido de la ética y espero que no pienses inventar una historia, porque ante la menor fluctuación en tus palabras o el más mínimo indicio de duda que me quede sobre ti… bien, sabes lo que pasará. —Genial… —escupió Zeta con rabia. —¡Cierra la boca! —Franco golpeó al joven en la nuca de nuevo, arrojándolo al suelo. —¡¿Qué mierda te pasa?! Franco se acercó al joven y le habló al oído. —Escucha estúpido —dijo tomándolo de los pelos y tironeando hacia arriba para tenerlo a la misma altura—, las reglas aquí son diferentes, no son como las que tu grupo de la Nación Oscura y tú conocen —su voz sonaba totalmente irritante a escasos centímetros del oído del muchacho—. Así que mantente en silencio y haz caso a lo que decimos y todo saldrá bien. —¿Podrías simplemente tener cuidado?, hijo de puta… —No. Lo siento, como dije, las reglas aquí son distintas —contestó Franco estrellando el rostro de Zeta en el suelo—. Considera esto como un desacuerdo de paz. Franco terminó la frase con otro golpe más que derribó por completo al muchacho, despojándolo de toda su conciencia y volviendo penumbras todo a su alrededor.
Capítulo 9: Este es el fin del mundo, muchacho
“El hombre que se levanta, es aún más grande que el que nunca ha caído”. CONCEPCIÓN ARENAL.
Rex expulsó un suspiro relajador y bajó de su litera de un solo salto. Dormir en la parte alta de esas incomodas camas; hechas de chapa oxidada y con colchones tan viejos como desgastados, era lo mejor que le había tocado desde hacía mucho tiempo. Se puso de abrigo una camisa azul marino, casi tan corroída por el tiempo como ese incomodo colchón; pero que resultaba evidentemente mucho mejor que andar con esos trapos llenos de sangre del día anterior. Agradeció mentalmente a uno de sus compañeros de habitación por el préstamo y dudó si algún día se la devolvería. De todas formas no la extrañaría. Su litera era la última de las veinte que se ubicaban alineadas en las habitaciones comunales de los hombres; por lo que tuvo que atravesar todo el extenso del lugar lo más sigiloso posible, cuidando de no despertar a nadie. Se alivió que el coro de ronquidos fuera más sonoro que sus pisadas. Tras salir al pasillo del segundo piso, se encaminó derecho hacia los baños públicos. Un lugar abierto que conectaba dos amplios lavamanos con enormes espejos; en lo más interno del lugar, el baño se bifurcaba hacia la izquierda y a la derecha, marcando con un pequeño cartel el sector de los baños femeninos y los masculinos. Renzo se detuvo frente a uno de los espejos y observó con detenimiento su rostro. Era raro en él no poder conciliar el sueño, ya hacía varios días que no podía dormir más de tres horas seguidas. La última vez que se permitió un descanso tan duradero fue aquella vez que viajaba con Zeta y se quedó dormido toda la noche y la mañana siguiente. Añoraba su increíble y cómoda cama en su cuarto; su acogedora casa; las comidas de su madre y las protestas de su padre. Añoraba toda una vida que ahora solo se manifestaban a través de vagas imágenes en sus recuerdos. Procedió a mojarse la cara. —Me hacen tanta falta… Papá, mamá… —unas lágrimas comenzaron a brotar mientras él continuaba mojándose—. Silvia, Sofía… —¡Dios lo ayuda! —Una potente voz resonó en eco desde el interior de las duchas provocando que el joven se sobresaltara. —¡¿Qué?! —Al que madruga, ¡Dios lo ayuda! —dijo Samantha acercándose al lavamanos—. ¿No conoces ese dicho? Sam se acercó al lavamanos, su lacio cabello caía en cascada por sus hombros y algunos mechones negros se deslizaban salvajes por su rostro. A Rex le tomó un segundo reconocer que se trataba de la misma chica que se encontró ayer en medio de la calle. Vestía un abrigo de cuero negro ajustado que brillaba como si estuviese iluminado por dentro, el cual combinaba a la perfección con unos pantalones que iban hasta las rodillas de una tonalidad azul desgastados. Pero lo que más impactaba en la cercanía era su increíble perfume a jabón. —Sí que lo conozco, lo que no entiendo es porque debes decirlo así de alto. Me asustaste. —¡Disculpa! Es que las mañanas y una buena ducha me ponen de buen humor. Además acabo de ver a Noelia y a Anna, ¡ambas están de maravilla!
—Eso es genial, me alegro que estén bien. —Yo también me alegro por ellas — dijo Samantha animada, le regaló una sonrisa y procedió a cepillarse los dientes. Rex no habló más y se dirigió hacia la puerta, pero decidió detenerse antes de marcharse. —Escucha, lo de ayer, creo que no era necesario que lo trataran de esa manera. Sam escupió al lavamanos y terminó de enjuagarse. —Si lo sé, Franco fue un poco severo con él. Dice que es por precaución, no comparto el método, pero tiene razón en que tenemos que cuidar de los nuestros. Rex se planteó en ese momento si a él también lo consideraban parte de los suyos. Supuso que sí, ya que no lo habían esposado, golpeado y encerrado en una celda. —Yo también tengo mis dudas respecto a él —dijo el mecánico frotándose el mentón—. Pero, ¿y si primero le preguntamos y después golpeamos? Creo que sería más efectivo. Sam se acercó unos pasos hacia Rex y se dejó recostar en el muro. —Cómo te dije, no comparto su método, pero ya no hay nada que podamos hacer ¿verdad? Además es bueno que hayan tomado tu opinión, porque de otra manera… no sé qué hubiese pasado. —Sí, supongo que tienes razón. Sam observó la cara decaída de Rex, sus palabras denotaban una ligera incertidumbre. La muchacha decidió, entonces, animarlo de alguna forma. —Escucha, tengo una idea. Ayer el presidente me encomendó revisar todas las pertenencias de tu amigo Zeta, ¿quieres acompañarme? No tomará mucho tiempo. —No sabía que tenía pertenencias. —El trajo consigo dos bolsos enormes y bastante pesados, tengo que ver que puedo encontrar ahí. —Oh, ¿esos? Lo había olvidado, sinceramente no tengo idea de donde los sacó. —Bien, vamos entonces. *** —¿Este es el depósito? —preguntó Rex mientras entraba en una sala pequeña y oscura, la cual se volvía mucho más reducida a causa de la gran cantidad de objetos de todo tipo que se hallaban distribuidas por el lugar. Tres estanterías hasta el techo de objetos y cajas variopintas revestían lo que se conocía como el depósito de la nación. Un lugar con el único fin de guardar las cosas sin utilidad momentánea, pero que podrían llegar a servir en algún otro momento. Un hedor espantoso llegó a la nariz de Renzo en el momento que dio el primer paso hacia adentro. Observó con asco que en este lugar también se guardaban las bolsas de basura. —Sí —respondió Samantha, ingresando mientras se tapaba la nariz—. Aquí se guardan todas las cosas que nadie usa de momento. Casi nadie viene aquí. —Imaginaba algo más grande, como la armería. Samantha se dirigió a una esquina de donde levantó dos grandes bolsos y le brindó uno a Rex mientras ella comenzaba a revisar el suyo. Así estuvieron durante unos minutos, hasta revisar por completo las pertenencias de Zeta. —Bueno, no parece haber bombas, armas, cuchillos, comida, o cualquier cosa amenazante o útil. Solo hay ropa —dijo Sam en un suspiro esperando encontrar algo mejor. Rex mientras tanto revisaba el segundo bolso. —Era de esperar, pasamos por un comercio de ropa antes de toparnos contigo, pero no pensé que fuese a robarse todo el maldito almacén.
Sam dejó escapar una breve risa. —Bueno, no es como ir de compras, en donde tienes la tranquilidad de elegir lo que vas a llevar, tomar todo es casi la única opción. Aunque voy a aceptar que tiene buen gusto, creo que me quedaré con estas botas… —¿Él todavía no se ha cambiado, verdad? Podría llevarle esta muda, es como de su estilo, ¿qué te parece? Samantha lo miró con sosiego. —Parece que te preocupas por él, ¿no? ¿Lo consideras tu amigo? Rex frunció el ceño ante la repentina pregunta. —Bueno, la verdad, no lo sé. Hay momentos en los que llego a dudar mucho sobre él, pero siempre demuestra ser todo lo contrario a lo que me imagino. Es bastante enigmático. —Sí, ahora que lo mencionas, yo tuve la misma impresión la primera vez que lo vi. Parecía intimidante al principio, pero algo en su mirada, en sus ojos… —No terminó la frase dejándose absorber por sus pensamientos—. Yo no creo que sea malo. Es un poco estúpido —dijo Sam refiriéndose a la escena que había montado anoche—, pero no malo. Renzo no comprendió, pero le restó importancia. Durante unos segundos, ambos se quedaron en total silencio, solamente observando la pila de ropa con detenimiento. —Si. —¿Perdón? —dijo Sam. —Es la respuesta a tu pregunta. Si, lo veo como mi amigo. Samantha bajó la mirada con una sonrisa y continuó con la labor de buscarse otra muda que le quedara a su talle, tal vez también buscaría una para Anna, solo tal vez. —¿Y tú crees que él te vea como su amigo? Rex guardó silencio. Esa era una respuesta que todavía no se atrevía a contestar. —Olvídalo —dijo Sam dibujando una enorme sonrisa en su rostro, mientras alzaba una chaqueta de jean azul claro y observaba maravillada el reverso. —¿Qué pasa? La muchacha giró la chaqueta sin borrar su sonrisa; en el reverso, había un estampado que mostraba a un pequeño dinosaurio rojo en formato de caricatura, y unas gigantescas letras bordadas en la parte inferior, que databan las siglas: REX. —Yo creo que él también te considera su amigo. *** —Por favor, no lo hagas… Ahí estaba Zeta. De nuevo abriendo una puerta, luego otra más, recorriendo un laberinto sin fin de portones y pasadizos oscuros. Una puerta aquí, otra allá, una en el techo, en el suelo, y otras ubicadas de manera horizontal en las paredes. Sabía que no tenía caso abrirlas todas, no lo llevarían a ningún lugar en especial, solo a una simple habitación vacía. Él buscaba otra cosa, buscaba esa voz. Bajó por unas escaleras que conectaban con otra red de pasillos y luego a una bifurcación. Su instinto lo llevó a ir por la derecha. La voz continuaba molestando con su insistente presencia a medida que recorría un sinfín de pasajes sin puertas. Eso activó una alarma en su interior, ya no había puertas, iba por buen camino. Aceleró la marcha, las paredes comenzaron a cambiar, eso también era bueno, ahora eran de ladrillo rojo. Zeta se detuvo a apreciar como un muro de concreto terminaba, para dar continuación al muro de ladrillos. Sabía que estaba cerca, quizás esta vez podría lograrlo si se apresuraba.
Entonces, a la vuelta de una esquina, fue cuando lo vio. Un único, estrecho, claustrofóbico y extenso pasillo, que desembocaba en una lejana y apenas visible luz amarilla. Era el último de todos. Zeta comenzó a correr a toda velocidad, pero en ese segundo, un pensamiento lo hizo frenar en seco. Algo se sentía mal… Sabía que ya había hecho esto antes, siempre llegaba hasta este punto, pero nunca alcanzaba llegar al final por más rápido que corriera. Debía cambiar algo. Quizás no tenía que apresurarse, quizás no debía correr. El muchacho entonces, tomo aire y reprimió sus impulsos de ansiedad, para comenzar a encabezar una pausada y relajada marcha. Sus ojos no se despegaban del final del pasillo. La caminata continuó su ritmo incluso cuando ya comenzaba a discernir la puerta al final. El joven llevó su mirada al muro de ladrillos, esperando ver el brote de sangre que siempre ocurría para este momento. Pero nunca pasó. Zeta continuó el recorrido extrañado, esperando que algo pasara, pero todo se encontraba extrañamente normal. La sangre no salía de los ladrillos, la voz había parado de oírse y la puerta no había salido disparada hacía una oscuridad inalcanzable. Había caminado todo el trayecto y finalmente el joven de ojos café se encontró frente a frente con esa puerta amarilla. Lo había conseguido por fin. Su sonrisa no tardó en aparecer y su mano se deslizó suave hasta el pomo. Pero entonces en el mismo momento que su dedo tocó el metal, un fuerte grito se escuchó lejano, Zeta observó hacia atrás con desconcierto. Las paredes comenzaron a derrumbarse junto con el suelo y el techo, todo a la vez. El suelo retumbaba en sus pies mientras observaba como todo se colapsaba a gran velocidad. —¡No lo hagas! Esa voz de nuevo. Zeta sabía bien que se trataba de una advertencia, lo sentía en cada vibra de su cuerpo, sabía que no debía abrir esa puerta, pero eso implicaría entregarse a ser alcanzado por el derrumbe que se acercaba a una enorme velocidad en un estrépito totalmente escandaloso. Zeta giró un poco el pomo de la puerta y los gritos se volvieron todavía más intensos. —¡No lo hagas! ¡No lo hagas! ¡No lo hagas! ¡No lo hagas! —Las voces se acoplaban al retumbar de los latidos de un corazón que sonaban con intensidad en el ambiente. Zeta observa hacia atrás, luego hacia adelante, sin saber qué hacer. ¿Debía obedecer a la voz que lo advertía, o seguir su curiosidad? La elección debía tomarse pronto, o el derrumbamiento lo alcanzaría en cualquier momento. Los latidos se incrementaban hasta el punto en que era lo único que se escuchaba. Zeta insistió en abrir un poco la puerta para ver que había del otro lado, pero no había más que una oscuridad total. La voz continuaba gritando y gritando, aumentando la desesperación; el escandaloso ruido de los ladrillos derrumbándose se acoplaban con los de la perturbadora voz y con los incesantes latidos, obnubilando la decisión del joven. Zeta ya no lo soportó. Abrió la puerta y cruzó al otro lado. El ruido acalló de repente, casi de forma instantánea, como si nunca hubiera pasado nada. Zeta miró hacia atrás pero la puerta amarilla ya no se encontraba a su espalda, y predominaba en el ambiente un extraño silencio sepulcral. La voz tampoco se escuchó de nuevo. El muchacho intentó reconocer el lugar en el que estaba; era una habitación cerrada y sin salida aparente, y solo él se encontraba ahí. El muchacho recorrió la habitación, palpando el muro con sus dedos, aunque no había nada del otro mundo. Pero en ese instante algo ocurrió. Su tacto sintió algo frio, el joven observó de nuevo uno de los muros, ahora una enorme puerta de metal se erguía frente a él, una puerta con gruesos remaches recubriendo los marcos en sus extremos. En el centro, se encontraba tallada la enorme marca de una
Z. Su instinto fue retroceder, pero en ese segundo, su corazón dio un vuelco al sentir algo detrás de él que lo sujetó con fuerza, al mismo tiempo que unos sonidos extravagantes comenzaron a resonar en sus oídos. El muchacho intentó zafarse, pero su cuerpo se encontraba inmovilizado por completo; un enorme grupo de zombis lo habían rodeado en apenas unos segundos y comenzaron a desgarrar su piel con extrema euforia. Un centenar de manos y garras se hundían en su pecho repetidas veces, quitándole cada suspiro de vida que le quedaba. Zeta gritó con desesperación, había sido advertido y no había escuchado, debía haberse quedado tras la puerta amarilla. Ahora ya era demasiado tarde. —¡¡Nooooo!! *** Abrió sus ojos. Su corazón latía apresurado y su rostro se hallaba empapado en un sudor helado. Zeta se descubría tumbado sobre una cama sucia y polvorienta, aunque no incómoda; su cuello le trasmitía constantes punzadas de dolor, seguramente por los golpes propinados durante la noche anterior. No sabía bien dónde se encontraba, el lugar resultaba bastante oscuro y tuvo que detenerse un momento a observar a su alrededor. Un paneo visual por el lugar le bastó para reconocer que estaba en una celda. Era pequeña y contaba con dos camas, una de cada lado. En la otra se encontraba un sujeto durmiendo, no le tomó mucho tiempo deducir que se trataba de Juan, pero si le tomó un tiempo finalmente levantarse de su cama. Recorrió la punta de sus oscuros cabellos con sus dedos, solía repetir esa acción cuando se encontraba muy nervioso; por último, se dirigió hacia su compañero de celda. — ¡Hey, despierta! Juan se sobresaltó y se incorporó tan rápido como una gacela; pero tardó unos segundos en espabilarse. —¡Mierda! Eres tú, ¿qué quieres? —Buen día para ti también —respondió Zeta cruzándose de brazos—. ¿Sabes dónde estamos? —¿Y dónde te parece que podemos estar? Es una jodida prisión. A ti también te tienen cautivo por lo visto, ¿qué has hecho, volar la maldita nación entera? Zeta suspiró con un atisbo de rabia y desvió la mirada. —Yo no tuve nada que ver con eso, ¿está bien? —¡Si, claro! Debería matarte ahora. Zeta lo atravesó con la mirada. —¿Qué sabe un estúpido aspirante a mecánico lo que es matar a alguien? —¡Yo he matado, niño! Miles de veces… —No me refiero a los que ya están muertos, ¿alguna vez has matado personas? —inquirió Zeta con frialdad. No hubo respuesta por parte de Juan. —Yo… —Eso creí, ¿y te crees que es tan fácil?, ¿piensas en tu diminuta cabeza de chorlito, que quitar una vida y no atormentarte por el resto de tus días es así de fácil como apretar el gatillo? —Zeta avanzó un paso hacia Juan, quien retrocedió perplejo—. ¡¡Pues no lo es!! ¡Una vez que aprietas el gatillo, una vez que la bala sale…! —Zeta dio una fuerte patada al borde de la cama en un ataque de ira y se giró dándole la espalda a Juan—. Una vez que sale no hay marcha atrás —dijo con suavidad, mientras frotaba sus ojos con fuerza.
Juan no se atrevió a expresar palabra alguna, desvió la mirada al suelo y el silencio los envolvió durante algunos minutos. Zeta procedió a sentarse en su cama, pero inmediatamente volvió a levantarse al escuchar el sonido de unos pasos a lo lejos. Frente a su celda apareció el presidente de la Nación Escarlata, luciendo ahora un impecable traje color beige y siendo escoltado a su lado por Franco Brandon, quien lucía su atuendo de Centinela. Al otro lado del presidente se encontraban Samantha Da Silva, la bella muchacha que lo había estafado para robarse su casa rodante y lo había dejado en ridículo ante su apresurada y pésima declaración de amor. La muchacha lucía un atuendo de una chaqueta negra que la dejaba increíble a la vista del muchacho, y su aroma fresco a jabón no tardó mucho en inundar la celda. Zeta se cuestionó la última vez que había tomado un buen baño de agua caliente y se había afeitado, daría lo que sea por volver sentir el agua recorrer su cuerpo una vez más y la agradable sensación de no tener esa molesta barba de una semana que tanto le molestaba. Luego pudo discernir a Rex entre ellos; sin duda alguna el más alto de todos; el muchacho llevaba puesta su preciada gorra verde y una chaqueta azul que Zeta reconoció al instante. —Te queda genial —dijo el muchacho sin evitar sonreír—. Es de tu talla. Rex devolvió el gesto con otra sonrisa. —En realidad es un poco ajustada, pero que puedo esperar de ti —se acercó a las rejas y le ofreció una muda de ropa la cual Zeta recogió agradecido. —¡Eh! ¿Y yo qué?, ¿no me trajiste ropa a mí? —Lo siento, no había talla para traidores —contestó Rex mirando a Juan con el rabillo del ojo. —¿Así me agradeces mi cooperación? —escupió Juan. —Nos disparaste, te pusiste del lado de Calavera cuando podrías haberlo matado si quisieras. Pero elegiste estar de su lado. Ahora púdrete en esa celda, Juan. —Vete a la mierda. Zeta pudo notar con agrado que Anna, la más pequeña del grupo, en simple apariencia pero la más grande en materia de puntería, ya había salido de la enfermería. Toda una guerrera, pensó el joven. —Anna, ¿estas mejor? La muchacha asintió y realizó un gesto de afirmación con sus manos. —Eso es genial. En ese momento, Rex sintió una presión en su hombro derecho. El presidente había depositado su mano ahí en un gesto para que se aparte. Rex dio un paso al costado con obediencia. —¿Durmieron bien? —preguntó el presidente con soltura. —Bueno, si a dormir te refieres que te noqueen por la espalda por segunda vez en una semana. Pues sí, dormí genial. —Te dije que no dudaría en hacerlo nuevamente —agregó Franco con tono desafiante. —Basta, no quiero que esto se alargue más de la cuenta, tengo otros asuntos pendientes y no me gustaría que una riña de jóvenes me atrasase —se dirigió a Franco—. ¿Fui claro? Franco cambió su expresión a una más respetuosa. —Sí, señor presidente. Zeta sonrió. El presidente volvió a dirigirse hacia él. —Zeta, o como sea tu verdadero nombre. —No lo recuerdo. —Está bien, Zeta entonces, ¿sabes por qué estás aquí? —Esto parece un tribunal, aunque un poco más, ¿cómo decirlo? Precario. —Contesta la pregunta —intervino Franco, su voz seguía sonando respetuosa como la última vez.
—Bueno, tengo mi teoría —comenzó decir Zeta y señalo a Juan—. Este sujeto a mi lado les dijo a todos ustedes que represento un gran peligro, ustedes le creyeron y ahora dudan de mí. Es evidente porque ninguno me conoce, ni siquiera mi nuevo amigo de viajes, Rex. Así que no me ofendo, pero aclaro que si me hubieran dicho que viniera a las celdas lo hubiera hecho sin necesidad de los golpes. —Para mí fueron totalmente necesarios —dijo Franco tajante, acercándose a las rejas. —¿Por qué la próxima vez no golpeas de frente, soldadito? —¿Y mancharme con tu asquerosa sangre? —Mi sangre es lo que menos te va importar… —Voy a borrarte esa sonrisa altanera de tu maldita… —¡Brandon! No lo pienso repetir. —Sí, lo lamento, señor presidente —Franco se alejó de las rejas—. Prometo que no se repetirá. —Mierda, te tiene agarrado de las pelotas, ¿eh? —Yo en tu posición me comportaría con más respeto, tu vida está en juego, no te lo tomes tan a la ligera —subrayó Máximo con severidad. —Como digas… —Bueno, al menos estas al tanto de la situación, y como verás, no podemos confiar en ti dada las circunstancias, por lo que se llegó a la conclusión que deberás responder a todas las preguntas que te haga y dependiendo de las respuestas omitiré un veredicto. Zeta asintió. —Le prometí a Rex contarle todo lo que quisiera cuando llegásemos —observó las tres paredes de concreto a su alrededor, selladas por una cuarta forrada por fuertes barras de acero—. Y como no tengo otra cosa mejor que hacer, puedo contarles a ustedes también. —¿Cómo sabemos que no puede estar mintiendo? —preguntó Samantha, dirigiéndose al presidente. —Ya pensé en eso, y la respuesta está a su lado —dijo y cambió la vista a Juan—. Él y su nación lo buscan por alguna razón, Rex nos informó que Zeta era fugitivo y en algún momento escapó. El relato de Zeta entonces, tiene que coincidir con el relato de Juan, ambos estuvieron en el mismo lugar. Si bien estoy al tanto que quizás no vieron las mismas cosas, ambos relatos tienen que coincidir en detalles mínimos, que serán relevantes para cerciorarnos que uno de los dos está mintiendo o no. —¿Y cómo sabremos cuál de los dos miente? —preguntó nuevamente Samantha. —Los entrevistaremos por separados. Si alguna información resulta incoherente con el relato de la otra persona, lo sabremos, y volveremos a preguntar —cruzó miradas con Franco—. Pero no de una manera tan amigable. Juan tragó saliva. —Franco, llévate a Juan a la celda más alejada. Tú lo entrevistaras —se dirigió a los demás—. El que desee acompañarlo puede hacerlo. —Trabajo mejor solo —sugirió Franco mientras abría las rejas de la celda y se llevaba a Juan. —Como desees. —No seas tan duro, Franco —dijo Samantha, despidiéndose del soldado con un beso. Zeta apartó la vista de ambos. —Nos veremos después —se despidió Franco y se perdió en uno de los rincones del pasillo para dirigirse a otra celda. El presidente volvió a dirigirse a Zeta. —Tengo tres preguntas para ti antes de que empieces a relatarnos tu historia. Zeta simplemente asintió.
—Para empezar quiero saber, ¿por qué estás tan obsesionado con tu diario? Algo en el estómago de Zeta pareció quebrarse, oír sobre el diario le hacía pensar lo peor. —¿Lo… lo han leído? —No. Considero un diario una posesión intima, no pienso leerlo ni que nadie lo haga. Pero luego de lo que Samantha me confesó, sobre cómo la amenazaste por ese diario, bueno, la duda se impregnó en mí como fuego. Zeta volvió a respirar. —Este, bueno… Ya le pedí disculpas por eso, la amenaza surgió solo como una prueba, como le explique a ella, la amenacé porque en momentos de estrés las personas son más fáciles de descifrar. Solo así iba a saber si ella lo había leído o no. —¿De dónde sacaste eso? —preguntó Máximo interesado. —Lo leí, ¿qué pasa con eso? —¿Y realmente sirve? —A veces. No siempre funciona, no es una ciencia exacta. —Entiendo, interesante explicación —dijo esbozando una sonrisa—. Quizás me sirva para darme cuenta si le gusto a Patricia. —¿Tu asistente?, ¿es en serio? —preguntó Samantha. —Bueno, no nos desviemos del tema. Muchacho, dime ahora ¿y si Samantha hubiera leído tu diario?, ¿qué hubieras hecho? —¿Esas son las otras dos preguntas? —No, esas no cuentan. Están dentro de la primera. Zeta bajó la mirada y suspiró. Sus ojos se cerraron con fuerza antes de responder. —Nada, no la hubiese matado si es a lo que te refieres —su voz se volvió apagada y con un color entristecido—. Yo no puedo matar a nadie. —¡Otra vez! Lo mismo me dijiste a mí, ¿pero qué significa eso? —preguntó Renzo—. ¿A qué te refieres con que no puedes matar a nadie? —Lo entenderás al escuchar el relato —la voz de Zeta a esta altura sonaba completamente espectral. Nadie se atrevió a preguntar más sobre el tema y el presidente continuó. —Pasemos a la otra pregunta, ¿explícame cómo fue que pudiste matar a ese zombi peculiar? Según el informe de todos aquí presentes, recibió un misil y no le hizo daño alguno. Zeta alzó nuevamente la vista sorprendido por la pregunta. Lo cierto que ni él mismo tenía idea de cómo había podido hacerlo, así que decidió rebuscar en su mente una respuesta factible de ser creída por los demás. Recordó la escena y trato de traer consigo las imágenes de aquel momento. Al instante del corte recordó que el monstruo todavía tenía la cabeza del padre entre sus dientes, pero había algo en ese segundo que había cambiado con ese zombi peculiar. Zeta se esforzó por llevar esa imagen a su mente lo más claro posible, y entonces fue cuando lo supo. —Su cuello —dijo intentando hacer memoria—. Creo que su cuello es su punto débil. Verán, cuando estaba comiéndose a… en fin, cuando estaba comiendo, su cuello se alargó un poco para masticar. En ese momento yo no pensé en otra cosa más que cortarle la cabeza, y cuando el machete lo atravesó no sentí una presión, o algún impacto como me había imaginado, esa parte de su cuello resultó más blanda, la pude cortar con facilidad. —Pero si todos intentaron matarlo con disparos, alguno habrá dado en su cuello —intervino Rex. —Sí, pero como dije antes, su cuello se estiró un poco al comer. No sé cómo explicarlo, no presté atención hasta ahora, pero creo que su cuello al comer se ensancha, por lo que esa parte en especial,
es más blanda que las demás. Quizás por eso fue que lo corté con facilidad. —¿Entonces solo tuviste suerte? —preguntó Máximo. —Si… resumiéndolo así. —Bien, no tenemos otra alternativa que corroborar eso más tarde, si es que encontramos un cadáver de ese nuevo peculiar. —¿Qué tal decapitado?, así podríamos llamarlo —sugirió Rex—. Así todos saben cómo hay que asesinarlo. —Buena idea, me agrada —lo secundó Zeta. —¿Les ponen nombres? —preguntó Sam incrédula pero divertida. —¡Los centinelas también lo hacemos! —dijo Anna, moviendo sus manos con rapidez. Solo Samantha la comprendió. —Sí, ¿de qué otra forma los identificaríamos? —dijo zeta—. No podemos decirles bichos a todos, así que los clasificamos. A los rápidos los llamo parcas; a los que tienen esas afiladas garras, les decimos zombis tijeras; a los enormes les apodamos grandotes, admito que faltó creatividad en ese; a los más lentos los llamo simplemente zombis deambuladores; y bueno, a este no le queda nada mal decapitado. —Velocistas, cortadores, titanes, caminantes —dijo Anna, dirigiéndose hacia Samantha para que ella interpretara sus diálogos a los demás—. Admito que también nos faltó un poco de creatividad en el último. —Me gusta titán, no se me había ocurrido —dijo Rex. Anna alzo su pulgar a Rex y le guiño el ojo. El muchacho de ojos claros sonrió apenado. —¿Podemos continuar? —dijo el presidente aclarándose la garganta para hacerse notar. —Está bien —aceptó Zeta—. ¿Cuál es la última pregunta? Máximo metió la mano en su bolsillo y sacó de él un objeto pequeño que mostró a Zeta, el mismo se sorprendió al verlo y revisó tanteando por toda su ropa. Su rostro se quedó perplejo al no haberse dado cuenta de que ya no lo tenía consigo. —¿Reconoces esta memoria externa?, ¿sabes que tiene dentro? —En realidad no sé qué tiene dentro, no lo puedo abrir. Aunque no me molestaría que lo hicieran, ya que llevo bastante tiempo intentando dar con la clave de acceso pero nada funciona. Así que, ¿por qué no lo revisan ustedes mismos? —Ya lo hicimos y no pudimos ver nada, está encriptado. Zeta suspiró desanimado. —¿No tienes a nadie que pueda descifrar la contraseña? Se supone que alguien aquí debe saber. —¿A qué te refieres con que alguien aquí debe saber? Zeta guardó silencio por un momento. —Solo supuse que teniendo tantas personas aquí, alguno podría saber hackear ese pendrive, ¿no? Max arqueó una ceja y torció el labio. —No juegues conmigo. No te lo preguntaré más, ¿qué hay aquí? —¡No lo sé! De otra manera te lo hubiera dicho. —Déjalo, él no lo sabe —acotó Samantha con un tinte de frustración—. No tengo idea como lo consiguió, pero es evidente que no lo sabe. —No podemos estar seguros de eso, Samantha. —Solo déjalo, ya encontraré la manera de hacerlo yo —dijo Samantha con una seriedad tajante expresada en su rostro; la oji verde se acercó más a las rejas—. ¿De dónde lo sacaste? —No entiendo, ¿por qué tú encontrarás la manera? —preguntó Zeta en un repentino brote de interés.
—No estás para hacer preguntas —lo cortó el presidente—. Estas para contestarlas. Zeta se tomó otro tiempo para responder. —Fue en la Nación Oscura, se los robé de pasada. —¿De pasada? —preguntó Rex. —Sí, de todas formas contaré en el relato esa parte. Si quiere dejar de hacer tantas preguntas podría empezar a hablar… —Bien, ilumínanos entonces, porque hasta ahora solo estás adentrado en una marea de total oscuridad —alentó el presidente. Zeta asintió y se dirigió a su cama, se sentó recostándose sobre la pared y extendió su brazo señalando la cama aledaña. —Les recomiendo tomar asiento. —Estamos bien, gracias —dijo el presidente hablando por todos. Zeta bostezó abriendo su boca a más no poder y estiró sus brazos. —Bien, para que todo esté claro, supongo que empezar desde el principio es lo más razonable. Cabe destacar que cuando perdí mi memoria no tenía ni la menor idea de todo lo que había ocurrido en este mundo hasta el día siguiente. —Eso quiere decir que, ¿no recuerdas cuando todo esto empezó? —preguntó Sam. —Exactamente. —Qué mala pasada, amigo —dijo Rex—debió ser una experiencia terrible. —Supongo que la verdadera experiencia terrible sucedió antes de perder la memoria, ya que debe ser por alguna razón que mi mente decidió bloquear esos recuerdos. —Continua —lo animó el presidente. —Está bien, todo comenzó hace aproximadamente seis meses atrás, siendo más preciso, justo un día después del famoso día rojo. *** El sol brillaba pleno, en total intensidad; sería aproximadamente las doce del mediodía según la fuerza con la que irradiaba la luz en los ojos del muchacho. No estaba tan seguro, puesto que todavía los mantenía cerrados; solo un gran foco de color rojo mezclado con manchas negras se podía percibir a través de sus parpados. Se encontraba muy cómodo como para levantarse, todavía quería seguir acostado durmiendo plácidamente en su cama. De forma vaga y con total calma movió un brazo. Agitó sus dedos y sintió algo viscoso entre sus manos. Arrugó el rostro. Algo no estaba bien; su cama se había vuelto demasiado dura, y los olores comenzaron a colisionar en sus fosas nasales como una lluvia de meteoritos, todos a la vez: humo, suciedad, podredumbre, llantas quemadas, pólvora. La curiosidad le ganó, abrió sus ojos, la luz del sol lo cegó por un momento. Se incorporó como pudo, pero solo tuvo fuerzas suficientes para sentarse sobre un colchón de dura tierra y un césped bastante espeso. Alzó su mano, y lo que vio casi lo hace vomitar de la impresión. Su mano estaba empapada de sangre, no solo esa, la otra también. Luego observó con apremio su ropa, pese a que su campera era color bordo, se distinguía fácilmente un manchón enorme de sangre en su pecho, justo sobre su, ya no tan blanca, remera. Rápidamente se palpó por debajo de su prenda y se alivió de no encontrarse herido. En ese segundo un dolor punzante e insoportable se fundó en una parte de su cabeza, como si un camión lo chocase en ese mismo momento .Se llevó por inercia las manos a la parte trasera de su cráneo y ardió, ardió mucho. Un leve gemido de dolor se le escapó .Se encontraba desorientado, su cabeza le daba
vueltas y su presión sanguínea bajó hasta el punto de marearlo. Le tomó un buen rato recomponerse, observó mientras tanto a los alrededores. A simple vista parecía estar rodeado de dos grandes edificios en un reducido callejón. Detrás de él solo había un gran mural de piedra de unos tres metros de altura; y delante, el callejón conectaba a un terreno baldío cruzando una cerca de alambres. Lo que le subseguía parecía ser una cancha de futbol de barrio, en pésimas condiciones, que también estaba rodeada de más casas y edificios pequeños. El joven juntó fuerzas para al fin colocarse de pie, sus piernas le dolían. No estaba seguro de cómo había llegado a esa situación, se cuestionó en su mente si la noche anterior había estado tomando, y por alguna de las vueltas de la vida había terminado inconsciente en ese extraño lugar. Intentó hacer fuerza para recordar pero esa punzada de dolor lo obligó a dejar de hacerlo. No era un buen momento. Dio un paso al frente, no le importaba por ahora lo que había pasado, solo quería llegar a su casa y bañarse, quitarse toda esa sangre, que al parecer no era suya, y descansar para alivianar el insoportable dolor de cabeza que lo seguía atormentando interiormente. Otro paso más, caminar se dificultó en los primeros movimientos, pero luego fue recuperando energías, al menos para lograr mantener un paso seguro. Abrió la puerta del alambrado que lo separaba de la cancha y cruzó sin mucha dificultad, se tomó un momento para estirar sus brazos y piernas, y continuó su recorrido. La cancha parecía más grande de lo que aparentaba desde el callejón, puesto que adjunta a ella había una pequeña plaza con juegos para niños como toboganes y escaladores. Se entretuvo admirando el terreno, la calle se encontraba al final de la cancha, y luego de otra cerca, esta vez de madera. Decidió dirigirse hacia ahí, así podría ubicarse y poder volver por fin a su casa. Caminó hasta la mitad del terreno pero algo lo obligó a detenerse en seco. Una extraña figura encapuchada lo observaba desde detrás de la cerca de madera, su rostro era difícil de discernir por los tablones interfiriendo en la visión. El joven tragó saliva, la forma en que esa extraña persona lo observaba, sin quitarle la vista de encima ni un segundo, lo perturbaba un poco. Las personas no sostienen tanto la mirada a no ser que conozcan al otro. El joven aclaró su garganta. — ¿Te… te conozco? Su voz apenas salió. Volvió a intentar aún más fuerte. —¡Hey! ¿Te conozco de algún lado? Esta vez sí lo escuchó, pero la respuesta que recibió no fue la que imaginaba. El hombre gritó, un grito desgarrador que infligía temor y helaba los huesos salió de su garganta. Inmediatamente el sujeto encapuchado saltó la cerca y cayó de cabeza al otro lado dentro del terreno. El salto era imposible de reproducir por una persona normal, el joven jamás había presenciado tamaño acto ni en los mejores atletas de las olimpiadas. Y la caída… estaba seguro que se habría roto los huesos del cuello, pero de todas formas el sujeto se levantó, como si nada le hubiese pasado. Sus miradas se cruzaron, y el joven se horrorizó, ahora su cara estaba totalmente a la vista. Mucha sangre se exhibía por todo su rostro; los huesos del mentón y de parte de la nariz se notaban a la perfección, recubiertos en algunas partes por lo que quedaba de los tejidos de los músculos de la cara. El resto de su cabeza se encontraba bajo la sombra de una capucha tan negra como la noche. —Parece… la muerte. Inmediatamente, el extraño encapuchado emprendió una veloz carrera hacia el muchacho usando sus manos y sus pies para impulsar cada zancada. El joven se precipitó, intentó huir pero sus piernas le jugaron en contra y cayó al césped de forma torpe. Maldijo, pero aun así, la caída le sirvió para poder evadir un salto del hombre, que lo sobrevoló y lo hizo caer al suelo de manera estrepitosa.
El joven alzó la vista, no creía lo que veía y no tenía ni idea de lo que pasaba, esa persona parecía poseída por el mismo diablo. Sus movimientos eran totalmente inhumanos y sus reacciones parecían a las de un animal salvaje. El muchacho aprovechó para colocarse de pie, pero en ese instante un gritó próximo a él lo alertó. —¡Hey chico! ¡Por aquí, rápido! Un sujeto barbudo y robusto de aspecto bonachón, con una peculiar camisa a cuadros roja lo invitaba a pasar a su casa. El joven dudó un segundo, sabía que no era buena idea entrar en casas ajenas, pero nuevamente otro rugido lo desprendió de sus pensamientos. Era mejor esa opción a quedarse con el sujeto poseído. —¡Apúrate idiota, o cerraré la puerta! El joven interpuso un pie con el otro antes de avanzar; volvió a maldecir, y lo intentó de nuevo, corriendo lo más rápido que pudo en dirección al sujeto de camisa a cuadros, pero al mismo tiempo, el hombre poseído se alzó como un rayo y se echó a la caza del muchacho. Sus piernas dolían, y dolerían aún más luego del tremendo esfuerzo que realizaba al correr, la casa estaba más cerca, pero el poseído también, y se acercaba aún más rápido. No lo lograría, no corriendo, lo sabía. Tomó impulso dando su último esfuerzo y dio un gran salto al final del tramo. El sujeto que lo esperaba tuvo que hacerse a un lado para dejar pasar al muchacho volador, y de un portazo cerró la puerta, o eso intentó. El poseído había logrado alcanzar cruzar la puerta antes de que pudiera cerrarse, solo su cabeza y uno de sus brazos estaba visibles, mientras tanto, el hombre robusto empujaba con todas sus fuerzas para cerrar la puerta. El muchacho por otro lado aún seguía en el suelo y desorientado, la caída le había dolido, para lo único que tuvo fuerzas suficientes fue para gritar. —¡¿Qué mierda le pasa a ese tipo?! —¡El hacha… úsala! —ordenó el hombre señalando con su cabeza un hacha que se encontraba descansando en una esquina de la habitación. La puerta se abrió más, ahora el poseído cruzó otro brazo e intentó tomar lo que tuviera a su alcance, pero rápidamente otro sujeto apareció en escena, tomó el hacha y de un movimiento ágil y preciso trazó un arco por sobre su cabeza y se lo ensartó directamente en el cráneo, dando fin a la vida del hombre poseído. —¡Puta madre! —gritó el muchacho horrorizado. Nuevamente la adrenalina hizo su trabajo y le propendió la energía necesaria para salir de la habitación como una gacela, al cruzar se encontró con un grupo de hombres y mujeres descansando en un salón comedor, todos completamente armados. Seis cabezas viraron y observaron con ojos confusos al joven, el susto fue tal que no lo pensó dos veces y cruzó el salón saliendo por la puerta principal, algunos hombres quisieron detenerlo pero el joven se le escapó de las manos. Salió de aquel edificio en busca de alguien que pudiera ayudarlo, las calles se encontraban vacías, avanzó con rapidez y no reparó en los bultos amontonados en el suelo. Siguió su carrera hasta una esquina en donde divisó un grupo de gente amontonada y un poco más próximo a su posición había un policía de espaldas. Estaba salvado. Solo debía ir con él y estaría seguro, contaría su historia al oficial y los sujetos serian arrestados. Con suerte quizás diera unas declaraciones a los noticiarios y seria reconocido por descubrir a una banda de criminales despiadados que cortan cabezas con hachas, y quizás con más suerte, estaría en su casa temprano para almorzar con su familia. —¡Oficial! —dijo el joven un poco más fuerte de lo que esperaba—. Oficial… unos sujetos allá…
casi me matan —señaló hacia su retaguardia y fue cuando lo vio; el hombre de camisa a cuadros junto a otros dos más, se acercaban corriendo a toda velocidad hacia él, gritando palabras que ignoró y agitando las manos—. ¡Mierda, ahí vienen son ellos! —el joven se giró pero lo que vio no se parecía en nada a un agente de seguridad. El policía tenía cortaduras profundas en su cara, su rostro estaba completamente desfigurado, de su boca manaba gran cantidad de sangre espesa y oscura, y paradójicamente, su mirada no trasmitía mucha seguridad. El oficial se abalanzó sobre el muchacho sin aviso previo, ambos cayeron al suelo mientras comenzaban un forcejeo constante, el policía por intentar morder al joven, y él por intentar no ser mordido. Pero era inútil, sus fuerzas se le estaban agotando con una rapidez preocupante. A esta altura de la situación ya no era capaz de sentir siquiera sus propios brazos para poder mantener alejada la cabeza del segundo endemoniado y evitar que se lo engullera vivo. Si lo pensaba bien, ya no sentía casi nada, su vista comenzó a fallarle y las imágenes que veía se difuminaban cada vez más al punto que oficial se volvió un manchón borroso a sus ojos. Una oleada de mareo impactó con fuerza su cabeza dándole la certeza que no le quedaba mucho tiempo de conciencia, dentro de poco perdería por completo el conocimiento, pero quizás eso era bueno, en cierto sentido, entonces no sentiría dolor. Su vista ya no rendía más, todo se volvió oscuro y confuso. Aún escuchaba algunas voces a lo lejos, algunos ruidos y estruendos fuertes, pero siempre lejos. Todo se terminó, fue su último pensamiento. *** —No podemos tenerlo aquí con nosotros, ni siquiera lo conocemos —explicó Elías defendiendo vagamente su postura. Sus ojos azules impactaban a quien lo mirara de frente, y aunque se tratara de un hombre de rasgos bien definidos, rostro impecable y de una increíble cabellera dorada; su mirada era dura y severa, arrojando por el suelo la autoestima de quien se le acercaré. —Es solo un chico, no podemos dejarlo solo después de verlo intentar entablar una conversación con uno de esos seres —refutó Ronaldo. El hombre en cuestión duplicaba el tamaño de Elías en masa corporal; y a diferencia de él, Ronaldo, aun portando una robusta barba y una regordeta nariz; su mirada trasmitía una reconfortante calidez y bondad. —¿Y entonces qué sugieres que hagamos? No podemos adoptarlo con nosotros, ya somos muchos aquí, lo sabes. —No digo eso, pero al menos podemos asegurarnos de que si sale afuera podrá sobrevivir. —Es una cabeza más para alimentar Roni, no me parece una buena idea. —No exageres, tenemos comida de sobra para varios más. —Estamos en un estado crítico, ¿lo recuerdas?, ¿o tienes que salir afuera de nuevo? —Esto apenas comenzó ayer, las fuerzas de seguridad se encargarán de todo. —¿Cómo estás tan seguro? Más de la mitad de la población en esta condenada ciudad está muerta, y la otra mitad está intentando comernos. ¡¿Dónde están los militares entonces, eh?! O bien puedes salir a pedirle ayuda a un policía infectado, como hizo ese chico, veamos cómo te va. Roni golpeó la mesa que lo separaba de Elías y lo fulminó con la mirada. —¡No pienso dejar a un simple chico a su suerte, sabiendo lo que hay fuera! ¿Y si fuese tú propia hija?, ¿qué tal si Lara se pierde?, ¿no te gustaría que alguien más la cuidara? ¡Esto es lo mismo! Él es solo un muchacho perdido que necesita ayuda. Elías dejó caer la silla en la que estaba sentado para ponerse de pie de forma violenta, ambas
miradas se cruzaron desafiando la una a la otra, pero ninguna palabra fue emitida, dejando finalmente un ganador a la disputa. Elías se marchó de la habitación por unas escaleras que ascendían en espiral, dejando en el lugar solo a dos personas. —¿Qué haremos con el chico, Roni? Tu primo no parece aceptarlo —preguntó un hombre de tés morena, con un poco más de setenta años cargados a los hombros, mientras limpiaba sus anteojos. —Si lo aceptó —dijo Roni sin quitar su mirada de las escaleras—. De otra forma seguiríamos discutiendo. —Bien, entonces creo que deberíamos despertarlo, ¿hay alguien ahora cuidando de él? —Sí —respondió Ronaldo, colocándose de pie—. Mi sobrina, Lara. *** El joven despegó sus parpados lentamente uno de otro hasta tenerlos completamente abiertos. Sus oscuros ojos pardos se cruzaron con otros de un color tan celeste como el cielo. Detrás de esos afilados ojos se hallaba el bello rostro de una joven muchacha de una piel tan blanca como la luna y unos rasgos delicados y agudos que simetrizaba perfectamente con un atisbo de sonrisa que apenas se dejó apreciar. Su dorado y lacio cabello descendía en perfectas mechas largas llegando hasta poco más de la mitad de su espalda. Una de esas mechas cayó repentinamente en medio de sus ojos al inclinar su cabeza para observar con mayor detenimiento al muchacho. —Oye, ¿te encuentras bien? Al fin te despiertas. Como si la pregunta accionara un interruptor de dolor, un fuerte puntazo se fundó en su cabeza al instante. Un quejido por parte del joven dio por entendido a la muchacha que no se encontraba en óptimas condiciones. Quiso llevarse las manos a la cabeza pero una fuerza se lo impidió, observó a los extremos de la cama en donde se encontraba; gruesas sogas estaban fuertemente amarradas a él e impedían su movilidad. La muchacha acercó al joven unas pastillas y lo invitó a tomarlas, el chico no ofreció mucha resistencia. —Disculpa por atarte de esta forma, sé que parece cruel pero tenemos que evitar que vuelvas a salir corriendo de esa manera de la casa. Estuvieron muy cerca de entrar, debes tener más cuidado, no sé qué pensabas. El joven observó minuciosamente el entorno, cuatro paredes daban lugar a una pequeña habitación con una sola cama ubicada en el centro y un ventanal que bastaba para iluminar a la perfección el lugar. —¿Dónde estoy? —Estas a salvo —contestó la muchacha a secas mientras mojaba un paño con agua y se lo colocaba en la frente—. Por el momento confórmate con eso. El muchacho cerró sus ojos un momento a causa del dolor intermitente que azotaba su cabeza sin descanso. —¿Quién eres tú?, ¿esto es una clase de hospital o algo así? La muchacha echó una breve risa. —No, no es para nada un hospital. En ese momento, un hombre robusto de camisa a cuadros roja y una barba tupida entró a la habitación, detrás le seguía un hombre anciano de escasos cabellos color ceniza y de una arrugada piel morena oscura. Ronaldo y Mario. —¡Oh veo que ya estas despierto! —saludó Ronaldo—. ¿Cómo te encuentras? El joven al verlo sintió un vuelco en el estómago, intentó zafarse de las ataduras con desesperación pero sin resultado alguno.
—¡Déjame ir! ¡Por favor, no diré nada lo juro! El hombre robusto arqueó una ceja en una mueca de confusión. —¿Qué cosa no dirás? —No diré nada, lo juro. —¿De qué hablas? —preguntó la muchacha desorientada. —No diré…—tragó saliva—, que le cortaron la cabeza a ese sujeto poseído. Por favor, no me hagan nada… Las tres personas cruzaron miradas confusas. Cómo si de verdad ese chico ignorara el desastre que acontecía en el exterior. Fue Ronaldo quien habló. —Amigo, eso de ahí fuera, ¿sabes lo que era? No hubo respuesta alguna. —Parece muy confundido, ¿de verdad no sabes qué son, niño? —preguntó Mario. —Era una persona —contestó el joven, aunque la mirada incomprendida de todos los presentes ante su respuesta lo hizo dudar por un segundo—. ¿Qué otra cosa podría ser? No los comprendo. —Sí, en teoría lo era —comenzó a decir Lara—, pero luego se infectó y se convirtió… ¿sabías eso verdad? —¿Se infectó? Nuevamente esas miradas de extrañeza se cruzaron entre Ronaldo, Mario y Lara. Al parecer el chico no tenía ni idea de lo que sucedía en el mundo. ¿De verdad podría alguien haberse perdido de tanta desolación, destrucción y caos? —¿No sabes nada de lo que pasó ayer?, ¿absolutamente nada? —preguntó Ronaldo inquieto. —¿Ayer…? —repitió el joven apartando la vista al suelo para iniciar un proceso de abstracción de memoria que culminó en un punzante dolor de cabeza —. No, todo es muy confuso, lo último que recuerdo es que hoy me levanté en un callejón cubierto de sangre… —Y que te topaste con un zombi luego de despertar —agregó el hombre. El joven lo observó con incredulidad. —Lo siento, creo que escuche mal... —No chico, has escuchado bien. Sé que puede sonar retorcido, pero para saciar todas tus dudas solo te bastará con mirar por esa ventana —intervino Mario. El joven sacudió sus extremidades observando de mala gana a todos. —¡Oh, por supuesto! Desátalo Lara —ordenó Ronaldo. La muchacha obedeció, y junto con su tío desataron las cuerdas que retenían al muchacho de ojos pardos y cabello revuelto. —Espero que no salgas corriendo esta vez —dijo ella sonriendo. —Gracias… —respondió frotándose la muñeca derecha, intentando que la sangre volviera a circular con normalidad. El chico observó la mirada de todos clavada en su persona al ponerse de pie. No entendía nada de lo que estaba pasando, pero al mirar a ese fornido y enorme sujeto de barba negra, su cuerpo no podía evitar acelerar sus pulsaciones del miedo. Se acercó a la ventana solo por inercia, su mirada parecía observar hacia el exterior, pero en realidad sus ojos intentaban evaluar su distancia hacia la puerta. Con tantas personas dentro de esa pequeña habitación pensar en escapar ahora mismo resultaría una pésima idea. —Bien entonces, ¿qué se supone que tengo que ver? Lara se acercó a su lado. —Si prestas atención allá…
Pero la muchacha fue interrumpida. El joven se apresuró en dar un brinco a la cama para aterrizar al otro lado de la habitación, evadió al viejo Mario y quiso empujar a Ronaldo para salir por la puerta. Todo hubiese salido bien de no ser porque Ronaldo apenas se inmutó ante aquella infructuosa embestida. El hombre tomó al muchacho con ambas manos y lo zarandeó de nuevo hacia la cama con total facilidad. —¡Niño deja de jugar! —Está asustado Roni, ¿lo culpas? —dijo el anciano acercándose al chico—. Joven, no tengas miedo. Puedo entender tu confusión pero empecemos de cero y verás que no somos las personas que crees. Primero deja que nos presente, mi nombre es Mario. Este buen hombre a mi lado —señaló al hombre robusto que lo había arrojado como si fuera un simple muñeco de trapo—, se llama Ronaldo. Y la jovencita que te estaba cuidando se llama Lara —le tendió la mano—. No somos asesinos o maniáticos, solo somos personas como tú. El muchacho observó con desconfianza la mano de Mario, pero había algo en la tonalidad de sus palabras que buscaban tranquilizarlo; quizás la suavidad por como las pronunciaba o la serenidad de su mirada. Sea lo que fuere, no parecía tener malas intenciones. De todas formas rechazó el saludo. —Lo que viste antes… tuvimos que hacerlo. Esa persona que tu viste iba a asesinarte si no lo parábamos. Esa palabra hundió su pecho en una brutal agonía con solo ser pronunciada. ¿De verdad esa persona lo iba a asesinar? —¿No podían solo noquearlo? No hacía falta… eso ¿o sí? —Lo que matamos ya no era una persona, para mí tampoco es fácil procesarlo muchacho, pero tarde o temprano tendrás que afrontar la realidad —comentó Ronaldo. —A propósito, ¿cuál es tu nombre, joven? —continuó Mario. El muchacho abrió su boca, pero sus palabras nunca salieron. La respuesta a esa pregunta era una obviedad, pero por alguna extraña razón no podía expresarlo con palabras. Intentó esforzarse para traer a su mente aquel nombre que tantas veces había dicho, que tantas veces había escrito, pero al serle imposible su corazón se precipitó y su respiración se tornó agitada. —¡No recuerdo…! —sus ojos volaban de un punto a otro intentando dar con esa sencilla palabra que le era imposible de recordar. Su angustia se intensificó al darse cuenta que tampoco recordaba nada de su apellido—. ¡Carajo!, ¿qué me pasa? ¡No entiendo nada!, ¡mierda, no entiendo nada! La preocupación se reflejó enseguida en los rostros de Ronaldo y Mario. Pero al menos ahora entendían un poco más por qué ese desventurado muchacho no comprendía nada de lo que sucedía a su alrededor. Pero solo fue Lara quien se atrevió a preguntar. —¿Tienes amnesia? —No lo sé, ¡mierda, no entiendo nada! —Tranquilízate un segundo, niño —dijo Roni acercándose a su sobrina—. ¿Lara, lo revisaste?, ¿encontraste alguna herida en su cabeza? Un golpe, lo que sea. —Ahora que lo mencionas si, tuve que limpiar un poco de sangre que tenía en la parte posterior de su cabeza. La herida estaba abierta y parecía profunda. ¿Sabes cómo te pudiste haber golpeado? —No… no recuerdo. Carajo, cada vez que quiero pensar en algo me genera una punzada que no te imaginas… —Probablemente eso explique por qué no recuerda nada de ayer, quizás el golpe afectó a su memoria —añadió Mario frotando su mentón. —¿Olvido toda su vida? —preguntó Lara anonadada—. ¡Que horrible!
—Espera… —interrumpió el muchacho con la cabeza hundida entre sus manos, intentando recordar—. Tengo recuerdos… mis padres, mis amigos… incluso sé qué hace dos días tuve un turno con un dentista. Pero… —el joven se tomó un momento para continuar indagando en su memoria —. Recuerdo todo lo que me pasó exceptuando el día de ayer… y mi nombre… eso es raro. —Pues no hay nada que hacer… —dijo Ronaldo restándole importancia—, supongo que con el tiempo tu memoria volverá. —No lo sé. Quizás… hay alguna razón por la cual mi mente lo reprimió y lo haya olvidado, pero da igual, recordaré mi nombre una vez vaya a casa y mis padres me lo digan. Y por lo que pasó ayer… no me interesa recordarlo. Ronaldo resopló esbozando una sonrisa. —Te interesará cuando mires tras esa ventana. —Ah, claro… los zombis —dijo con sarcasmo mientras se colocaba de pie. —Ve por la ventana, esta vez mira bien y lo entenderás —insistió Lara. —Está bien, está bien… —aceptó el joven con incredulidad. Al acercarse a la ventana su mirada se dirigió hacia la calle y en ese mismo segundo, sus parpados subieron y sus ojos captaron un escenario cruento y devastador. Desde la ventana del tercer piso de aquel edificio, la vista dejaba ver un panorama cruento y devastador. Sus parpados subieron al instante mientras sus ojos intentaban procesar el escenario que tenía en frente. La calle se encontraba teñida de sangre en su gran mayoría; dos autos abandonados habían colisionado cerca de un puesto de revistas en una esquina; había fuego incinerando algo a la distancia, pues una estela de humo blanco se paseaba por el aire en ese momento. Un número importante de personas caminaban por las calles vestidos de muerte; ensangrentados de pies a cabeza; bramando sonidos escandalosos y con rostros pálidos y apagados, mientras se aglomeraban para buscar algo de comida. Otros pocos ya habían tenido suerte en la búsqueda y se encontraban desgarrando la piel de un perro que había sido atado por su dueño en la entrada de su casa. El paisaje llevó a los ojos del muchacho a ver varios cuerpos tumbados en el suelo. Un niño sin un brazo; una mujer con el rostro borrado por completo; otro hombre con la cabeza abierta en dos pedazos; una señora mayor con medio torso bajo un auto volcado, que tenía a una pareja de novios con sus cuerpos atravesando la ventana. El muchacho retrocedió apartando la mirada. Su mente intentó buscar alguna respuesta lógica a lo que había visto, pero nada de lo que había allá afuera parecía tener sentido. Tanta muerte conjunta provocó en el chico una fuerte sensación de amargura que se tradujo en la zona de su nuca, cómo si una fuerza negativa lo estuviese arrojando hacia abajo. Se asustó. Sus piernas temblaron así como su voz al hablar. — ¿Qué es… todo esto? Ronaldo se acercó al muchacho y posó en su hombro su enorme mano; sintió como el joven se aceleró al tocarlo. Sintió también su respiración agitada y su mirada impregnada de temor. No había manera delicada de responder a esa pregunta, él lo sabía bien, por lo que optó por una respuesta directa y sin escrúpulos. —Este es el fin del mundo, muchacho. *** —Es un edificio pequeño, pero nos las apañamos para convivir aquí todos juntos —explicaba Lara mientras bajaba junto con el muchacho por unas escaleras de piedra en espiral que se conectaba con un salón comedor amplio—. El establecimiento cuenta con tres pisos y una terraza; en cada
habitación hay varias familias y personas que pudieron sobrevivir a la catástrofe de ayer. Así como tú hay muchos más que llegaron a refugiarse con nosotros. —Entiendo. —Esperamos ayudar a cuantas personas podamos, pero también tenemos que tener en cuenta que todos tienen que comer y sobrevivir; y por el momento la comida nos sobra, pero no sabemos cuánto pueda durar esta situación. Los chicos se dirigieron hacia una de las mesas del salón y se sentaron en sillas adyacentes. El lugar tenía los muros pintados de naranja y todas sus mesas eran amarillas; en el centro del lugar se hallaba una pequeña recepción que nadie usaba, pero que dio al joven la certeza de que se encontraban en un hotel. Por un momento el muchacho perdió la mirada hacia el muro detrás de la recepción, en donde reposaba un enorme cuadro de un pequeño perro Chiguagua, con un cartel debajo que mencionaba el nombre de aquel animal: Junior. —Y esa es la entrada principal, pero ya la conoces, por ahí te escapaste hoy —continuó Lara queriendo sonar graciosa. El muchacho se apenó al instante—. Bueno, ¿tienes alguna pregunta? —Bueno… tengo la duda, ¿cómo pudieron sobrevivir ustedes? —Tuvimos suerte, el humo rojo no llegó hasta esta zona. Mi padre y Roni al enterarse de lo que ocurría en las calles se organizaron de forma espléndida y sellaron el lugar por completo, refugiando a quienes podíamos. Algunas personas no aguantaron las ganas de ir por sus familiares y se marcharon, otros estuvieron aquí unas horas y luego partieron. —¿No tuvieron problemas con esos… seres? —Sí, cuando el sol cayó las calles comenzaron a llenarse de esos monstruos. Todos estábamos muy asustados, pasar la noche fue horrible, los gritos y la desesperación de las personas… no pude dormir más de unos minutos. Lo verás en mis ojeras —dijo riendo. —La verdad, no se te nota. Luces muy bien. En ese momento un silencio incomodo apareció tras esas palabras. El joven pensó que había metido la pata, pero en ese instante una risa relajada salió expulsada de la boca de Lara. —Es el poder del maquillaje, de otra forma créeme que no estaríamos hablando —dijo Lara volviendo a reír—. Bueno, entonces… ¿tienes alguna otra pregunta? —En realidad… sí —dijo el joven enseriando sus facciones; todo el relato de Lara había hecho que recordara a su familia y se preguntó si habrían sobrevivido a la catástrofe. —Dime. —Me gustaría hacer una llamada a mis padres. Tengo que saber si están bien. En ese momento el rostro de la muchacha se arrugó con pesar. —Lo siento, pero todas las líneas están deshabilitadas. Los celulares y teléfonos no funcionan, las televisiones no emiten canales y ni hablar de la conexión a internet. Todo está muerto… Lo lamento. —¿Todo?, ¿cómo es eso posible? —No tengo idea, pero suponemos que tiene algo que ver con el apagón de luz de ayer. El joven bajó la mirada disgustado. —No te preocupes —lo animó Lara—, seguramente están bien. —No puedo saberlo… tengo que buscarlos. —Entonces puedes irte cuando quieras, las puertas están abiertas —interrumpió un hombre adulto, acercándose a la mesa. —Te presento a mi padre, se llama Elías, y él te salvó de que no te despedazaran afuera la última vez. —Por esa ridícula acción nos metiste en grave peligro muchacho —sus palabras fueron severas;
casi ni parecía que aquel hombre de intensos ojos celestes y cabellera dorada podrían causar temor, pero había algo en filo de su mirada que haría retroceder a cualquiera que se le cruzara. El joven apartó la mirada. —No seas malo con él, papá —lo defendió Lara—. Tiene amnesia y no recuerda nada de lo que pasó ayer. —Ya lo sé, Roni me lo dijo —Elías se irguió y su gabardina gris flameó al alejarse—. ¡Síganme! Vamos a tener una reunión. Lara y el muchacho se colocaron de pie para seguir a Elías, quien detuvo su marcha cercana a unos sillones esquinados en un muro. La gente comenzó a abandonar sus asientos y se acercaron a la escena; en un periodo corto de tiempo el salón principal estaba repleto de personas que se reunieron para escuchar a Elías. Mario y Ronaldo también se encontraban entre ellos. —¿Estamos todos? —se quiso asegurar Elías antes de comenzar. —Si —respondió el viejo Mario, mientras se dejaba caer en uno de los sillones—. Veintitrés en total contando a los que llegaron por la noche, y al muchacho que llegó esta mañana. —Bien, voy a presentarme ante todos los recién llegados —comenzó por decir el padre de Lara—. Yo soy Elías, soy quien maneja este hotel y quien permitió que muchos de ustedes pasaran la noche aquí, probablemente, una de las peores noches de sus vidas, así como de la mía —dijo aclarando su garganta—. Sé que todos estamos asustados y tristes, todo esto que está pasando es una puta mierda. Pero mientras más rápido nos adaptemos a lo que nos está tocando vivir, más rápido podremos encontrar una manera de superarlo —el hombre hablaba con rectitud y mantenía la tonalidad de su voz firme en cada palabra—. La vida que conocimos hasta hace un día atrás se terminó… podemos maldecir e insultar al aire por las desgracias que están ocurriendo, pero no serviría más que para gastar saliva. Al joven le sorprendió como aquel sujeto tenía tan dominada la situación. Todos los presentes asentían ante sus palabras y escuchaban con pesar su discurso. Incluso la reluciente Lara, quien apenas había conocido hace unos minutos y ya la había catalogado como una chica alegre y gentil; sus ojos se encontraban clavados al suelo y su rostro se había ensombrecido por completo. Una sensación amarga lo envolvió durante un momento; una sensación de incertidumbre sobre todo lo acaecido el día anterior. Se sintió desconectado de aquella emoción colectiva de abatimiento; deseaba saber que era lo que le había ocurrido en ese día, y porque no lo podía recordar. Deseaba saber cuál era su nombre y el paradero de su familia… deseaba respuestas que probablemente nunca obtendría. —No sabemos cuánto más se prolongará esta situación —continuó Elías—. No sabemos si alguna vez estas criaturas de afuera desaparecerán o no, pero de momento opino que si voy a permitir que se queden en mi hotel entonces debemos estar unidos y trabajar juntos. Forjar un equipo y compartir roles para el bienestar de cada uno de nosotros. —¿Tenemos comida? —preguntó una mujer con voz temblorosa que se encontraba junto al muchacho. —De momento el hotel cuenta con bastante alimento como para subsistir una semana. —¡Una semana es muy poco! —dijo un hombre de cabello largo y lacio, con una camiseta negra. —Lo sé. Por eso los reuní aquí… para discutir sobre los roles que efectuaremos en este nuevo grupo que estamos formando; uno de esos roles es la búsqueda de alimentos. —¿Estas insinuando que salgamos afuera?, ¿con esas cosas queriendo matarnos o comernos? —Si no lo hacemos vamos a morir de hambre cuando se nos termine el alimento, pero si tienes una idea mejor quiero escucharla —interrumpió Ronaldo haciendo acto de presencia. —Yo no…
—Entonces te recomiendo que me escuches… —dijo Elías con frialdad—. Tenemos que cooperar para sobrevivir aquí. No soy iluso, sé que hay un peligro acechando nuestra puerta en todo momento, pero hay que pensar en el futuro. Para eso necesitamos conseguir agua, alimento, medicinas, todo lo básico… —guardó silencio y abrió su gabardina mostrando en su cinturón una pistola—. Y necesitamos armas para defendernos. Las incertidumbres y dudas de los presentes se materializaron en un cuchicheo de palabras constantes. Había mucho de lo que hablar y poco tiempo para expresarse, pues Elías había vuelto a callar a todo el mundo. —Cómo iba diciendo… nos necesitamos el uno al otro para subsistir. Los roles serán impartidos en base a sus capacidades, lo cual discutiremos por la noche luego de haber hablado con todos. —Espera… —interrumpió el joven de ojos pardos—. Yo no puedo quedarme aquí, tengo que volver con mi familia. Tengo que ver si están bien. —Si de mí dependiera dejaría que te fueras, de eso puedes estar seguro chico. Pero mi primo me convenció de dejarte que permanecieras aquí, que te instruyamos y te preparemos para que puedas enfrentar los peligros que hay afuera; pero eso no te va a salir gratis, si vamos a ayudarte tú vas a devolvernos ese favor con tu cooperación. Es un trato justo. Luego podrás hacer lo que se te antoje. —Entiendo, ¿qué debo hacer? —Tareas cotidianas, muchacho —intervino Ronaldo dando un paso al frente—. Podrías ayudar a limpiar o en la cocina, también puedes hacer guardia. —No —Elías habló alto para que su voz opacara a la de su primo—. Eso es muy fácil… tú eres joven y ágil, así que saldrás al exterior a buscar provisiones. Creo que es un buen trato, nos lo debes luego de haberte salvado en dos ocasiones. —Pero está herido, papá… —Ya habíamos hablado de esto Elías, yo puedo ir a buscar las provisiones afuera. Él es solo un muchacho. Ante aquellas palabras el joven de cabellos en punta observó a su alrededor en un vistazo rápido. Evidentemente Lara y él eran los más jóvenes del grupo. —Todos tienen que cooperar Roni, no es un niño. —Tiene una familia a la que buscar, es ilógico arriesgarlo así. —¿Por qué te empeñas en protegerlo tanto? —Elías había alzado la voz—. Amenos que… —¡Está bien! Voy a ayudar —todas las miradas viraron hacia el muchacho—. Voy a ayudar aquí en hotel, y cuando me recupere también voy a buscar recursos para todos. —El chico decidió —lo felicitó Elías con una perversa sonrisa de satisfacción. —Pero con una condición —dijo con firmeza dirigiéndose hacia ambos primos—. Tienen que ayudarme a buscar a mis padres, no voy a ir solo. Los traeremos aquí y entre todos ayudaremos al grupo. —Tú no puedes ponernos condiciones a… —Es un trato chico, lo haremos —interrumpió Roni, luego se dirigió a Elías—. Es justo. —Yo también creo que es justo, y ayudaré a encontrar a sus padres —agregó Lara—. Después de todo en el hotel hay mucho lugar. Elías suspiró con un tinte de rabia. —Está bien, si los encuentran pueden quedarse, y será lo mismo para ellos, ayudaran aquí y cooperaremos para sobrevivir, ¿está claro? —Sí, tenemos un trato Elías —dijo el joven, estrechándole la mano. Elías le devolvió el saludo y retiró su mano al segundo.
—¿Cuánto tardará en recuperarse? —Por la profundidad de la herida, probablemente necesite una semana o poco más —respondió su hija. —Tienes cinco días para recuperarte y aprender todo lo necesario para defenderte —sentenció el hombre de cabello dorado—. En cinco días será la primera expedición de recolección. Así que más te vale estar preparado. —Pero…—comenzó a protestar Lara, pero el muchacho la detuvo. —Está bien, no hay problema. —Yo te instruiré, muchacho —dijo Ronaldo, acercándose al joven. Ahora mismo ya no parecía tan aterrador como la primera vez que lo había visto. —Gracias. Elías se separó del grupo y caminó hasta el mostrador para observar un segundo la foto del pequeño perro que se encontraba colgada en la pared. —¡Eh, chico! Tú no recuerdas tu nombre, ¿no es así? —No… no lo recuerdo —dijo sintiendo un pinchazo de vergüenza en su interior. —Bueno, entonces de ahora en adelante te voy a llamar Junior —dijo Elías retomando su camino hacia las escaleras—. No provoques desastres de nuevo o salgas corriendo como un idiota y todo estará bien entre nosotros. —¿Junior?, dime que es broma… —Junior es el nombre del perrito que solía tener mi abuelo —explicó Lara conteniendo una sonrisa. —Perrito… —el joven observó hacia el marco colgado en la pared con desánimo. Si al menos el perro resultara más agresivo o imponente ese nombre no le molestaría tanto, pero al contrario, el animal era pequeño y adorable—. Carajo… —No es un mal nombre —dijo Ronaldo riendo a carcajadas—. Cuando tengas tiempo pasa a ver a la enfermera, Junior. —No puede ser… —¡Nos vemos después, Junior! —volvió a decir Ronaldo con fuerza. —¡Deja de repetirlo! Todos los presentes se acercaron a saludar al nuevo integrante. Junior conoció muchas personas nuevas ese día, platicaron y compartieron sus experiencias del día anterior reunidos en el salón. Experiencias devastadoras y agresivas. El joven no pudo evitar compadecerse de cada uno de los integrantes, todos habían perdido a más de un ser querido en muy poco tiempo. Pero a todos les sentía bien compartirlo para desahogarse. Por un momento Junior recordó una vez más a su familia; a su padre y a su madre. Sabía que podían estar muertos pero algo dentro de él aún conservaba esperanzas. Pronto se daría cuenta del error que estaba cometiendo. Ese primer día pasó muy rápido para el muchacho, y la noche también. *** La sangre se acumulaba con rapidez en su garganta, escupía una y otra vez pero parecía no tener fin. Su labio inferior se encontraba partido; su ojo izquierdo había cambiado a una tonalidad violácea y sentía cómo la hinchazón de su mejilla le generaba una insoportable punzada de dolor. Se le dificultaba respirar con normalidad, sentía ganas de gritar y de pedir auxilio, pero apenas podía pronunciar unos quejidos de dolor con una bolsa de trapo puesta en la cabeza. Otro golpe más y otro diente flojo. Desde que había llegado a esa prisión y había sido apartado del
resto, no había tenido tiempo si quiera de contar su historia, simplemente había sido recibido con una feroz golpiza. Inagotables lágrimas se desprendían de sus ojos. La bolsa de su cabeza fue removida con brusquedad y ahora podía ver ahora la cara del agresor que lo había estado torturando hacía más de veinte minutos. Unos ojos oscuros y gélidos lo atravesaban con indiferencia desde el otro extremo de la celda. —Felicidades Juan, terminó el comité de bienvenida, ahora vas a comenzar a hablar y más te vale decirme solo la verdad —expulsó Franco mientras se frotaba las manos a causa de llevar tanto tiempo repartiendo golpes a diestra y siniestra—. Si llegas a mentirme lo sabré, si llegas a omitir algo lo sabré, y si llegas a aburrirme —guardó silencio y quitó de su funda un cuchillo de cacería—, ya no voy a manchar mis puños. Juan tragó un compuesto de saliva y sangre e hizo un gran esfuerzo por responder. —S…sí. Franco tomó asiento recostándose en el muro mientras se pasaba el cuchillo de mano en mano. —Te escucho. Juan se tomó un tiempo para continuar, pero un quejido de Franco lo aceleró y comenzó a hablar intentando que sus palabras sonaran lo más armoniosas posibles, intentando dejar de escupir sangre. —Al comenzar todo esto yo me encontraba con Renzo y su familia —comenzó a decir de manera apresurada—. Aunque no duré mucho tiempo con ellos, querían entrar a la ciudad en pleno foco infeccioso. No podía seguirlos, era una locura, así que me fui por mi lado. De todas formas no me tomó mucho tiempo descubrir que todo el resto del país y quizás del mundo estaban en la misma situación; haberme marchado o haberme quedado hubiese sido lo mismo. Pero a veces me arrepiento de haber dejado a Roberto solo —dijo quebrando la voz en un llanto contenido. —No pensé que lo harías tan rápido Juan, pero me estas aburriendo bastante —interrumpió Franco inclinándose hacia delante para levantarse. —¡Está bien, está bien! Estuve varias semanas recorriendo de pueblo en pueblo, evadiendo las ciudades infectadas y sobreviviendo en pésimas condiciones, cuando un día, estaba escaso de alimentos y el automóvil que había robado se estaba quedando sin combustible, así que decidí entrar en una ciudad que encontré de camino. —Aburrido… —interrumpió Franco colocándose de rodillas. —¡Y ahí fue cuando me lo crucé! —¿Con quién?, ¿con el zorro? —¿Quién…? —El que tiene la cicatriz… —¡Oh, no! No era él… era otra persona —Juan tosió sangre de nuevo—. Calavera… así le dicen en la Nación Oscura, pero su nombre real es… —Baltasar Montreal —se anticipó Franco. Su atención ahora había sido capturada—. Sigue… Juan suspiró aliviado. *** Demasiado caliente como para seguir tomándolo. Esa gaseosa que se había encontrado en un golpe de suerte, aún sin abrir, enfrente de un restaurante familiar de aspecto rústico, estaba demasiado caliente como para seguir tomándolo. Pero aun así, ese ligero inconveniente no fue suficiente para impedirle bajarse la lata entera en menos de dos grandes sorbos. Juan acomodó la visera de su gorra de manera que el sol no le molestara la visión subió a su vehículo y siguió la marcha. Desde el día rojo, Juan había adoptado una estrategia de supervivencia que
lo mantuvo a salvo durante un largo tiempo y el cual daba un buen resultado hasta la fecha; evadir ciudades, evadir personas, muertas o no, y disparar antes de preguntar. Siguiendo estas sencillas reglas al pie de la letra no había tenido ningún inconveniente y se sentía orgulloso de ello; hasta el día de hoy, en el que había decidido entrar en una gran ciudad al verse obligado a buscar alimentos y provisiones. Quebrantar una de sus reglas no era lo ideal para él, pero dado que el hambre apremiaba y que gozaba la ventaja de conocer bien esa ciudad, se animó a tentar a su suerte, al fin y al cabo, podría seguramente encontrar un mejor coche, uno más grande para cargar con todas sus armas y toda la comida que planeaba conseguir. Evadió la entrada principal, no tenía humor para cruzarse con ese taller mecánico que atormentaba su conciencia de vez en cuando, y optó por la entrada sur de la ciudad. —Hace mucho tiempo que no recorría estas calles, todo ha cambiado tanto desde ese condenado día —dijo al aire mientras frotaba su espesa barba. Juan estacionó su vehículo en un gran supermercado mayorista, se percató de la presencia de unos cuantos zombis, pero ninguno que supusiera un gran problema a su navaja de carnicero. Ingresar al establecimiento fue tan cómodo como fácil, al parecer el lugar ya había sido registrado con antelación por otras personas, pero no estaría mal echar un vistazo, pensó. Una vez adentro un sinfín de enormes góndolas se extendían hasta perderse de su vista el lugar estaba rodeado de cadáveres pudriéndose, cajas y artículos varios esparcidos por el suelo, abandonados ahí para siempre. Juan rebuscó en cada góndola del sector de alimentos, sabía que debía quedar algo útil todavía rondando cerca; buscó durante un prolongado tiempo; una bolsa de arroz, latas de atún, alguna pierna de cerdo, o el maldito cerdo entero, cualquier cosa sería útil. Pero luego de intentar rebuscar por segunda vez en los mismos sectores sus esperanzas comenzaron a esfumarse. Suspiró desalentado al levantar una bolsa de snacks vacía. Maldijo su suerte y en un arranque de violencia sacudió una de las góndolas de una feroz patada. Fue entonces cuando una bolsa cayó a sus pies. Juan retrocedió y observó hacia arriba, a la parte alta de las góndolas. —Santa virgen… Una sonrisa se dibujó en sus labios resecos. Centenares de cajas y paquetes amontonados de comida se encontraban descansando a más de cuatro metros a lo alto de las góndolas. En ese momento lo supo; ninguna persona se arriesgaría a intentar tomar la comida desde un lugar tan alto, al menos no cuando todo era un caos. Pero el lugar ahora mismo se encontraba tan sereno como un claro en medio del bosque. No parecía haber peligro en las cercanías, podría tomar toda esa comida para él solo y vivir con eso toda su vida y dos más si fuese posible. Sin restar tiempo recorrió todo el lugar hasta toparse con una escalera tumbada en el suelo, irónicamente una de esas asquerosas criaturas descansaba atrapado bajo la misma. Pero no fue problema para Juan. No se tardó mucho en conseguir varios paquetes de comida, todos envueltos en una gruesa cinta que facilitaba su transporte. Ya había logrado llevar tres paquetes de veinticuatro productos. Entre ellos dos variedades de pasta distinta y arroz. Podría haberse marchado con aquel suculento botín, pero la ambición le ganó la pulseada y decidió buscar uno más. Ya tenía cuatro, era más que suficiente, tenía que marcharse, podría hacerlo ahora mismo… pero tenía más espacio en el vehículo y todavía no había conseguido tallarines. Amaba los tallarines. No lo pensó dos veces. Juan volvió a entrar al mercado, recorrió las góndolas de nuevo, encontró la escalera, la acomodó un poco más a la derecha y subió de nuevo. Tenía finalmente los tallarines en su mano. Se giró lentamente para poder bajar de la escalera, y entonces, ahí fue cuando lo vio.
Justo en frente, un obeso hombre de mediana edad se encontraba postrado a lo alto de las góndolas en la parte superior; su cara estaba repleta de sangre y los huesos de su mandíbula se notaban a la perfección mientras masticaba lo que quedaba de un brazo. A su lado un charco de sangre descendía terminando en el pasillo. Juan retuvo su respiración mientras su mirada se cruzaba con la de aquella bestia. ¿Eso estuvo siempre ahí?, pensó. ¿Había pasado cuatro veces por el mismo lugar y esa criatura nunca se había percatado de su presencia? Maldijo de nuevo. El zombi bramó un escrupuloso grito, Juan del susto dejó caer el paquete y se arrojó sin pensarlo al suelo, rodó pero la caída fue demasiado dura terminando con su pie torcido y con un agónico dolor. Sin posibilidad de actuar se limitó a observar como el demonio bajaba de ágiles zancadas acabando justo enfrente de él. —¿Cómo alguien tan gordo puede moverse de esa manera?, es una locura —Juan escuchó una voz en su espalda. Alguien más estaba con él. La bestia profirió otro grito más mientras se agazapaba preparando su ataque, pero fue interrumpido por un balazo que desperdigó los restos de su regordeta cara por todo el suelo. —Mierda, como detesto a estos gritones —dijo la misma voz—. ¿Qué demonios ganan con hacer tanto puto escándalo? Juan se giró aún en el suelo para poder tener una mejor panorámica de su salvador, al verlo sintió un alivio en su interior y pudo respirar tranquilo; unas botas negras, ropa mimetizada verde, un corte de cabello muy corto y una perfecta sonrisa daban a entender que se trataba de un soldado militar. Uno de los buenos, o eso creía Juan. —¿Qué tal amigo, te encuentras bien? —preguntó el soldado mientras lo ayudaba a incorporarse. —Sí, muchas gracias, de verdad. Estaría en un aprieto de no ser por tu intervención. El soldado asintió y observó con detenimiento la escalera y luego el paquete con montones de tallarines desparramados por el suelo. —Eres muy inteligente, yo no me hubiese dado cuenta de buscar en ese lugar —se dirigió a Juan —. ¿Cómo te llamas?, ¿estás solo o hay más gente acompañándote? —Estoy solo —respondió masajeándose el pie—. Me nombre es Juan, ¿tu cómo te llamas? —Mi nombre es Baltasar —respondió tomando uno de los paquetes que habían caído al suelo — dado que te salve podríamos compartir esto, ¿te parece bien? Juan asintió seriamente. —Te los puedes quedar todos —dijo Juan arrastrando su pie al avanzar—. Si me disculpas, yo me marcho antes de que vengan más de esas cosas… —Con ese pie no vas a ir muy lejos, amigo. —Tengo un vehículo —explicó Juan—. Voy a estar bien. De nuevo, te agradezco por lo anterior. Nos vemos. Juan dio unos pasos, su corazón latía apresurado, quería salir de ese lugar cuanto antes pero en ese momento… —Lamentablemente no puedo dejar que te vayas... Juan suspiró, ya se lo había imaginado. Se giró solo para darse cuenta de que el soldado lo estaba apuntando con su arma. — ¿Qué quieres de mí? —Voy a ser directo. Necesito irrumpir en cierto lugar y preciso de ayuda. —¿Ayuda? Solo soy un mecánico, no sé en qué puedo ayudarte. —Bueno, pude notar la cantidad de armas y comida que llevas en ese coche tuyo que está estacionado en la entrada —contestó con una sonrisa socarrona—. Voy a necesitar todas esas armas.
La comida puede que también. Si, definitivamente la comida también. Juan ya no sentía esa seguridad y amabilidad que transmitió el soldado al principio de la charla, sus palabras ocultaban algo y estaba seguro de que no sobreviviría si no aceptaba sus términos. —Veo por donde va la mano, quieres mis armas para enfrentarte a otro grupo, ¿porque debería arriesgar mi vida? —Entiéndeme no quiero obligarte, pero si no eres mi amigo —alzó su arma apuntando a la cabeza de Juan—. Eres mi enemigo. Elige ahora. Juan tragó saliva, no deseaba morir ahora, y ese militar iba en serio, se vio obligado a aceptar su propuesta a punta de pistola, pero contando con la posibilidad de escapar en el primer momento que se descuidara. —Está bien, te ayudaré. Pero exijo saber de qué se trata, si muero tengo que saber por qué lo hago. —Eso no supone ningún problema—respondió Baltasar bajando el arma y volviendo a sonreír—. Verás, vamos a rescatar a mi hermano. —¿Tu hermano?, ¿lo han secuestrado? —No, no fue un secuestro —respondió Baltasar restándole importancia. —¿Entonces? —Él no fue secuestrado, está cautivo en una prisión… y vamos a liberarlo. *** —Espera, ¿Calavera tiene un hermano? Juan volvió a tragar sangre antes de contestar. —Sí, lo tiene… Yo no sabía en lo que me estaba metiendo cuando acepté ir con él, creo que ahora mismo hubiese preferido que me disparara en ese momento. Franco enarcó una ceja y una sensación de nerviosismo comenzó a apoderarse de él. —¿Que pasó después? —A veces creo que Calavera tuvo mucha suerte, o eso es al menos lo que me gustaría pensar. Porque de no ser así, de no ser porque tuvimos mucha suerte de nuestro lado, diría que ese sujeto es un monstruo… —la voz de Juan temblaba al hablar—. Encontramos un grupo de cuatro personas. Calavera los convenció a todos de ayudarlo, es cómo si ese maniático supiera cómo hacer que hagas todo lo que él te ordena… Franco bajó la mirada. Él sabía bien lo que se sentía. —Así que tomamos todas las armas que yo había recolectado y nos preparamos. La prisión que Calavera quería tomar estaba custodiada por policías armados y con ninguna intención de abandonar aquel lugar. —¿Cómo entraron? —Franco comenzó a interesarse por el modus operandi de Calavera. —Él tenía todo organizado. Dos cubrimos la entrada principal con ametralladoras de gran calibre, mientras él y otros tres se colaban a la cárcel por un punto ciego ubicado al oeste. Yo solo intervine para arremeter a quienes intentaron escapar a la balacera que Calavera había iniciado por dentro. —¿No intentaste escapar? —¿Crees que no lo pensé?, pero Calavera les había prometido a mis otros compañeros una vivienda asegurada de todo peligro en la cárcel, mujeres, alcohol y comida de por vida. No podía escapar… me hubiesen matado. Me quedé —suspiró. —La prisión de la que hablas, ¿está metida dentro de la ciudad? —Exacto, dentro de un barrio pobre de la ciudad. —Sé cuál es, ese punto ciego en el ala oeste es un sector abandonado de la parte vieja de la cárcel
—dijo Franco llevándose la mano al mentón—. Bueno parece que no mientes por el momento. Continua. —¿Cómo lo sabes? —No te interesa. ¡Continua! Juan había olvidado la amenaza de Franco si llegaba a descubrir que mentía, pero no pensaba hacerlo, como estaban las cosas no tenía nada más que ocultar, salvo un pequeño detalle. —Bien, Calavera terminó de asesinar hasta el último del grupo que se resguardaba ahí dentro. Ni los niños se salvaron… Todos sucumbieron. Lo increíble era que su grupo nos doblaba en número, pero Calavera supo encargarse de cada uno de ellos. —Calavera era uno de los mejores militares de la fuerza, con una puntería envidiable. Su capacidad a la hora de disparar siempre me impresionó cuando compartí uniformes con él. Pero su cabeza en cambio, era la que estaba descolocada —agregó Franco—. ¿Cómo terminó el asalto a la cárcel? Juan agachó la cabeza y sonrió angustioso. —Si crees que Calavera está loco, no tienes idea de lo que es capaz su hermano —subió la mirada y la fijó en Franco—. Lo encontramos, la última celda, la más alejada de todas. Estaba solo, ningún convicto se atrevía a acercarse a él... —¿Que hicieron al encontrarlo? —¿No lo sabes aún?, Calavera y su hermano tomaron la prisión, liberaron a todos los convictos y los pusieron a trabajar bajo su mando —explicó—. Imagina por un segundo lo que significa eso; expertos profesionales en el arte del robo y la matanza sueltos a su ley. Asaltábamos viviendas, secuestrábamos o matábamos a cualquier persona que se nos cruzara; capturábamos a otros grupos cercanos, nos hacíamos con sus recursos; encarcelábamos a los hombres y violábamos a las mujeres —la voz de Juan comenzaba a quebrarse de angustia—. Yo nunca haría esas cosas, pero no tenía elección, ¡tuve que hacerlo! Me matarían si no era uno de ellos. —Me importa un carajo lo que hayas hecho —dijo Franco poniéndose de pie—. Quiero saber algo más, ¿cómo se llama el hermano de Calavera? Juan tragó saliva creando una brecha de suspenso, mientras pronunciaba las siguientes palabras con un enorme terror teñido en toda su temblorosa voz. —Su nombre es Alexander Montreal —dijo finalmente—, la persona más desquiciada y peligrosa que conocí, y fundador de lo que actualmente es conocido como la Nación Oscura.
Capítulo 10: La puerta Z
“Un soldado luchará más, y más duramente por un trozo de tela coloreado”. NAPOLEÓN BONAPARTE.
Rex ingresó a la celda y se dejó caer en la cama de su ex compañero de taller, estar mucho tiempo de pie escuchando a Zeta resultaba agotador a la larga, Samantha y Anna lo emularon, sin embargo el presidente siguió erguido de pie frente a al custodiado, escuchando con atención cada palabra. —Entonces, estuviste un tiempo en ese grupo que te rescato, ¿y luego te uniste a la Nación Oscura? —preguntó Samantha. Zeta hizo sonar los huesos de su cuello. —No, nunca me uní a esa asquerosa nación. —¿Qué pasó con tus padres? —preguntó Rex—. ¿Volviste a buscarlos? —Sí, lo hice —respondió Zeta sin ánimos. —¿Que paso con tus padres, porque te separaste de ese grupo? —dijo Anna con señas que Samantha tuvo que interpretar. —No lo acribillen a preguntas —interrumpió el presidente—. Dejemos que él nos cuente todo lo que tenga para decir. Confío que nos dirás solo lo que sea pertinente escuchar. Zeta asintió y repitió en voz baja. —Lo pertinente…—subió la mirada cruzándose con los ojos de Máximo, una mirada fría y cristalizada delataba que lo que contaría no iba a ser nada agradable—. Luego de que Elías me permitiera quedarme con ellos pasé alrededor de cinco días metido dentro de una cama reposando mientras el resto contribuía con el grupo. Cada tarde, Roni me instruía sobre el uso de las armas de fuego y por la noche pasaba algunos minutos con Lara, quien me comentaba sobre los zombis que veía su padre cuando salía al exterior. En ese momento conocíamos la existencia de tres tipos distintos: Los parca, los deambuladores y una persona había logrado ver a un grandote de lejos. *** —¡Bueno, bueno, mira nada más!, Junior eres jodidamente bueno con las pistolas —lo felicitó Roni mientras recargaba bala por bala su cargador—. Agarraste el truco bastante rápido, eso es genial, soy un maestro esplendido. Junior sonrió mientras observaba desde la terraza al último zombi de la avenida que caía desplomado al suelo por una de sus balas. —Pues sí, eres un gran maestro Roni. —Igual tú tienes mucho mérito, Junior. Me dijiste que ya habías disparado antes, ¿no es así? —Sí pero fue hace mucho tiempo. Cuando yo era pequeño mi padre solía llevarme a lugares descampados y practicábamos tiro en una zanja, apuntando hacia una rueda de camión que estaba estática. Es muy distinto cuando el objetivo es mucho más pequeño, está mucho más alejado y además se mueve. —¡Ah! tu padre, no me hablas mucho de él, ¿era policía, no? —Nunca preguntaste, era un oficial militar, estaba a pocos años de retirarse y vivir una vida cómoda en su casa.
—Entiendo, ¿y tu madre? —Mi madre era chef en un restaurante de la ciudad —respondió mientras apuntaba con su arma otro zombi que había aparecido doblando la esquina—. Aunque lo malo era que trabajaba mucho fuera y en casa nunca tenía ganas de cocinar —dijo riendo, mientras efectuaba nuevamente otro disparo—. Pero cuando tenía tiempo siempre nos hacía comidas exquisitas… extraño sus pizzas. Roni notaba que al joven no le inmutaba hablar de sus padres, una actitud rara dado las circunstancias. — ¿Confías que estén vivos? Junior sonrió confiado —Sí, estoy seguro que siguen vivos, es decir, mi padre es muy bueno en su trabajo, seguro están en casa refugiados esperándome. Y ahora que mi herida sanó lo suficiente podemos organizar una búsqueda adentrándonos a la ciudad. Roni arqueó una ceja. —¿Y si eso no llega a ser así?, ¿te has planteado la posibilidad de que no lo hayan logrado? Otro disparo, justo en la cabeza de otro zombi. —No te preocupes, será así. Un suspiro se escapó de la boca de Roni, sabía que la confianza exagerada no era de buen augurio. Se limitó a cambiar el tema de la conversación de momento. —Bueno sigamos con la práctica, sabes de pistolas y las clases de balas que hay, ¿porque no intentas con armas más pesadas? —Sinceramente no me gustan las armas grandes, pero… —¡Hola chicos!, ¿interrumpo algo? —preguntó Lara con esa luz de energía y alegría que la caracterizaba. —¡No! Sí, es decir, no. No, no interrumpes nada —balbuceó Junior nervioso por la hermosa presencia de la muchacha. Roni sonrió de perfil y decidió brindarle una mano a su alumno. —No hay caso con este muchacho, quiero enseñarle sobre fusiles y rifles pero prefiere las armas de una mano. Lara, ¿porque no le das una de tus armas personalizadas? —¿Armas personalizadas? Lara asintió gustosa. —Sí, te van a encantar cuando las veas. —Sabía el gusto de mi dulce sobrina por el arte cuando fui a buscar recursos con Elías —explicó Roni acercándose a una larga mesa cubierta por una manta blanca manchada de varios colores de pintura. La mesa se ubicaba en el centro de la terraza, justo debajo de un pintoresco techo de policarbonato y madera, el cual brindaba una agradable y refrescante sombra al lugar —Así que me tomé la libertad de conseguirle pinturas de todo tipo. Roni sacudió el mantel arrojándolo al suelo y dejando a la vista una caja llena de aerosoles de colores, con varios tachos de pintura y pinceles de distintos tamaños. En el centro de la mesa, extendiéndose a lo largo y a lo ancho, se hallaban distintos modelos de armas; desde revólveres, fusiles y arcos, hasta armas blancas como navajas y espadas; todas personalizadas con distinta tonalidades de colores que brindaban un aspecto único y muy llamativo a las armas. Roni se acercó y tomó un hacha de mango verde con un fino decorado negro en tribales que tenía su nombre grabado en color dorado en medio de la hoja, la blandió de un lado a otro observando cada detalle.
—Es impresionante Lara, eres increíble. Junior quedó maravillado con la belleza de alguna de las armas que tenía en frente; un revolver azul con decorados amarillos, una ametralladora blanca con mango y bordes rojos, y muchas otras cosas más que no alcanzaba a la vista para apreciarlas a todas. —¿Dónde aprendiste a hacer todo esto? —No es tan distinto a pintarle las uñas a las mujeres. Junior sonrió a la respuesta. —¿Eras manicura o algo así? —Sí —respondió la rubia con orgullo—. Me dedicaba a la manicura y pedicura. —Y era muy buena, pero creo que en esto te va mucho mejor —dijo Roni entre risas, quien seguía maravillándose con el aspecto de su nueva hacha—. Los dejaré solos chicos, tengo que atender un asunto con un tipo que no quiere salir de su habitación, aparentemente se atascó y alguien debe sacarlo rápido. Me llevo el hacha Lara, gracias. Junior frunció el ceño al no comprender la indirecta. —¿Dónde está ese tipo?, quizás pueda ayudarte a convencerlo… Roni ya estaba cerca de la puerta cuando respondió. —En realidad tengo que ir al baño, muchacho. Lara y Junior echaron una breve carcajada mientras observaban como Roni los dejaba tras una puerta amarilla que llevaba a las escaleras. —Tu tío es un buen tipo —dijo Junior con una sonrisa mientras inspeccionaba las armas que más le gustaban. —Mi padre también es muy bueno, solo no tuviste la oportunidad de conocerlo mejor. Junior asintió de forma mecánica mientras tomaba de la mesa una pistola Beretta color negro, aparentemente sin haber sido modificada todavía. —No pintaste esta. —Esa justamente… —dijo y se apresuró a tomar el arma y guardarla—. Iba a ser un regalo para ti, pero me entretuve con el hacha de mi tío y no pude ni empezar. Además… Una leve sonrisa se apreció en el semblante de Junior al ver como Lara se ruborizaba poco a poco. Decidió ayudar a la muchacha. —Me gusta el color escarlata y creo que quedaría bien con un poco de negro, ese color también me gusta. Si lo deseas puedes detallar los bordes con un color plateado… no, mejor dorado. La joven sonrió entusiasmada. —Buena elección, el color rojo es muy lindo, le quedará genial al arma. —En realidad, el escarlata me gusta más que el rojo simple. Es, ¿cómo decirlo? Un poco más intenso. —¡No me digas! Un hombre que conoce de colores, eso sí que es raro —se burló Lara. —A mi padre y a mí nos gustaba ese color, siempre decía que en los labios de una mujer el color escarlata potencia su belleza —dijo emulando la voz de su padre. La muchacha soltó una carcajada. —Ya veo, entonces ¿eres un hombre que sabe de colores y de mujeres? —dijo la muchacha de ojos celestes adoptando una tonalidad traviesa—. Eso es… todavía más raro. —No hay mucho que saber de las mujeres —contestó junior con una sonrisa confiada—. La mayoría demuestra sus intenciones todo el tiempo sin darse cuenta de que lo hacen. Son fáciles de leer si se presta la atención adecuada. —¡Eso no es cierto! —dijo Lara empujándolo juguetonamente—. Entonces ¿Yo demuestro mis
intenciones? —Lo acabas de hacer… —¿Qué? ¡Mentira! —dijo intentando contener una sonrisa que resultaba imposible de disimular. —¡Si lo haces! Pero no te preocupes, no diré nada —dijo Junior guiñándole un ojo. —A ver, genio. Léeme, ¿qué intenciones tengo? —¿Que intenciones tienes? —Junior volvió a sonreír mientras observaba hacia un lado, luego se acercó a Lara, quizás un poco demasiado de lo que había imaginado, quedando sus caras a centímetros una de la otra. El muchacho sintió la cálida y dulce respiración de la rubia muchacha en su rostro, su corazón comenzó a acelerarse y un silenció sucumbió el lugar dejándolos a ambos completamente aislados del resto del mundo. Cada uno devolvía la mirada del otro sin hacer movimiento alguno, pero fue Junior quien tomó la delantera. —Quieres besarme. Sin dar marcha atrás, tomó a la joven de la cintura y la pegó a su cuerpo. La muchacha no opuso resistencia alguna, y Junior se entregó a la suerte, era ahora o nunca. Acercó sus labios a los de Lara con sutileza y suavidad. Cerró sus ojos, ya estaba muy cerca, solo pocos milímetros los separaban… y finalmente lo hizo. Sus labios se acercaron hasta tocar... absolutamente nada. Desconcertado, abrió sus ojos y vio a la rubia oji celeste alejando su cabeza hacia atrás con una sonrisa de oreja a oreja y una mirada victoriosa. —No quería darte la razón —dijo Lara mientras volvía a acercar su rostro al de Junior—. Eso seguro no lo leíste, ¿verdad, genio? El semblante de Junior había cambiado a una tonalidad completamente colorada. —Pues no, la verdad que no… —Y esto tampoco —dijo la chica al mismo tiempo que lo sujetaba del rostro y fundió sus labios con los del joven en un apasionado beso. Junior se dejó llevar y continuó el proceso; todos sus sentidos estaban concentrados en disfrutar la armoniosa danza que los labios de la muchacha le ofrecían. Sintió una suave y agradable presión en el pecho, sus cuerpos buscaban arrimarse lentamente. Abrazó más fuerte a la joven, recorriendo con su mano tímidamente su delicada cintura; hubo una breve interrupción en donde tuvieron que despegarse para mirarse a los ojos mientras compartían una pícara sonrisa, pero no se tardaron en reanudar la acción. El muchacho deseaba que el momento jamás terminara, que fuese eterno, pero como un azote del destino, el fuerte ruido de un portazo los obligó a separarse tan rápido como si sus cuerpos se quemaran. El padre de Lara se acercó a paso acelerado y se interpuso entre ambos, acorralando a Junior contra la mesa. —¡¿Qué crees que estás haciendo?! —la mirada de Elías era terrorífica, Junior nunca pensó que unos perfectos ojos celestes pudieran causar tanto temor. —¡Papá, yo lo besé! —intervino Lara colocándose entre medio de ambos. —Me da igual quien haya sido, luego hablaré contigo Lara, y tú —se dirigió a Junior—, no te deje permanecer aquí para que pierdas el tiempo con mi hija, tienes trabajo que hacer. —Yo, lo siento. No quería causar problemas —balbuceó Junior sin saber que decir. Una sensación de impotencia apresó su cuerpo en ese momento. —Por lo visto ya estas bastante recuperado, y sabes disparar, hoy es el día que cooperarás con nosotros. Vendrás a una expedición, vamos a internarnos a la ciudad.
—Papá ¿cuál es tu problema? Déjalo descansar unos días más, no tiene por qué… —No —interrumpió el joven—. Está bien, lo acompañaré. —Pero el centro de la ciudad es el lugar más peligroso ahora mismo… —Estaré bien Lara, de verdad. —Bien. Reúnete con Ronaldo y luego nos reuniremos en el garaje del hotel. No pierdas tiempo — subrayó Elías. —Bien, ahí estaré —respondió Junior mientras miraba a Elías alejarse por la puerta. La muchacha se acercó nuevamente hasta el joven. —No le hagas caso, él solo es muy protector conmigo… Junior no respondió, su cuerpo seguía en shock por la situación con Elías, y para rematar todavía debía compartir una expedición con él. Pero contaba con la suerte de tener a Roni de su lado, con quien se llevaba bastante bien y podría alivianar la tensión que tenían con Elías. Junior suspiró y se dirigió hacia la puerta amarilla, decidido a salir, no antes de que Lara lo detuviese. —Te esperaré… El joven se detuvo sin mirar atrás, sabía que debía decir algo, pero las palabras se rehusaban a salir de su boca. No estaba seguro del porqué, pero sabía perfectamente que antes de poder pensar en tener algo con Lara debería primero arreglar las cosas con su padre, que lo acepte como parte del grupo y luego como alguien para su hija. Sabía que sólo así podía comenzar algo con la hermosa chica que había conocido hace solo unos cuantos días. Quizás era apresurado un pensamiento como ese, quizás ella no quería nada serio, eso no lo sabía, pero conocía sus sentimientos y él si quería algo, estaba seguro que podría funcionar. Lo único que debía hacer era buscar a sus padres, ganar la confianza de Elías y sobrevivir todos juntos en la comunidad. No se despidió de Lara al salir. *** —Pásame esas, Junior —ordenó Roni. Junior hizo lo propio y le alcanzó a la mano un par de fusiles de asalto que Ronaldo guardó en el baúl de una camioneta de dos puertas color azul oscuro. —¡Todo listo por aquí! —anunció Roni golpeando la chapa con la palma de su mano repetidas veces—. Llévalo afuera. El garaje interno del hotel no era muy espacioso, pero bastaba para almacenar cuatro o cinco vehículos grandes. El vehículo azul resopló y echó un extraño ruido en su motor antes de encenderse; pero no tuvo inconvenientes en avanzar. —Los espero afuera —dijo un hombre de complexión grande mientras lucía unos anteojos de sol modernos y meneaba su cabello hacia un lado. La camioneta se alejó ascendiendo por una rampa hacia la salida. —Junior nosotros iremos en este —informó Roni mientras subía a un vehículo familiar de cuatro puertas—. Estoy seguro que dos camionetas y un auto familiar pueden transportar todo lo que nos encontremos en la ciudad. Junior asintió y atinó a subir al asiento del acompañante, pero en ese segundo Elías lo tomó del hombro y lo alejó hacia atrás. —Ahí me siento yo —dijo mientras se apropiaba del lugar sin inmutarse. La expresión de Elías fue tajante y era evidente que no le agradaba la presencia del muchacho en lo absoluto. Descarado, pensó Junior.
Roni puso en marcha el auto y no tardaron suficiente en acoplarse con los demás; la caravana comprendida por dos camionetas en estado lamentable y un vehículo familiar emprendió viaje por las calles de la ciudad. Roni se ubicó en el frente para guiar el camino. A medida que se adentraban al corazón de la ciudad, los monstruos comenzaban a verse más a menudo, por lo que debían desviar el recorrido a fin de llegar de la forma más segura posible. Tenían la ventaja de que Elías y Ronaldo habían vivido toda su vida en esa ciudad y la conocían como la palma de sus manos. Mientras el viaje continuaba su curso de idas y vueltas, Roni optó por internarse en un barrio tranquilo de la ciudad. Un lugar con espesos árboles en cada una de las veredas y un ambiente relajante para la mirada del viajero. A Junior le encantaba ese lugar. Amaba observar el verdor de las hojas meneándose por el viento y brindando una refrescante sombra que solo dejaba traslucir pequeños bastones de luz que chocaban con el suelo. Él había pasado infinidades de veces por este lugar y hasta ahora le seguía pareciendo un hermoso barrio, cómo si la desolación y el fin del mundo no hubiesen tenido repercusiones aquí. Roni volvió a cambiar de dirección al ver un grupo de zombis amontonados más adelante, y así como si nada, cómo darle la vuelta a una página, el panorama de aquel hermoso barrio dio un giro brusco. Ya no era ni tan hermoso ni tan tranquilo. Los ojos de Junior observaban a través del polarizado como todo lo que antes había conocido se había esfumado por completo. El cine que solía frecuentar con sus amigos destruido; su reluciente universidad ahogada en un mar de monstruos; aquel bar en dónde solía tomar unos tragos por la noche resultaba irreconocible a sus ojos; la despensa dónde solía hacer las compras matutinas cuando era apenas un niño, se hallaba totalmente destruida merced de constantes asaltos. En ese instante, una revelación surcó su mente. —¡Roni detente! La casa de mis padres se encuentra cerca de aquí, es un edificio, si volvemos por donde vinimos estoy seguro que lo veremos. ¡Cómo no me di cuenta antes! —¿En este barrio, muchacho? —inquirió Ronaldo frunciendo el entrecejo. —Sí, será fácil de ubicar. Es uno de los pocos edificios que tiene el barrio —expresó el muchacho intentando contener sus ansias—. Podemos encontrarlos y continuar el viaje… —Olvídalo —contestó Elías sin titubear—. No podemos permitirnos perder tiempo. —¡Pero son mis padres! Quizás estén en peligro o… —Es arriesgado volver, viste la cantidad de criaturas que había allá atrás, y no pienso arriesgar esta expedición. La comida en el hotel es crítica, no sobreviviremos dos días más con lo que tenemos. Si no conseguimos alimentos no podremos ayudar a tus padres si es que se encuentran ahí —explicó con frialdad—. Sigue conduciendo Roni. —Teníamos un trato, si yo te ayudaba ustedes me ayudarían a encontrar a mis padres —dijo Junior con un alterado tono de voz. —Entonces cumple tu parte del trato, niño —respondió Elías—. Nos ayudaras en esta misión y a al volver pasaremos a buscar a tus padres si tanto quieres. —¡Pero…! —Junior apretó los dientes de la rabia—. Roni, ¿no dirás nada? —Lo siento muchacho, hay que continuar, pero te prometo que al volver pasaremos por ahí si quieres... Junior no volvió a hablar hasta que llegaron a su destino. La caravana se adentró a un amplio estacionamiento mientras embestía zombis para abrirse el paso hacia un mercado mayorista. Elías fue el primero en bajar.
—Es aquí —indicó mientras el resto bajaban y se aglomeraban en la entrada. Josué, un hombre que pisaba ya más de cincuenta años en la tierra se acercó a la puerta del lugar. Su tamaño era abismal para cualquier persona, tanto en lo alto como en lo ancho. Se quitó los anteojos de sol y observó hacia el interior del mercado a través de las puertas de vidrio. —Está bloqueado desde el interior —comentó frotándose su poblada cabellera mientras inspeccionaba como cientos de carros de supermercado se apilaban en la entrada de manera que nadie pudiera pasar—. Parece que alguien no quiere que entremos, pero no veo movimientos por allá dentro. Mauro, un muchacho de aspecto frio, de cabello negro y lacio, atado en una cola de caballo se acercó él también a la puerta. —Si me dejan lo puedo atravesar con la camioneta. —No buscamos llamar la atención —respondió Elías—, queremos entrar con seguridad y llevarnos todo lo que podamos. Si desaprovechamos este mercado no volveremos a encontrar otro lugar con tantos recursos juntos. La próxima vez buscar alimento será más difícil. Opino que tenemos que hallar otra manera de ingresar. —Voy a dar un rodeo al lugar —dijo Roni mientras buscaba su hacha en el vehículo—. Junior, acompáñame. —Yo voy con ustedes —se anticipó Elías—. Ustedes dos quédense a cubrir el perímetro de la entrada. —No te preocupes, no se acercará nadie —comentó Josué equipándose con un fusil de asalto—. Rebanaré a quien lo intente. El grupo comprendido por Junior, Elías y Roni rodearon el edificio en busca de una nueva entrada que les permitiera el ingreso. En el camino se toparon con un reducido grupo de zombis que Ronaldo acabó rápida y silenciosamente con su hacha. Su habilidad impresionó a Junior. —¡Eres increíble! Casi parece que te sale natural eso de cortar cabezas por ahí. Roni soltó una risotada por el alago. —Gracias muchacho, la práctica hace la perfección… y en mi trabajo practicaba bastante. —¿A qué te dedicabas antes?, ¿leñador o algo así? —dijo Junior entre risas. Roni se giró seriamente. —Pues, sí. Era leñador, ¿algún problema con eso? Junior se sorprendió y abrió su boca balbuceando algo sin sentido. —¡Era broma, muchacho! —dijo Roni palmeando con fuerza el brazo de Junior mientras reía a carcajadas—. ¡Tu cara de miedo fue de película! —Mierda, me lo creí —dijo Junior recuperando el aliento—. Y entonces… ¿a qué te dedicabas? —Leñador, esa parte no era broma. —Ah… Pues, es un gran trabajo. Nunca había conocido a un leñador, no hay muchos bosques por esta zona. Roni sonrió. —Me había tomado unos días libres para visitar a mi sobrina en su cumpleaños. —¿Lara cumplió años hace poco? No tenía ni idea. —No Junior, su cumpleaños es mañana. Te recomiendo buscarle algo lindo para regalarle ya que estamos por aquí. —¿Mañana? ¡No jodas! Nadie me lo dijo. —Tranquilo, yo pensaba hacerlo cuando estuviéramos aquí. —¡Hey! Si ya pararon de parlotear, ya encontré una entrada —dijo Elías mientras se dirigía a una
pequeña puerta de chapa verde. Intentó abrirla de todas las formas posibles pero la puerta no cedía. Roni tomó su hacha personalizada y luego de varios intentos desencajó el pomo de la puerta. Tomó carrera y embistió la misma con el hombro lo más fuerte que pudo pero era inútil, seguía cerrada. Elías se acercó al agujero donde estaba el pomo y observó del otro lado. —Aquí también esta sellado por dentro, hoy no tenemos suerte. —Mierda, ¿No hay otra forma? El que hizo esto no quería que nadie entrase por ninguna circunstancia —acotó Roni. —Eso es porque hay tanta comida aquí como para una población entera —escupió Elías—, por eso tenemos que entrar como sea. —¿Y qué pasará si hay gente adentro y no quiere que llevemos nada? —Habrá que persuadirlos… Junior suspiró y sacudió su cabello peinándolos hacia arriba mientras elevaba su mirada al cielo. Sus ojos se abrieron en par al ver que a lo alto del edificio se hallaba una ventana circular que se encontraba semi abierta. Se trataba de un respiradero de un tamaño lo suficientemente grande como para que una persona quepa por ahí. —¡Miren allá! Hay una ventana abierta —dijo Junior señalando hacia arriba—. Si logramos encontrar la forma de subir, yo podría entrar por ahí y abrir la puerta principal desde dentro quitando la barricada. Los hermanos se miraron entre ellos con una sonrisa, la esperanza volvía a nacer. Pero había un problema. —¿Cómo vamos a llegar hasta allá? —preguntó Elías—. No hay escaleras, o algo a lo que treparse. Junior se tomó un momento para pensar las posibilidades. —¿Cuánto miden? —Ya veo por dónde vas —dijo Elías—, estás chiflado si piensas hacer una escalera humana. —Podría funcionar Elías —lo animó Roni—. Recuerda cuando éramos niños y nos trepábamos para alcanzar el helado del congelador. —Teníamos tres años Roni, pasó solo una vez en un video que nos mostraron, ni siquiera recuerdo haberlo hecho. —Lo tenemos en la sangre, ¡saldrá bien! En ese momento el sonido de unas cajas al caer alertaron al grupo. Un zombi se acercó corriendo a toda velocidad para sorprender a Roni, pero el hombre alzó su hacha al cielo tumbando al monstruo de espaldas, y con un último movimiento, el hacha bajó en un segundo partiendo el cráneo a la mitad. —Me parece que no tenemos otra opción hermano, es eso o nada —dijo Roni mientras secaba la sangre de su hacha y se posicionaba arrodillado debajo del ventanal, de espaldas a la pared y con las palmas juntas—. ¡Sube! Elías chistó pero no le quedaba otra alternativa, trepo ágilmente impulsándose por las manos de su hermano y subió a sus hombros, le costó darse la vuelta para apoyarse de espaldas en el muro pero lo consiguió exitosamente sin caerse. Luego emuló la misma postura de Roni y extendió sus manos juntas al frente. —No pierdas el tiempo niño, si vas a hacerlo que sea ahora. Junior tomó carrera y se impulsó por las manos de Roni con un pie, luego con el otro piso las manos de Elías, quien lo ayudó a terminar de trepar a sus hombros. Roni se inclinó de forma involuntaria hacia un lado a causa del peso que soportaban sus hombros. Lo que provocó que Junior perdiera el equilibrio, pero sus sentidos actuaron rápido y se sujetó con rapidez del extremo del
ventanal con una mano. En ese momento las fuerzas de Roni y Elías cedieron, y cayeron ambos al suelo quedando Junior colgado del ventanal. —Mierda, ¿están bien? —preguntó Junior con dificultad, mientras lograba sujetarse con su otra mano. —No te preocupes por nosotros, estamos bien. Sube de una vez antes de que te caigas. Junior colocó ambos pies sobre la pared y se aferró al extremo de la ventana tan fuerte como pudo, lentamente fue posicionando un pie más arriba de otro hasta llegar a la altura necesaria para pasar el brazo dentro del hueco, solo bastó un poco más de fuerza para pasar la mitad del cuerpo hacia el otro lado y finalmente se dejó caer al interior. La superficie del suelo se sintió bastante sólida en la espalda de Junior. Chapa a juzgar por la dureza, pero por suerte la caída no había sido tan extensa, apenas dos metros. Agradeció en su interior no haber caído de cabeza. Le tomó solo un momento ponerse de pie y examinar el lugar. Parecía encontrarse en el depósito. No estaba seguro; el lugar resultaba muy extenso y la oscuridad cubría cada rincón. La escasa luz que permitía la visión llegaba desde el respiradero por el que había ingresado y por otros cuantos más distribuidos en sectores más alejados. Enormes cajones de madera y góndolas se alzaban llegando casi a la altura del techo, y unas pasarelas recorrían en distintos caminos toda la habitación, permitiendo llegar a las partes más altas. —¡Te esperamos en la entrada Junior! —dijo Roni desde afuera. Junior devolvió la respuesta inclinándose en la ventana y respondiendo con una seña de aprobación. Inmediatamente comenzó a caminar por las pasarelas, buscando una escalera por la cual bajar. Cada paso rechinaba un molesto ruido que incomodaba al muchacho, puesto que no tenía idea lo que podría encontrarse en ese lúgubre lugar sepultado por las sombras. Por más sigiloso que intentase ser, su respiración lo delataba, la reciente escalada lo había dejado un tanto agitado, y la sofocación del encierro provocaba que transpirase demasiado y la marcha no fuera tan amena. El muchacho se dirigió a unas escaleras que pudo divisar en la esquina de las pasarelas, bajó cauteloso y con arma en mano. Una pistola que Ronaldo le había permitido utilizar en casos de emergencia absoluta. Esta era su primera vez portando un arma fuera del hotel y de su zona de confort. A este paso sus ojos ya se habían acostumbrado a la poca luz y su visión mejoró. Odiaba ese rechinido molesto al pisar cada escalón, pero tuvo que aguantarse y continuar el descenso, hasta que en un momento, un ruido a la distancia abdujo su atención. Una caja se había movido a lo lejos. Apenas lo había visto pero estaba seguro de que se había movido. Su corazón comenzó a enviar sangre de manera más apresurada y su organismo comenzó a segregar adrenalina. En resumen, su cuerpo se aceleró a ritmos elevados. Su mirada saltaba de esquina en esquina mientras sus pies intentaban desplazarse con delicadeza. Su arma apuntaba siempre al frente, tambaleante; pero no se sentía demasiado protegido como imaginó, como si prefiriera un enorme escudo a un pequeño pedazo de acero. Rezó a sus adentros que no apareciesen nada o nadie, nunca había estado en un enfrentamiento de vida o muerte antes, salvo la vez que fue perseguido por ese zombi veloz, pero había salido de esa por mera suerte. Ahora era él mismo quien debía forjar su propia suerte. Junior resopló y tomo la iniciativa con decisión. Comenzó a caminar a paso acelerado, intentando recordar las lecciones de Roni sobre como disparar desde la cadera en postura agazapada para evitar ruidos al desplazarse.
No tenía en claro donde se ubicaba la puerta principal, pero a juzgar por un haz de luz que ingresaba a su espalda, la salida podría ubicarse hacia el frente. Caminó por los pasillos lo más rápido que pudo, otro ruido más se escuchó a la distancia, justo en frente, o quizás arriba, apenas lo había podido escuchar y se preguntó si no habría sido producto de su atemorizada imaginación. —Al carajo las lecciones de Roni… —se dijo a sí mismo abandonando su postura sigilosa y comenzando un trote ligero pero veloz. El joven continuó bordeando un pilar de cajones amontonados. Otro sonido aceleró sus pulsaciones al escucharlo cerca de las góndolas. Cambió de dirección y continuó, no sabía que había sido eso, pero no quería saberlo tampoco. El ruido ahora se transformó en un gruñido, el joven no quiso girarse a ver, sabía que algo estaba detrás de él. Aceleró el paso, los ruidos de sus pisadas se acoplaban con el de los gruñidos, cada vez se escuchaba más fuerte y más cercano. Volvió a girar por otra góndola, topándose con un largo pasillo el cual no dudo en cruzar a toda velocidad para intentar sacar algo de ventaja a eso que lo seguía. Dobló a su derecha, esta vez sí se giró a ver a su espalda pero para su suerte no vio nada extraño. Los gruñidos habían cesado y fue cuando… ¡Pum! El choque fue duro, el joven cayó al suelo en un golpe seco. Por instinto lo primero que hizo fue levantar su arma y apuntar al frente y disparar. El estruendo se intensificó en eco por todo el depósito. Poco después se arrepintió de no haber mirado hacia dónde o a quien disparaba. Su mente imaginó un posible escenario dónde podría herir a alguien inocente. Pero esa momentánea angustia hacia su error fue desplazada y aliviada al darse cuenta que no había nadie más en frente… o al menos, alguien vivo. Junior alzó la mirada con terror; cinco cuerpos, uno al lado del otro, se mecían lentamente colgados de una soga al cuello. Dos pequeños niños, una muchacha adolescente y una pareja mayor yacían al otro lado del pasillo. Todos se encontraban atados de la mano con una soga. Pero algo estaba mal; algo en esa cruel escena llamó su atención y no era para menos. Entre la muchacha adolescente y su padre no había una soga que los uniera. Ese espacio sobrante estaba vacío por alguna desconocida razón. El joven se arrastró hacia atrás por inercia hasta que sus dedos sintieron algo en el suelo. Era una soga, la misma que aquella familia había usado para colgarse. Estaba cubierta de sangre y había sido cortada. A su lado había una hoja de papel arrugada con una extensa nota; quiso comenzar a leerla pero justo en ese segundo, como para acelerar su corazón e impulsar su adrenalina aún más, un feroz gritó se escuchó justó detrás de Junior. La estela de luz del respiradero iluminó el cuerpo completo de un chico joven. El muchacho tenía una mirada abrazada por el odio y las ansias insaciables de devorar. Su cuerpo era muy esbelto, había pasado varios días sin digerir ningún tipo de alimento y ver a Junior con tanta carne fresca para triturar entre sus dientes le generó un apetito voraz. Junior se incorporó con precaución aferrándose con todas sus fuerzas a su pistola. El monstruo presentaba heridas grotescas en casi todo su rostro, que desde la perspectiva del muchacho parecía estar teñido de rojo al completo. Una mueca de furia y un grito violento fueron las primeras acciones a realizar de aquella criatura. Junior no lo pensó dos veces, se dio la vuelta, apartó a uno de los cadáveres colgando y empezó a correr. El monstruo hizo lo mismo, pero su velocidad era mucho mayor a la de Junior. Eso no lo detuvo, continuó corriendo sin frenar y sin mirar atrás. El monstruo parecía festejar la persecución profiriendo aterradores gritos mientras se acercaba de manera peligrosa hacia el joven. Dobló a su izquierda, arrojó algunas cajas hacia atrás para intentar bloquear el paso de su
perseguidor y otra vez cambió de dirección hacia su derecha. Cosa pequeña que encontraba, era cosa pequeña que volaba hacia atrás a fin de ganar un poco de distancia. El plan era sencillo e improvisado, pero funcionó para enfurecer al zombi lo bastante como para que decidiera brincar hacia las góndolas y trepar a las pasarelas superiores. Ahora los incesantes gritos mortíferos se escuchaban en eco desde lo alto. A Junior eso lo aterró el doble; ya no tenía idea la distancia a la que se encontraban y sentía sobre su nuca que aquella bestia se le tiraría encima en cualquier momento. Aceleró la marcha con fervor; las pisadas de la criatura resonaban en la chapa una y otra vez, cada vez más fuerte. Junior sintió que su corazón explotaría de los nervios; continuó doblando y corriendo en zigzag, alzando la mirada de tanto en tanto, pero sin posibilidad de ver nada. Volvió a dirigir su vista hacia el frente y entonces… lo vio. El zombi cayó justo frente a él, a unos cuantos metros de distancia, se agazapó como un animal y comenzó a correr usando sus manos y piernas para impulsarse. Junior levantó su pistola y disparó sin apuntar. Grave error, la bestia evadió el disparo con una naturalidad y precisión que dejaron a Junior pasmado. Volvió a probar, una y dos veces más; tres, cuatro, cinco disparos y ninguno habían sido certeros. La velocidad de esa criatura era digna de ovación. Junior recordó al primero de esa clase de zombi con el que se cruzó. Recordó el temor que sintió y a su mente vino una imagen de aquella situación. Una imagen que sin explicación alguna, llevó al muchacho a avanzar hacia la bestia. El cuerpo del muchacho se movió por instinto; se acercó lo suficiente como para dejar caer su cuerpo para arrastrarse por el suelo al preciso instante en que aquel zombi producía un salto que terminó por impactar en una de las góndolas. El monstruo quedó de espaldas al joven, pero en lo que dura un suspiro volvió a retomar su carrera. Junior volvió a escapar hacia el lado contrario. Al frente suyo divisó una puerta de metal. A esta altura le importaba un bledo a donde dirigía, mientras fuera lejos de esa bestia. Prosiguió la marcha sin fijarse atrás; todavía escuchaba como esa cosa lo seguía de cerca. Sus piernas se agotaban con rapidez, tenía que llegar ahora y solo rezaba por no caer en el intento. Aceleró lo máximo que su cuerpo pudo responder llevó su mano al pomo y fue cuando se dio cuenta que podría estar cerrada. Su corazón se detuvo por un segundo, pero volvió a latir cuando el pomo giró. Abrió la puerta de una sacudida y la cerró a sus espaldas dando el portazo más fuerte y brusco de toda su vida. Dos segundos después la puerta retumbó y varios golpes y alaridos se escuchaban desde el otro lado. Junior prosiguió a trabarla con un pasador y se alejó tan rápido como pudo. Volvió a respirar mientras caminaba por los pasillos del súper mercado. El resto de la operación resultó fácil, pero lento; sacar la barricada de la entrada él solo fue un trabajo agotador, pero al descubrir una de las puertas Roni y los demás pudieron ingresar y ayudar con la labor. —Bien hecho Junior, te tardaste tu tiempo, ¿estás bien? —preguntó Roni al ver el estado agotado del muchacho. —Escuchamos disparos, ¿qué pasó ahí adentro? —preguntó Elías. —Había un zombi ahí, de los rápidos. No pude matarlo pero ahora se encuentra encerrado en el depósito trasero. —Bien, no perdamos tiempo —comentó Elías—. Lo hiciste bien, chico. Vete a descansar si quieres. El resto vamos a cargar todo lo que podamos a las camionetas, ya está por anochecer y hay que irse cuanto antes. Josué y Mauro acercaron las camionetas a la puerta y junto con Elías, Roni y Junior comenzaron la
parte más gratificante del trabajo: hacerse con una vasta fuente de suministros. La tarea tardó mucho más de lo esperado, la comida parecía no acabarse nunca, y fue solo cuando no había más espacio en ninguno de los vehículos que decidieron marcharse. —Hoy hemos tenido un muy buen día, te luciste Junior —lo felicitó Roni. —Lo reconozco, sin su ayuda no sé cómo hubiéramos entrado —decía Elías mientras conducía por el mismo camino que los había traído. —Tendrás una gran anécdota para contar a los muchachos en el hotel —comentó Roni sonriente mientras se inclinaba hacia atrás para observar a Junior—. ¿Qué es eso, muchacho? —Es una nota, la encontré allá atrás —respondió el joven absorto en la lectura, su rostro no parecía muy animado a los ojos del leñador—. Parece que la dejó una familia, ellos… se quitaron la vida colgándose. —Eso suena horrible… —Si… uno de ellos era ese zombi que les mencioné —explicó el joven, luego se tomó un momento para pensar—. Pero me resulta raro que habiendo cuerpos ahí dentro no se los haya querido comer. ¿Será que reconocen a su familia? —No lo creo, no tienen pinta de ser muy inteligentes, probablemente solo comen a personas vivas —resolvió Roni. —Sí, eso tiene más sentido —dijo Junior. —¿Y la nota que dice? —preguntó Roni interesado. —La leeré en voz alta —dijo el muchacho alzando la hoja para verla mejor—. Me llamo Ramona Simpson y si has encontrado esta nota seguro nos has visto muertos. Cabe decir que quitarse la vida no es una decisión que uno puede tomarse a la ligera, pero nosotros no tuvimos otra opción. Ver como el mundo se termina y quiere acabar con todo lo que te rodea es muy agotador para una madre vieja como yo… Odio todo lo que supone vivir en un mundo así… ni mi familia, ni yo nacimos para soportar esta desgracia, así que te pido que no nos juzgues. Pero tampoco nos compadezcas, lo hicimos a conciencia en todo momento. Nadie fue obligado y nadie se rehusó… y me siento enteramente orgullosa de eso, porque fui madre de cuatro bellos hijos y esposa de un fiel marido, y ya nadie va a poder separarme de ellos jamás… Nunca volveré a tener miedo de ver morir a alguno de mis amores, o que ellos me vean morir… y a ti, que estás leyendo esto, te digo algo: Jamás dejes que te separen de las personas que amas, porque en un mundo ahogado por el odio y la tiranía, lo único que sale a flote es el amor que tenemos hacia nuestros seres queridos… El amor es lo único que prevalecerá. Nosotros prevaleceremos; y tú prevalecerás… solo tienes que amar. Las palabras descritas en esa nota de muerte habían hecho eco en el interior de Junior, acoplando una angustia trasmitida desde el centro de su pecho. Resultó increíble para el joven de ojos café cuán rápido trabaja la memoria; en escasos segundos su mente había imaginado a sus padres, toda su vida con su familia, lo mucho que los extrañaba y que deseaba verlos. Abrazarlos. —Tengo que ver a mis padres, tengo que ver si se encuentran bien —dijo el muchacho con apremio, pues Elías estaba pasando muy cerca de su casa, pero no parecía tener intenciones de detenerse. —Olvídalo, el sol ya casi se pone y tenemos que volver cuanto antes —dijo Elías pisando más el acelerador. —¡Prometiste que iríamos! —Lo sé, solo que no sabía que tardaríamos tanto, iremos otro día, lo prometo... —No tomará ni cinco minutos, solo tienes que doblar y… El auto siguió de largo su curso sin bajar la velocidad. Junior comenzó a sentir mucho calor, originado por una ira que se avecinaba a grandes pasos.
—No me vas a impedir verlos ahora —dijo, mientras abría la puerta del auto. —¡Hey!, ¡¿qué estás haciendo?! Junior no escuchó, saltó del auto en marcha y cayó rodando por la inercia. Su brazo sufrió las consecuencias de la gravedad, pero un par de magullones y heridas no iban a detener su voluntad para encontrar a su familia. Se levantó usando solo un brazo de soporte y comenzó a correr en dirección contraria al vehículo. Escuchó como gritaban su nombre a sus espaldas, pero fue muy poco el interés que le prestó. Ya estaba cansado de lidiar con Elías y su mal humor, quería ver a su madre, extrañaba su excelente comida y las enseñanzas diarias que siempre le brindaba su padre, por más que ya las haya escuchado mil veces, quería escucharlas una vez más. Llegar a su edifico, subir las escaleras, entrar al departamento donde vivían y abrazarlos, ya no quedaba mucho para cumplir ese deseo. Dobló la esquina que siempre visitaba a sus padres en su auto y se dirigió directamente hacia aquel edificio… o lo que quedaba de él. Junior frenó el trote con lentitud, observando con incredulidad los restos de lo que había sido en un momento su hogar. Restos de escombros y cenizas se encontraban dispersos por toda la estructura; la base del edificio se había agrietado de manera severa en cada sector donde se mirase; los vidrios de las ventanas ya no existían y la entrada principal del vestíbulo se encontraba sepultada por enormes pedruscos. La planta alta del edificio, en donde los padres de Junior residieron por más de treinta años, se encontraba totalmente derrumbada, lo único que quedaba apenas reconocible era parte del pequeño balcón de la vieja habitación de Junior, que ahora estaba aplanada de forma irregular por el techo del edificio. —¿Qué…? —Junior tragó saliva, sus lágrimas hacía mucho que habían empezado a brotar y no cedían. Su mente era incapaz de concebir las brutales imágenes que sus ojos le mostraban. —Es por eso que no quería venir aquí todavía, sabíamos que esta zona estaba destruida cuando nos dijiste que vivas en un edificio pequeño —dijo Elías, posando su mano en el hombro del joven —. Se me ocurrió pertinente decírtelo con tranquilidad cuando llegásemos al hotel y volver aquí si querías a la madrugada para cerciorarte. Supongo que el impacto hubiera sido menor —Elías hablaba con templanza y una mirada que compartía la angustia del muchacho—. Descubrirlo de esta manera… no lo hubiese querido así. Junior no respondió y en ningún momento quitó la vista de su viejo hogar. *** —Tómalo, te hará bien —dijo Lara acercando a una de las veinte mesas del vestíbulo, una taza de té a cada uno de los presentes. Ronaldo, Elías y Junior aceptaron gustosos. —Me gusta más el café pero gracias, querida —dijo Mario mientras se limpiaba sus anteojos. Enfrente de Mario estaban sentados Roni y Elías, quienes observaban a Junior con pesar. El joven se hallaba disperso y apenas había tocado su taza de té. —¿Cómo pasó eso? No entiendo, los zombis no pueden causar algo así —comentó Junior con un deje de tristeza en su voz. —Prueba tu té —lo animó Lara—. Te va a calmar, ya lo verás. Junior la miró a los ojos. Adoraba ver esas centellantes perlas color cielo. Si tuviera que elegir entre los ojos de Lara y el té para calmarse definitivamente su opción sería la primera. Pero le dio un sorbo al té y le devolvió una sonrisa a la muchacha seguida de un agradecimiento. —Te dije que te calmaría.
Junior volvió a sonreír. —Lo que ocurrió ahí no lo hicieron esos seres —dijo Elías recostándose en el respaldo de su silla —. Si me lo preguntas yo creo que fue algo peor… —¿Qué cosa pudo haber sido? —En realidad no se sabe a ciencia cierta qué es lo que sucedió… —se apresuró a responder Roni. —Por supuesto que lo sabes, simplemente no quieres aceptarlo —refutó Elías cruzándose de brazos. —No entiendo —acotó Junior—. ¿Saben, o no, quien fue? —Si. —No. Tanto Elías como Roni cruzaron miradas conflictivas. —No estás seguro de eso —comenzó a decir Roni—. Pudieron haber sido terroristas, o civiles que tomaron un avión, incluso una fuga de gas. —Los civiles no toman aviones de guerra y no creo que haya sido un terrorista, y si vamos a hablar de fugas de gas puedes comenzar a retirarte de la mesa. ¿Por qué no quieres verlo, hermano? Es claro lo que pasó ahí… —¿Avión? —preguntó Junior. —Un avión causó esa explosión en tu casa —respondió Elías con temple—. Un misil lanzado por un avión de guerra, para ser más exactos. —¿Porque un avión de guerra lanzaría un misil a un barrio? —Junior no comprendía nada. —La respuesta es más obvia de lo que parece, simplemente mi hermano se niega a la realidad y busca excusas para justificar todo. —Dímelo, quiero saberlo. —Mi hermano piensa que todo esto fue causado por terroristas, piensa que en algún momento vendrá alguien a protegernos y a salvarnos de este desastre —comenzó a decir Elías, interrumpiéndose para dar un sorbo a su té—. Pero lo que yo creo es algo un poco distinto, un poco más realista. Los militares poco después de la infección masiva comenzaron a bombardear los puntos estratégicos de todas las ciudades, buscando eliminar todo lo referido a la amenaza la cual nos enfrentamos, pero eso fue el comienzo de una gran farsa. Lo que hicieron fue arrojar unas cuantas bombas para hacernos creer que luchaban por nosotros, por salvarnos. Lo único que lograron fue destruir hogares como el de Junior y luego se marcharon. Se atrincheraron en sus malditas bases, refugiados con todas las armas a su disposición y dejaron a todos los civiles a la suerte de Dios. ¡Son unos cobardes! —Es una acusación sin fundamentos —protestó Roni. —Mis fundamentos son la lógica hermano, deberías utilizarla de vez en cuando. —No estoy tan en desacuerdo con las palabras de Elías —añadió Mario con seriedad—. Antes de que ocurriera todo este desastre, algunos gobiernos tanto en la antigüedad como la actualidad, se ocupaban de crear enfermedades para luego vender sus curas a la población y cobrar precios altísimos. ¿Y si este virus fuera una enfermedad premeditada para vendernos una cura en unos años? —Es absurdo Mario —subrayó Roni—. ¿Por qué se molestarían en matar a toda la población? Entiendo si la enfermedad abárquese un pequeño porcentaje, pero estamos en un estado crítico. Ya casi no hay población a la que vender o salvar. —Si es como dice Mario, la cosa esa del virus se les escapó de las manos —comentó Elías—, y si es como Ronaldo lo plantea, entonces alguien quiere ver al mundo destruirse de a pedazos. Cualquiera de las opciones nos deja a nosotros desamparados en un mundo hostil y violento.
Mientras los militares se protegen ellos mismos en sus trincheras. Bien por ellos. —No sé cuál es tu problema con los militares Elías, estoy seguro que están trabajando para solucionar todo este caos… —Lo dudo. —Pero bueno señores, podríamos seguir con esta discusión todo el día, así que, ¿por qué no lo dejamos para otro momento? —dijo Mario intentando animar el ambiente—. No creo que se hayan dado cuenta pero hoy estamos en un día muy especial —dijo mientras observaba a Lara con sosiego. —¡Dios mío, es verdad! —dijo Roni mientras se levantaba como un rayo y se marchaba a toda velocidad. —¿A dónde se va tan apurado? —preguntó Lara divertida. —Ya lo verás —respondió su padre con una sonrisa. Junior se fijó en un reloj que había colgado en una columna, marcaba las doce en punto. Volvió la mirada a Lara y le dedicó una reconfortante sonrisa acompañado de un saludo de cumpleaños, el siguiente en saludarla fue su padre y luego Mario. Roni, en cambio, recién volvía con los brazos rodeando una pila enorme de regalos para su sobrina. En poco tiempo toda la gente del edificio comenzó a bajar por las escaleras y a llenar cada rincón del living, mientras coreaban entre todos la melodía de cumpleaños para la muchacha. Lara se ruborizó y sus lágrimas no tardaron mucho en aparecer, reflejando en su rostro una inmensa felicidad. Estaba compartiendo un grato momento con sus seres queridos, y la nueva presencia de Junior la hacía sentirse muy bien, le agradaba estar con él. —Sé que quizás no sea un momento adecuado —comenzó a decir Junior en un tono elevado para que todos lo escucharan—. Pero creo que si no lo hago ahora no podré hacerlo nunca. Todo el lugar se silenció para darle la palabra al joven. —Agradezco a todos por haberme integrado a este lugar, de verdad, gracias. Desde que llegué aquí me enseñaron la verdad que yo no concia sobre este nuevo mundo… —dijo mirando a Mario—, me instruyeron… —cambió la vista a Roni—, y me cuidaron —miro a Lara—. No tengo palabras para expresar el aprecio que les tengo a todos —esta vez fue a Elías a quien fijó la vista—. Y con su permiso, me gustaría hacerle una propuesta a su hija. Todas las cabezas se tornaron hacia Elías, quien su expresión fría y desalmada no daba buen augurio. El padre dirigió sus ojos hacia su hija, luego a Junior, quien no bajó la vista ni un segundo, firme, consistente y respetuoso. —Por supuesto —dijo finalmente, brindándole una sonrisa al joven. Junior sonrió y se dirigió a la oji celeste, le costó comenzar a hablar pero adoptó una postura firme y segura. —Hoy no fue un muy buen día para mí, me enteré de algunas cosas que no hubiera querido, pero no quiero que eso acapare tu día más especial, quiero que hoy seas tú, la chica más feliz de todas, y si te soy sincero me encantaría ser yo la persona que te brinde esa felicidad… por eso Lara, ¿tendrías el gusto de ser mi novia? *** —¿Me puedes decir que tiene que ver esto con el interrogatorio? —preguntó Samantha de mala manera—. Si no recuerdo mal, Máximo te pidió que contaras solo la información pertinente. —Es importante para mí, aproveché este momento para redimirme con Rex, él me confesó su historia y yo les estoy contando la mía, por lo menos, lo que recuerdo… ¿tiene algún problema con eso presidente?
Samantha hubiera esperado otro tipo de reacción del presidente, una respuesta que apoyara su postura, pero en cambio Máximo negó con su cabeza. —Que cuente lo que tenga que contar. —Bien, dejémoslo terminar, quiero ver cómo sigue —comentó Rex. —¿Qué? —dijo Samantha torciendo el labio—. Hasta ahora no dijo nada que tenga relevancia, la Nación Oscura no se menciona en ningún momento. Tampoco de dónde sacó el pendrive ni nada que nos ayude a descifrarlo… ¡Podría estar inventándoselo todo! *** —¿Que pasó luego de que se terminó de formar la nación oscura?, ¿porque buscan tanto al zorro? —preguntó Franco con poca paciencia. Juan ya se había recuperado un poco de la golpiza ofrecida por su interrogante, y podía hablar con más claridad. —Cómo te mencioné anteriormente, Alexander lideraba el lugar, usaba la cárcel como base mientras obligaba a los sobrevivientes que se nos cruzaban a realizar trabajos forzados y algunos los encerraba para...—pero en ese momento dejó de hablar, maldijo internamente. Franco se acercó a Juan hasta estar a la altura de su rostro, y pegó el cuchillo a su cuello amenazadoramente. —¿¡Para que!? Juan tragó saliva. —Está bien, está bien te lo contaré… *** —Yo no creo que se lo esté inventando —añadió Rex con una expresión seria volcando su mirada en Zeta. Fue entonces cuando Samantha lo notó. Al voltearse para observar a Zeta lo que vio no fue al mismo joven decisivo y seguro que se cruzó en la carretera; tampoco al muchacho impulsivo que logró destruir sin ayuda a un zombi titán; o al sujeto heroico que había derrotado a ese nuevo zombi decapitado y había enfrentado sin pensárselo a la Nación Oscura. Lo que logro ver fue a un chico solitario con la cabeza gacha y una mirada que se perdía en sus propios pies, atormentado por un pasado que le era tremendamente difícil de confesar. Fue el momento en que Samantha dejó su orgullo de lado. En un segundo, todo lo que había pasado en aquel puente, toda aquella ira que sintió, se esfumó como una fogata cuando extingue su última llama. Entonces lo vio todo con más claridad y se situó en sus zapatos por un momento. Un solitario muchacho que despertó en un mundo devastado; desamparado y sin recuerdos del día anterior; que había tenido la dicha de toparse con un grupo que lo acogió y lo cuidó. Pero ahora mismo ese grupo ya no se encontraba con él; Samantha suspiró y se sintió atraída por la curiosidad de saber el resto de la historia. —Lo siento, Zeta, continua por favor. El joven subió la mirada más rápido de lo que hubiese querido y su deplorado semblante cambió a uno de confusión. —¿Por qué…? —Acepta mis disculpas. No creo que te lo estés inventando —dijo Samantha con amabilidad—. Todos escucharemos lo que nos cuentes, así que continúa, no volveré a interrumpirte. Zeta continuó mirando los envolventes ojos verdes de la muchacha, algo en ella le recordaban a los
ojos de Lara. Juntó todas sus fuerzas para no derramar una sola lágrima, tuvo que apartar la vista hacia los barrotes de la celda y continuó su historia con una voz apagada y débil. —Habrá pasado un mes desde que descubrí que el hogar de mis padres había sido bombardeado, entonces… *** —¿Que pasa por qué me traes aquí? —preguntó Junior mientras extendía sus manos intentando no chocase con nada—. ¿Tenías que taparme los ojos para esto? —Solo es un momento ¿bien? —contestó la voz de Lara—. Bien, ya puedes quitarte la venda. Junior no tardó demasiado en tomar la venda y quitarla de sus ojos. Estaban en el tejado del edificio, pero eso ya se lo había imaginado tras subir tantos escalones; lo primero que vio fue la dulce cara de su hermosa novia frente a él sonriéndole de oreja a oreja; luego la mucha dio un paso al costado y dejó a la vista lo que parecía ser una caja de zapatos. Junior sonrió incrédulo. —¡Feliz primer mes de novios! —¡Gracias! Andaba necesitando un nuevo par de zapatos, el que uso ya está viejo —comentó mientras le quitaba la tapa a la caja, en ese momento sus ojos se abrieron como dos esferas y una gran sonrisa se encendió en su rostro. Dentro de la caja había un arma; una pistola clase Beretta que relucía un bello color escarlata en las partes metálicas del arma como el cañón y el gatillo; mientras que el plástico de la culata era de un color negro mate y algunos detalles del arma tales como el martillo disparador y la base del cargador presentaban un color dorado que daba al arma un aspecto único. Junior se quedó varios minutos apreciando tamaña obra de arte sin poder pronunciar palabra alguna, era sin duda el mejor regalo que le habían dado en su vida. Le encantaba, abrazó a su novia y le regalo un beso para recompensarla. —Espero que te haya gustado —dijo Lara sonriéndole—. Me tomó más tiempo del que imaginé, pero quedó tal como querías, y puedes estar seguro que la pintura jamás se le quitará. —¡Me encanto! Es perfecta —dijo Junior admirando su regalo entre sus manos—. No tengo palabras para… Pero en ese momento una fuerte explosión ahogó la frase de Junior. Un brutal temblor sacudió el suelo. Ambos intercambiaron miradas de confusión y se dirigieron al extremo de la terraza con apremio. Sus rostros reprodujeron las mismas miradas de terror al mirar hacia abajo como centenares de zombis se arremolinaban en los límites del hotel para ingresar. No faltó mucho tiempo para que comenzaran a escucharse disparos desde la planta baja. —¿Cómo llegaron a juntarse tantos? —preguntó Lara entrando en un repentino ataque de pánico. —No lo sé —respondió Junior mientras recargaba su nueva arma y apuntaba hacia abajo—. Pero tenemos que ayudar, dispara. Tanto Junior como Lara comenzaron a derribar a los zombis desde la terraza, ofreciendo apoyo desde las alturas. El rango de alcance de ambos era extenso puesto que podían alcanzar a los más lejanos y disminuir el número de muertos en poco tiempo. La batalla parecía ganada, podrían ser muchos pero desde ahí arriba la eficacia era mayor que desde la planta baja. De repente un sonido ahogado se escuchó a lo lejos y un pequeño proyectil del tamaño de una lata voló surcando el cielo hasta terminar su recorrido en la puerta del edificio, de nuevo los oídos de Junior y Lara sucumbieron ante una repentina explosión. Otros dos proyectiles más fueron lanzados de forma sucesiva, pero estos no explotaron, sino que largaron una fuerte estela de humo que cubrió
por completo la planta baja. —¡No jodas!, ¿nos están emboscando? —Ya no veo nada desde aquí —comentó Lara con notorio miedo. Junior se llevó las manos a la cabeza, debía pensar algo rápido, pero no se le ocurría otra opción más que ir y ayudar a todos desde la planta baja; resultaba peligroso, y eso lo sabía, ya que no se encontraría cubierto por la altura, estaría en un enfrentamiento real, cara a cara. —Mierda…no queda otra opción —dijo el muchacho mientras se dirigía paso acelerado a la puerta amarilla que daba a la entrada del edificio—. Quédate en este lugar, voy a ayudar a tu padre y a Roni ahí abajo. Vas a estar segura, no te preocupes. —¿Estás loco?, ¡es muy peligroso! No puedo dejarte ir solo —protestó la rubia. Junior se acercó a Lara y le dio un prolongado y apasionado beso. La muchacha lo acompaño hasta que luego de unos segundos, sus labios se separaron. —Lo siento Lara, no tienes opción —dijo Junior mientras cerraba la única puerta que permitía el ingreso a la terraza—. Es lo mejor para ti. Voy a volver pronto, no te preocupes. —¡Espera! —Lara golpeó la puerta desde el otro lado repetidas veces—. ¡No lo hagas!, ¡no me dejes aquí, Junior! Lara continuó golpeando y gritando desde detrás de esa puerta amarilla. Rogando a gritos a Junior que no se marchara, pero él sabía lo que tenía que hacer, ya había tomado su decisión corriendo los riesgos que la arraigaban. —¡Te amo! —se despidió el muchacho. —¡¡No lo hagas!! ¡¡Junior, déjame salir!! El joven intentó ignorar los gritos de advertencia de su novia y descendió con rapidez por las escaleras, esquivando a algunas personas que huían despavoridas a esconderse en sus habitaciones. Al llegar a la planta baja se cruzó con varios zombis los cuales fulminó sin ningún problema; pero la visión en el vestíbulo comenzó a dificultarse, el humo había penetrado en el edificio y solo se podía ver no más de cinco pasos. Junior comenzó su avance con cautela, apuntando su arma hacia un mar de humo blanquecino y espeso. —¡Roni, Elías! ¿¡Hay alguien!? Un disparo se escuchó a su derecha, muy cerca. El joven se agazapó asustado. —¡Junior!, ¿qué haces aquí?, ¡escapa ahora! —era la voz de Roni, se encontraba cercano, sin embargo Junior seguía sin poder verlo. —¡Vine a ayudar! —¡¡Escapa ahora, no estamos solos!! Otro disparo retumbó por el living, provenía de la salida, Junior se agazapó de nuevo adoptando una postura defensiva, observando en cada rincón con inseguridad y temor. Cualquier cosa podría tomarlo por sorpresa si se descuidaba un segundo; un zombi o quizás algo peor. En ese segundo su espalda fue tironeada desde detrás por alguien. Junior se sobresaltó, su arma voló hacia algún lugar y dejó escapar un grito, pero fue inmediatamente bloqueado por una mano que le tapó la boca. —¡Hey! No te asustes niño, soy yo —era la voz de Elías, Junior se giró y volvió a respirar. Nunca llegó a pensar que se alegraría tanto de ver a su suegro. —¿Dónde está Lara? —Está segura en la terraza, no se preocupe. —Escúchame, hay que escapar de aquí. Busca a Lara, vayan directamente al estacionamiento. Olvídense de la comida, de sus objetos o cualquier otra cosa, no hay tiempo que perder, tenemos
que… —¡Encontré dos más! —dijo un sujeto fornido y alto que llevaba un pañuelo cubriendo su rostro y llevaba puesta una muda de ropa completamente negra. En sus manos cargaba una ametralladora de poderoso calibre; definitivamente no era uno de los habitantes del hotel. Elías no perdió tiempo, se apresuró en alzar su arma y efectuó dos disparos consecutivos en el pecho del sujeto, pero por desgracia para él, un zombi que merodeaba en las cercanías escuchó el ruido y se le abalanzó encima. Elías empujó a junior, quien cayó de espaldas al suelo, y comenzó un feroz forcejeo con aquella criatura. Como si no hubieran más problemas para agregar, otro zombi se acercaba a Elías desde una escasa distancia, Junior al verlo se precipitó y se arrastró hacia atrás haciendo chocar su mano con un objeto duro y metálico. Su arma. En ese momento, Elías solo podía enfocar su atención en mantener a raya al monstruo que tenía enfrente; juntó sus fuerzas en una mano que llevó al cuello del zombi y lo arrastró lejos de él todo lo que pudo. Con su arma en la otra mano, solo le bastó unos segundos para apoyar el cañón en su mandíbula y borrarle el rostro de un disparo. —¡Cuidado Elías! El segundo zombi que atacó a Elías por la espalda no resultó ser tan fácil de contener. Su complexión era robusta y con un exagerado peso que complicaba las cosas para el dueño del hotel. La pulseada la estaba ganando aquel regordete saco de carne podrida y el hombre de intensos ojos celestes no podía hacer más que aguantar lo suficiente como para no ser alcanzado por esos apestosos dientes. Junior tenía que intervenir. No podía concebir dejar morir a su suegro, alzó su arma con prisa, apenas se molestó en apuntar correctamente, la distancia era cercana y no habría ningún obstáculo que entorpeciera el disparo. Elías fue capaz de percibir las intenciones de Junior, inmediatamente intentó gritarle algo antes de que ejecutara el gatillo, pero el estrepito provocado por el disparo sepultó sus palabras. El proyectil salió del arma como una luz y atravesó la cabeza del regordete sin problema. El zombi perdió el punto de apoyo y se dejó caer al suelo como un saco sin vida, dejando a la vista las escaleras tras él. En ese instante la respiración de Junior se extinguió, sus parpados se abrieron y sus ojos se ensancharon. Una oleada de angustia sacudió con fuerza todo su cuerpo provocando que sus manos temblaran y sus labios murmuraran fonemas sin sentido. Sus ojos no podían describir las imágenes que recibían y su cuerpo fue preso de una montaña de culpa que se derrumbó sobre sus hombros. Justo detrás del zombi que había asesinado hace un instante, en el segundo escalón de las escaleras que llevaban a los pisos superiores, se encontraba Lara. Su mirada traducía una angustia desgarradora que la llevó a colocar sus manos en su estómago. Un fuerte ardor escocía su piel y la incineraba por dentro; sus manos, empapadas de rojo, comenzaron a temblar incesantes. Su rostro empalideció. Una mezcla de dolores y sentimientos comenzaron a azotarla sin benevolencia; el fuego que sentía en su estómago, como si sus órganos se desgarraran por dentro; el vomitivo mareo que su cabeza tuvo que soportar al verse perdiendo esa grotesca cantidad de sangre; las fuerzas que abandonaban su cuerpo poco a poco y la arrojaban hacia un vacío de interminable agonía. Lara dejó caer su cuerpo y sus rodillas chocaron con el suelo. Sus últimos dejes de aliento se los dedicó a su novio, Junior. Intentó con todas sus fuerzas brindarle una última sonrisa, después de todo, había sido ella quien lo había desobedecido. Lara cerró sus ojos y sus labios se movieron lentamente pronunciando dos simples, pero poderosas palabras: Te amo.
El cuerpo de Lara se desplomó en el suelo en un golpe seco. Por un segundo Junior sintió que el tiempo se detuvo, ya no respiraba, ni un musculo de su cuerpo se movía y una fuerte angustia se incrementaba dentro de su ser. Quería que todo fuese un mal sueño, que lo que había presenciado hubiera sido una ilusión. Una pesadilla. Quería desaparecer de ahí, irse lejos y no volver jamás. Inmediatamente un fuerte golpe en la cabeza lo sacudió de su mundo de pensamientos y otro más lo noqueó. Junior cayó inconsciente. *** Su cabeza lo estaba matando, sentía como si dos espadas atravesaran su cráneo. Ya no estaba seguro de si sus ojos estaban abiertos o cerrados, la oscuridad era total; sentía su cuerpo sobre una superficie dura, ¿asfalto o cemento, quizás? Intentó enderezarse, se encontraba en una habitación diminuta, con una pared forrada en gruesas barras de hierro que formaban las rejas de lo que evidentemente era una celda. A su alrededor había otras personas, todos hombres, pero ninguno le parecía familiar. Algunos de ellos portaban un aspecto deplorable, extremadamente flacos, al borde de la desnutrición extrema. Sus rostros parecían haberse congelado en una expresión de total agonía, como si no hubiesen sonreído en años. Una serie de pasos se escuchó de repente, proveniente del pasillo. Cuatro sujetos con ropas oscuras y armados con fusiles aparecieron frente a la celda; procedieron a abrirla y ordenaron a todos colocarse unas cadenas amarradas a unos grilletes en los pies. Los hicieron recorrer por pequeños y lóbregos pasillos durante unos minutos hasta que cruzaron un portón que los llevó al patio principal de la cárcel. Resultaba un campo más extenso a lo largo que a lo ancho; con una cancha de futbol deteriorada por los años. Ordenaron a todos colocarse en fila uno al lado del otro. Junior pudo percibir como ya había otro grupo haciendo fila al otro lado de la cancha. Le sorprendió ver que todos ellos se encontraban en ropa interior, sin ninguna muda de ropa, pero le llamó más la atención el hecho de que Roni también se encontraba ahí. Buscó ver si Elías, Mario o alguien más del hotel se encontraba ahí, pero no pudo reconocer a nadie. En ese momento a Junior le volvió el recuerdo de la desgracia que había ocurrido con Lara. Pero tuvo poco tiempo para pensar en eso; uno de los hombres con vestimenta oscura ordenó a gritos que todos se quitaran la ropa, mientras otros dos hombres les despojaban los grilletes de los pies. Ya no le hacían falta con los francotiradores ubicados en las torres. Al terminar de juntar la ropa, los secuestradores ordenaron a todos colocarse en fila y arrodillarse; mientras tanto, dos hombres comenzaban a interrogar a cada uno de los reclusos. Junior se encontraba demasiado aturdido y cansado, por lo que no prestó mucha atención a las preguntas hasta que le tocó a la persona que se encontraba a su lado. —¿Profesión antes del fin del mundo? —preguntó un hombre de oscuro mientras giraba entre sus dedos una navaja con restos de sangre en la hoja. Junior se preguntó para que la necesitaría. —Era electricista, pero también sabia de informática. —Interesante, creo que no tenemos electricistas —dijo el sujeto, luego volteó hacia uno de sus compañeros—. ¡Dalí!, ¿nos sirve un electricista que también sabe de informática? —Eso es obvio, pedazo de idiota, podría ayudar con los constantes apagones que tenemos aquí. No lo marques, vístelo y tráelo a esta fila. —Bueno, ya lo escuchaste. Dirígete con él, te dará ropa y ayudaras a nuestra causa en todo lo que
se te ordene, de lo contrario te mataremos sin preguntar, ¿está claro? El electricista asintió y se dirigió con timidez hacia donde le habían indicado, el interrogador continuó su labor y se acercó a Junior. —¿Profesión antes del fin del mundo? —Farmacéutico y estudiante… —No creo que hagamos mucho con eso —dijo el hombre de oscuro frotándose la barba—. ¿No sabes hacer otra cosa? —Durante un tiempo hice algunas artes marciales... —Junior meditó un momento—. Puedo cocinar… mi madre era chef. —Tenemos tres chefs, pero no pasa nada —dijo el interrogador con aire de confianza—. Dame tu brazo… eso. Tranquilo, será lento y muy doloroso. El hombre sujetó con fuerza a Junior del brazo y hundió la navaja en su piel. El joven se aceleró y gritó, pero el hombre no lo soltó, continuó cortando la piel del chico hasta que terminó de trazar una línea horizontal. Junior apartó el brazo con brusquedad y sostuvo su herida, pero el hombre de oscuro no pensaba dejar el trabajo incompleto. Volvió a sujetar el brazo de Junior y en el lugar donde había terminado el corte anterior, volvió a realizar otro corte todavía más profundo. La agonía de Junior parecía no tener fin cuando aquel sujeto volvió a empezar otra línea más. El hombre de oscuro disfrutó por prolongar el proceso lo más posible, mientras Junior apretaba los dientes a causa del intenso dolor. Una vez el hombre soltó al muchacho terminó por apreciar su obra; tres franjas que brotaban sangre por doquier formaban una letra Z sobre la piel del joven. Junior jadeaba de manera intensa mientras intentaba frenar la salida de sangre con su brazo. —Cada vez me salen mejor —dijo el hombre de oscuro, dirigiéndose hacia el siguiente recluso. El procedimiento siguió hasta que terminaron de interrogar a todas las personas de la fila. El número de reclusos se había reducido un poco y ahora el grupo que se encontraba con Roni se había anexado al de Junior a órdenes de los hombres de oscuro. —¡Ya está todo listo! —gritó el interrogador a todo el personal—. Lleven a los nuevos al pabellón B, para revisación y trasladen a los marcados a la puerta Z. Ni bien se dictaminó la orden, los marcados, entre los que se incluían Roni y Junior, fueron escoltados una vez más a los interiores de la cárcel. La gran pérdida de sangre provocó que Junior se descompensara y sus pasos fallaran de vez en cuando. Su vista también perdió precisión y su cabeza se sentía como un sismo sacudiendo la tierra. —Deténganse todos, ya llegamos —ordenó un hombre de oscuro—. Tengo que aclararles que este lugar es solo otra celda, con la diferencia que es sellada para dar lugar a las celdas a rejas en donde ustedes residían —explicaba el oscuro mostrando detrás de él una enorme puerta metálica con una Z tallada en el centro—. Ustedes serán parte de un selecto grupo llamado el escuadrón Z, así que les voy a pedir que ingresen por las buenas, o van a tener que hacerlo por las malas. Está un poco oscuro, pero es hasta que su vista se acostumbre. La puerta se abrió, y como el hombre lo había dicho, un manto de oscuridad no dejaba ver absolutamente nada en su interior. Todos fueron entrando de uno en uno hasta que fue el turno de Junior. El joven ingresó inseguro y se quedó a un lado de la entrada, esperando a Roni quien se colocó de tal manera que fuera el último en ingresar. —¿Escuadrón Z? Esa es buena —dijo uno de los hombres de oscuro, riendo desde detrás. Junior al escuchar esas palabras se volteó. Algo no iba bien. Pero sin darle tiempo a pensar nada, un grito desgarrador nació desde el interior de aquella tenebrosa habitación; luego otro más, seguido
de gruñidos furiosos. Las personas comenzaron a revolucionarse armando un total alboroto. Fue cuando Junior lo comprendió, no había ningún escuadrón, ni nada por el estilo. Todo resultaba una trampa para encerrarlos a todos en una habitación plagada de zombis hambrientos. No podía quedarse ahí, tenía que encontrar la manera de salir a toda costa; podía intentarlo, después de todo se encontraba cercano a la puerta. Junior giró y quiso avanzar pero su cuerpo se chocó contra una estructura maciza. La oscuridad se hizo total cuando la puerta se cerró. —No, no, no... Junior golpeó la puerta desesperado por ayuda, pateó y bramó todo tipo de insultos, pero la puerta no se inmutaba, seguía erguida sin moverse un solo centímetro. —¡Déjenme salir! —gritó, golpeó y volvió a gritar, pero no hubo respuesta del otro lado—. ¡¡Déjenme salir!!
Capítulo 11: Esto no es un adiós
“La victoria, fue siempre, para quien jamás dudó” ANIBAL.
El silencio reinaba en la celda. Todos se encontraban completamente perplejos; Samantha había llevado sus manos a su boca de forma involuntaria; varias lágrimas habían escapado de los ojos de Anna; y el presidente acompañaba el sentimiento con la mirada baja. Solo Rex fue quien decidió acercarse al decaído Zeta. Posó la mano en su hombro obligándolo a levantar la mirada. Rex no parecía triste, pero entendía perfectamente lo que su compañero sentía. La impotencia de una mala jugada del destino podía convertir hasta al hombre más fuerte en el más débil, en cuestión de segundos. —Sé lo que estás pasando, esa mirada tuya… se la he visto mil veces a mi padre. Culpándose a sí mismo de algo que ocurrió por un accidente… —No… no lo entiendes —dijo Zeta con una voz espectral—. Si hubieras visto su cara… si hubieras visto sus ojos… —sus labios se cerraron, incapaces de continuar hablando. —No sabías que ella estaba detrás… —¡Pero lo vi! —dijo Zeta apartando el brazo de Rex—. ¡Vi a Elías cuando intentó advertirme! Yo podría haberme arrepentido en ese momento y no apretar el gatillo, pero mi mente solo pensó en hacerme el héroe para quedar bien con él… —se levantó de la cama y miró a los ojos a Rex con una mirada angustiosa, desbordada de lágrimas—. ¡Ella podría estar viva ahora! Rex enmudeció sin saber que palabras escoger para intentar reponer a su compañero. El presidente, en cambio, dio un paso al frente acercándose a Zeta. —No estabas preparado para usar un arma, eso es todo. —¿Qué? —Para usar un arma se debe estar capacitado para ello y poseer experiencia, los cuerpos policiales y militares se preparan años para evitar ese tipo de catástrofe. Segundo, saber apuntar no es saber disparar, eso ya lo habrás aprendido y lastimosamente por las malas. Cuando apuntas a alguien, o a algo, con determinado tipo de arma, tienes que tener en cuenta la potencia y la distancia del disparo, en esta celda cualquier disparo efectuado hacia cualquiera de ustedes, podría traspasarlos tranquilamente y dejar un importante hueco en la pared —dijo el presidente apuntando con el dedo a todos los presentes—. Este tipo de cosas son fáciles de aprender en teoría, pero llevarlos a la práctica cuesta mucho más; y concluyo diciéndote una última cosa —guardó silencio—. Tú eres un civil, ¿sabes lo que significa eso? No tienes la capacidad mental, ni física para portar armas, y mucho menos la tuviste esas semanas que pasaste en ese grupo. Lo que te pasó le podría haber pasado a cualquiera en tu misma situación —Máximo se acercó a Zeta hasta tenerlo en frente—. No debes atormentar tu mente pensando en que fue tu culpa, porque ya te lo digo yo… no lo fue. Zeta se llevó una mano a la cabeza, contener el llanto durante tanto tiempo le provocaba un dolor intermitente difícil de tolerar. En ese momento pensó las palabras del presidente, en cierto modo tenía razón, pero por algún motivo no podía quitarse de la mente esa terrible escena de Lara muriendo en frente suyo, la culpa lo seguía carcomiendo por dentro. —No quiero exigirte más de la cuenta, podemos tomarnos un descanso si quieres y luego terminas de contarnos cómo sobreviviste a la Nación Oscura—sugirió el presidente perfilando para marcharse.
—No, está bien. Puedo seguir hablando, de todas formas no falta mucho —dijo Zeta mientras volvía a tomar asiento en la cama—. ¿Dónde me quedé? —La puerta Zeta —respondió Sam. —Sí, claro —dijo tragando saliva—. Entonces, me habían encerrado en esa habitación repleta de zombis. La oscuridad no dejaba ver mucho, pero los ruidos que escuché en ese lugar eran horripilantes… todo fue una puta pesadilla. *** Junior se pegó a la pared sin saber qué hacer, su corazón se le salía de lugar, el miedo se hacía parte de su persona, envolviéndolo y paralizando todo su cuerpo. Su visión era escasa; tenebrosas sombras era lo único que llegaba a reconocer en esa habitación sin salida; sombras de hombres que luchaban por sus vidas, pero que tarde o temprano terminaban por caer. Reconoció la enrome sombra de Roni no muy lejos de su posición. Pero a diferencia de él, Ronaldo no se quedaba quieto. El leñador tomó a una de las personas vivas de la garganta y la arrastró hacia atrás, ejerciendo una llave con su brazo que terminó quebrándole los huesos del cuello. Se acercó hasta Junior cargando el cadáver con un brazo y se lo arrojó encima. —Quédate quieto, Junior —susurró el leñador—. Mantén el cuerpo encima de ti todo el tiempo. Ronaldo se agazapó y se aproximó cercano a un hombre que se esforzaba por mantener a un zombi fuera de su alcance. Cuanto más cerca estaba, sus ojos pudieron percibir que realmente se trataba solo de un chico adolescente, solo un poco más joven que Junior. Ronaldo maldijo en su interior mientras retenía al adolescente del cuello para que aquella criatura pudiera tener vía libre a una mordida directa en su hombro. El chico gritó espavorido pero Ronaldo lo hizo callar definitivamente, arrojando el cadáver a una esquina. Luego con una rapidez motivada por la adrenalina, apresó al zombi entre sus enormes manos y lo llevó hacia la pared, golpeándolo repetidas veces hasta que su cabeza quedó fusionada con el concreto. Arrastró al cadáver del adolescente y al del zombi junto a él mientras los utilizaba para cubrirse con ellos en una de las esquinas. Junior observó toda la escena de manera difusa por la oscuridad pero supo exactamente lo que Roni planeaba, mientras los zombis se ocupaban del resto de los vivos no prestarían atención a los cadáveres, dándole una oportunidad de vivir al menos un poco más. Lo que todavía no entendía era como pensaba Roni salir de ese lugar. Pero de momento estaban vivos y parcialmente seguros. Era lo único que importaba. El escándalo y los gritos fueron disminuyendo mientras pasaba el tiempo. Al cabo de unos cuantos minutos lo único que llegaba a los oídos de Junior eran las pisadas débiles de aquellas criaturas paseándose por la habitación. Sintió el verdadero significado del terror cuando una de ellas pasó muy cerca de su posición. Su respiración le parecía una turbina de avión en ese oscuro pozo de silencio total. La criatura siguió su camino y Junior pudo respirar de nuevo. El plan de Ronaldo estaba funcionando. Parece que la teoría que había dicho en el vehículo resultó cierta y a los zombis parece no interesarles comerse a los que ya están muertos. El tiempo transcurrió muy lento. Las horas pasaban, los zombis deambulaban y el miedo no tenía intención de ausentarse un solo segundo. En un descuido Junior se quedó dormido, pero despertó al instante, o al menos eso le pareció, su noción del tiempo se encontraba totalmente atrofiada. Al menos pudo escuchar algo nuevo a la distancia que activó todos sus sentidos a la máxima potencia y le arrebató el sueño de repente. —¡Bueno, hora de ver la luz caníbales asquerosos! —dijo una voz desde el exterior mientras
golpeaba la puerta. —¡Cállate idiota¿ !Quieres que se nos escapen como la última vez? Por el momento solo se escuchaban dos voces, Junior siguió espiando. —La última vez no fui yo quien los dejó escapar. Además ninguno de estos son rápidos, una bala bien puesta y fin de la historia. —Alexander quiere a todos los zombis vivos, no la cagues y no mates a ninguno. —Bueno, bueno, ¿vamos a contarlos o no? Junior lo supo, eran solo dos personas. En total silencio, alzó su mano y levantó dos dedos. Ronaldo asintió desde el otro lado de la puerta. Un hilo de luz ingresó a la habitación y fue creciendo hasta que la puerta se abrió por completo. Junior vio dos siluetas que se asomaron y las luces se encendieron. —Entonces, tenemos uno, dos cadáveres acá, tres más en la esquina, dos al fondo y uno en medio, ¡Mierda! ¿De qué sirve transformar personas si la mitad terminan muertos? —expresó uno de los hombres de oscuro. —Hay dos, cuatro, seis, diez... ¿Doce zombis? Es muy poco, habrá que encontrar más personas para transformar —dijo el otro—. Se usaron muchos en el asalto al hotel, si queremos dar el próximo paso con el grupo que está en el oeste vamos a tener que conseguir un mínimo de setenta, o quizás más. A Junior le revolvió el estómago escuchar sobre su refugio, Ronaldo también endureció sus rasgos faciales. Pero sabía que todavía no era momento de atacar, los hombres de oscuro tenían armas y ellos ni siquiera llevaban ropa. En ese instante, una de las personas infectadas comenzó a arrastrar sus pies hasta la entrada. Ronaldo y Junior se leyeron las miradas y sabían que hacer. —Vámonos de aquí, hay que informar a Calavera —dijo uno de los hombres mientras procedía a cerrar la puerta. Junior, quien estaba más cerca de la entrada, actuó rápido y arrojó el cadáver que tenía encima para que bloqueara la puerta y se escudó de inmediato en una esquina. En ese momento actuó Roni, quien corrió hacia la puerta y la abrió hacia adentro de un tirón, utilizándola de escudo. Fue entonces cuando los zombis aprovecharon para salir de la habitación y tomar por sorpresa a los hombres de oscuro. Ante la sorpresa los hombres no supieron reaccionar a tiempo, y en menos de lo que dura un suspiro, ya tenían los dientes sobre sus cuerpos. Ronaldo y Junior salieron de la habitación poco después, arrebataron las armas a ambos cadáveres y encerraron a los monstruos de nuevo en la habitación. —Rápido Junior, ponte su ropa, tenemos que escapar de aquí ahora —ordenó Roni, mientras metía su pierna en un pantalón demasiado pequeño para su talla—. ¿Cómo está tu herida?, ¿puedes seguir? Junior asintió, su herida aún estaba fresca pero podía soportar el dolor, ambos se pusieron los uniformes de los hombres de oscuro y arrojaron los cadáveres también a la habitación. Junior ahora vestía un pantalón azabache con una camisa manga corta del mismo color, mientras que Roni había tenido que romper las mangas de una chaqueta de cuero negro que por poco no le calzaba. —Ten cuidado que no se note la cicatriz o nos descubrirán —sugirió Junior. —Está bien, la mía está a la altura de mi hombro, no llega a verse con esto puesto. —A mí ese hijo de puta me cortó justo en medio del brazo, ni siquiera recuerdo cuando la sangre dejó de salir —comentó Junior tocando con delicadeza su herida—. ¿Vas a poder correr con eso? — preguntó haciendo referencia a los pantalones de Ronaldo que por poco le llegaba a la rodilla. —Son algo ajustados, pero puedo correr a la perfección.
—Intenta no lastimarte ahí abajo. —Búrlate cuando escapemos de aquí, ¡vamos! Ambos se equiparon con las armas que habían tomado prestadas de los soldados y comenzaron a recorrer los estrechos y sombríos pasillos de la cárcel. Giraron hacia la derecha y cruzaron la primera puerta que los conectó a una bifurcación de caminos. —¿Qué hacemos ahora? —preguntó Junior. —Tranquilízate, probemos ir por este lado —dijo Roni perfilando hacia su izquierda. Ingresaron a otra habitación, no tan oscura como la anterior pero tampoco tan espaciosa. Ronaldo accionó un interruptor situado cerca de la entrada que solo llego a encender uno de los tres focos que había en el lugar. —Parece un depósito, nos vendrá como anillo al dedo —dijo Roni con gran confianza. No hacía falta dar órdenes o indicaciones para saber que ambos debían registrar y revisar todo a su alcance para buscar algo que allanara el terreno a su anhelado escape. Junior encontró un kit de primeros auxilios con un poco de sedante y alcohol, suficiente para tratar de desinfectar las heridas de ambos. Ronaldo por su parte se abocó en encontrar algo que resultara comestible, pero no tuvo suerte. En cambio, lo que sobraba en esa habitación eran armas... y muchas. Desde fusiles de asalto, pistolas, ametralladoras, granadas de fragmentación, explosivos plásticos, municiones hasta accesorios como chalecos antibalas o cascos de guerra militares. —Espera, ¡Roni mira esto! —dijo Junior, alzando una caja con varios paquetes en su interior: Explosivos. —Bien hecho compañero, estos nos servirán para abrirnos camino, y mira lo que me encontré yo —dijo Roni mientras mostraba a Junior su Beretta modificada, el arma que Lara le había regalado. De repente, una tormenta de culpa azotó al muchacho al ver esa pistola. Su respiración se cortó mientras su mirada se apagaba y su rostro se ensombrecía. No se atrevió a tocar el arma. —Ya no quiero matar.... No quiero volver a disparar. No después de lo que pasó… Roni lo observó con angustia en sus ojos, él había presenciado la escena desde otro ángulo y vio todo a detalle. Como Lara bajaba las escaleras; el zombi que se acercó hasta su hermano, y como Junior intentó defenderlo con ese tiro que terminó en una desgracia para su sobrina. —Yo lo vi todo muchacho, la tragedia fue terrible para todos nosotros —comenzó a decir Roni mirando con profundidad a los ojos del joven—. Pero tienes que entender una cosa, eso debe quedarse así, como una tragedia. Fue un accidente... Terrible accidente. Pero no fue tu culpa, no fue tu intención y lo sabes… —Si fue mi culpa, fui un necio creyendo que de todo esto podía salir algo positivo. Proyecté con Lara un futuro que nunca iba a existir — las lágrimas se alborotaban en sus ojos—. Ya no quiero vivir así, no quiero ver a nadie más morir...No lo soportaría. Quizás esa familia tenía razón y la muerte es la solución a todo este caos. —¡No voy a dejar que te suicides! —dijo Roni alterado, tomando del cuello de la camisa a Junior. —No puedes obligarme —contestó Junior con frialdad. Roni lo soltó y apartó la mirada. Su respiración comenzó a acelerarse de repente. —Tienes razón, no puedo. La decisión es toda tuya, así como fue decisión de Lara bajar esas escaleras. Ella seguro quería protegerte y ayudarte, así como fue tu decisión disparar para proteger a mi hermano de ese monstruo. Tú tienes el derecho a decidir sobre tu vida, o tu muerte, como hizo aquella familia al suicidarse… o como hizo mi hijo al suicidarse. Junior torció su mirada hacia Ronaldo.
—¿Qué? —No siempre fui una persona de bien, muchacho… en algún momento de mi vida era muy distinto a lo que conoces ahora —Ronaldo apoyó su cuerpo en uno de los estantes y dejó caer su cabeza entre sus hombros—. Fui criado por un padre estricto, y de una mente muy pequeña, que creía en el estereotipo de hombre fuerte y varonil. Entonces fui criado siguiendo ese modelo en mi cabeza. En un momento de mi vida me case y tuve un hijo que creció diferente… que no tenía el mismo modelo que yo. Él quería cosas distintas a las que yo estaba acostumbrado… Imagínate mi sorpresa el día que trajo un hombre a la casa —guardó silencio durante un momento en el que sus lágrimas se deslizaron con fuerza sobre sus mejillas—. No lo toleré. No lo acepté… Junior sintió un hueco en el estómago. —Hasta que un día se marchó para siempre… —Roni hablaba con la voz totalmente quebrada—. Esa familia que decidió suicidarse… ellos al menos estaban juntos, Junior. A ti todavía te queda algo por lo que seguir respirando y es tu familia… —Yo… —Junior suspiró—. Solo no quiero ver morir a la gente que aprecio… Si tú murieras tampoco lo soportaría… —Es un miedo que todos vamos a tener que aprender a cargar en nuestros hombros, ¿crees que yo no tengo miedo de que te mueras?, ¡estoy aterrado, Junior! Pero no elijo la salida fácil, elijo la supervivencia… —¿La supervivencia…? —¡Si! Porque la supervivencia se elige… La vida, antes del fin del mundo, o ahora, siempre fue una cuestión de elecciones. Lo único que cambió es que ahora tomarlas es mucho más difícil, es por eso que gente como esa familia opta por el camino fácil… pero yo no creo que tú seas tan débil. Todavía tienes mucho que hacer; salir de este antro, descubrir tu nombre, o encontrar a tus padres. —¿De verdad crees que podamos lograrlo? —dijo Junior con desánimo dejando caer sus hombros. —Sí, si tienes el suficiente carácter y entusiasmo… Junior inhaló aire y cerró sus ojos por un momento. Lo que decía Ronaldo era cierto y lo sabía; todavía le intrigaba por qué no podía recordar su nombre y por supuesto quería descubrir el paradero de sus padres. Estaba seguro que ellos habrían sobrevivido de alguna manera, no podían morir tan fácilmente. Pero lo que más aferraba a Junior a la idea de conservar la vida era un simple hecho. —Está bien… —¿De verdad? —Si. —¿Qué te hizo cambiar de parecer? —Porque tenías razón, todavía tengo cosas muchas pendientes por hacer antes del sueño eterno, y además… —Junior palmeó el hombro de su gigantesco amigo—. Tengo al menos un amigo en este mundo, y esa es razón suficiente para elegir seguir sobreviviendo. Roni no pudo contener esta vez su felicidad y abrazó a Junior alzándolo del suelo unos centímetros. —Si me vuelves a asustar así Junior, seré yo el que te mate. —Supongo que es justo —dijo el joven sonriendo, luego tomó uno de los explosivos—. No sé tú, pero yo tengo ganas de hacer un poco de ruido. Roni agarró los explosivos y los deposito cuidadosamente en un bolso que llevó a su espalda. —Déjamelo a mí, creare una distracción y tú aprovecharás para escapar. —De eso nada, vamos a hacer esto juntos —subrayó junior con firmeza.
—No, lo siento. Serias una carga, puedo moverme más rápido si voy solo, y tú también. —No conocemos este lugar Roni, si nos separamos lo más seguro es que no volvamos a encontrarnos. Ronaldo sonrió con altanería y se dirigió fuera del pasillo, no sin antes cerciorarse de no toparse con nadie. Al llegar se dirigió a un cartel ubicado en medio de la pared y se lo mostró a Junior. —Es un mapa —acotó Junior—. ¿Ya lo habías visto? —¿Y porque crees que me dirigí al depósito? —No habría estado mal avisarme. —Lo estoy haciendo ahora, en fin, no hay que perder tiempo, ¿ves este lugar? Es donde nos encerraron, y aquí está la salida, pero no podemos ir por ahí. Así que colocaré los explosivos en el sector delantero, mientras tú te ocupas de ir al sector sur, donde se encuentra el patio trasero, y ahí buscarás una manera de escapar mientras yo te alcanzo. —Entonces, creas una distracción mientras yo encuentro una forma de escapar, y luego te reúnes conmigo —rectificó Junior— ¿Qué pasa si alguien me ve? —Tranquilízate, mientras lleves esa ropa puesta no te prestarán demasiada atención, de todas formas ten cuidado. Cuando las bombas estallen no tardaré en encontrarte, es donde más rápido tenemos que actuar y salir de aquí —explicó Roni, y le ofreció su arma—. La vas a necesitar. Junior tomó su Beretta y la enfundó. No le gustaba la idea de tener que matar a un ser vivo, pero si era posible no hacerlo, optaría por esa opción. —Entonces, ¿aquí nos separamos? —preguntó Junior. —Si —respondió Roni con seriedad—. Si no estoy contigo en cinco minutos luego de que las bombas estallen, vete sin mí. Sin excusas, solo escapa lejos, ¿está claro? —Bien, ten cuidado amigo. —Tú también —respondió Roni mientras se marchaba, frenó antes de cruzar la puerta y se giró hacia atrás observando al muchacho—. Junior, a partir de ahora es donde tienes que empezar a tomar tus mayores y más difíciles decisiones. Si quieres sobrevivir elige el mejor camino, a veces el más fácil no siempre resulta ser el indicado, recuerda lo que te enseñe: un blanco en movimiento siempre es más difícil de alcanzar. Por eso mismo mantente siempre alerta, nunca frenes, no te relajes, aprende a no confiar en nadie, pero también aprende a confiar en quienes valen la pena. El mundo se fue al carajo, pero eso no es excusa para que perdamos nuestra humanidad… solo sé tú mismo. Sé que te irá bien. El muchacho sonrió. —Hablas como si no volviéramos a vernos —dijo Junior y se dirigió a la puerta del lado sur—. Sobreviviremos juntos, amigo —y se marchó dejando atrás a Roni. El leñador lo observó con preocupación en sus arrugados ojos, suspiró y cruzó la puerta. Del otro lado, Junior se encaminó con cautela y cuidado por un pasillo que se dividía a los laterales en dos caminos; el de su izquierda era el más cercano, solo unos cuantos pasos lo separaba de una puerta acerada que comunicaba con el bloque de celdas »D«. En cambio a su derecha, el pasillo era muchísimo más extenso, la puerta del fondo apenas se podía apreciar con claridad; a mitad de camino habían dos salidas más. A su izquierda una puerta doble que conectaba a la cocina, y a la derecha una salida que según lo que recordaba del mapa llevaba al comedor. La mente de Junior rechazaba la idea de adentrarse en los bloques de celdas, pero sabía que era la única manera de poder acceder al patio trasero. Sentía miedo por lo que podría llegar a encontrarse, pero sus deseos de salir de ese asqueroso lugar fueron más fuertes.
Optó por el camino más cercano, viró a su izquierda y se acercó con cuidado a la entrada al bloque »D«. Las oxidadas bisagras emitieron un molesto rechinar al abrir la puerta; del otro lado Junior se topó con una extensa cámara de dos pisos, rodeada por cedas en la parte superior e inferior. Para su suerte, no parecía haber movimiento en el sector superior, pero unos extraños ruidos llamaron su atención. Se asomó por el barandal agazapándose para no ser visto desde abajo y sus ojos curiosearon una extraña actividad que se llevaba a cabo en piso inferior de la cámara. Bastó solo un vistazo para darse cuenta de lo que estaba ocurriendo. Un grupo de esos hombres de oscuro arrastraban a mujeres hacia las celdas; otros se enfocaban en quitarles la ropa y lanzarle infinidades de burlas y maltratos. Se oían fuertes golpes y gemidos de dolor; llantos iracundos y súplicas que eran brutalmente acalladas por todo tipo de agresiones. Junior apartó la mirada y volvió a la puerta. Lo primero que su mente pensó fue en el terrible destino que hubiese tenido que pasar Lara de todavía continuar con vida. Estos sujetos no merecían el perdón; si antes no tenía ganas de utilizar su arma, ahora mismo su mano parecía pedirle a gritos que gatillara hacia todos esos mal nacidos. Su imaginación voló durante unos escasos segundos, en donde él se armaba de valor para abalanzarse sobre los hombres de oscuro, abriendo fuego hacia todos ellos, para salvar a esas mujeres. Cómo si se tratase de una película. Pero había un problema, si disparaba ahora podría herir o incluso matar a cualquiera de las mujeres. ¿Era eso malo o bueno? Morir rápido o sufrir la tortura de esos desgraciados… ¿de este tipo de decisiones hablaba Roni? Junior se sentía un idiota por desestimar las palabras de su amigo; pensó que esas decisiones no llegarían tan pronto, y ahí están, golpeándolo en toda la cara. Mientras más pensaba, más retrasaba el momento de la verdad, no tenía ni idea de que hacer, disparar podría causar una desgracia, y no hacerlo sería dejar que siga sucediendo otra desgracia de distinta índole. Junior suspiró… y tomó una decisión. Se colocó de pie y retrocedió un paso, se volteó y giró el pomo de la puerta para marcharse. Esto no es una película, pensó. Fue difícil abandonar esa escena sin remordimientos futuros, pero no podía hacer nada, al menos no por ahora. Tenía que seguir el plan de Ronaldo para escapar de ese condenado lugar, y con suerte, esas mujeres y todos los prisioneros podrían tener una oportunidad de salir. El joven se movió con prisa, no quería tener que cruzarse cara a cara con ningún hombre de oscuro, por lo que intentó llegar hasta el bloque de celdas »C ,«al otro lado del pasillo. Emprendió un leve trote para acortar distancia; pasó por la primera puerta en donde se hallaba la cocina y ni se molestó en mirar. Continuó su recorrido unos cuantos metros hasta que sus oídos captaron una serie de pasos que venían desde el comedor. La puerta se abrió y un grupo de numerosos hombres salieron, charlando y vitoreando mientras se dirigían hacia el muchacho. Junior se volteó con rapidez y caminó hacia el lado contrario. La multitud no tardó en alcanzarlo y embutirlo entre ellos; una fuerte sensación de desesperación lo invadió por completo. Agachó la mirada mientras disimulaba torpemente ser uno de ellos, pero sabía que al primer contacto visual alguien comenzaría a sospechar. Tenía que salir de ahí ahora mismo. Una persona a su lado comenzó a observarlo con curiosidad. No tenía tiempo, viró a su izquierda y se metió a la primera puerta que encontró, separándose del rebaño con éxito. O eso pensó; su cuerpo se petrificó al cerrar la puerta a sus espaldas y darse cuenta que se encontraba en la cocina con cinco hombres más ahí dentro que interrumpieron sus actividades para observar a Junior. El cocinero quien se encontraba saboreando un poco de su guiso frunció el ceño al ver al
muchacho. —La hora del almuerzo terminó, ¿qué haces aquí? —espetó con furia. Otro hombre que se encontraba un poco más alejado fregando platos se asomó con curiosidad. —Quizás es un nuevo cocinero, hoy es día de reclutamiento, así que hay personas nuevas. Esas palabras fueron como un baldazo de agua fría para el acalorado Junior. —No, solo me notificaron que había un cocinero nuevo, pero no es él… Un hombre pinchó un pedazo de carne con su navaja y se lo llevó a la boca. Llevaba un corte militar y una chaqueta negra que usaba desprendida; de mandíbula afilada y unos ojos empapados en confianza, el hombre se acercó a Junior hasta tenerlo al frente. —A ver amigo, si nadie te conoce, y no eres el cocinero… entonces eso solo puede significar una cosa —dijo el hombre con una calma que heló los huesos del muchacho. Junior tragó saliva y acercó con lentitud su mano a la funda del arma. —¡Seguro vienes por una ración extra de comida!, ¿eh? ¡Novato pícaro! —dijo el hombre mostrando una amplia sonrisa—. Denle un plato al novato, te lo dejaré pasar porque eres nuevo chico y me gusta tratar bien a los recién ingresados para que se sientan cómodos, ¿sabes? —explicó el hombre mientras todavía masticaba la carne—. El soldado no rinde correctamente si no se siente cómodo con su lugar de trabajo. Ojalá en el ejército supieran apreciar esas cosas, solo mandan a uno a correr como… bueno, iba a decir presos, pero sería cruel con los muchachos. Todos rieron al unísono, Junior acompañó la risa con incomodidad. —Calavera, mira eso, está herido —dijo el cocinero señalando los hilos de sangre que se escurrían bajo la manga de Junior. Calavera observó atentamente la sangre y se acercó a inspeccionarlo de cerca. —¿Qué te pasó ahí? A junior casi le baja la presión de los nervios, se había olvidado por completo de su lastimadura; su herida se había vuelto a abrir al amontonarse entre la multitud y la sangre no paraba de brotar. —Yo, esto… no es nada. Calavera no prestó atención a las palabras del joven y subió la manga de la camisa, dejando al descubierto la herida. La mirada de Calavera se ensombreció y sus expresiones se endurecieron. —Lo que pasó es que me marcaron pensando que no les serviría… —Junior tenía que inventarse algo pronto—, pero luego les dije que también sabía sobre electricidad y me dejaron pertenecer al grupo, eso es todo. De verdad, no mentiría sobre algo así… —Oh, ya veo… eres el nuevo electricista, ¿verdad? —cuestionó Calavera en un tono más relajado y volviendo a sonreír. —¡Sí! Exacto —afirmó Junior, volviendo a respirar. Calavera echó una breve carcajada y palmeó al muchacho amistosamente, aplicando una fuerte presión sobre su herida. Junior gimió de dolor. —Para empezar; el nuevo electricista no contaba con la marca en el brazo —dijo Calavera con sus ojos clavados en el muchacho—. Y aunque así fuera… hace poco ese infeliz intentó escapar de las instalaciones. Fui yo quien le metió esta misma navaja que estás viendo entre ceja y ceja —dijo con una frialdad atemorizante, acercándole la hoja a Junior—. Ese imbécil trató de tomarme como estúpido y, ¿sabes algo? —guardó silencio acercándose aún más al muchacho hasta tenerlo a pocos centímetros—. Odio… que me tomen por un estúpido. —En momentos como ese, tienes dos opciones —comentó Zeta mientras intervenía el relato de la historia—. La primera es: no pensar en absolutamente nada, y la segunda… es pensar en todo. —Sujétenlo —ordenó Calavera tajante.
Inmediatamente el hombre más cercano a Junior lo tomó de los brazos, mientras otro que se encontraba sentado se incorporaba para quitarle su arma con una desagradable sonrisa en su rostro. Mientras tanto, Calavera jugaba con su navaja haciéndola girar de un lado a otro entre sus dedos a la vez que se paseaba en círculos por la cocina, gozando y disfrutando del momento. —Es algo increíble, ¿sabes? Me fascinaría saber cómo has podido escapar de la puerta Z. Pero eso solo significa que tengo que ejecutar a los dos idiotas que estaban de guardia, y eso me pone un poco furioso —dijo Calavera enfatizando la última palabra mientras se acercaba a Junior. —En momentos de estrés o peligro, las personas tienden a realizar un análisis de la situación, una evaluación o un paneo del problema para intentar resolverlo —volvió a interrumpir Zeta—. Se suele dividir en tres evaluaciones: La primera consta de la observación de tu entorno, en mi caso debía de tener en cuenta cuantas personas se encontraban en ese lugar, y quienes resultaban los más peligrosos. Evidentemente el cocinero no era peligro alguno, el que me sujetaba por detrás se encontraba distraído atendiendo el discursito de su jefe; el que me había quitado el arma se había quedado embobado observando los detalles de la pintura; y los otros dos se encontraban a una distancia razonable. La puerta se encontraba detrás de mí, pero claro, Calavera estaba justo enfrente y tenía alguien reteniéndome por la espalda. Ahí es cuando pasamos a la segunda evaluación —continuó—. Planificación de un escape o una lucha; en esta etapa decidimos si lo que nos conviene es luchar contra el agresor o simplemente huir. Pero también debemos estar al tanto de nuestras capacidades físicas para lograr lo que llamaremos la tercera evaluación: El momento de la verdad. Aquí es donde ocurre lo bueno, recopilamos todo lo que analizamos en menos de lo que dura un segundo, y comenzamos a actuar. Junior se encontraba aterrorizado, lo habían descubierto, el plan de pasar desapercibido había resultado un fracaso. Recordó en ese instante las palabras de Roni. Debía elegir la supervivencia y se obligaba a pensar una manera de salir vivo de esa. No podía enfrentarlos a todos, no sin armas y con alguien reteniéndolo, pero notaba algo… La fuerza que realizaba el tipo que lo sujetaba con los brazos no era demasiada; podría quizás liberar una mano, pero el problema era lo que haría después con esa mano libre. Robarle la navaja a Calavera parecía un plan arriesgado, ese tipo no parecía de los que pudieran arrebatarle algo fácilmente, rechazó ese plan. Pensó cualquier manera de inclinar la balanza hacia su favor al menos un poco. Observó con rapidez los bolsillos y el cinturón del sujeto que lo retenía, tampoco había nada. Ni una navaja, ni un arma de ningún tipo disponible para su provecho. Volvió a plantearse la idea anterior de arrebatarle la navaja a Calavera, era una idea arriesgada y solo contaba con una chance; una de muy poca probabilidad de éxito, la cual su mente volvió a rechazar. Quizás si se quedaba quieto y actuaba de manera sumisa podrían dejarlo vivo, podría convencerlos de contribuir al grupo y quizás... —Discúlpame el atrevimiento pero, ¡¿qué mierda te dije hace un momento, niño estúpido!? —gritó Calavera furioso, sacando de sus pensamientos a Junior—. Dije específicamente¡ ,específicamente! Que odio que me tomen por un idiota¿ .Y qué haces tú ,eh¿ ,?crees que no me doy cuenta que buscas una manera de escapar? Mirando a tu alrededor como un demente, buscando algo para librarte de nosotros¿¡ .Crees que vas a librarte de mí así de fácil !?—preguntó Calavera, cada vez más enfurecido, acercándose a un paso del joven—. ¡Pues inténtalo mocoso !—lo desafió—. ¿Quieres quitarme mi navaja? —dijo lanzándola al cielo con seguridad—. Quiero ver como lo inten… —Pero a veces, aunque lo pensemos una y otra vez… los mejores planes salen de manera improvisada —concluyó Zeta. Junior no lo pensó dos veces, es más, ni siquiera se dio tiempo a pensarlo una sola vez. Aplicó toda la fuerza que pudo en su brazo derecho y se zafó del hombre que lo aprisionaba, y al momento en que la navaja dejó de ascender para quedar suspendida en el aire; sin darle tiempo alguno a bajar a la
mano de su dueño, Junior la tomó con firmeza en el aire. Un silencio acogió el lugar, el semblante de Calavera había cambiado a una ridícula expresión de sorpresa, mientras que Junior se encontraba tan anonadado como sorprendido. Ninguno de los dos podía terminar de creerse lo que había pasado frente a sus ojos. Una sonrisa se dejó escapar del rostro de Junior. La balanza se había inclinado, era ahora o nunca. Junior avanzó y alzó su brazo realizando un corte veloz; calavera intentó inclinarse hacia atrás para evadirlo pero las distancias eran muy reducidas y el corte rebanó de abajo hacia arriba la mejilla, su ojo y parte de su frente. El hombre dejó escapar un potente grito de horror, llevándose las manos a la cara, y mientras tanto, Junior aprovechó sus segundos de ventaja; estiró su brazo hacia atrás y con una fuerza movida por la inercia de la adrenalina logró insertar la navaja en el cuello del sujeto que lo apresaba por la espalda. El hombre aulló de dolor y sus brazos se dispersaron, en ese momento Junior se apresuró en apartarlo y pasar por la puerta; el resto de los hombres de oscuro intentaron alcanzarlo con sus disparos, pero solo lograron agujerear la puerta de la cocina que se cerró de manera brusca en sus caras. El joven se dirigió por el pasillo a toda velocidad hacia el bloque de celdas dejando atrás la cocina. Calavera fue el próximo en salir seguido de sus hombres. Su rostro salpicaba sangre al andar, y su mano no era suficiente para tapar la totalidad de la herida; pero dejando el dolor en segundo plano, el hombre divisó a Junior corriendo por el pasillo y una cruel sonrisa se dibujó en su mancillado rostro. —Eres mío, hijo de puta —musitó Calavera apuntando su pistola al frente. Justo en ese momento, las paredes se sacudieron con fervor; el piso se tambaleó y los techos se estremecieron dando paso a una explosión que resonó muy cerca. Junior perdió el equilibrio y su cuerpo cayó al suelo de inmediato. Una bala paso por encima de él, casi imperceptible y terminó su recorrido en una puerta de metal. El joven se incorporó como un rayo sin perder tiempo y siguió su camino cruzando al bloque de celdas. Esa era la señal de Roni; ahora todos en la cárcel estaban alertados, y él todavía no había logrado salir al exterior. El tiempo apremiaba ahora más que nunca. —¿¡Qué carajo fue eso!? —Calavera era un volcán de nervios a punto de colapsar. —Parece que venía de afuera… ¿nos están emboscando? —inquirió el cocinero con temor en su mirada. —¡Vayan por ese hijo de puta! —dijo Calavera empujando con brusquedad a sus hombres—. ¡Voy a ver que mierda pasa! Baltasar Montreal no podía darse el lujo de perder tiempo con un mocoso mientras la cárcel estaba estallando en pedazos; cruzó por el pasillo a toda velocidad bordeando a una oleada de sus soldados que se dirigían como hormigas hacia el patio principal, en donde se había originado la explosión. Nuevamente un estallido hizo tambalear a Calavera, quien se aferró al hombre que tenía enfrente. Maldijo de nuevo, arrojó al soldado al suelo y continuó la marcha hasta salir al patio central. Lo que encontró afuera fue el mismo infierno. Decenas de zombis se habían colado a las instalaciones; los muros principales se encontraban totalmente demolidos dejando una importante abertura que permitía el libre ingreso a cualquier criatura que deambulara por la zona. Los disparos zumbaban y estallaban por todo el patio; los hombres de oscuro habían abierto fuego intentando contener el asedio de muertos vivos, pero mientras más tiempo pasaba, más de ellos aparecían por el hueco. Calavera avanzó perplejo, utilizó su pistola para defenderse de los monstruos que se le acercaban lo suficiente, pero su único ojo sano se concentraba en una sola de esas terroríficas bestias. Una mole de músculos podridos e inmenso tamaño, posó su mano en la abertura y derrumbó una parte del
muro al pasar. Baltasar comenzó a marearse, por más que intentara dejarlo de lado, el dolor de su ojo se hacía presente con más fuerza segundo a segundo. Entonces fue cuando lo vio; el edificio del alcaide ardiendo en llamas que, ascendía al cielo, una humareda oscura como la noche. Él sabía que su hermano pasaba la mayor parte del tiempo en ese edificio y la explosión había arrasado el lugar entero. Todo el sacrificio que había hecho para poder liberarlo, ¿había sido en vano? No podía dejar las cosas así. Una ira y un odio feroz comenzó a manifestarse en su cuerpo; los intrusos que habían ocasionado esto tenían que pagarlo con sangre. Solo así su sed de venganza sería saciada… Pero en ese segundo, una fuerte sacudida lo tomó por sorpresa. Calavera voló unos metros hacia adelante, arrastrándose contra el suelo. Intentó levantarse para ver de qué se trataba, pero la vasta pérdida de sangre en su ojo complicaba su visión. Solo pudo reconocer una enorme sombra acercándose a gran velocidad; su cuerpo ni se molestó en intentar escapar, no tenía chances, ni voluntad alguna. Extendió sus brazos entregándose al enorme monstruo. —¡Vamos hijo de puta, aquí estoy! Pero en ese instante, el cráneo de la bestia explotó de repente y su cuerpo cayó de manera irregular al suelo; quedando a los pies del confundido ex militar, que observaba el cráter dejado en el cadáver del monstruo. Un peculiar silbido llamó su atención detrás de él. Calavera se giró para observar de quien se trataba, pero su visión seguía demasiado borrosa como para enfocar con claridad. Reconoció la silueta de un hombre sosteniendo un lanza granadas. La figura se acercó a paso seguro hacia él y le tendió la mano. —¡Vamos, hermano! Levanta ese culo, hay cosas que hacer… *** Dos estallidos consecutivos eran suficientes para alterar los sentidos de todos los soldados en la cárcel; hombres completamente armados y vestidos de negro, iban y venían en todas direcciones por cada rincón, pasillo y pasarela del edificio. El miedo reinaba en sus rostros, y la incertidumbre y el caos dominaban el ambiente. Junior lograba pasar desapercibido entre todos, pero sabía que dos de ellos aún seguían sus pasos de cerca así que decidió internarse entre la muchedumbre para perderse de su vista. Dentro del bloque de celdas descendió por unas descuidadas escaleras de metal, y se dirigió a la puerta de la planta baja, no sin antes chocarse de hombros con un sujeto de exagerada estatura y una mirada gamberra llena de cicatrices. El golpe no fue fuerte pero bastó para que aquel hombre dejase caer su arma al suelo. El impacto accionó la pistola efectuando un disparo errante, que llamó la atención de todos en el lugar. La bala, por suerte, solo se estancó en un muro sin herir a nadie, pero el bloque de celdas se sumió en un incómodo silencio, seguido de las miradas furtivas de todos los presentes hacia Junior. El muchacho no reparó en la escena y continuó corriendo, logrando salir del bloque de celdas; pero no sin antes ser visto por los dos esbirros de Calavera. Cruzó la puerta y se encontró de nuevo con otro largo pasillo. Curiosamente para Junior se hallaba más vacío de lo que imaginaba; no se tardó mucho tiempo cruzarlo a toda marcha. Pasó por en medio de un puesto de guardia que también se encontraba vació, le sorprendió aquel detalle de la ausencia de seguridad, pero era comprensible; toda la cárcel se encontraba brindando apoyo en el lugar dónde Ronaldo había implantado los explosivos, abandonando sus puestos de trabajo. Tenía vía libre para accionar como quisiera, pero debía concentrarse y actuar rápido, pues
todavía le seguían el paso. Los ojos de Junior vieron la luz del día al salir al patio trasero. Un gran espacio verde se extendía culminando en tres enormes murallas de concreto y dos torres cubiertas por una red de pasarelas se erguían en ambas esquinas. Por suerte para el muchacho tampoco había movimiento en las torres, permitiendo recorrer el patio a sus anchas, sin preocuparse. En el lado este del patio pudo ver un viejo portón de acero oxidado; pero al parecer, no parecía haberse usado en mucho tiempo. Luego, en un amplio espacio de la parcela, se encontraban descansando distintos vehículos de variedad de marcas y tamaños. Su trabajo era encontrar la manera de salir de ahí con Ronaldo, y al parecer robar un auto para escapar, resultaba un buen plan. El muchacho se dejó deslumbrar por la cantidad de vehículos que encontró. Ninguno pretendía ser de gama baja y todos relucían por su pulcritud. Podría jurar que varios, quizás más de la mitad, nunca habían sobrepasado los cincuenta kilómetros de distancia. Quizás los habrían sacado de una concesionaria ya abandonada, por la reciente incursión de los nuevos vecinos come cerebros. Idea que no parecía descabellada, alegando que todos eran convictos, y la gran mayoría se sentirían atraídos a la tentación de robar cuantas cosas pudieran. De momento Junior comenzó a seleccionar el vehículo adecuado y su mente inició un proceso de descarte. Robar un auto deportivo de dos puertas sería bueno en materia de huida: veloz y silencioso; pero el espacio sería muy reducido si deseaban llevar algún tipo de objeto consigo. Un vehículo familiar, en cambio, podría tener más capacidad a la hora de transportar materiales, pero la desventaja se vería al momento de escapar de una situación crítica. La elección radicaba entre la velocidad de trasporte, o la capacidad de carga, y Junior era una persona que pensaba a futuro, así que la balanza se inclinó hacia la capacidad. Pero tampoco podía descuidarse con el modelo, tenía que ser un vehículo lo bastante amplio como para rescatar a sus amigos. Elías, Mario, o quizás cualquier otro superviviente del hotel todavía podrían encontrarse con vida. El color era esencial; no tenía que ser llamativo y la mayoría de los modelos ahí estacionados eran de colores intensos y fuertes. Tenía que buscar un color oscuro que se pudiera camuflarse con la noche. Pensó también en un coche que gastara poca gasolina y rindiera muchos kilómetros de viaje. Sus resoluciones lo dirigieron hacia una única opción: Un vehículo que desde el inicio, su mente quiso ignorar por su enormidad y posible lentitud al desplazarse. Pero que resultó ser el más indicado. Era una camioneta de estilo casa rodante color negra; enorme y con un aspecto que cargaba varios años encima. Su chasis se encontraba abollado en el tren trasero, pero su redondeada carrocería le daban un aspecto original; uno de los faroles frontales había sufrido un severo daño presentando un prominente hueco y el capó cargaba con una importante rajadura diagonal, que el muchacho no pudo imaginar cómo se habría dañado así. —Una cucaracha con ruedas… En ese segundo el espejo de un Mustang a su lado estalló en pedazos. El chico intentó arrojarse al suelo para esconderse, pero otro disparo cerca de su pie hizo saltar varias piedras, deteniéndolo por completo. —No te molestes, no hay escapatoria —sentenció un hombre de baja estatura y con varios kilos de grasa cubriendo su cuerpo. En su mano sostenía el arma que antes pertenecía al muchacho. —No lo mates todavía, Carlos —sugirió René. Un hombre de más estatura, y por creces, mucho más flaco que el anterior—. El hijo de puta armó un buen escándalo en la cárcel, vamos a hacer este trámite lo más traumático posible, como le gustaría a Calavera.
La sonrisa de ambos no era alguna que al muchacho le gustaría ver; unas sonrisas despiadadas, malignas y llenas de odio, que solo ideaban la manera más horrible de castigar al muchacho por sus actos, maquinando todo tipo de atrocidades. Preferiría mil veces un balazo. Carlos se acercó a Junior con el arma apuntando a su cabeza, y con su otra mano comenzó a desabrocharse el cinturón. —Ven aquí niño bonito, seguro sabes el procedimiento —comenzó a decir Carlos mientras se bajaba los pantalones, su maléfica sonrisa no se borró en ningún momento. Un subidón de adrenalina recorrió el torrente del joven, sintió un shock de repugnancia e impotencia en su cuerpo. No quería morir, pero ese precio de vida no estaba dispuesto a pagarlo. —Si lo haces bien puedo plantearme dejarte vivo, y este será tu trabajo matutino —dijo Carlos escupiendo una repugnante risotada. Junior no se movió de su sitio; sus pies estaban clavados en el suelo y sus puños se apretaban con fuerza. Inmediatamente un disparo al suelo lo obligó a reaccionar y apartarse. —¡Vamos, que no tengo todo el día! Comienza de una puta vez…—ordenó Carlos, perdiendo ya la poca paciencia que tenía. Ahora sí, bajó por completo su ropa interior, y su sonrisa se magnificó—. A trabajar niño, que no te sorprenda el tamaño. El muchacho apartó la vista con asco; sus ojos se desviaron hacia otro punto, y entonces… toda esa sensación de repugnancia se esfumó en un instante dando lugar a una sonrisa empapada de confianza. —¿Qué pasa, Carlos? —preguntó Junior, volviendo la mirada hacia el hombre. El chico encogió los hombros y alzó una ceja—. Parece que tienes frio, ¿o es eso siempre así? Ambos esbirros arrugaron los rostros confundidos. —¿El shock te volvió loco?—respondió Carlos con una ira que se hacía ver en su agitada respiración—. ¿Te estás burlando? —¡No me digas! —Junior se divertía con la situación—. ¿Es siempre así? Qué lástima, tienes mi más sentidas condolencias. La cara de Carlos se deformó por la confusión. Era improbable que un mocoso le hablase de esa forma, y en la situación que se encontraba, estaba delirando, seguro eso era. —¡¿Qué mierda dijiste?! —Yo digo… que si tenías pensado amenazar a alguien con esa cosita, al menos asegúrate de que mida más que una nuez. Automáticamente el compañero de Carlos estalló a reír junto con Junior, el semblante de Carlos enrojeció instantáneamente. —Hijo de puta…—balbuceó el hombre mientras se alzaba los pantalones—. ¿Te crees muy gracioso verdad? —dijo a la vez que terminaba de abrocharse el cinturón—. Te voy a… Pero no pudo terminar la frase, el gélido metal de una pistola en la nuca lo interrumpió dejándolo sin habla. —De rodillas ambos —ordenó Roni con gravedad mientras sostenía dos pistolas que apoyaba en las nucas de los dos hombres de Calavera. Los dos hombres obedecieron de mala gana, sentenciando con la mirada a Junior. Fue la última mirada que tuvieron luego de que Roni los ejecutara sin compasión. Junior recogió su arma de las manos inertes de Carlos y se dirigió con su amigo. —Me alegro que aún estés vivo, pequeño Junior —dijo Roni con una forzada sonrisa. —Pequeño y Junior, es un poco redundante —bromeó el joven—. Carajo, Roni… ¿estás bien? Roni intentó brindarle una sonrisa, pero lo único que consiguió fue producir una leve mueca de
dolor. Su antigua cara de hombre bonachón estaba ahora cubierta por una mezcla de sudor, tierra y sangre. Su expresión decaída y su agitada respiración daban a entender que le había costado llegar hasta este punto, y que no daría para mucho más. —Me encuentro bien, no te preocupes. —Tenemos que sacarte de aquí, ahora —subrayó Junior—. Pero no hay ninguna salida de este lado, y aquel portón de allá no parece que se fuese a mover en años, no sé qué podemos hacer. —¿Tienes el medio de trasporte listo? —Todavía no, pero estaba pensando en llevarnos la casa rodante —dijo señalándola con la mirada —. Será un poco lenta, pero nos bastará para marcharnos de la ciudad y estar seguros un tiempo. —Buena idea, entonces prepara el vehículo y fíjate si encuentras las llaves —ordenó Ronaldo dirigiéndose con dificultad hacia uno de los muros del patio próximo al vehículo—. Todavía me quedan explosivos, voy a fabricar una entrada. —¿Estás seguro que puedes hacerlo? —¡Hazlo ahora, Junior! —recalcó Roni, se notaba su cansancio a kilómetros y no deseaba perder más tiempo. Junior lo comprendió y comenzó a movilizarse; ingresó a la casa rodante y comenzó a buscar las llaves del vehículo por todos los rincones posibles. —¡No tiene las llaves, Roni! —gritó Junior desde dentro del vehículo. —¿No sabes hacer un puente? —preguntó el leñador, mientras se ocupaba de instalar los explosivos. —¿Qué carajo es un puente? —¡Chico! Es una forma de encender vehículos cruzando los cables, sin necesidad de las llaves. —¡Ah, pero claro! —exclamó Junior golpeándose la frente—. Lastimosamente yo falté a las clases de delincuencia profesional en la universidad. Roni chistó y se dirigió al vehículo lo más rápido que su adolorido cuerpo le permitió. Apartó a Junior y procedió a quitar el cableado debajo del volante. Junior lo observaba con interés, jamás había visto como realizar aquel procedimiento para encender el vehículo sin las llaves. —¿Es difícil? —No tanto. Presta atención, solo tienes que reconocer cual cable debes cortar y luego unirlos cuidadosamente, pero antes debes tener en cuenta de desbloquear el seguro del volante, no es un procedimiento difícil pero… El sonido de una bala interrumpió la conversación. Junior se apresuró en observar que ocurría y su sangre se congeló al ver a un grupo numeroso de soldados de oscuro, apuntando sus armas hacia el vehículo. Se encontraban a pocos metros, ubicados en un semicírculo justo en frente, mientras se acercaban con extrema cautela, midiendo cada movimiento que pudiesen hacer Roni o Junior. Estaban rodeados. —Roni, nos atraparon —dijo Junior con una sombra de terror en sus ojos. El leñador continuó con su labor sin prestar mucha atención al muchacho, cuidando de no realizar movimientos bruscos para no ser descubierto. —Escúchame, ¿ves el detonador que está en el suelo? Ese mismo, del lado del acelerador. Tómalo —susurró el leñador hablando con prisa—. La bomba está en ese muro de ahí, ¿la vez? Tienes que esperar que los soldados se acerquen más al vehículo, cuando se encuentren aledaños a la bomba, la accionas y volarán todos en pedazos. Yo me encargo del escape luego... —Genial, comprendo… ¿y funcionara? —Junior adoptó la misma modalidad de habla de Roni. —Si lo haces bien no habrá problemas. —Me refiero de si la onda expansiva es lo bastante potente para cubrir a todos… no están muy
cerca. —Espera que estén a un lado... —Espero que sea suficiente… —Baja la voz… actúa sumiso, entretenlos un rato… —¿Los entretengo o soy sumiso? ¡No entiendo! —¡Junior! Solo… —¡No muevan un pelo, o abriremos fuego! —ordenó uno de los soldados, mientras se acercaba a la casa rodante—. Respondan, ¿hay más personas con ustedes? —Entretenlos un rato muchacho, no me queda mucho… —Ya casi están en posición —musitó Junior, aferrándose al detonador—. Solo un poco más… Otra bala atravesó el parabrisas de la casa rodante a modo de aviso. Los soldados comenzaban a perder la paciencia. —¿No me has entendido? —preguntó furioso uno de los oscuros, acercándose al vehículo a grandes zancadas—. ¡Te hice una puta pregunta! Si no responden los llenare de… Junior enseñó sus manos como reflejo, pero no reparó en que todavía sostenía el detonador en una de ellas. —¡¿Qué tienes ahí?! —El soldado de oscuro lo había visto y no le había gustado nada. Apuntó a Junior con su fusil y lo mantuvo en la mira—. ¡Responde la pregunta!, ¿quién más está con ustedes? —Solo hay uno cerca del explosivo, Roni… —susurró Junior con terror en sus ojos. La situación lo estaba sobrepasando. —¡Ya está! —exclamó el leñador al mismo tiempo que el motor se encendía. —¡Carajo! —dijo el soldado apretando los dientes—. ¡Fuego! —¡Mier…! —Junior ahogó sus propias palabras accionando el detonador con prisa. La explosión retumbó de repente derramando decenas de pedruscos al aire y levantando una polvareda gris que cubrió las cercanías. La onda expansiva se llevó consigo solo a uno de los soldados de negro que más cercano se hallaba; el resto de ellos logró cubrirse para responder el ataque de inmediato. Ronaldo se puso manos al volante y aceleró. Los disparos resonaban por toda la chapa; Junior se arrojó al suelo sin dudarlo y de vez en cuando solo sacaba su brazo para disparar a quemarropa. Sus balas no le dieron a nadie, pero al menos asustó a algunos oscuros, quienes procedieron a refugiarse detrás de los autos. Ronaldo aprovechó para cruzar por el hueco que había abierto en el muro y alejarse tumbando a cualquier zombi que se les enfrentara por el camino. El estrépito de la explosión actuó como un teléfono para los zombis, quienes no tardaron a acudir a su llamado, y copar en un suspiro, todo el patio trasero de la cárcel. Las cosas se calmaron para Junior y Roni tras avanzar unos metros, como si se hubiese salido del medio del tornado. Ahora las balas no se centraban en ellos, sino en detener a los monstruos, y poco a poco, esa endemoniada cárcel fue alejándose de la vista del muchacho hasta perderse en el horizonte. —¡Hijos de puta!, ¡eso es para todos ustedes! —vociferó el joven con rabia mientras el vehículo se alejaba. Ronaldo por su lado conducía hábilmente entre los barrios y las calles, esquivando y bordeando zombis y vehículos abandonados. Sin mirar un segundo hacia atrás, el leñador no soltó el acelerador hasta que llegaron a la carretera más próxima. —Bueno, estamos seguros aquí. Junior alzó las manos al cielo y soltó un sostenido grito de alegría. Su cuerpo todavía le temblaba, la adrenalina aún no se había disipado por completo y su corazón volaba en palpitaciones. Pero por
otro lado, el dolor de la herida en su brazo continuaba escociéndole la piel; aunque ya no le importaba demasiado, la sensación de salir vivos de ese horripilante lugar era, sin duda, lo mejor que podría experimentar en ese momento. —¡Es increíble Roni! —vociferaba el muchacho mientras caminaba en círculos—. Todavía no logro procesarlo. Es sencillamente fantástico, nos deshicimos de todos esos infelices. ¡Hacemos muy buen equipo! Roni, al contrario que Junior, no parecía estar disfrutando a pleno del momento. Su mirada estaba perdida en lejano paisaje que brindaba la ciudad a la cual acababan de dejar atrás. Junior no tardó mucho en darse cuenta, su apagada expresión debajo de esa gruesa capa de barba lo delataba. —¿Qué ocurre? —preguntó el joven, su voz había abandonado la alegría de hace unos momentos. La respuesta se hizo esperar alargados segundos en los que Roni solo se abocaba en sostener la mirada hacia aquellos lejanos edificios. Junior sin embargo no insistió, aguardó con temple que su compañero respondiese cuando estuviera listo. —Debo volver… —fueron las únicas palabras del leñador. Por alguna razón Junior ya se esperaba esa respuesta. —¿Por qué?, ¿con que necesidad? Acabamos de escapar de una muerte firmada con sello, ¿y quieres volver ahora? Roni despegó su perdida vista del horizonte y fijó su mirada en el muchacho. —Elías sigue vivo, estoy seguro de eso —dijo a secas. Junior quedó prácticamente congelado, sus labios solo se movieron para pronunciar una única palabra. —¿Cómo…? —Cuando te noquearon, mi hermano y yo seguimos enfrentándonos a esos bastardos, pero eran demasiados. Quisimos escapar ambos por el estacionamiento, pero nos resultaba imposible lograrlo sin que uno quedara de señuelo —explicaba Roni mientras bajaba su vista para recordar—. Yo me ofrecí. —¿Entonces él escapó? —Sí, hasta donde sé él está vivo y prometió que nos liberaría. —Pero jamás volvió —añadió Junior. —Sí, pero si aún continua con vida tuvo que haber escuchado las explosiones —comentó Roni, su voz comenzaba a notarse desesperada—. Si él piensa ir, se topará con ese infierno que armamos. No puedo dejar que vaya solo, debo volver por él —volvió a observar a Junior con una mirada firme—, y tengo que hacerlo solo. —No… ¡Ni lo pienses! No voy a dejar que te suicides volviendo allá. —Ya lo viste Junior, puedo sobrevivir mejor solo que contigo, serías una carga, una molestia. Podrías morir y nunca me lo perdonaría. Lo siento, pero tienes mejores posibilidades de vivir si viajas sin rumbo por la carretera. —No… —respondió Junior tajante. —No es una opción, no voy a llevarte conmigo, pero te enseñaré todo lo que hace falta para que puedas sobrevivir. Te lo aseguro. —Si tú mueres, no te lo perdonaré. —No moriré —respondió—. Te diré algo, dame un par de días. Viaja solo, sobrevive y nos volveremos a encontrar aquí en dos días o tres, cuando el sol esté en lo más alto. Tienes mi palabra, no debería tomarme mucho tiempo encontrarlo, pero si las cosas se complican… —guardó silencio —. Dame unos días… solo eso te pido.
Junior negó con su cabeza. —No, no puedo dejarte. —¡¡Esto no es un juego!! —gritó Roni fuera de sí—. ¡Deja de actuar como un niño! ¡El mundo que conocías ya no está, desapareció! Y si actúas así, no duraras nada. Llegará un momento en que yo no estaré más y no podrás cuidarte solo si sigues pensando como un infante. ¡Madura y actúa como un hombre, mierda! Junior no supo que decir. Roni, por otro lado, se dio cuenta de su mal arrebato y sintió deseos de disculparse, pero Junior no le dio la oportunidad. —Está bien, tienes razón —dijo Junior adoptando una postura más madura, antes de que Roni pudiera comenzar a hablar—. Estaba actuando como un completo infante —rio—. Confió en tu habilidad, sé que nada puede matarte, amigo —palmeó su hombro, acompañándolo con una sonrisa —. Busca a tu hermano y los esperaré en este lugar en dos días… Te doy mi palabra. Roni sonrió con alivio. Le tentaba la idea de darle al muchacho mil y un consejos elaborados sobre cómo sobrevivir, pero no podía darse el lujo de perder más tiempo, le brindó las mejores advertencias que pudo seleccionar y se dirigió a un vehículo que se encontraba abandonado cerca de ahí. —Así, es como se hace un puente a un auto, y recuerda, solo puedes con los vehículos más antiguos. Los más nuevos son mucho más complicados. —Perfecto, no es tan difícil como pensaba. —No, pero solo hazlo si tienes tiempo. —Es un hecho —respondió Junior, animado por su nuevo aprendizaje. —Bien —comenzó a decir Roni mientras perfilaba el vehículo hacia la ciudad, y esperó que Junior bajara del auto para despedirse—. Me voy chico. —Estaré aquí en dos días —repitió Junior. —Espero volver antes que tú, pero… —¿Otro pero…? No te enrosques la cabeza, Roni. Van a volver, son fuertes e inteligentes, ¡nada puede con ustedes dos! Lograron mantener con vida a todas esas personas en el hotel en el primer día de la infección. Ronaldo hizo una mueca de sonrisa de un segundo, pero su mirada continuaba apagada recordando aquellos horribles sucesos en el hotel. —Ustedes son héroes… —continuó Junior—. Me salvaron a mí, y nos salvaron a todos… así que deja todos esos pensamientos negativos que tienes y échales una meada, no los necesitas. Los espero aquí… en dos días. Ronaldo largó todo el aire contenido y sonrió. —Está bien, tienes razón. Aquí estaré, muchacho y recuerda… —dijo Roni sonriente observándolo desde la ventana del vehículo—. Esto, no es un adiós... es un hasta pronto. —Desde luego. El vehículo aceleró y se alejó dejando una densa humareda a su paso, y esa fue la última vez que Junior supo algo de Roni.
Capítulo 12: Lobo solitario
“Volvamos a esos días felices en los que había héroes”. BETTE DAVIS.
—Está bien —interrumpió el presidente de la Nación Escarlata adoptando un tinte severo—. Pero hay una ligera incongruencia en tu historia, ¿te das cuenta que la Nación Oscura aún sigue de pie? Según tus palabras los derrotaste a todos tú solo, con ese amigo tuyo… Zeta alzó la mirada desafiante, no por el hecho de que el presidente estuviera cuestionando su historia, sino más bien le resultó ofensiva la manera en que pronunció las palabras: «Ese amigo tuyo». —Eso creía ¿sabes?, no tengo cada detalle de todos los que estuvieron en la cárcel. No puedo saber quien sobrevivió y quién no. Quizás ellos formaron otra nación, no lo sé. —Eso es verdad… —dijo una voz desde fuera de las rejas. Todos se voltearon para ver a Franco apoyando su hombro en la pared. Al parecer su interrogatorio había finalizado. —Juan fue una de las pocas personas que sobrevivieron a las explosiones, se escudaba en el grupo de Calavera y su hermano Alexander, jefe vigente de la nueva Nación Oscura —explicó Franco observando de soslayo a Zeta—. Lo que dijo el zorro es verdad. Hay otra Nación Oscura. Máximo asintió con severidad, aquella noticia no era alentadora. —¿Terminaste con Juan? —preguntó cambiando de tema. —En efecto. Lo llevé al hospital, a cargo de Santos. Volverá a la celda cuando se recupere. Máximo volvió a asentir. —¿Hizo falta aquello? —Lo hizo. Escupió todo lo que necesitamos saber. Una vez más la cabeza del presidente se meneó de abajo a arriba. Había muchas cosas que pensar y decisiones que tomar. Volvió a dirigir su atención a Zeta pero adoptando una postura menos rígida. —Deberás quedarte aquí un poco más, tengo que solventar algunos detalles con Franco. Cuando termine voy a enviar a alguien para que te libere. Zeta asintió, no parecía molesto por seguir ahí dentro, ahora mismo su cuerpo y su mente estaban ya completamente agotados. Solo deseaba tumbarse una vez más. —Aquí espero. *** —Cierra la puerta, Patricia —ordenó Máximo con temple, se lo veía más relajado que en las celdas, aquel lugar le causaba una sensación claustrofóbica nada agradable. Patricia obedeció la orden ni bien Franco ingresó al despacho del presidente. —¿Te molestaría dejarnos solos? La asistente profirió una mirada extrañada a su jefe, pero obedeció sin decir palabra alguna. Cerró la puerta a su espalda, y solo Máximo y Franco quedaron en la habitación. —Toma asiento, Brandon. —Estoy bien aquí, no creo que esta charla dure mucho. —¿A no? —Lo vas a liberar, no me llamaste aquí para discutir sobre eso, ¿qué quieres saber, entonces? —
preguntó Franco posicionando el peso de su cuerpo en una pierna, mientras se cruzaba de brazos. —Eres de esas personas que no se relajan ni un segundo, ¿no? —Máximo suspiró. Tomó con una mano una botella de licor y la vertió sobre un grueso vaso de cristal—. Bien, lo haremos rápido, ¿qué pudiste sacarle a Juan sobre la Nación Oscura?, ¿algún dato relevante?, ¿cuántas armas tienen, cuántos soldados? Estrategias de ataque, sus vehículos… ¿Algo? —No, nada de eso. Máximo interrumpió su sorbo abruptamente y bajó el vaso golpeándolo contra la mesa que los dividía. —Si me mientes, Brandon... —Juan es un soldado y no uno muy bueno. Sigue órdenes pero no tiene idea de lo que se planifica en la Nación Oscura. No sabe de armas, ni la cantidad de vehículos que poseen; apenas tiene conocimiento de los movimientos que realizan sus superiores —respondió Franco sin achicarse ante el presidente—. Pero si hay varios datos que pueden sernos de utilidad… —Sigue. —Al parecer su presidente Alexander, hermano del hombre que conociste ayer, se dedica a saquear grupos para retener a los hombres y a las mujeres con el fin de infectarlos. —¿Infectarlos?, ¿para qué? —No supo brindarme esa información. El presidente se tomó un momento para meditarlo. —No tiene sentido, si quisieran recolectar zombis podrían hacerlo buscando por la ciudad, ¿para qué detenerse a infectar a las personas? —Quizás… —Franco meditó durante unos segundos—. Quizás no buscan solo zombis… puede que estén buscando la manera de conseguir zombis peculiares, para usarlos como soldados en los enfrentamientos. Máximo subió sus párpados. Lo que decía Franco tenía sentido y concordaba con la forma en la que habían invadido el hotel dónde Zeta se hospedaba con su grupo. —Es una buena teoría, la tendremos en cuenta a futuro… ¿Qué más pudiste sacarle? —Hay algo más… —Franco se dirigió hacia un mapa de la región colgada en un muro, y tras inspeccionar un poco, señaló un punto en particular—. Aquí. —¿Qué es eso? —Aquí es donde queda la nueva Nación Oscura. Máximo se quedó un minuto en silencio, evaluando las posibilidades. Luego de un breve tiempo una sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro y un nuevo sorbo de su licor fue bebido. —¡Esta información es clave! Tenemos una gran ventaja sobre ellos ahora, el factor sorpresa está de nuestro lado —dijo poniéndose de pie para acercarse al mapa—. Esto es importante, Brandon. Debo informar a la nación principal, y ellos decidirán qué hacer. Muy buen trabajo. Franco arqueó una ceja en una mueca de confusión. —¿No es obvio lo que debemos hacer?, ¿por qué debes esperar órdenes? —Porque yo sigo sus órdenes, no puedo tomar decisiones como esta yo solo. —¿Qué?, ¿acaso no eres un presidente como lo son ellos allá? —Digamos que en escala de valores, soy como un gobernador. El presidente, o los presidentes, son los cuatro fundadores de la Nación Escarlata del norte. Franco dobló su labio en una mueca de incertidumbre. —La nación obedece reglas Franco, obedece normas y leyes —comenzó a explicar Máximo—. El no obedecerlas crearía una anarquía, se producirían golpes de estado, y se podría llegar a perder todo
por lo que luchamos. Los errores que cometimos en el viejo mundo no tienen que volver a suceder. Es por eso que no adoptamos los nombres de los países o las ciudades del mundo anterior —El presidente se acercó al escritorio y volvió a tomar su vaso de licor—. Porque somos una nueva generación —alzó el vaso al frente, y bebió todo el contenido de un solo sorbo—. Somos un nuevo mundo. *** El bostezo que expulsó de su boca fue tan fuerte que su rostro tembló levemente. Zeta se encontraba aún es esa reducida y sucia celda. Muchos pensamientos venían a su cabeza, pero ninguno encontraba la manera de saber lo que su futuro le depararía. Desde hacía mucho tiempo que no pertenecía a un numeroso grupo de personas, todas juntas, conviviendo en sociedad. Su última experiencia no había sido amena y se había jurado a sí mismo no volver a involucrarse con otra gente de nuevo; pero sin embargo ahí estaba, había hecho un amigo nuevo en su viaje. Había hecho también nuevos enemigos, quienes resultaron no ser tan malas personas, pudiendo volverse en potenciales nuevos amigos… y de nuevo, ahí estaba, involucrándose con otro grupo, con otra gente. —Supongo, que no hay vuelta atrás —se dijo a sí mismo en un susurro—. Quizás deba darles una oportunidad… En ese momento el sonido de unos pasos acelerados lo expulsó de sus pensamientos. Se levantó de su cama y se acercó a las rejas. Una perfecta figura femenina de metro setenta y cuatro; y una hermosa cabellera castaña, recogida en una colita que caía por su espalda, abrió la puerta de la celda deslizándola hacia un lado. —¿Ya puedo salir? —Sí, ¿cómo te sientes? —preguntó Samantha con curiosidad. —Estuve peor… —contestó el muchacho a secas. —Ya lo veo. Se produjo una pausa en el que ninguno aparto la mirada del otro, hasta que un suspiro por parte del muchacho cortó el silencio. —Escúchame—comenzó a decir Zeta—. Lo que pasó antes, te pido disculpas. Actúe como un niño. —Actuaste como un hombre, uno muy maleducado, pero qué más da —dijo la muchacha restándole importancia—. Además… yo también actué como una niña. No debí haberte tratado así… tendría que haberte dejado continuar tu historia. Lo lamento. Zeta sonrió. —No pasa nada. —Si pasa…todo lo que te pasó fue terrible. Todavía me siento muy mal cuando lo recuerdo, así que no quiero imaginar lo que sentirás tú… —Ya pasó bastante tiempo desde ese suceso, las heridas sanan lentas, pero sanan al fin y al cabo — sus palabras intentaron ser alentadoras, pero su voz aún denotaba un color oscurecido por la amargura—. Todos pasamos cosas terribles… es cuestión de seguir adelante, ¿no? Ahora fue Samantha quien bajó la mirada conteniéndose. —Si… —dijo la oji verde con un hilo de voz—. Pero no hay que pensar en eso ahora. Sígueme, te mostraré la nación... Tu nuevo hogar. Samantha frenó al dar dos pasos. —Claro que… puedes elegir marcharte si quieres —dijo la muchacha volteándose para observarlo. —De momento voy a quedarme y darle una oportunidad.
Sam sonrió. —Me alegra oír eso —la jovencita desvió la mirada hacia la muda de ropa que Rex le había dado a Zeta—. Todavía no te cambiaste. —Lo que pasa es que no quiero ensuciarla —confesó el joven—. Hace mucho que mi cuerpo no conoce lo que es una buena ducha —olisqueó por debajo de su axila y al instante produjo una mueca desagradable de asco—. Ni un buen desodorante... Samantha sonrió de nuevo. —Bien vamos, primero te enseñaré la nación por dentro. El joven asintió gustoso, mientras se colocaba a su paso. No tardaron demasiado en salir de las celdas, el pequeño edificio se reducía a una red de murales prefabricados, con resistentes rejas de acero que separaba una celda de otra. Zeta notó que no había más personas encerradas y se cuestionó si sería el único recluso junto con Juan, aunque no le importó demasiado como para preguntarlo. Sin embargo, recordar a Juan lo hizo pensar en otra pregunta que si prefirió realizar. —¿Dónde está el tipo ese de la Nación Oscura? —¿Él? Todavía está en rehabilitación en la enfermería. —Franco no lo trató muy bien, ¿eh? Samantha se detuvo en seco, justo antes de cruzar la puerta que los llevaría fuera de la prisión. Dio media vuelta y clavó una fría mirada en Zeta. —Tuvo órdenes específicas para hacer lo que hizo, Franco no es el monstruo que tú crees. Es más bueno de lo que piensas, solo está inseguro contigo, ¿puedes culparlo? —No. Es verdad, yo tampoco confiaría en mí, pero de todas formas no confío en él. —¿Por qué? —Llámalo intuición. —No tienes nada sólido. —Dos golpes por la espalda es bastante sólido para mí. —Solo intenta darle una chance, si te parece bien hablaré con él más tarde para que puedan arreglar las cosas. —No creo que funcione, pero es tu decisión. —Verás que no es una mala persona —concluyó la muchacha finalmente abriendo la puerta. Luego de dos gruesas puertas de seguridad, defendidas por innumerables cantidades de pasadores y candados, ambos pudieron salir al exterior. Al contrario de la lúgubre prisión a sus espaldas, afuera radiaba un sol intenso, abriendo lugar a un patio dónde dos edificios se enfrentaban el uno al otro. El primero, más pequeño y de estructura simplista, era el sector de las celdas; el segundo se trataba de nada menos que del despacho del mismísimo presidente. De dimensiones más elaboradas y contando con dos pisos de un edificado que cubría todo lo ancho del patio. —Este sector es conocido como el ala norte, la Nación Escarlata se divide en tres grandes sectores que más adelante conocerás. —¿Por qué le dicen ala norte? —La jerga comenzó en la sede de la Nación Escarlata principal, en dónde en el ala norte se encuentra siempre el presidente. Si quieres verlo, solo hay que ir al norte, ¿entiendes? —Parece lógico. Samantha avanzó unos pasos y señaló al edificio del frente. —Esa oficina de abajo pertenece al presidente Máximo, es aquella puerta de madera. A su lado, por la otra entrada más pequeña se encuentra su asistente Patricia, pero pasa muy poco tiempo ahí, la
mayoría de las veces está afuera recorriendo la nación. Es una persona muy activa —Sam extendió su brazo señalando al segundo piso—. Ahí es dónde Máximo tiene su dormitorio. Ya que es el presidente es el único con una habitación privada, todos los demás nos alojamos en otro sector que te mostraré más adelante. —Suena genial —dijo Zeta, y se volvió a la prisión—. Mantiene a sus enemigos cerca, ¿eh? —Sí, supongo que su panorámica no es tan buena, pero no tuvimos muchos prisioneros últimamente, hasta donde sé tú y Juan son los primeros. Esa frase respondía la pregunta que Zeta se cuestionó hacía unos minutos, pero ahora inculcaba una nueva. —¿Hace cuánto existe esta nación? —Pues verás, yo no pertenecí a esta nación en sus inicios, pero estimo que están activos hace un mes o poco más. —Entiendo —dijo Zeta, pero su atención se desvió hacia un portón enorme ubicado en la parte este del patio. Una pizca de curiosidad se produjo en él—. ¿Qué hay ahí dentro? La muchacha sonrió. —Curioso que lo preguntes, ¡ven! —invitó Sam, mientras se dirigía a paso veloz a un portón de chapa oxidado que daba el ingreso a un enorme tinglado—. Esto te va a encantar. Samantha comenzó a deslizar con esfuerzo la puerta hasta lograr abrirla lo suficiente como para que ambos pudieran pasar. En el interior el lugar se encontraba impregnado de oscuridad hasta que la oji verde encendió las luces, quedando al descubierto un estacionamiento enorme repleto de vehículos. Entre los distintos modelos, allí se hallaban las camionetas con ametralladoras montadas que los habían salvado de un aprieto el día anterior; un ómnibus; tres motos y ocho autos; pero atención de Zeta se dirigió hacia un solo vehículo: Su casa rodante. —¡Pensaba que no volvería a verla! —exclamó el muchacho dejando escapar una carcajada de felicidad. —Que pesimista, ¿no pensabas que sobrevivirías? —No realmente —respondió, mientras se acercaba al vehículo para inspeccionarlo—. Pensaba que ustedes no sobrevivirían —palpó parte de la puerta de la casa rodante con su mano—. Hey, este rayón no estaba. —Bueno, si te hace sentir mejor el vehículo sigue siendo tuyo y ya le pedí a los mecánicos si pueden instalarte otra llave para que dejes de encenderlo con esos cables. —Esta abolladura tampoco estaba… Luego de una constante ida y vuelta de palabras, de una discusión que no parecía tener fin, sobre si el rayón en la camioneta de Zeta, había sido o no, culpa del grupo de Sam, decidieron continuar el recorrido. El lado oeste del patio presentaba una entrada en arco, que conectaba mediante un estrecho pero extenso pasillo al siguiente sector. —Esta es el ala central, aquí pasamos la mayor parte del tiempo —explicó la oji verde mientras avanzaban siendo golpeados por una oleada de personas que realizaban sus labores diarios. Soldados vestidos con vestimenta militar, teñidas en color escarlata y negro, se paseaban por los pasillos saludando con respeto a cada quien que se le cruzase. Inclusive a Zeta le pareció ver un perro intentando atrapar una pelota que su dueño le había lanzado a lo lejos. El ala central contenía edificaciones desde todos los ángulos con un gran jardín en su centro cubierto por césped. A la izquierda y derecha se alzaban las aulas de lo que anteriormente había sido una simple universidad; ahora dichas habitaciones cumplían distintas funciones y Samantha se
encargaba de enumerarlas mientras recorrían los pasillos. —Ya conoces esta parte, pero te daré un breve repaso; a tu izquierda está el depósito, la enfermería, la sala de armas y habitaciones destinadas a distintas actividades denominadas divisiones. Luego te hablo de ello —continuó la muchacha, dirigiendo su mirada hacia el sector opuesto—. A tu derecha está la cocina, a su lado el comedor, y de nuevo, las distintas divisiones. Samantha dirigió a Zeta hasta el centro del jardín y lo invitó a mirar hacia arriba. —Por esas escaleras de allá —señaló la muchacha a su retaguardia; hacia unas escaleras en espiral, ubicadas justo a un lado de la puerta en arco que daba al ala sur—, se accede al sector superior del ala central. Arriba están los dormitorios comunales, a la izquierda, los dormitorios para las mujeres y a la derecha para los hombres. Quizás más adelante planifiquen hacer dormitorios para cada uno, pero solo será posible cuando la nación pueda expandirse más allá de esta vieja universidad. —Ya veo, y ahí está el puente donde me gritaste —dijo Zeta girándose para observar un puente que conectaba los dos edificios principales ubicados al final del ala central. —No me lo vas a dejar pasar, ¿no? —sonrió la muchacha mientras avanzaban. —Jamás —sonrió Zeta. Al cruzar por completo el jardín del ala central y pasar por debajo del puente el sector cambió. Samantha y Zeta continuaron hasta toparse con el portón principal; custodiado por los centinelas y soldados de la nación, que se paseaban por una red de pasarelas que se conectaban entre sí, permitiendo la visión aérea a las afueras de la nación. —Este el último sector; el ala sur, en este lugar se encuentra el portón que permite el único acceso a la Nación Escarlata. —¿Qué pasa con el estacionamiento? Había una salida también por ahí. —Sí, el problema es que la salida de ese sector está a menudo infestado de monstruos, nos toma días limpiarlo para sacar los vehículos de nuevo, y como ayer ya los usaron para rescatarnos, seguro que se ha vuelto a llenar… es un poco complicado utilizar esa salida. —Son toda una plaga estos putos zombis, ¿eh? —dijo Zeta observando con incomodidad como todas las personas lo miraban al pasar. —Tranquilo, es normal que te miren así, eres el nuevo y además llevas la ropa de la Nación Oscura. —No puede ser solo la ropa… —comentó Zeta, pero las miradas se incrementaban a medida que seguía recorriendo el lugar—, pero, ¿qué tal si vamos arriba? —Como gustes —aceptó la muchacha. Ambos se dirigieron a las escaleras. Desde el segundo piso la nación podía apreciarse con mejor detalle; el pasillo que conectaba la parte de arriba era completamente abierto, con un balcón que permitía una visión completa del lugar. —Los baños están por aquí —dijo Sam guiando al joven por los pasillos—. Como verás este sector no es distinto al de abajo, la diferencia es que aquí arriba todo está reservado para las habitaciones comunales, tu amigo Rex debería estar en algún lugar de por aquí. —Entonces, ¿aquí duermen todos? —Exactamente, y por aquí finalmente llegamos a los baños —señalo Sam—. Supongo que querrás bañarte, también puedes usar el agua caliente si lo deseas. —Discúlpame, ¿dijiste agua caliente? La joven asintió con una sonrisa pegada al rostro. —¡No puede ser! ¿Puedo? —preguntó Zeta con medio cuerpo ya metido en la puerta del baño. —Por supuesto, pero antes —comenzó a decir Sam, mientras el joven ya se encontraba dentro del
baño dirigiéndose a las duchas—, debes ir a buscar tu ropa a las celdas. Olvidaste traerla. Aún desde fuera, Sam pudo escuchar a la perfección el grito desalentador que Zeta profirió, y le fue imposible no sonreír. *** Era increíble. No solo ese sujeto sin nombre podía deambular tranquilamente por donde quisiera, sino que ahora el presidente no tenía las agallas suficientes para organizar un ataque a la Nación Oscura. Ataque que les beneficiaría a todos a futuro, sin tentar a la suerte de ser ellos los asediados. Solo era cuestión de lógica percatarse de que esos bastardos de oscuro debían ser exterminados cuanto antes. No podía permitirse perder demasiado tiempo, conocía bien a Calavera y su particular manera de salirse con la suya. Tenían que actuar rápido, lo sabía, pero por el momento solo debía cumplir las órdenes del presidente. Quizás con el tiempo suficiente y la confianza adecuada podría persuadir a Máximo para organizar el golpe… aunque quizás podría haber otra manera más directa de llegar hasta él. Franco recorrió el pasillo de las habitaciones comunales a paso acelerado, dirigiéndose directamente a su litera; la numero veintiséis del lado derecho. Rebuscó entre su armario su equipo de centinela y comenzó a vestirse. No quería dejar pasar demasiado tiempo sin hacer nada, no le agradaba la tranquilidad y no tardó mucho tiempo en equiparse con sus botas, su chaleco antibalas y sus protectores. —Hola Franco, ¿podemos hablar un segundo? —Sam, justamente estaba por buscarte. —¿Si? —la muchacha tomó asiento en la litera de su novio, mientras él continuó de pie—. Yo también quería preguntarte sobre algo… pero dime tú primero. —Sí, lo que pasa es que al recabar los datos de los reclusos hemos descubierto una información muy importante —comenzó a explicar el soldado—, la ubicación de la nueva Nación Oscura está a unos cuantos días de distancia tomando la ruta que va al sur de la región. Si nos apresuramos podemos disponer del factor sorpresa y acabar con ellos fácilmente sin necesidad de arriesgarnos a que ellos ataquen primero. Samantha asintió. —¿Qué quieres que haga? —Máximo no va a atacar a la Nación Oscura sin primero pedir permiso a los presidentes de la Nación Escarlata del norte, pero aun así no sabemos si ellos van a aceptar abrir un enfrentamiento armado. Ya que tú eres su sobrina, podrías llegar a persuadirlo... —¿Persuadir al presidente de atacar a otro grupo? —En resumen, sí. —¿Estas consiente de que sería prácticamente declarar una guerra? —¡Claro que estoy consciente! Samantha sonrió con incredulidad. —No puedo creer que me estas pidiendo una locura como esa Franco… —No es una locura, Sam… Estamos en peligro, Máximo jamás debió dejar libre a ese sujeto… — Franco hablaba con prisa e inquietud—. ¿Crees que ellos se tomarán el mensaje con alegría?, ¿no crees que pensarán atacarnos? Escuchaste lo que dijo el Zorro, capturan personas y las asesinan por diversión. Tarde o temprano si no nos adelantamos a sus pasos, van a hacer lo mismo con nosotros. —Yo entiendo que el mundo se fue al carajo, pero no es motivo suficiente para iniciar una guerra
Franco, es muy precipitado. Yo creo que Máximo hace bien en sugerir esto a sus superiores, después de todo, si edificaron una de las naciones más grandes debe ser porque saben lo que están haciendo. —No entiendes como funciona Calavera… —¿Y tú si lo entiendes? —la mirada de Samantha se fijó a la de Franco con seriedad. —Bien, da igual. Intentaré convencer por mi lado al presidente —dijo el soldado cambiando el tema con rapidez—. ¿Qué querías preguntarme? Samantha se tragó sus palabras de momento y decidió seguirle el juego. —Es sobre Zeta… *** La máquina de afeitar recorría de lado a lado su rostro con perfecta sincronización. Sentía agradable el aroma a limpieza que manaba de su cuerpo, lo había extrañado; su empapado pelo se acomodaba como él quisiese con solo pasar sus dedos entre ellos y su nueva ropa tampoco lucia nada mal frente al espejo. Ese Jean azul con textura deshilachada en las piernas y su camiseta blanca con las mangas y el cuello en color negro, le brindaba un increíble aspecto; decidió conservar su viejo cinturón rojo, le gustaba la combinación que ofrecía. También se tomó unos segundos para apreciar su buen estado físico, atribuido por supuesto a las constantes situaciones en las que tuvo que escapar corriendo. Nunca en toda su vida se sintió tan activo como hoy en día. —El puto apocalipsis tiene sus ventajas —bromeó para sí mismo. Zeta salió del baño luego de terminar de alistarse con unas buenas zapatillas deportivas y se dirigió a las escaleras; en el camino se cruzó con algunas personas que lo saludaron con amabilidad. Le pareció raro pero devolvió los saludos de manera educada. —Entonces si era por la ropa —sonrió ante la ironía. Bajó las escaleras a paso lento, viendo todo a su alrededor, ya había examinado la nación por completo pero la cantidad de gente que había ahí le resultaba interminable de reconocer. Dirigió sus pisadas al ala sur, donde decidió comenzar a buscar a su compañero de viajes: Renzo Xiobani. Al recorrer un pasillo lateral pudo observar como dentro de algunas aulas se ejercían diversas actividades; en una habitación con el suelo forrado de colchonetas, algunas personas practicaban lucha entre ellas. La siguiente puerta se encontraba cerrada, pero a través de las ventanas pudo ver gente manipulando armas en una sala extensa; le sorprendió que el sonido de los disparos apenas podía escucharse desde dónde se encontraba. Anonadado y distraído por las distintas actividades que se llevaban a cabo en ese refugio, no pudo notar una pequeña bola de tenis que le golpeó el estómago. Zeta depositó ahora toda su atención en la baboseada y deteriorada pelota que rodó entre sus pies. Se inclinó para recogerla, y en ese segundo, un perro negro, de considerable tamaño, se acercó a grandes zancadas hacia él. Zeta retrocedió de repente pero el can frenó la carrera justo a un paso. Al darse cuenta de que no corría peligro, el muchacho de cabello en puntas se permitió relajar los músculos y adoptar una postura erguida. Le cedió el pequeño juguete a su dueño canino, mientras lo observaba mordisquearlo con total alegría, meneando su cola de un lado a otro. —¡Lo siento, amigo! —dijo una voz a lo lejos, acercándose a Zeta. Un hombre se acercó hasta él y le tendió la mano. El sujeto a simple vista parecía de los que les encanta hacer ejercicio a diario, músculos pronunciados y una mano que lo sujetó con fuerza y seguridad. A juzgar por su uniforme azul oscuro parecía pertenecer a las fuerzas policiales. —No te vi y cuando lance la pelota ya era demasiado tarde. Espero no haberte asustado.
—No pasa nada, tranquilo. —Qué bueno. La gente todavía no se acostumbra a él, no los culpo, ya que es nuestro primer día en la famosa Nación Escarlata —dijo frotando la cabeza de su perro mientras esbozaba una sonrisa a su compañero—. Pero ya lo harán, no da tanto miedo cuando vuelves a mirarlo. A Zeta le sorprendió que hubiera alguien todavía más nuevo que él, pero le agrado ese hecho. —Pues sí, ahora que lo veo bien parece más amable, incluso tierno, ¿qué raza es? —Yo no sé mucho de perros, pero se parece a un Bóxer americano, o eso me dijo una amiga mía. —Si, en apariencia, pero si te fijas bien este es mucho más bonito que un bóxer; su hocico es más alargado y sus orejas son caídas en vez puntiagudas. Quizás no sea de una raza fiel. —Si estuve pensando en eso también, pero cuando la gente pregunta simplemente les digo que es un Bóxer Americano —respondió riendo. —¿Y cómo es su nombre? —preguntó Zeta animándose a frotar al can, con un atisbo de miedo que se esfumó por completo cuando el perro aceptó las caricias. —No lo sé, ni siquiera es mío… —¿En serio? —Lo encontré después del día rojo, aunque en realidad no fui yo quien lo encontró, lo hizo otro grupo de personas —explicó el hombre—. Resumiendo las cosas, digamos que ese grupo me permitió quedármelo. Es un gran perro y por alguna razón solo me obedece a mí. —¿Entonces no tiene nombre?, ¿no pensaste ponerle uno? —No me malinterpretes, intenté llamarlo de muchas formas, pero no responde a los nombres que le escojo —observó a su compañero cuadrúpedo perseguir la pequeña pelota que se le había escapado de la boca—. Solo responde al término de chico. —¿Chico? —Sí, observa. ¡Ven aquí, chico, siéntate! El perro instantáneamente dejó la pelota y corrió hacia su dueño, para terminar sentado a su lado. —Interesante, entonces eres como yo pequeñín —dijo Zeta, dirigiéndose al perro—. Ninguno sabe cómo nos llamamos. —¿A qué te refieres? Zeta volvió a erguirse para hablar con el presunto policía. —Quiero decir que yo no recuerdo mi nombre —confesó un tanto avergonzado—. Pero me dicen… Zeta. —¿Zeta?, ¿cómo la letra? En ese momento el perro emitió un ladrido, seguido de una sacudida acelerada de su cola. Ambos observaron al perro, pero continuaron en su charla. —Sí, Zeta. El perro volvió a ladrar y a sacudir su cola con fuerza. —¿Qué pasa chico?, ¿te gusta ese nombre? —preguntó el hombre con interés—. ¿Zeta? El perro dio un giro acelerado volviendo a ladrar. Su pequeña cola se movía de un lado a otro con fervor. —¡Mira, nada más! Voy a probar algo, si me permites —dijo el hombre. —Sí, adelante. — ¡Zeta, sentado! El perro obedeció la orden sentándose, al igual que el Zeta original, quien cruzó las piernas para sentarse en el suelo al lado del can. —Lo siento, el chiste fácil me tentó —dijo Zeta, incorporándose mientras reía—. Parece que le
gusta ese nombre —volvió a acariciar al perro—. Puedes quedártelo si quieres, pero con una condición. —Sí, ¿cuál? —No es mucho, solo para no confundirnos —dijo el joven, acercándose al perro para mirarlo de frente—. Te llamaré: El pequeño Zeta. *** —¿Qué pasa con el Zorro? —Creo que le debes una disculpa… por haberlo golpeado. Deberías hablar con él. —¿Para qué? Sigo sin confiar en ese sujeto, me da mal augurio. Creo que traerá desgracia a la nación. —No es para tanto, él es una buena persona. —Lo dudo... —dijo Franco resonando los dedos de su mano mientras se apoyaba en la pared—. Además, ¿desde cuándo confías tanto en él?, ¿te olvidaste cómo te amenazó en la ruta? La muchacha también se incorporó. —Solo se cuidaba a sí mismo y además nosotros le arrebatamos todas sus pertenencias, eso fue peor… —Te dije que lo llevaríamos con nosotros si no resultaba peligroso, pero resultó serlo. Si hubiese actuado de otra manera lo habríamos traído. —Está bien, yo también le tuve miedo en su momento Franco, pero deberías haber escuchado toda su historia. La pasó muy mal y no me extraña que no confíe en nadie después de haber sido capturado por la Nación Oscura. —Todos la pasamos mal, Sam —refutó Franco acercándose a la muchacha—. Tú sobre todo. La oji verde tragó saliva; esas palabras golpearon su pecho atravesándola por completo. Sintió como un nudo de angustias se acrecentaba en su interior, y en ese mismo momento, no tenía deseos de recordar aquellos sucesos que la perturbaron en el pasado. —Sabes que no quiero volver a hablar de eso... El joven se percató de su error y se le acercó, pegándola a sus brazos. —Lo siento Sam. —No importa… —dijo la muchacha con la voz entrecortada, intentando retener sus lágrimas—. Solo te digo que le des una oportunidad a Zeta y a Rex. —Lo siento, pero no puedo hacerlo. Mira, Rex no me molesta en absoluto, es el Zorro quien debe ganarse mi confianza, pero dudo que lo haga. —Eres muy cabeza dura cuando quieres, yo no lo veo tan mal sujeto ¿sabes? —¡Samantha! —pronunció, en tono elevado y autoritario—. Ese tipo te apuntó a punta de pistola, ¿cómo quieres que confíe en alguien así? —Solo fue más inteligente, supo nuestros planes apenas bajó del vehículo —contestó la muchacha elevando también su voz. —¡Deberías aprender a mentir mejor! —¡Ah, pero tú si eres experto en mentir!, ¿verdad? —exclamó Samantha, apartándose de Franco con brusquedad—. ¿Dime cuándo pensabas decirme sobre ese escuadrón de la muerte?, ¿y sobre Calavera? —¿Qué…? —Anna me lo contó todo… Franco guardó silencio sin despegar la vista de esos perfectos ojos verdes que lo observaban. Su
rostro se mantuvo inexpresivo y sus ojos se ensombrecieron de repente; y sin decir nada más, comenzó a alejarse. La muchacha intentó tomarlo del brazo pero el joven no se lo permitió. —Lo siento Samantha, esto no es algo que suele decirse a una novia —sentenció Franco sin siquiera mirarla—. Pero hay ciertas cosas de mí es mejor que no sepas. *** Luego de una divertida charla con aquel amistoso policía y su juguetón perro, el hombre finalmente decidió dar fin a la conversación y marcharse. —Espera… —dijo Zeta mientras el policía se alejaba—. No sé tu nombre. El hombre se detuvo. —De todas formas estoy de paso por aquí, me dirijo hasta otro lugar, así que no nos veremos mucho, pero… —bajó la mirada reflexionando algo en su mente—. Soy Adam —dijo finalmente alzando la mirada—. Adam Ramsey. —Que tengas suerte, Adam, y tú también pequeño Zeta. Luego de despedirse. Zeta decidió que sería mejor terminar de encontrar aquello que buscaba en un principio; pero por azares del destino, fue él quien fue encontrado primero. —¡Zeta! Al fin te liberaron —gritó Rex a la distancia mientras caminaba hacia su compañero—. ¡Y al fin te bañas! A penas te reconocí sin suciedad y sangre en toda la cara. —Soy más hermoso de lo que creías, ¿verdad? Tú por otro lado sigues siendo tan feo como un grandote. —Y tú eres tan feo como un zombi cortador después de haberse querido lavar la cara. —Púdrete, cabeza de tortuga. —Mira quien habla, erizo despeinado. Ambos interrumpieron la charla para reír y pasarse la mano. —¿Y entonces… ya no quieres matar a nadie aquí? —preguntó Rex con ironía. —Por ahora no —contestó Zeta entre risas—. Los dejaré vivir un poco más. —Eso es bueno —dijo divertido mientras desviaba su mirada para observar a un grupo de centinelas aglomerados en la salida de la nación. Le sorprendió ver a Franco entre ellos—. ¿Ese tipo nunca va a quedarse quieto? —Pregúntame de nuevo si quiero matar a alguien, creo que acabo de reformular mi respuesta. Zeta y Rex continuaron observando con atención como aquellos centinelas se movilizaban para salir. También se sorprendió por las meticulosas medidas de precaución que se tomaban a la hora de abrir la puerta, que rozaban el límite de la exageración; grupos reducidos, pero muy bien armados de centinelas, se encargaron de eliminar la amenaza que se acercase a la puerta mientras el grupo que salía hacia afuera se organizaban para cruzar la puerta de uno en uno. En las pasarelas de chapa que rodeaban la parte alta del muro y la puerta principal, había seis centinelas cuidando las lejanías con rifles de precisión. —¿Confías en este lugar? —preguntó Zeta, sin apartar la mirada de la puerta, en busca de algún punto débil. Rex llevó su mano al mentón en un gesto de reflexión mientras evaluaba su respuesta. —Debo admitir que su seguridad es buena, sus efectivos armados son bastantes y parecen saber lo que hacen —respondió el joven mecánico—. Además, vimos cómo pudieron hacer frente a una gran horda de zombis sin contar con ninguna baja. Hemos conocido la sala de armas y tienen un arsenal envidiable, y no olvidemos que centinelas como Anna, tienen una puntería fabulosa y son realmente capacitados para detener sin problemas a los zombis peculiares. Así que sí, confió en este lugar.
—No me refiero a eso, Rex —contradijo el joven, con seriedad—. No quise decir que no puedan contra los muertos. Son los vivos, como Calavera y la Nación Oscura los que me preocupan más. —En eso te acompaño, pero no hay manera de saber con exactitud si estamos preparados o no, solo nos resta esperar, y si llegasen a atacar ahora —hizo una pausa—. Debemos estar atentos. —El problema no está en si nos atacan ahora, Rex. El problema está en si no lo hacen… Rex dejó el tema en el aire y comenzó a caminar alejándose de Zeta. —No hay que pensar en eso ahora, vamos tengo algo que mostrarte. Zeta se limitó a asentir y lo siguió, pero justo en ese instante, una mujer hizo resonar sus tacones con fuerza para igualarles el paso. De impecable postura y de una mirada impregnada en seguridad; la secretaria del presidente se presentó ante ambos con una notoria prisa. — ¿Qué pasó? —inquirió Rex. —Ustedes son Zeta y Renzo Xiobani, ¿sí? —preguntó la mujer, aunque más parecía una afirmación, ya que no les dio tiempo a responder—. Mañana los quiero en mi oficina temprano para una entrevista personal, en dónde me detallarán un poco sus vidas y sus intenciones para con la Nación Escarlata, ¿sí? Recuerden también seleccionar alguna de las dos ramas de trabajo, que ya le mencioné a Xiobani ayer, ¿se lo explicaste? —Em… —No importa yo lo hago. Hay dos ramas de trabajo —comenzó a explicar Patricia con apuro—. La primera es trabajar como explorador, cuyas tareas principales son la búsqueda de suministros y cualquier bien útil para la supervivencia. Así como la exploración de zonas inhóspitas, rescate y puede que alguna limpieza menor. —¿Limpieza? —inquirió Zeta confundido. —Significa despejar la zona por si la misma se encuentra habitada por zombis —recalcó la mujer corriendo el flequillo dorado de su frente—. La segunda rama de trabajo es cumplir rol como centinela escarlata; sus tareas son las más difíciles y también implica limpieza, pero en este caso de zonas mucho más pobladas de zombis; enfrentamientos armados contra otros grupos; búsqueda y rescate de supervivientes a la deriva y guardar seguridad tanto dentro como fuera de las puertas de la nación. Queda explícito que contarán con mucho más armamento y un equipamiento más completo que el de un explorador. —Carajo… —No hace falta que me respondas ahora, lo podrás pensar hasta mañana. —Bien, supongo. —Piénsenlo y nos vemos en mi oficina. No falten. Patricia se fue tan rápido como llegó. Zeta y Renzo compartieron miradas confundidas, al parecer ahora tenían que aportar su grano de arena para poder reclamar un derecho de piso en la Nación Escarlata. *** Las oxidadas bisagras del armario rechinaban de manera muy molesta cada vez que Rex abría la puerta y esta vez no fue la excepción. —Dijeron que nos acostumbraríamos al ruido —comentó Rex mientras rebuscaba entre una desordenada pila de ropa algo dentro del diminuto armario que compartía con su compañero—. Mierda, ¿dónde está? Mientras tanto Zeta se arrojaba a su cama. —Siéndote honesto amigo, las de la prisión eran más cómodas.
—¿Dónde está? —repitió Rex sin prestar atención a su compañero. —Pero si lo piensas es lógico, las camas de la prisión no se usan tanto como las de aquí. —Estoy seguro que lo puse por aquí, justo aquí, ¿y ahora no está? —¿Crees que el presidente me deje traerme esa cama? Después de todo, ya la usé una vez. —Este armario es muy estrecho… ¡Mierda!, toda esta ridícula ropa que trajiste me marea — expresó Rex estresado mientras apilaba detrás de él todo lo que estorbaba su búsqueda. —Quizás se lo pregunte a Sam —continuó Zeta cruzándose de piernas mientras observaba hacia arriba—. Al principio empezamos con el pie equivocado, ¿sabes?, pero creo que podemos llevarnos muy bien. Es realmente divertida y parece una chica muy interesante. —¡Lo encontré! —exclamó triunfante mientras se colocaba de pie. —¿No escuchaste nada de lo que te dije? —Eso no importa —interrumpió el mecánico—. Pero te aseguro que esto sí —dijo, mientras le tendía un grueso y descuidado cuaderno de cuero. Zeta no tardó en saltar como un resorte de su cama y arrancar el libro de las manos de Rex. Se trataba de nada menos que su tan anhelado diario. Una sonrisa de felicidad se dibujó en su rostro y se desdibujó un segundo después. —¿No lo habrás leído…? —preguntó frunciendo el ceño. —Me ofendes, erizo despeinado. Fue Sam quien me lo entregó ayer, dijo que no dejó a nadie acercarse al diario. La chica te respeta. —Eso es bueno —respondió Zeta al mismo tiempo que hojeaba su diario con detenimiento—. Pero esta vez seré más cuidadoso, lo tendré siempre cerca —se acercó a su cama y depositó el cuaderno debajo de su almohada. —Nunca te lo pregunté, pero si no deseabas que nadie supiera tus secretos, ¿por qué escribirlos en un diario? —Es terapéutico, en muchos casos de pérdida de memoria es aconsejable escribir día a día todo lo que vas pasando. —Ya entiendo, lo haces para no volver a olvidar nada nunca más. —En realidad, no es solo eso —respondió Zeta, aclarándose la garganta. —No espera, ¿estas por hablar con ese tono que usas cuando vas a explicar algo largo y aburrido? —Hay otro asunto por el cual lo hago. —Me lo veía venir… —Te explico. La mente humana, en palabras sencillas, es asociativa. Esto quiere decir que el simple hecho de pensar en una cosa puede hacernos pensar en otra, distinto a lo que pensábamos con anterioridad. —Ajám, ¿y esto que tiene que ver con tu diario? —A eso voy, mira te pondré un ejemplo; eres un mecánico, te gustan los autos, ¿no? Supongamos que ves pasar por la calle un auto que te encantaría tener, pero ves que tiene un color mostaza que no te agrada en lo absoluto; y en ese momento, comienzas a pensar en un color que te gustaría para ese auto. Supongamos que pensaste en el color verde. —¿Es por la gorra? —Entonces al pensar en el color verde que te gustaría ponerle al vehículo, se te viene a la cabeza un recuerdo: Deberías haber cortado el césped hoy y no lo hiciste. —No creo que a mis padres le importen. —Ese recuerdo que te vino a la mente; como por arte de magia, sobre cortar el césped, fue una asociación de tu mente con el color verde, del auto y del césped.
—A ver, a ver, ¿por qué estoy pensando en el césped, cuando estaba pensando en el auto? —Porque ese recuerdo vino a tu mente asociando esos colores; en menos de una fracción de segundo, tu cabeza de tortuga es capaz de asociar el color del vehículo con todos los colores verdes que conoces, como el césped; y automáticamente asociar el césped con la tarea que no realizaste; luego asociar esa tarea con la persona que te mandó a realizarla, supongamos, tu madre; por último llegas a la conclusión de que te castigaran por eso; entonces te frustras y te desanimas…—concluyó el muchacho—. Y todo eso llegó a tu mente solo por ver un auto pasar por la calle. Rex se quedó en total silencio por unos cuantos segundos, intentando procesar todo lo que Zeta le había enseñado. —Interesante —dijo el joven mecánico—. ¿Puedo preguntar algo? —Claro. —¿Qué tiene que ver esto con tu diario? Zeta suspiró. —Todo ese camino asociativo se realiza de manera inconsciente, no podemos darnos cuenta de eso mientras lo hacemos; pero existen algunos métodos para aprovechar esa habilidad asociativa y utilizarla para poder recordar cosas olvidadas; un método es escribir todo en un diario. Al redactar todo lo que me ocurre, estoy obligándome a volver sobre mis pasos; al anotar cada detalle, cada cosa que parezca insignificante, solo estoy tratando de que, por asociación, pueda aunque sea recordar algo sobre lo que olvidé ese infernal día... —El día rojo —musitó Rex. —El día rojo —repitió zeta. —¿Y funciona? —Todavía no… —¡Maldito presidente! En ese instante a lo lejos de los dormitorios se acercaba un sujeto con el torso descubierto y totalmente mojado en sudor; tenía el cabello negro y corto, peinado hacia un lado. Al acercarse más Zeta pudo notar sus marcados rasgos asiáticos; al parecer venía con prisa y el coro de insultos que profería daba la certeza que no se encontraba de buen humor. Se apreciaba en él unas viejas y desgastadas zapatillas y un pantalón deportivo grisáceo, pero nada de la cintura hacia arriba, dejando al descubierto su musculatura. El sujeto inhaló una gran bocanada de aire y la soltó en un sonoro suspiro; tomó una toalla que reposaba a los pies de su cama y comenzó a secar su transpiración. —¡Hola Rex! Lamento eso pero hoy no fue un buen día… —No te preocupes, amigo —dijo el mecánico—. Zeta, quiero que conozcas a alguien, él es Jin — los presentó, luego volvió a dirigirse a Jin—. Él es de quien te hablé. El asiático examinó a Zeta de arriba a abajo en una seria expresión y subió una ceja. —Me lo imaginaba más grande y fuerte —dijo ahora frunciendo el ceño—. ¿Seguro que es él? Prometiste que alguien habilidoso se uniría a mí y no veo gran cosa aquí. —¿Qué? —dijo Zeta un tanto ofendido. —Sí es él, pero dime, ¿saltaron edificios hoy? —dijo Rex en un intento por cambiar el tema de conversación. El asiático rio a carcajadas; el plan funcionó. —Viejo, no hago eso con los traceur, al menos no hasta que estén bien preparados. —Ya veo, ¿aún no logras que alguien te siga el ritmo? —preguntó el joven mecánico. —El problema no es ese, con el tiempo necesario y una dedicación constante, pueden llegar a mi nivel con rapidez. El problema radica ahora con el presidente Máximo —explicó Jin realizando una
mueca de disgusto —. Me acaba de comunicar que varias personas de la nación ven nuestras prácticas como muy arriesgadas, y si no consigo que más personas se unan a mí —bajó la mirada con rabia—. Me cerraran... —No quiero ser maleducado, pero ¿qué exactamente van a cerrarte? —preguntó Zeta. —Lo siento, él no conoce nada de las divisiones, ¿no? —preguntó Jin. —Ni idea. —No te preocupes, yo tampoco lo sabía hasta que Jin me explicó —intercedió Rex—. Las divisiones son grupos dentro de la nación que se ocupan de practicar distintas actividades para mejorar la supervivencia. —Hay divisiones para cualquier actividad que desees realizar —prosiguió Jin—. Tienes la división de tiro, donde te enseñan todo lo relacionado al uso y empleo de armas de fuego. —Existe una división de lucha, donde practican medidas de defensa personal —dijo Rex simulando golpear al aire—. Y no solo eso, también escuché de una división que te enseñan a defenderte contra los muertos. —¿Cómo hacen eso? —No usan zombis reales —aclaró el joven asiático—. Solo practican las mejores maneras de matarlos sin armas y sin que te muerdan; quebrándoles el cuello y cosas así. —Me encantaría ver cómo le quiebras el cuello a un grandote—bromeó Zeta. —En fin, existen muchas otras divisiones a las cuales puedes unirte para aprender a sobrevivir; una de ellas es la división parkour —explicó Rex—. Esa división depende de Jin. —¿Parkour? —El arte del desplazamiento —añadió Jin inflando el pecho del orgullo—. Se trata de una antigua disciplina que consta de utilizar al máximo las habilidades del propio cuerpo para desplazarte por cualquier entorno, procurando ser lo más eficaz y veloz posible con la ayuda de variados movimientos acrobáticos. —Increíble —expresó Zeta asombrado. Había escuchado de aquel estilo de deporte antes, pero practicarlo nunca se le hubiera cruzado por la cabeza—. No imaginé que podrían hacer ese tipo de cosas aquí. —Si lo piensas, es realmente útil para escapar de esos monstruos —añadió Jin—. Pero el único problema es que para practicar esta disciplina necesito estar fuera de la nación. —Ya veo, por eso lo consideran peligroso. —Exacto, hasta hace poco éramos más de diez personas, teníamos una ruta segura en donde nos movíamos con libertad; pero poco a poco esa zona fue ocupándose con cada vez más de esas bestias —comentó Jin—. La gente tiene miedo de salir afuera y la mayoría prefiere quedarse puertas adentro. —¿No pueden ir y liberar esa zona? —El presidente no quiere arriesgar a los centinelas en una tarea como esa. Si quiero mantener mi división abierta debo conseguir otro lugar, o liberarlo por mi cuenta, pero no es tan fácil con todos esos putos zombis peculiares por la ciudad. Si tan solo fueran merodeadores no tendría problema, te digo que hasta los sacaría yo solo. —¿Cuántos son ahora en tu división? —preguntó Zeta. —Hasta hoy éramos cinco, pero tres de mis mejores traceurs decidieron abandonar tras un asalto de esas bestias velocistas… debo aceptar que salimos vivos por muy poco. —¿Entonces solo quedan dos? —En efecto, solo me queda Bruno; un chico inexperto, tiene las ganas y el coraje pero sufrió un accidente en su rodilla hace unos días que le impide realizar los movimientos de manera adecuada;
me temo que con solo dos personas no le basta al presidente como para mantener abierta una división —dijo Jin mordiéndose los labios de la rabia. —¿Cuántas personas necesita el presidente para avalar tu división? —preguntó Zeta cerrando sus ojos para focalizar sus pensamientos. —Podemos empezar con cinco, pero tienen que ser diez o más si vamos a estar afuera —Jin bajo la mirada—. Es imposible conseguir esa cantidad. —Tengo una idea —indicó Zeta abriendo sus ojos de nuevo—. Quizás no haga falta estar afuera, ¿porque no tomamos un edificio? Estaba pensando un lugar espacioso, algo como una fábrica; un lugar que se encuentre cercado y nos permita movernos sin inconvenientes. —No lo había pensado, pero si es un lugar espacioso o amplio no podríamos practicar, ya que el parkour se realiza en los alrededores de la ciudad; esquinas, salientes, barandales, escaleras, ventanas, ¿entiendes mi punto? —Claro, entiendo. —Lo podemos fabricar… —añadió Rex con el rostro iluminado por una idea—. Si tomamos una fábrica, o mejor aún… un aserradero; podríamos usar la madera para fabricar, por ejemplo, una pista de obstáculos. Jin resonó los huesos de su cuello mientras se tomaba un segundo para procesar aquella idea. Una sonrisa se dejó apreciar de repente en su rostro. —Sí, ¡sí, me gusta! —comentó Jin alzando la voz de la emoción—. ¡Me encanta! Es más, Bruno era arquitecto, voy a plantearle la idea; estoy seguro que le fascinará trabajar en un proyecto como ese. Hay un aserradero al noroeste, está un poco alejado pero es la zona más liberada de zombis que conozco. —Te vamos a ayudar, me agrada la idea de saber parkour —dijo Zeta animado. —¡Genial! Aunque voy a tener que pedirles un favor, ¿podrían reclutar más personas por mí? —Puedo invitar a Samantha —dijo Zeta y observó de soslayo a Rex dedicándole una sonrisa socarrona—. Tú puedes invitar a Anna. —Está bien, no hay problema —Renzo pareció no captar la indirecta. —¡Genial chicos, muchas gracias! —Jin cambió su estado de animo de hace unos minutos de manera abrupta y se abalanzó a abrazar a ambos muchachos—. Sé que los conozco hace poco, ¡pero estoy seguro que seremos grandes amigos! El asiático los estrujó con emoción. —Jin, sé que te conozco hace poco —dijo Zeta intentando zafarse—, pero deberías darte un baño… *** Tres noches cayeron, y sin que Zeta pudiera darse tiempo a pensárselo, ya estaba cumpliendo las rutinas diarias del nuevo refugio que se autodenominaba Nación Escarlata. Desde que anunció junto con Rex que cumplirían el rol de exploradores, ambos no pararon de contribuir con distintos trabajos; el primer día, a Zeta le había tocado buscar medicamentos en cuatro farmacias al sur de la ciudad, aunque sin mucha suerte, el stock encontrado había resultado muy pobre. Al segundo día fue asignado a otra tarea; búsqueda de municiones. En este punto supo desenvolverse bien; ingresó a un barrio militar privado con la ayuda de otros tres exploradores y requisaron alrededor de diez pistolas; tres escopetas distintas y catorce cajas de municiones. Gracias a su destacado servicio, el tercer día tuvo una mañana tranquila investigando zonas
alejadas de la ciudad en un vehículo. Para cuando dieron las doce del mediodía, ya estaba de nuevo en la nación, libre de poder hacer lo que quisiera. Su primer pensamiento fue ir a acompañar a Samantha, charlar con ella y quizá compartir un café y algunas anécdotas divertidas, pero por alguna razón no pudo encontrar a la oji verde por ningún lado. Al menos tenía tiempo para escribir en su diario, así que eso fue hacer. La tarde pasó muy rápida; el sol se escondió entre los edificios y las luces principales de la nación se encendieron. Samantha se encontraba abrumada, a pesar de haber pasado todo el día puertas adentro, sus tareas resultaban agotadoras. No había podido parar un solo minuto, ni siquiera para tomarse un café y compartir anécdotas con quien sea que quisiera escucharla. Hoy era el día domingo de la última semana del mes; y como todos los meses, se debía realizar un evento funerario en honor a todos los aliados fallecidos. La joven Samantha debía corroborar que todos los integrantes de la nación se presentaran al funeral a las nueve en el ala central; ordenar adecuadamente los lugares que ocuparían según sus cargos; presentar el obituario a Patricia; ratificar que los arreglos florales y demás decorativos estuviesen en perfecto orden, y ordenar la lista de personas que darían un discurso en nombre de los caídos. Al momento ya había logrado completar la mayor parte de sus tareas, aunque faltaba una que no se encontraba en su lista, pero que resultaba de igual o mayor importancia, visitar a su amiga Noelia. La puerta de la enfermería rechinó al abrirse. Sam cruzó por el pasillo de la entrada a paso veloz, evadiendo a la enfermera de recepción, e ingresó a una de las cuatro pequeñas habitaciones donde se alojaban a los heridos. Al ingresar notó con sorpresa que el cuarto de Noelia estaba vacío y las cuatro camillas se hallaban con sus sabanas impecables y sin una sola arruga. Suceso que hizo ruido en su interior. Algo no estaba bien. Se giró con rapidez, pero al volver al pasillo, la enfermera y ella tuvieron un encuentro imprevisto, que culminó con todas las hojas que portaba Samantha volando por los aires. —Perdón —dijo Sam agachándose para recoger sus cosas—. Voy con prisa, quería saludar a Noelia, ¿sabes dónde está? —A Noelia le dieron el alta esta mañana, te lo hubiera dicho si no hubieras entrado corriendo a las habitaciones. Está prohibido y si el doctor te ve… —¿El alta? —exclamó Samantha quizá con demasiada énfasis—. ¿Cómo pueden dejarla salir? Hasta ayer su pierna seguía en muy mal estado. —Es algo que a mí también me sorprendió —contestó una vos masculina y gruesa, proveniente del pasillo de entrada. —Buenas noches, doctor —saludó la enfermera nerviosa—. Estaba explicándole que no debía estar aquí, pero ella no me escucha. El doctor se inclinó para pasar de costado por la abertura de la puerta. A pesar de estar algo excedido de peso, no le impedía ir por la vida con una sonrisa de oreja a oreja. Sam había frecuentado pocas veces con él, pero había escuchado de boca de otros que el Doctor Peláez era una persona optimista y despreocupada, un rasgo raro en alguien de su profesión. —No te preocupes, Brenda —dijo el doctor palmeándola en la espalda—. Puedes retirarte, yo me encargo. La enfermera miró de mala manera a Samantha antes de marcharse. —Esa mujer dijo que le habían dado el alta a Noelia, pero debe ser un error doctor, ella apenas podía mover el pie. —Tranquilícese, señorita… —Samantha, Da Silva.
—Bueno, señorita Da Silva, no tiene de qué preocuparse. Acompáñeme —explicó el doctor mientras se dirigía a su despacho, seguido de la muchacha—. No hubo ningún tipo de error, el alta se lo di yo mismo. Samantha agitó su cabeza sin entender las palabras de aquel regordete hombre con bata blanca. —Eso es una locura, ella debería estar en reposo. —Para nada. —¿Al menos le dio muletas? —¿Por qué habría de hacerlo? —el doctor encendió las luces de su despacho y tomó asiento—. Le reitero que ella está en perfecto estado. —¿Pero, cómo puede decir eso? ¡Es imposible que alguien se cure de un día para el otro! Samantha ya se encontraba fuera de sus casillas. El doctor, en cambio, parecía estar disfrutando del momento. —Escúcheme, señorita Da Silva —su tono fue serio esta vez—. No soy partidario de los milagros, pero el día de hoy, ha ocurrido uno. Samantha prestó total atención a sus palabras. —¿Qué quiere decir con eso? —Hace, ¿cuánto, tres días? Samantha asintió. —Hace tres días, cuando me trajeron a Noelia, ella presentaba una profunda incisión en la pierna; su piel estaba desgarrada; el hueso de la tibia estaba triturado, casi partido a la mitad. Su estado era deplorable. Samantha se dejó vencer por el estrés y tomó asiento, expectante de las palabras del doctor. —Atendí a la muchacha y la dejé en reposo con antibióticos, pero su pierna estaba en un estado crítico y me vería obligado a amputarla, pero no lo pude hacer —dijo con la mirada fijada en la chica —, tuve que suspender el proceso hasta que los exploradores lograran conseguir todo lo necesario para la operación. Máximo no tiene las agallas de enviar gente al hospital central, sigue intentando buscar en las farmacias —Peláez bufó—. En definitiva, no podía hacer nada para operarla; pero al verla esta mañana… quedé atónito. —¿Qué ocurrió? —Un milagro. —¡¿De qué milagro está usted hablando, puede ser más específico?! —Su pierna estaba curada, ¿me escuchó? Curada por completo. No sufría herida alguna; su hueso estaba intacto, ella brincaba y se movía de un lado a otro de felicidad, señorita Da Silva, fue un milagro, no veo otra razón. —No lo entiendo… —Yo tampoco. Tuve que darle el alta, ya no tenía nada que hacer aquí. —No lo creo... No le creo. —Véala por usted misma señorita Da Silva. —No dude que eso haré y si llego encontrar algo, aunque sea una diminuta raspadura en su pierna, el presidente Máximo lo sabrá —dijo Sam poniéndose de pie. —El presidente ya lo sabe. Aquellas palabras descolocaron a Samantha. ¿Máximo ya lo sabía?, ¿y lo abalaba? Era imposible, pensó. No podía creerlo, no tenía sentido alguno, y en caso de que estuviese diciendo la verdad, ¿no era eso… raro? —¿Qué carajo está pasando? —murmuró Samantha saliendo de la enfermería, dando un fuerte
portazo. Sus pies la llevaron con prisa hacia las escaleras y luego hasta las habitaciones comunales de las mujeres. Los dormitorios se encontraban vacíos y todas las luces apagadas; todos ahora deberían de estar en el funeral, pero Sam en cambio, todavía no se presentaba y sabía que al ser la organizadora, la ceremonia no comenzaría sin ella; pero eso no le importaba ahora, solo quería encontrar a su amiga y verla saludable. Recorrió toda la habitación, sintiendo como su respiración se agitaba a cada paso que daba. Buscó entre la fila de literas, la perteneciente a Noelia, si ella debía estar en algún lugar, de seguro sería ese. Samantha contó en su mente el número de camas que debía pasar hasta llegar a la que buscaba. Quince, dieciséis… nada; diecisiete, dieciocho, diecinueve… solo había silencio y oscuridad; veinte… nada; veintiuno… nada; veintidós… ¡nada! Veintitrés, veinticuatro; cada vez sus pasos eran más acelerados; veinticinco, veintiséis, veintisiete… sin rastro de Noelia; veintiocho… oscuridad; veintinueve… silencio; treinta… sangre… —¿Sangre? —Samantha frenó de repente y su corazón dio un vuelco. Una gran mancha de sangre yacía impregnada a la manta sobre la cama de Noelia; pero la muchacha no se encontraba por ningún lado. Sam pudo ver como un vago rastro de pisadas ensangrentadas llegaban hasta el final de la habitación, en una esquina sucumbida por la oscuridad. La respiración de la joven comenzó a agitarse de nuevo; sus piernas avanzaban de manera automática, movilizadas por la curiosidad, aproximándose hacia esa sombría esquina. De repente escuchó un quejido, frenó, parecía alguien llorando. El miedo empezó a apoderarse de la oji verde; sus manos comenzaron a temblar a la vez que sus piernas. —¿Noelia? —preguntó retomando el paso con cautela. No hubo respuesta. Eso empeoró la situación; si antes estaba asustada, ahora estaba aterrada. Maldecía no haber encendido las luces al entrar, ya era tarde para hacer eso ahora. Sin embargo, sabía que había algo ahí escondido. Su curiosidad volvió a insistir. —Noelia soy yo, Sam. Si eres tú, por favor dime algo. Esta vez sí hubo respuesta, pero no la que se esperaba. De las sombras se alzó una figura. No podía apreciarla con claridad, pero sabía que se encontraba de espaldas. Giró su cabeza y luego su cuerpo; jadeaba de una manera perturbadora y se fue acercando hacia Samantha con lentitud; la muchacha retrocedió por instinto. Fuera del cono de sombra, la figura podía verse con más claridad; era Noelia, pero no como Sam la recordaba; todo su rostro se encontraba desfigurado por rajaduras y cortaduras; sus heridas perdían mucha sangre dejándola empapada de pies a cabeza, en un fuerte rojo carmesí. Noelia profirió un quejido gutural grotesco. Extendió sus brazos; unas largas y afiladas garras nacían de sus dedos; Sam enmudeció al verla, su cuerpo sucumbió al pánico… y gritó. Una potente oleada de peligro golpeó de lleno a Samantha, obligándola a volver sobre sus pasos para escapar, pero sus pies le jugaron una mala pasada esta vez, tropezándose de forma involuntaria. La muchacha cayó en un golpe seco al suelo quedando en una posición demasiado vulnerable; se sintió estúpida por tamaño error, tenía claro que ya era muy tarde para incorporarse y huir. En ese instante su cuerpo se inmovilizó, expectante del monstruo frente a ella… monstruo que antes fue su amiga. Noelia se acercaba cada vez más a su posición, zarandeando sus garras lentamente. La mirada de Sam no se despegaba de la de la bestia. En ese instante, el temblor de su cuerpo cesó; el miedo se esfumó y su mente por un segundo quedó en blanco. En ese momento supo que escapar no tenía ningún sentido…
Todo se terminará pronto, fue lo que pensó… y eso la alegró. La solución siempre había sido tan fácil, tan obvia, que inclusive le parecía gracioso. La bestia seguía acercándose más y se agazapó hasta quedar de rodillas frente a la joven. Ya no volvería a dormir con miedo; el monstruo se acercó a ella y se agazapó poco a poco hasta quedar frente a la chica; ya no volvería a llorar por una muerte; la criatura se inclinó, su sangre caía a chorros sobre los pies de la chica; ya no saldría a arriesgar su vida a la calle; Noelia estiró sus brazos acercando sus garras al cuerpo de Samantha; ya no volvería a ver a… Pero no pudo terminar ese pensamiento, porque una imagen se impregnó como fuego en su mente; Franco. Ya no volvería a ver a su novio; ya no se escaparían por las noches para apreciar la luna llena en los tejados de la nación; ya no vería a su amiga Anna, ni competirían entre ellas sobre quien tiene la mejor puntería, aunque Anna siempre gane; ya no volvería a conocer personas tan bondadosas como Rex; ni tampoco conocería gente valerosa y divertida como Zeta… Sus ojos comenzaron a cristalizarse, y en lo que dura un suspiro, la angustia volvió, más fuerte que nunca. —Zeta —susurró. En ese instante sintió una presión en sus hombros que la devolvió a la realidad, su cuerpo y su mente reaccionaron al instante; se sobresaltó ahogando un grito, pero no sintió dolor alguno. Frente a ella se encontraba Noelia, sus miradas se cruzaron, ambas teñidas de incontenibles lágrimas. Noelia sostenía los hombros de Sam con suavidad, con la palma de sus manos, intentando mantener alejada sus garras de manera que no la dañaran. —Sam… —dijo Noelia con una voz ronca que se esforzaba de forma sobrehumana por hacerse escuchar. El lastimado rostro de Noelia demostró una gran mueca de dolor antes de recitar sus últimas palabras. —Ayúdame. Su cuerpo cayó sobre las piernas de Samantha; quien confundida y desorientada, la envolvió entre sus brazos. *** —¡Doctor Peláez! Máximo sacudió la puerta al ingresar a la oficina del doctor; pudo notar de reojo el sobresalto del hombre, quien de estar sentado en su silla, pasó a ponerse de pie en un parpadeo. El presidente cruzó la habitación a grandes zancadas y no se inmutó al patear una silla que estorbaba su paso; se dirigió hasta una camilla y arrojó una pila de papeles, que allí descansaban, al suelo. Peláez no comprendía la situación, pero no iba a dejar pasar ese repentino arrebato así nada más; intentó protestar, pero la voz de Máximo opacó toda la habitación. —¡Tráiganla aquí, rápido! Tras esas palabras dos centinelas ingresaron cargando entre ambos el cuerpo de una chica. La mirada de Peláez siguió el recorrido que hicieron hasta que la depositaron en la camilla, y fue tras colocarse sus lentes cuando la reconoció, y su cuerpo se petrificó. Era Noelia, pero no parecía ella; no solo por todas las heridas que cubrían su rostro, sino también por esas espantosas garras que ahora tenía en sus manos. —¡Escúcheme! —profirió el presidente con autoridad—. No me interesa cómo lo haga, pero quiero a esta chica viva por cualquier medio. Peláez se acercó al cuerpo, apartando a los centinelas y comenzó a escuchar a través de su estetoscopio; el pulso era leve pero, en efecto, seguía viva.
—Apenas tiene pulso, pero no puedo hacer nada aquí, hay que llevarla a la sala de urgencias. —Si algo le llegara a pasar a ella, usted será responsable; esa estupidez del milagro, por poco me lo creo —Máximo estaba fuera de sí, dentro de él también sentía que tenía un porcentaje de culpa por lo ocurrido—. Le reitero, quiero que la chica este viva… o me voy a buscar a otro doctor, ¿me comprende? Peláez tragó saliva; captó la indirecta y se puso manos a la obra; llamó a los centinelas para que se llevaran el cuerpo a urgencias y ordenó a Máximo que no ingresara para no estorbarlo. El solo hecho de obedecer al doctor hizo que a Máximo que le hirviera la sangre, pero no le quedaba más remedio; era el único doctor en toda la nación por lo que le otorgaba una cierta cuota de autoridad. Al salir de la enfermería el presidente fue acribillado por una oleada de preguntas; dudas; quejas y protestas, por parte de una muchedumbre de personas que ansiaban respuestas ante lo acontecido a Noelia. El bullicio era tal que no llegaba a comprender ni una sola palabra de lo que le decían, pero a juzgar por esos enfurecidos rostros señalándolo con el dedo y esas furtivas miradas que lo atravesaban sin temeridad, seguro no sería nada bueno. Entonces lo supo; esta era la primera vez en la nación que sucedía un evento de esta magnitud. Ahí estaba el peso de ser nombrado presidente, justo sobre su nariz; recalcando sus errores y la manera en que actuaba; juzgando sus decisiones y la metodología de sus órdenes. Al parecer a nadie le gustaba la idea tener un zombi peculiar durmiendo dentro de la nación pero, ¿podía culparlos por eso? Claro que no, él mismo había ejercido esa estricta regla de cero ingresos o salidas en horarios nocturnos. Deseaba que no hubiera tenido que ser así, pero cómo iba a saber que Samantha se aparecería en medio del funeral cargando el cuerpo a medio mutar de Noelia, frente a la mirada de toda la Nación Escarlata. El caos se desató muy rápido. Máximo se llevó su mano a la cien masajeándolo con fuerza; el incesante coro de voces protestando le provocaba un terrible dolor de cabeza. Tenía que decir algo para calmarlos; intentó forzar su voz para balbucear una serie de oraciones, pero fueron brutalmente sepultadas por aquel elevado griterío. Volvió a intentarlo con más fuerza, pero no había caso; intentar refutar alguna de las continuas acusaciones, resultaba tan en vano como explicarle el teorema de Pitágoras a un bebe. No muy lejos de su posición reconoció una voz; una dulce voz que intentaba, a exagerados gritos, saciar el hambre de dudas de la gente; era Patricia. La mujer se esforzaba por acallar a la gente; gritaba y elevaba la voz sin cansancio; sin dejarse abatir. Acto que encendió una llama de inspiración en el presidente; no podía permitirse bajar la guardia. Él es Máximo Da Silva, el presidente de la Nación Escarlata; elegido por los cuatro fundadores de la sede principal, seleccionado de entre más de cincuenta postulantes; abogado de prestigio que había tenido la dicha de no perder un solo caso en su vida; hombre de una honrada familia con un notable éxito profesional. No podía dejarse abatir… Se enderezó con firmeza y alzó la mirada con decisión; inhaló aire con profundidad y lo retuvo unos segundos. —¡Atenci…! —pero su grito fue interrumpido por un tirón en su brazo, que lo arrastró de nuevo al interior de la enfermería. Dentro se encontró con una mujer que sopesaba los treinta años de edad; la conocía de vista, pero por más que quisiera esforzarse por recordar su nombre no pudo hacerlo. La mujer lucía un uniforme verde característico de los enfermeros y se disculpó con él por aquella repentina irrupción. —El Doctor Peláez necesita esto —la mujer le brindó un trozo de papel arrugado con una lista escrita en él. Máximo no protestó por el arrebato; en vez de eso su curiosidad ganó la partida y leyó el
contenido. —¿Es una broma, Brenda? —preguntó con seriedad tras haber recordado su nombre. —No, ninguna broma —respondió tajante—. El doctor necesita eso de lo contrario no podrá proceder con la paciente. —¿Para qué carajo quiere…? —se tomó un tiempo para releer la nota—. ¿Anestesia inhalatoria? —Necesitamos operar a la muchacha —respondió a secas—. El Doctor va a extirparle esas… cosas; pero como ella sigue consciente no podemos realizar la operación sin el gas. Su vitalidad pende de un hilo y el dolor podría terminar matándola. Tiene que ser rápido, buscar el gas y el resto de las cosas que hay en la lista y volver en dos horas, o tres como mucho. El presidente emitió una leve carcajada histérica. —El doctor está loco —dijo aún entre risas—. No puedo mandar a nadie a una misión así a estas horas de la noche. Es una locura, nadie podría sobrevivir a esos peculiares nocturnos. —¿Pasó algo, señor presidente? —preguntó Patricia mientras ingresaba a la enfermería y dos centinelas cerraban la puerta a sus espaldas para que nadie más los interrumpiera. —¡Sí, ese doctor de mierda se quiere pasar de listo conmigo! ¡Eso pasa! —Tranquilícese —dijo Patricia, luego se dirigió a Brenda—. ¿Qué ocurrió? La enfermera le explicó la situación con rapidez, y sin agotar más saliva, se retiró a la sala de urgencias. —Esto no es bueno. —¡Es lo que te digo, Patricia! Esto es una locura, me pide algo que sabe que no puedo cumplir, conoce las reglas, no puedo dejar salir a nadie a estas horas de la noche. —No, es evidente que no puedes. Sería prácticamente un asesinato. —Pero no puedo quedarme sin hacer nada tampoco, viste con tus propios ojos como reaccionó toda la nación. Buscan un culpable, si la chica muere, todo se perderá para mí. Las personas van a perder la confianza que tienen a este lugar, van a perder esa sensación de seguridad que queremos brindarles —Máximo se paseaba con nerviosismo por toda la habitación, deteniéndose frente a un cartel de concientización contra el cáncer—. Ningún grupo está listo para un trabajo así. Patricia meditó la situación por unos momentos. —Franco es un buen soldado, quizás él pueda lograrlo si le proporcionamos un buen equipamiento. —¿Brandon solo? —ahora fue el presidente quien meditó la idea—. No lo creo. Es bueno trabajando con su equipo, pero se las vería mal si tuviese que hacerlo solo, además es el novio de mi sobrina y no quiero originarle otra carga más… ya tuvo suficiente con mi hermana. —Si lo planteas así, entonces nadie puede hacerlo. Solo alguien muy experimentado que haya sobrevivido solo por mucho tiempo, o que no tenga nada que perder… —Ese es el problema Patricia, todos en la nación están preparados y acostumbrados para funcionar en conjunto; nunca separarse es la primera regla que les enseñamos. No conozco a nadie que pueda sobrevivir por su propia… —Máximo detuvo sus palabras, ya que algo en su mente hizo »clic« en ese momento—. Si… puede que si conozcamos a alguien. Los ojos de Máximo brillaron y observaron a Patricia con aires de agradecimiento, de no ser por ella jamás se le hubiera ocurrido. El hombre se dirigió a paso apresurado hacia la salida. —Espera un momento, ¿qué piensas hacer? —No hay mucho tiempo, quizás él pueda ser la solución a este dilema. —No, no, no —Patricia ya había captado y la idea no le agradaba en absoluto—. No estarás pensando lo que creo, ¿vas a enviarlo a él? Apenas lo conocemos…
—¡Exactamente por eso es el indicado! Puede sonar cruel, pero inclusive puede que hasta lo consiga… tengo fe en él. —¡No, espera…! Máximo se detuvo frente a la puerta y volteo. —¿Qué pasa? —Al menos déjame asignarle un compañero… No lo puedes dejar ir solo. —Si pierdo a otra persona, es probable que pierda el respeto de todos en la nación, así que solo voy a enviar a uno… nada más. El presidente salió de la enfermería y se dirigió a paso seguro hacia el centro del patio en el ala central; la multitud de personas le abrió espacio para que pudiese pasar y poco a poco se aglomeraron a su alrededor con suma curiosidad. Máximo lo había conseguido de nuevo, su rostro reflejaba una impecable seguridad y su postura mostraba una firme convicción .Su mirada se alzó buscando entre todos los rostros a uno en particular. Se sintió aliviado al verlo ,él era sin duda alguna la solución a todas sus inquietudes. —¡Atención, Nación Escarlata! Les pido a todos, silencio. No quiero alzar mi voz más de la cuenta, por lógicas razones —el volumen de las voces fue consumiéndose poco a poco, hasta quedar envueltos en un silencio, que esperaba a la voz de Máximo para ser roto—. Como habrán notado, la situación aquí no es buena, mi intención no es mentirles así que voy a ser directo: Noelia; una muchacha inocente, que hasta hoy caminaba con nosotros dentro de las puertas de nuestra nación, se encuentra infectada y próxima a transformarse en uno de esos horribles seres. Se desconocen todavía las causas, y siendo sincero, no me interesan en lo más mínimo. Algunas voces comenzaron a escucharse entre la gente, el reciente comentario había sido muy duro, pero Máximo sabía bien como enderezar su discurso. —Porque lo que en este momento, es primordial, es la salud de Noelia. Más adelante tendremos tiempo de buscar respuestas, más que nada ahora, necesitamos una solución. Yo personalmente voy a tratar de hacer lo posible porque nadie muera dentro de estas paredes, y con Noelia no pienso bajar los brazos, pero por desgracia para poder operarla se necesitan recursos de los cuales no disponemos en este momento —el hombre bajó la mirada añadiendo dramatismo; los tenía donde quería, tal como en sus viejos tiempos ejerciendo de abogado—. Si no los conseguimos en un lapso de dos o tres horas, Noelia morirá —subió la mirada con firmeza—. Por eso organicé una misión al hospital general, en busca de esos recursos, para salvar a nuestra compañera. Máximo ya se esperaba la interrupción de los reclamos de la gente, así que solo esperó paciente a que todos volvieran a guardar silencio y continuó. —Por desgracia no existe una persona capacitada entre nosotros para correr tamaño riesgo y salir en una pieza. Soy muy consciente de eso, o bueno, eso pensaba —alzó su dedo índice hacia el cielo esbozando media sonrisa—. Pero la realidad es que si existe una persona competente para realizar con éxito esa peligrosa misión, y volver sano y salvo… ¡esa persona se encuentra aquí mismo, entre nosotros! Las miradas de la gente comenzaron a buscarse entre ellas, preocupados y temerosos de ser alguno de ellos, el elegido por el presidente. —Esta persona de la que hablo es alguien audaz; es un lobo solitario sin temor a nada, que pasó gran parte de estos difíciles tiempos sobreviviendo por su propia cuenta allá afuera; sin nada más que su afilado machete y su temida pistola; un guerrero buscado por la Nación Oscura por destruir su primer sede; un soldado sin temor a arriesgar su vida para asesinar de una forma espectacular a un titán que amenazaba nuestro hogar; con los suficientes nervios de acero, como para aceptar esta
misión, volver aquí, pararse frente a todos ustedes… ¡y coronarse como un héroe! —¿Quién será? —susurraron al aire. —¿De quién habla ?—inquirió una voz de entre tantas. —¿En serio hay alguien así? —se preguntó un soldado. Máximo comenzó a caminar, ignorando las preguntas, hasta que se quedó enfrentado con aquel individuo; lo sujetó del hombro, y con una mirada relajada y amistosa, le preguntó: —Zeta, ¿aceptas esta misión?
La aventura continúa en Z El señor de los Zombis: La supervivencia se elige. Vol. II.
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«Cantaban las Musas que habitan las mansiones olímpicas, las nueve hijas nacidas del poderoso Zeus. Calíope es la más importante de todas, pues ella asiste a los venerables reyes». HESÍODO, Teogonía, 1-103